OPINIÓN:
Un día Pedro Ordimán y el gigante se encontraron, en el bosque. El gigante lo desafió,
cuál tenía más fuerzas, y para demostrar las suyas abrazó un árbol
grande y lo levantó, sacándolo de raíz, – a ver, qué vas a hacer Pedrito – y Pedro sin inmutarse sacó del bolsillo un largo piolín, ató su extremo en un árbol y se largó a caminar. - ¿qué estás haciendo Pedrito?- voy a rodear el bosque, así de un solo tirón saco todos los árboles en vez de arrancarlos de a uno en uno-. - ¡No, Pedrito!- se quejó el gigante. - ¡Cómo vas a hacer eso… El bosque es mi hábitat, mi cazadero, mi guarida. Déjalo como está y me doy por vencido- y así fue como Pedro salió triunfante.
Corrupción es la podre, la podredumbre, la descomposición de los cuerpos, especialmente de los orgánicos. Cuando colón
emprendió el camino a las indias venia en busca de las especias, porque
eran muy apreciadas ya, que reducen o postergan la corrupción de los
alimentos, tarea en la que modernamente fueron substituidas por las
heladeras y por la industria frigorífica
Todo es factible de corromperse, pero en términos políticos reservamos la corrupción y las corruptelas para
aplicarlas a las conductas de quienes, usando poderes del estado, se
benefician personalmente en desmedro de los intereses generales, con
perjuicio de la sociedad o del mismo estado. No toda conducta, errada es corrupta:
el árbitro que no ve una mala jugada, o que no recuerda el artículo o
el inciso del reglamento para aplicarlos en el momento oportuno, estará
errado, cometerá una falta, pero no es un corrupto. El árbitro que
cobra para favorecer el triunfo de un equipo, es un corrupto a pesar de
que durante el partido no necesite interponer sus malos oficios para
alcanzar el resultado convenido. En política, en administración pública, esperamos emplear el término en este mismo sentido, bien preciso. Una conducta corrupta es la que, con mala fe, no procura el bien general sino el propio o el de allegados o benefactores. Y alarma al pueblo argentino ver la enorme corrupción generalizada, y que queda impune debido a falta de pruebas fehacientes o de investigaciones acertadas.
Ahora ha aparecido la tendencia, a, generalizar este concepto figurado de corrupción. Se pretende confundir políticas acertadas o equivocadas con conductas corruptas u honestas. Se
dice que un gobierno que elimina la participación del estado en la vida
económica combate la corrupción, pues disminuye las ocasiones del pecado. Como
la corrupción estaría en todo –incluso en los errores de buena fe – se
pretende desviar la vista, y no ver cuáles son las conductas aberradas
que escandalizan a la gente. Incluso se proyecta, crear organismos estatales que tendrían por fin “combatir” – con procedimientos burocráticos, por supuesto – todas las corrupciones habidas y por haber.
Y
ese no es el caso. Se debe buscar la imposición de un castigo a los
corruptos, a los verdaderos corruptos, a los que tienen conducta
similar a la del árbitro que cobra por favorecer a un cuadro. Lograr algo en este sentido constituiría un triunfo muy deseado por la gente de bien, y hay que esmerarse en encontrar, el modo.
Y, además, pueden crearse oficinas que se dediquen a “combatir” todo
tipo de errores a los que se califique de corrupciones. Pero no
mezclemos los tantos: a lo que apuntamos, lo que está en la mira de la
ciudadanía honesta y preocupada, es la corrupción de ciertos
funcionarios. No nos dejemos engañar como el pobre
gigante que creyó que con un piolín Pedrito podría arrancar de un solo
tirón todo el bosque.
Basta
observar la tragedia ocurrida en la Estación Once (Bs As), en un tren de
la línea Sarmiento, perteneciente a la Empresa Trenes de Buenos Aires
(T.B.A.), en donde murieron 51 personas y hubo más de 700 heridos y en
el medio las declaraciones de Ministros y funcionarios de la más alta
jerarquía que pretenden victimizarse como ofendidos o damnificados
directos (querellante) para ocultar la posible configuración de los
delitos contra la seguridad de los medios de transporte y de
comunicación, en donde el artículo 191 del Código Penal Argentino,
castiga con reclusión o prisión de diez a veinticinco años al que
empleare cualquier medio para entorpecer la marcha de un tren o para
hacerle descarrilar u otro accidente y produjere la muerte de alguna
persona.
Es una obligación primaria y elemental
en memoria de las víctimas, en honor de sus allegados y de cara a la
sociedad, el de practicar como lo enfatiza el titular de la Auditoría General de la Nación, sin
intervalo de tiempo y en forma a urgentes todas los informes que sean
necesarios sobre el estado de los trenes y el manejo de la empresa. No
se puede desnaturalizar el horror sucedido HACE UN AÑO. Ni podemos dejarnos engañar como lo hizo el Gigante.
DR. JORGE B LOBO ARAGÓN
Jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com