Analisis presidencial
Más que la re-re, Cristina evalúa cómo concluirá su mandato. Scioli, Massa y la sucesión. Problemas urgentes con Irán y Gran Bretaña.
Cuando Cristina, en jornadas como este fin de semana, decide
descansar, ver las florcitas, algún film, comentar el embarazo de su
nuera, olvidarse de los tacos y copiar a su marido difunto (que
utilizaba los mocasines como chancletas), quizás se interrogue sobre el
sentido de una profesión que la enciende pero la extingue y, al revés de
lo que desean unos y detestan otros, el dilema que la acosa –más que
continuar en un nuevo ciclo presidencial sobre el que tanto se
conjetura– se reduce a la forma en que concluirá su mandato. Drama que
acecha a otros mandatarios, a perder o prestar la batuta, a
desintegrarse antes de tiempo, pasar de la tapa a la página 27 de los
diarios, empalidecer en suma como diva mientras asoman otras que se
prueban su casi nunca repetido vestuario. Y ni siquiera, en su caso,
dispone hasta ahora de la garantía de un sucesor verosímil que defienda o
proteja su modelo, según sus palabras, mientras sus opositores
sostienen que la búsqueda de perpetuidad personal o de la herencia a
dedo obedece a otras razones menos ideológicas.
En materia sucesoria, Daniel Scioli –quien ayer reapareció luego de
su periplo italiano para agradecer a su equipo por la pertinacia en
defender su gestión–, además de indeseado, se ha vuelto una astilla
lacerante. Hasta pronunció declaraciones que la irritaron en lo
personal, inolvidables (“Yo no hice la plata con la política”, sostuvo
antes de viajar teledirigiendo el mensaje). Nunca antes se había
expresado tan críticamente. Como si hubiera llegado a un límite, luego
de que Ella y El lo fastidiaran, lo disminuyeran y jibarizaran durante
años. En parte de ese ciclo de destrato, Scioli se tapaba los oídos ante
quienes le insinuaban la posibilidad de apartarse del kirchnerismo, de
tomar otra vía, de que podía ensayar aspiraciones por su cuenta sin
necesidad de Cristina, incluso enfrentándola. Se negó, pero escuchaba. Y
ahora, esa duda cambió de bando, se revirtió: es Cristina la
atribulada, quien discurre sobre la conveniencia de mantener a disgusto
en su grey al gobernador o apartarlo como la Iglesia hace con sus
disidentes. Cuidadosa, mientras piensa ante las plantitas, reclama que
no lo insulten o agredan; pero todos aquellos que le rinden culto a
Cristina, que la acompañan en las convocatorias con banderas y cánticos,
a quienes Ella les habla en particular al finalizar los actos, sólo
aguardan un guiño para lanzarse contra Scioli. En verdad, parece una
cuestión de tiempo esta definición cristinista. ¿O acaso alguien imagina
que esa muchachada creyente del “proyecto” acompañará a Scioli, hará
como los Montoneros que seguían con fe en Perón cuando sabían que éste
los había mandado liquidar?
Para colmo, además, nadie ignora que el gobernador y el intendente de
Tigre, Sergio Massa, los más odiados dentro de la pureza étnica del
oficialismo, mantienen entre ellos línea directa y cordial, frecuente y
defensiva. No usan celulares, tampoco teléfonos fijos, menos internet –a
nadie habría que explicarle la razón–, se reúnen presuntamente en
secreto de vez en vez y disponen de un correveidile hasta ahora
insospechado por la Casa Rosada. Se supone. Una astilla doble, entonces,
casi conspirativa si la interpreta un Mefisto del círculo, un edificio
en construcción con entrega una parte en octubre de este año y final de
obra en 2015. Siempre y cuando no haya una cautelar, por decirlo de
algún modo, que paralice el emprendimiento.
Mientras deambula por esta prioridad, la Presidenta este lunes
lidiará con dos cuestiones de política exterior: Irán por un lado, Gran
Bretaña por el otro. Habrá quien acepte que, si hasta ahora nada se pudo
hacer por las acusaciones a funcionarios iraníes por los atentados a la
embajada israelí y a la AMIA, que países involucrados en la guerra como
Israel, EE.UU. y parte de Europa se desentendieron ya de esos
asesinatos, una alternativa de real politik podría ser este juicio sin
valor de sentencia a realizarse en la propia tierra de los imputados. Al
margen de las objeciones de ciertos expertos, habrá que recordar la
habitual contumacia iraní para dilatar cualquier problema. En Naciones
Unidas, cuando George Bush condenaba a Irán como “eje del mal” con
pretensiones de invasión, las autoridades de ese país le pidieron al
canciller Carlos Ruckauf que les enviara una carta para que el gobierno
de Teherán atendiera los reclamos judiciales argentinos. Irán luego
sostuvo que Ruckauf había pedido perdón por las imputaciones de la
Justicia argentina, episodio que hubo de aclararse en dos ocasiones:
una, cuando se mostró la carta y, dos, cuando a través de distintos
testimonios se desmintió que había una segunda carta secreta. En el
medio, alboroto, pérdida de tiempo y cambio de líderes.
Quizás Cristina, con su real politik, logre algún resultado, aun a
riesgo de que en las declaraciones futuras Irán demuestre –siempre
aludió a los autoatentados– que la investigación argentina fue
incorrecta, falsa, desviada adrede. Sería un golpe tremendo para el
Gobierno: el país ha consagrado y consagra ingentes gastos en las dos
pesquisas en todos estos años transcurridos.
Menos real politik se observa, en cambio, en la cuestión de los
kelpers con Malvinas. Por el razonable temor de perder un gramo de
soberanía, el país no acepta a los habitantes de las islas en ningún
tipo de negociación. Así lo desea Gran Bretaña, tan experta como los
iraníes en dilatar y embarrar conflictos, particularmente interesada en
continuar la porfía por los intereses pesqueros en el archipiélago y por
las desavenencias futuras sobre la Antártida.
La Cancillería, como en el caso actual del debate con Irán, debería
mostrar un rasgo de imaginación al respecto, ya que la posición actual
es idéntica a la de un canciller del Proceso militar, quien orondo un
día declaró: “Los kelpers no interesan porque entran todos en el cine
Opera”. No sólo el pensamiento es el mismo a pesar del transcurso de las
décadas, lo que inquieta es la falta de iniciativa para modificar esa
sepultura diplomática.