Luis Vicente León
Chávez termina su vida en el poder, luego de 14 años de su primera
elección y habiendo sido reelegido tres veces con una mayoría
contundente de los votos. Lo único que logró retirarlo fue su
enfermedad, que se hace pública a mediados del 2011 cuando su
popularidad se ubicaba en 51%.
Aún enfermo batalló hasta el final. Pese a tener sus fuerzas
disminuidas, logró evadir los costos políticos utilizando una
estrategia de secretismo total y manipulando la información a su
conveniencia para transitar su última campaña, que ganó con 56% de los
votos.
Antes de su toma de posesión, la enfermedad hace crisis y se
encuentra incapacitado para juramentarse en la fecha prevista por la
constitución, un tema que el chavismo surfea, aprovechando su control
total de las instituciones.
Pero más allá de los aspectos legales (o ilegales) y del abuso de poder, hay un tema que no debe menospreciarse: Chávez cierra su ciclo de vida con 68% de popularidad. Un fenómeno impresionante.
¿Qué explica esta larga conexión popular?
En
diciembre de 1997, las encuestas mostraban una favorita para ganar la
elección: Irene Sáez, mientras Hugo Chávez contaba apenas con 4% de
disposición de voto. Nadie podía imaginar que apenas en marzo las líneas
se cruzarían y Chávez se ubicaría en la primera posición, hasta ganar
cómodo la elección.
La penúltima encuesta Datanálisis, contratada en su momento por El
Universal, arrojó una diferencia de 12 puntos a favor de Chávez, lo que
ya permitía vislumbrar lo que venía.
Pero
los partidos tradicionales, en un intento por estremecer el mercado,
deciden defenestrar sus candidatos y unificarse todos alrededor de Salas
Romer. Salimos a campo para la última encuesta y al regresar, los
números arrojaron una amplificación de la brecha a 16 puntos a favor de
Chávez, lo cual parecía un sinsentido. Por malos que fueran, algo debían
agregar estos partidos.
El riesgo de publicar un dato contra intuitivo, nos llevó a ordenar
una auditoria inmediata. Personalmente fui a Zulia para chequear el
trabajo de campo mientras otros consultores y auditores se desplazaron
por el resto del país. Me bastó una conversación en un ranchito en
Maracaibo, para estar seguro que los números eran correctos.
Reproduzco lo que escribí en ese momento sobre esto: “le pregunté si había sido encuestada y me dijo que sí. ¿Por quién va a votar? Por Chávez. ¿Por qué? Pa que se fuñan. ¿Quiénes? Los de arriba que son culpables de lo que nos pasa aquí.
Ya que su respuesta estaba verificada, quise seguir con un análisis
cualitativo para entender su conexión y le pregunté para retarla: y
¿usted no cree que eligiendo a Chávez puede terminar perdiendo usted? Y
me respondió:
Esto es como el chingo de la patineta, que va por el centro de Maracaibo pidiendo limosna y entra a la iglesia de la Chinita y a todo lo que dice el padre el chingo responde: Gran pendejada. Cuando el cura bravo lo increpa y le dice: Y a ti hijo, Dios te va a castigar. El chingo le responde: me irá a quitar la patineta.
Chávez se había convertido en el monopolista de cambio y castigo para
una población que pensaba que no tenía nada más que perder. Sacó
provecho del deterioro institucional del país, de la corrupción, de la
falta de interés en los problemas de la gente.
Entraba
como un remolino refrescante en un ambiente lleno de gatos persas,
gordos, cómodos, ricos y mal acostumbrados, que habían olvidado sus
propias hazañas pasadas, esas que le habían garantizado al país la
democracia, la libertad y el desarrollo. Chávez le habló a la gente con
lenguaje llano (quizás tuvo la suerte de no tener otro) y se concentró
en los temas cotidianos.
Eran irrelevantes los desequilibrios macroeconómicos o la democracia y
la libertad de expresión. Era la vida dentro del rancho de Yubileizys
en Mamera, eran las cloacas que corrían por las aceras de Teolinda, era
la caminata de Jarol una hora diaria hasta la toma de agua en el tope
del cerro, eran los niños de la calle, era la dura vida de la mayoría
de los venezolanos la que Chávez usó como centro de su discurso, pero
sobre todo, la relación que construyó entre estos problemas y el sistema
político en poder.
Chávez puso en la mente de las mayorías la idea que su vida era mala porque les estaban robando lo que les correspondía.
Esto le fue fácil al contar con tres elementos: 1) Una población
llena de problemas, 2) un sistema político miope y 3) un liderazgo
carismático y disruptivo, que supo utilizar los símbolos básicos de la
población para conectarla y llenarla de esperanzas. Chávez ganó en
diciembre del 98 y se convierte en el presidente de los desposeídos,
apoyado al principio también por sectores progresistas que coincidían
con la necesidad de cambio.
La pregunta ahora es: ¿por qué luego de 14 años de un gobierno
mediocre, incapaz de resolver los principales problemas, con una pobreza
equivalente a la que recibió, con la infraestructura roída, las
carreteras destruidas, la inseguridad desbordada, la corrupción
galopante y una democracia chucuta, colonizada por la revolución, Chávez
termina con casi 70% de popularidad?
Es un tema multifactorial
La
popularidad de Chávez era una función de los recursos económicos con
los que ha contado, del control férreo de las fuentes de esos recursos y
su uso sin balance de poder, de las políticas asistencialistas, de las
expectativas de mejora que ha creado en la población más pobre, su
carisma en términos absolutos y relativos y el manejo de los símbolos
fundamentales de la población.
La conexión entre evaluación de gestión y liquidez monetaria real es
evidente. Chávez entró al poder en una crisis de precios petroleros,
pero lo hizo en su punto de inflexión y casi de inmediato comenzó a
vivir el impacto positivo del crecimiento.
Su popularidad comenzó a trastabillar en 2001, producto de la crisis
mundial y en ese periodo sus opositores logran sacarlo del poder por la
fuerza, al que regresó al tercer día por la incapacidad de sus
adversarios.
Luego de múltiples problemas con su conexión popular (30% en 2003),
los precios del petróleo se disparan y Chávez deja momentáneamente en
segundo plano su propuesta ideológica y se “adequiza” en términos de
gasto público. Pero va más allá del simple incremento de gasto.
Lanza
las misiones y logra la mayor cercanía con las masas (71% promedio de
popularidad en 2007) construida a través de dos elementos centrales: la
conexión emocional, al tocar la fibra de la gente más pobre y una
relación utilitaria que hasta hoy marca la pauta en la conexión
chavismo-masas.
El
uso de los recursos del estado por parte de Chávez no tiene límites. El
es el patrón de la hacienda y decide donde, como y a quién. Las leyes
son sólo formalismos irrelevantes que no entorpecen su objetivo central.
Con la excusa del interés en el pueblo, se brinca a la torera cualquier límite legal. No es un proceso integralmente democrático, pero sin duda es popular.
Construyen en dos años más casas que nunca y la gente se emociona y renueva las conexiones emocionales y utilitarias con él.
Pero esto no es todo. Chávez es un líder extremadamente carismático.
Genera pasiones. Su discurso va al corazón de las masas y logra que se
identifiquen con él. Si se compara con los otros líderes de chavismo u
oposición, su carisma es infinito.
Hace unos años iba en un taxi al aeropuerto. Comentaba con un cliente el reto que tenía enfrente: luego de haber escrito sobre las fortalezas y debilidades de los 4 líderes opositores que podrían aspirar la presidencia, me tocaba hablar de Chávez.
Un trabajo difícil porque cada crítica que hacía recibía un montón de
insultos de los radicales chavistas y cada cosa buena que dijera
generaba más insultos aún de los radicales opositores.
El taxista se volteó y dijo:
“Doctor, escriba usted lo que quiera, porque nosotros, el pueblo, sabemos cómo es la cosa. A mí, por ejemplo, me gusta el gobernador opositor de mi estado. Y criticó también la ineficiencia del gobierno central en resolver muchos de nuestros problemas. La inseguridad y el desempleo son muestra de eso. Pero cuando yo veo a Chávez en una cadena, no puedo evitar voltearme y decirle a mi mujer: Chica, puede que este tipo hable mucha paja. Puede que no resuelva los problemas del país, puede que su gente se esté robando unos reales…pero él es como yo”.
Ahí está quizás la razón fundamental de la impresionante conexión
popular de Chávez. No en el hecho de que la gente no reconociera sus
ineficiencias, sino que precisamente sus errores, ofertas fantasiosas y
uso de símbolos primitivos lo hacían cercano.
Gran paradoja. Chávez, el líder de la revolución, podría dejar un
epitafio similar al eslogan de campaña que hizo tan famoso a Jaime
Lusinchi: “Chávez es como tú”.