OPINIÓN:
He manifestado en otras publicaciones que la disciplina, en cuanto se refiere a distintas actividades, es un concepto que puede prestarse a equívocos. Disciplina, por una parte, es doctrina, escuela, teoría, especialmente en lo que concierne a cuestiones morales, y por otra, disciplina es observancia de las leyes y ordenamientos de una profesión, de una actividad, y se aplica en especial a la milicia. De modo que en un ámbito puede interpretarse que disciplina es el fiel acatamiento a lo ordenado por un superior, y en otro terreno puede verse a la disciplina como consciente adhesión a principios, banderas y programas que se sostienen.
Cuando en política se habla de “disciplina partidaria” se ha de interpretar que se alude a la fidelidad que el militante de un partido debe guardar hacia los fundamentos partidarios, ya que los partidos ofrecen proyectos a los cuales sumarnos, no subordinaciones a acatar. Los partidos son un modo de aunar voluntades, no un mecanismo para suprimirlas ni reemplazarlas por ciegas sumisiones.
Los que ocupamos cargos públicos como resultado de unos comicios en los que fuimos sostenidos por un partido, debemos respeto y fidelidad a los ciudadanos que nos votaron. Entonces podría interpretarse como una deslealtad que abandonemos los principios partidarios y nos sumemos a otros con los que no nos comprometimos ante nuestros electores. También se nos ha votado -en alguna medida- conociendo nuestros antecedentes, nuestra conducta, nuestra manera de obrar, de modo que la ciudadanía tendría razón en reclamarnos disciplina si cambiáramos nuestros procederes. Pero no habiendo prometido al electorado que actuaríamos como resortes mecánicos, obedientes, dóciles, sin poner de nosotros mismos nada más que el sometimiento a la autoridad partidaria, mal puede pedírsenos esa sumisión en nombre de la disciplina.
El partido puede imponerles a sus afiliados mandatos concordantes con los principios generales que el partido sustenta, no directivas ajenas a las opiniones partidarias, y menos si son caprichosas, sin fundamentos lógicos. La disciplina partidaria no puede ponerse por encima de la lógica, de la moral, del acatamiento a la Constitución y a las leyes ni a las sanas formas de convivencia.
Los políticos, en momentos difíciles por el descrédito en que ha caído esta actividad de la que se resaltan nuestras faltas y caídas, debemos esforzarnos en mostrar a la ciudadanía que no somos sumisos instrumentos de una organización, sino ciudadanos que esforzadamente asumimos una tarea indispensable que -bien desempeñada- puede redundar en bien de todos.
No es el caso de la ministra de Desarrollo Social de Tucumán, Beatriz Mirkin, que renunció a su cargo un mes después de haber asumido, y volvió a ocupar su puesto como diputada nacional por unas horas para poder votar el memorándum de entendimiento con Irán por la causa AMIA.
El propio gobernador de Tucumán. José Jorge Alperovich admitió que Mirkin renunció como ministra por pedido del gobierno nacional para reasumir como diputada nacional y participar en la sesión prevista en la Cámara baja.
"Renunció porque la necesitaba la Nación para el quórum de la Cámara de Diputados y espero que luego reasuma el cargo", indicó el gobernador Tucumano en conferencia de prensa.
De esta manera, Mirkin renunció como ministra, viajó a Buenos Aires para reasumir como diputada y, un día después, volverá a jurar nuevamente como ministra de Desarrollo Social provincial.
Los legisladores, son responsables ante el pueblo que los ha elegido. Es cierto, sí, que hemos sido electos por mediación del partido, y en consecuencia interpretamos que debemos ser fieles a sus grandes principios, a sus programas políticos, a las normas de conducta a las que obliga un sano republicanismo, pero eso no significa que debamos actuar bajo una supervisión partidaria que en cada caso indique qué podamos hacer y qué cosas tenemos vedadas. Se nos ha elegido para legislar, no para ser sumisos mandaderos de una autoridad partidaria.
La disciplina implica una actitud necesaria para la mejor obediencia de las órdenes impartidas, por lo que es una virtud en niños escolares, en soldados bajo bandera, en todos quienes tengan como principal misión cumplir las instrucciones que se les dé. En gente grande, en un diputado y representante del pueblo, supuestamente con criterio propio, que debe tomar decisiones para la buena marcha del Estado, se aprecian la prudencia, la sabiduría, el estudio, la sensatez, la decencia, la integridad y muchos otros valores que honran a un hombre de bien. Decir de un legislador que es disciplinado, hasta parecería denigrante para el aludido. Que un dirigente, con indudable experiencia política, ponga la disciplina como el más alto ideal, parece ser una broma o un desprecio a las condiciones que debe reunir un verdadero legislador.
Los romanos a los que aspiraban u ocupaban cargos públicos los llamaron candidatus porque se presentaban candidus, es decir blancos, del color de la nieve, vistiendo una toga de ese color que simbolizaba la pureza de sus intenciones. Una toga indicadora de inocencia, ¿no quedaría bastante discordante en ciertas actitudes actuales?
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN
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