Lo primero que debemos evaluar es la posibilidad del reemplazo de
Hugo Chávez Frías, no como presidente de Venezuela, sino como aspirante a
ser un líder activo y fuerte para ejercer el rol de dirigente máximo de
la izquierda continental. También, si ese supuesto reemplazante estaría
en condiciones de ampliar esa hipotética conducción política para
ampliarse e influir en el ámbito internacional y ejercer un papel acorde
con esa ilusión. A la luz de los acontecimientos, todo indica que la
aspiración requiere no sólo carisma y audacia, sino también condiciones
externas que faciliten ese cometido pero, sobre todo, condiciones
internas que aseguren en Venezuela el éxito de una gestión ascendente,
poderosa y sin límites.
Como lo saben nuestros lectores, Chávez murió en La Habana al
concluir diciembre de 2012 y, a partir de entonces, bajo la conducción
cubana, se desató un juego que sería desopilante a no ser por el hecho
de que giraba en torno de un cadáver técnicamente muerto, utilizado
exclusivamente en función política y en la búsqueda de afianzar un poder
que estaba alterado por la enfermedad primero y la muerte finalmente
del teniente coronel del ejército venezolano. Su supervivencia
inventada, la falta de pruebas que facilitaran el menor atisbo de verdad
que justificaran las esperanzas de sus seguidores, alimentó una
expectativa plagada de desmentidos y disimulos de los que también
participó Cristina W. Fernández de Kirchner, convertida en una firme
aspirante a ocupar el puesto que Chávez deja vacante. Por eso visitó
este verano a La Habana como inicio de su reciente viaje internacional,
que le sirvió de excusa para obtener información directa de la verdadera
situación y la perspectiva para extender su actividad política. La
fotografía de su almuerzo con Fidel Castro resultó patética pues
permitió apreciar el grado de deterioro de este “comandante” que ya está
al borde de la muerte.
De todos modos, los esfuerzos cubanos por manipular la sucesión
apuntaron exclusivamente a afianzar las perspectivas del vicepresidente
Nicolás Maduro, un hombre carente de las capacidades dirigenciales del
muerto pero fiel a los intereses de los hermanos Castro y al esquema de
negocios de los que participan, especialmente en la importación del
petróleo que consume la Isla, que le llega prácticamente regalado: forma
parte del manejo político de un confuso proyecto”progresista” que le
resulta simpático a la presidente argentina. En el medio de este
embrollo signado por los fracasos económicos, cobró fuerza la cuestión
iraní, que por razones ideológicas y comerciales cuenta con el respaldo
cubano. Mientras las especulaciones crecían en torno de la salud de
Chávez y entretenían horas de televisión y páginas del periodismo
escrito, el cristinismo acordó con Teherán un acuerdo que facilitará a
los iraníes cerrar de una vez por todas las acusaciones de ser los
autores del terrible atentado contra la AMIA y la embajada de Israel.
Por demasiado conocido, no abundaremos en este tema, que forma parte
de las aspiraciones de Cristina W. para ocupar la vacancia chavista,
cargo que requiere una capacidad de gestión -y de recursos financieros
de los que carece- lo que abre dudas acerca del futuro de este escenario
caracterizado por pulseadas internas que por momentos se aprecian como
muy peligrosas. Por el momento, se vivirá un duelo político que
recurrirá a todas las manifestaciones sensibles que culminarán este
viernes durante y después del sepelio. Hasta anoche, el campeón de la
oratoria fue el presidente del Ecuador, Rafael Correa, quien pareció no
estar enterado que los primeros disparos provocados por las disidencias
internas, ya sonaban en las inmediaciones del Hospital Militar donde
estaría depositado el cuerpo ya frío del presidente muerto. A propósito,
fuentes serias de Caracas insisten en que el cadáver llegó ayer
mientras hablaba Maduro para dar la noticia, lo que habría puesto en
evidencia la serie de mentiras que se deslizaron desde las altas esferas
para lagrimear más tarde por lo que más concretamente consistía en un
vacío político en el que podía suceder cualquier cosa. Entre ellas, el
destape de algunas ollas sensibles que dejarían escapar algunos
escándalos.
Al respecto y en tanto abundaban expresiones como “la igualdad de los
pueblos latinoamericanos”, “el neoliberalismo no pasará” o se acusaba
al “imperio” de haberle inoculado a Chávez las cepas del cáncer que lo
fulminó, algunos otros papelones comenzaron a circular con algunas
revelaciones innecesarias, como la despedida de Nilda Garré, que lo hizo
con la consabida frase de “hasta la victoria siempre” (vieja
reminiscencia de la guerrilla derrotada), las mismas fuentes aportaron
más noticias expresivas de lo que con seguridad se producirá después del
entierro. Así, las mismas fuentes insistieron en que mientras Maduro
gritaba a voz en cuello que él debía ser el presidente “porque así lo
había querido Chávez”, a otros el dato los tenía sin cuidado pues
estaban dispuestos a imponer un gobierno por la fuerza en medio del
desorden que se acentúa con el correr de las horas. La mayoría de las
Fuerzas Armadas de Venezuela rechazan al marxismo y especialmente no
soportan la presencia de miles de castristas armados y ubicados en
puestos estratégicos de la estructura administrativa del país. Esto
explicaba esta madrugada la insistencia de Maduro en favor “de la unidad
por encima de todo” pero más claramente se entendía que el despliegue
de tropas obedecía básicamente a concretar el dominio territorial y
evitar cualquier pronunciamiento de los cubanos en esta emergencia.
Prácticamente y sin protocolo alguno, las expresiones de los
representantes militares durante el discurso de Maduro fueron
reveladoras de las tensiones que comienzan a vivirse y que sólo están
controladas (por así decirlo) gracias a la presencia de mandatarios de
otros países que llegaban para participar de las exequias. No obstante,
cerca de la una de la mañana, se aseguraba a través de distintos medios
que se encontraban ubicados en lugares clave de Caracas, que ya había
heridos y, entre ellos, una periodista que se expuso en una de las
desordenadas concentraciones que terminaron a los tiros.