Hace 40 años asumió Campora a la Presidencia, ¿la Historia se Repite?
Se han cumplido hace unos días, los 40 años de la asunción de Héctor Campora como Presidente de la Nación, quien junto con el General Agustín Lanusse, fueron los principales responsables de la traición, no a Perón, ni al Movimiento Nacional Peronista, sino lo que es peor, al Pueblo y la Nación Argentina.
Los
dos contribuyeron para que los supuestos terroristas del ERP, FAR,
MONTONEROS y otros se infiltraran en el Partido Justicialista, como
también así en las Fuerzas Armadas, para provocar la División, destrucción y pelea entre Civiles y Militares, en una lucha entre hermanos con el lógico derramamiento
de sangre por ambas partes , cuyas heridas tardaran generaciones para
que se puedan cerrar y cicatrizar, con el solo fin de favorecer los intereses espurios y mezquinos de la Corona Anglo Sionista, que ha logrado su objetivo de DIVIDIRNOS PARA REINAR ESTA COLONIA, QUE VIENEN FORJANDO DESDE 1805/06.
Hoy, después de 40 años hemos recibido el escrito
de un Periodista que participó de dicho evento, con la narración de los
hechos ocurridos en España cuando Héctor Campora siendo Presidente lo
fue a Buscar al Tte. General Juan Domingo Perón, para que regresara
definitivamente a su Patria, tal periodista transmite
hechos puntuales que demuestran la insatisfacción de nuestro Conductor y
Líder ante el comportamiento inadecuado que había adoptado Héctor
Campora en su asunción de la conducción del Gobierno, al abrir y
permitir la salida de la celda de las Cárceles a los integrantes de
estas organizaciones
delictivas.
Indudablemente
después de su llegada a Ezeiza, la mala conducción del País, lo que día
a día venía ocurriendo, aceleraron de manera lógica la renuncia de Hector
Campora , que desde ya fue inducida por el Secretario General de la
CGT, José Ignacio Rucci, en una reunión en la que el Dr. Vicente Solano
Lima, como Vicepresidente de la Nación toma la iniciativa y decisión de renunciar al cargo, para allanar el camino en favor de la reconstrucción del País,
lo que provoco y dejo sin posibilidad de maniobra a Campora para seguir
en el Gobierno, con lo cual todos los integrantes del ERP,FAR, y
MONTONEROS que habían copado
el Gobierno de Campora quedaron descolocados y sin posibilidad de
maniobra, teniendo que dejar sus cargos, claro que esa jugada de Ajedrez no
fue gratis, recibieron el apoyo de Servicios de Inteligencia
extranjeros, para asesinar al Secretario General de la CGT José Ignacio
Rucci, dejando así un lugar muy difícil de cubrir, porque la HONESTIDAD; MORALIDAD Y LEALTAD, no es algo común y fácil de hallar en estos días.
Como corolario el Tte. General Perón se tuvo que hacer cargo por OBLIGACION y por tercera vez de la Presidencia de la Nación, debido a la TRAICION de HECTOR CAMPORA, ya que su objetivo no era ser PRESIDENTE, sino Conformar con los integrantes de los Principales Partidos Políticos un CONSEJO de NOTABLES con los cual trabajaría para desarrollar un PROYECTO NACIONAL,
donde ningún sector de la Sociedad se viera excluido y contribuyeran
con ideas claras y superadoras para el engrandecimiento y desarrollo de
la Nación Argentina.
Hoy, a 40 años parecería que la Historia se quiere repetir, aunque no está físicamente el Tte. General Perón, pero eso no es motivo
para que los argentinos y peronistas nos olvidemos de lo sucedido y
quienes fueron y son los responsables de la división y destrucción del
ser nacional y la Familia argentina, por tal circunstancia se pueden
llegar a plasmar las proféticas palabras que él nos transmitiera:
EL PUEBLO HARA TRONAR EL ESCARMIENTO, con los DIRIGENTES A LA CABEZA o con la CABEZA DE LOS DIRIGENTES.
Que Dios fuente de toda razón y justicia, ayude al Pueblo y la Nación Argentina para que sigamos existiendo como Nación.
M. U. N. I.
Carlos A. Díaz Busti
Presidente
GENTE Y LA ACTUALIDAD- 25 DE MAYO DE 1973–24 DE MARZO DE 1976
Comienza la ruptura. PERÓN VUELVE A LA ARGENTINA
(Clik sobre la foto, la amplía)
UNA CARA.
Cámpora, presidente, recibe en Madrid las llaves simbólicas de la
ciudad. Ha viajado para acompañar a Perón en su retorno definitivo.
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El
autor de esta crónica (una crónica de apuntes ya perdidos, de imágenes
borrosas, de memoria recuperada) salió de la Argentina apenas unos días
después del 25 de mayo de 1973 con una mezcla de esperanza y de
preocupación. La esperanza, común a todos los habitantes del país, de
que el proceso iniciado ese 25 de mayo fuera un proceso de orden, de
progreso, de paz, de grandeza.
La preocupación, lamentablemente no común a todos los habitantes del país, de haber asistido, en pocas horas, a hechos de vandalismo hasta entonces inéditos.
Poco días después, Madrid, hotel Gran Vía, donde había parado Cámpora en visitas anteriores a Perón. Y Casi enseguida, Puerta de Hierro. La calle Navalmanzanos desierta. El asfalto al rojo vivo bajo el sol desaforado del verano. Y una consigna de la Guardia Civil Española que custodiaba la puerta: “No acercarse. Esperar en la acera de enfrente”.
Adentro, en la quinta, ningún movimiento. En las siguientes 48 horas, un alud de periodistas frente a la puerta: españoles, franceses, italianos, brasileños, suecos, holandeses, alemanes, norteamericanos. Objetivo: entrevistar a Perón.
Pero la verdadera historia, la crónica secreta, lo que nunca se contó, empezó al medio día del 15 de junio, cuando Cámpora, su mujer Georgina Acevedo y una comitiva de sindicalistas, funcionarios y guardaespaldas llegaron al aeropuerto de Barajas.
El nuevo presidente venía a buscar al viejo presidente para acompañarlo en su regreso definitivo a la Argentina. Sonaba a fiesta, a triunfo. Sin embargo, bastaron pocas horas para que la máscara feliz cayera, rota y desteñida, y el peronismo mostrara su primera, honda, trágica figura.
Cámpora fue recibido por Franco con todos los honores. Hubo antiguos pendones reales a lo largo del camino, uniformes brillantes, caballos con los cascos lustrados y trompetas recién afinadas. El alcalde de Madrid puso en las manos de Cámpora la gran llave dorada de la Villa del Oso y del Madroño. Cámpora no pudo evitar unas lágrimas. Sin embargo, los periodistas, apretujados en el camión del Ministerio de Informaciones y Turismo, sabían ya que esas lágrimas respondían a otra emoción que nada tenía que ver con la reluciente ceremonia.
En vano había intentado Cámpora convencer a Perón de que asistiera al acto. Una excusa, la primera de una larga serie (“No me siento bien, estoy resfriado”), se le había estrellado en la cara como un cachetazo.
Esa noche, en el Palacio de la Moncloa, Francisco Franco recibiría a Cámpora y a Perón en una comida de gala. Cámpora tenía listo el traje, la banda presidencial, todo. Sin embargo, Perón ni siquiera había contestado la invitación. Casi desesperado, Cámpora subió a su largo y negro coche y enfiló rumbo a Puerta de Hierro. Detrás, los periodistas. Se abrieron los portones. Entonces, por unos segundos, los periodistas pudieron ver a Perón. Estaba sonriente. Calzaba zapatillas deportivas. Se había puesto un pantalón claro y guayabera colorada. En la cabeza un gorro de gran visera. Saludó con las manos en lo alto y se repantigó en un cómodo sillón de caña. Borrosa, detrás de una ventana, se la podía ver a Isabel Martínez. Los portones se cerraron. Sin embargo la Guardia Civil fue tolerante y permitió que los periodistas presenciaran la escena a través del mezquino espacio que había entre las rejas y la gruesa chapa de hierro que ocultaba la casa. Cámpora, de Jacques, con la banda presidencial cruzada sobre el pecho, gimiendo bajo el verano, tembloroso y vacilante, subió las escaleras de piedra y ya en el porche trató de abrazar a Perón. Perón le tendió la mano y lo miró con severidad.
Hablaron. Desde luego, los periodistas no pudieron escucharlos. Al cabo, Cámpora se quitó la banda presidencial y trató de ponerla en las manos de Perón. Perón la rechazó con un gesto que podría traducirse así: “Vamos A ver … Lo voy a pensar”. Unas palabras más, un saludo frío, media vuelta de Cámpora.
Otra vez se abrieron los portones y el coche largo y negro, a toda velocidad, se alejó hacia la carretera que lleva al centro de Madrid. Fue imposible abordar a Cámpora, preguntarle que había pasado. Pero la entrevista no había durado ni diez minutos, y los gestos fueron bien elocuentes.
La preocupación, lamentablemente no común a todos los habitantes del país, de haber asistido, en pocas horas, a hechos de vandalismo hasta entonces inéditos.
Poco días después, Madrid, hotel Gran Vía, donde había parado Cámpora en visitas anteriores a Perón. Y Casi enseguida, Puerta de Hierro. La calle Navalmanzanos desierta. El asfalto al rojo vivo bajo el sol desaforado del verano. Y una consigna de la Guardia Civil Española que custodiaba la puerta: “No acercarse. Esperar en la acera de enfrente”.
Adentro, en la quinta, ningún movimiento. En las siguientes 48 horas, un alud de periodistas frente a la puerta: españoles, franceses, italianos, brasileños, suecos, holandeses, alemanes, norteamericanos. Objetivo: entrevistar a Perón.
Pero la verdadera historia, la crónica secreta, lo que nunca se contó, empezó al medio día del 15 de junio, cuando Cámpora, su mujer Georgina Acevedo y una comitiva de sindicalistas, funcionarios y guardaespaldas llegaron al aeropuerto de Barajas.
El nuevo presidente venía a buscar al viejo presidente para acompañarlo en su regreso definitivo a la Argentina. Sonaba a fiesta, a triunfo. Sin embargo, bastaron pocas horas para que la máscara feliz cayera, rota y desteñida, y el peronismo mostrara su primera, honda, trágica figura.
Cámpora fue recibido por Franco con todos los honores. Hubo antiguos pendones reales a lo largo del camino, uniformes brillantes, caballos con los cascos lustrados y trompetas recién afinadas. El alcalde de Madrid puso en las manos de Cámpora la gran llave dorada de la Villa del Oso y del Madroño. Cámpora no pudo evitar unas lágrimas. Sin embargo, los periodistas, apretujados en el camión del Ministerio de Informaciones y Turismo, sabían ya que esas lágrimas respondían a otra emoción que nada tenía que ver con la reluciente ceremonia.
En vano había intentado Cámpora convencer a Perón de que asistiera al acto. Una excusa, la primera de una larga serie (“No me siento bien, estoy resfriado”), se le había estrellado en la cara como un cachetazo.
Esa noche, en el Palacio de la Moncloa, Francisco Franco recibiría a Cámpora y a Perón en una comida de gala. Cámpora tenía listo el traje, la banda presidencial, todo. Sin embargo, Perón ni siquiera había contestado la invitación. Casi desesperado, Cámpora subió a su largo y negro coche y enfiló rumbo a Puerta de Hierro. Detrás, los periodistas. Se abrieron los portones. Entonces, por unos segundos, los periodistas pudieron ver a Perón. Estaba sonriente. Calzaba zapatillas deportivas. Se había puesto un pantalón claro y guayabera colorada. En la cabeza un gorro de gran visera. Saludó con las manos en lo alto y se repantigó en un cómodo sillón de caña. Borrosa, detrás de una ventana, se la podía ver a Isabel Martínez. Los portones se cerraron. Sin embargo la Guardia Civil fue tolerante y permitió que los periodistas presenciaran la escena a través del mezquino espacio que había entre las rejas y la gruesa chapa de hierro que ocultaba la casa. Cámpora, de Jacques, con la banda presidencial cruzada sobre el pecho, gimiendo bajo el verano, tembloroso y vacilante, subió las escaleras de piedra y ya en el porche trató de abrazar a Perón. Perón le tendió la mano y lo miró con severidad.
Hablaron. Desde luego, los periodistas no pudieron escucharlos. Al cabo, Cámpora se quitó la banda presidencial y trató de ponerla en las manos de Perón. Perón la rechazó con un gesto que podría traducirse así: “Vamos A ver … Lo voy a pensar”. Unas palabras más, un saludo frío, media vuelta de Cámpora.
Otra vez se abrieron los portones y el coche largo y negro, a toda velocidad, se alejó hacia la carretera que lleva al centro de Madrid. Fue imposible abordar a Cámpora, preguntarle que había pasado. Pero la entrevista no había durado ni diez minutos, y los gestos fueron bien elocuentes.
Cámpora se había acercado a Perón y Perón lo había despreciado..
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Poco
después empezaron a llegar noticias a la vereda de los periodistas, vía
custodias, guardias, mucamos de la quinta. Cámpora le había rogado a
Perón que asistiera a la comida de gala en el Palacio de la Moncloa.
Perón se había excusado. Una excusa pueril: “Esta noche no puedo, vienen
unos amigos argentinos a comer”.
Para
muchos, el mayor signo de desprecio fue el atuendo con que Perón
recibió a Cámpora, Presidente de la Nación, delegado, amigo.
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Perón
sabía por información directa de su servicio de seguridad, que Cámpora
estaba por llegar, con coche del gobierno especial, vestido de gala y
con banda presidencial. Sin embargo no se tomó el trabajo de cambiarse
la guayabera y ni siquiera se sacó el gorro. Por otra parte, no asistir
al Palacio de la Moncloa implicaba un desdén a Franco, su amigo y
protector. La pregunta era obvia: ¿Por qué Perón había actuado así? No
tardó en saberse. Al
mediodía siguiente, pocos minutos después de que Isabel y López Rega
salieran juntos en un auto deportivo rojo, sin rumbo conocido, Cámpora y
Perón mantuvieron una entrevista de más de dos horas a puertas
cerradas. Cámpora salió de la quinta pálido y preocupado, mientras Perón
saludaba con las dos manos en alto a los periodistas, que no
abandonaban la guardia ni de día ni de noche. También
por trascendidos, aunque de fuente irreprochable, se supo lo que había
ocurrido en la entrevista. Perón, con tono durísimo, lo había fustigado
por los sucesos del 25 de mayo en la plaza y en la Rosada (cánticos
guerrilleros, incendios, saqueos, invasión), por haber aceptado dejarse
llamar “compañero presidente” en forma pública y sobre todo – esto, se
dijo, lo obligó a estrellar el puño contra el escritorio – por haber
recibido en
audiencia oficial, en la Casa de Gobierno, a los delincuentes
subversivos de FAR, FAP y Montoneros, que le habían agradecido la
liberación de los presos de Villa Devoto y Caseros y el posterior
decreto de amnistía.
Para Perón, Cámpora era un traidor.
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La
tragedia del peronismo (o una de sus tragedias) estaba ya desatada. Por
la noche, Cámpora, su comitiva y algunos residentes argentinos en
Madrid fueron a comer al restaurante “Tranquilini”, una parrilla que
está cerca de la quinta Puerta de Hierro. La comida fue copiosa y muy
abundante en vino. En un momento, el cantor Hugo Marcel empuñó la
guitarra, discurseó un rato y anunció que iba a cantar un tango que
había compuesto para celebrar la victoria del peronismo. “Se lo dedico
al compañero presidente”, dijo y arrancó. A las
pocas estrofas, que aludían previsiblemente a todo lo ocurrido en las
elecciones de marzo y repetían machaconamente los slogan peronistas. Cámpora inclinó la cabeza y se puso a llorar.
Se hizo silencio. Poco a poco, todos abandonaron el lugar. Los últimos
en salir, abrazados, fueron Cámpora, Rucci y el boxeador Gregorio
Peralta, que en esos días participó activamente de todos los actos.
Así
transcurrieron cinco días. Cámpora, presidente, amigo, delegado de
Perón, desesperado por conseguir de su jefe una audiencia, un gesto de
apoyo, una actitud cordial, corriendo de una punta a otra de Madrid y
cada vez más débil en su posición política.
|
Perón,
ex presidente y mandante de Cámpora, en su casa, sin rastros del
resfrío que le había servido como excusa, vestido de sport,
despidiéndose poco a poco de las autoridades españolas mientras el
personal de la quinta preparaba a toda velocidad las valijas.
Por
fin llegó el amanecer del 20 de junio, el día de la partida. A las seis
de la mañana, Perón de traje oscuro, camisa blanca y corbata azul entró
en el auto que debía llevarlo al aeropuerto de Barajas. Franco lo
despidió con
honores de presidente. Poco antes de subir al avión, el protocolo hizo
que Perón y Cámpora debieran estar juntos en la tarima alfombrada que
sirvió para que Franco leyera las palabras del adiós. Pero ni siquiera se miraron. Sus dos mujeres, Isabel Martínez y Georgina Acevedo, tampoco cambiaron una sola mirada cordial.
Fue una partida tensa, hosca, dramática. Perón subió la escalerilla y se hundió en la panza del avión mientras Cámpora, el último en entrar, seguía saludando con las manos en alto, como si nada sucediera.
Ya instalados, con el avión a punto de despegar, un funcionario de la diplomacia española le pidió a Perón una foto autografiada. Perón firmó con un marcador, pero la tinta resbaló sobre el papel brillante y se borroneó.
Fue una partida tensa, hosca, dramática. Perón subió la escalerilla y se hundió en la panza del avión mientras Cámpora, el último en entrar, seguía saludando con las manos en alto, como si nada sucediera.
Ya instalados, con el avión a punto de despegar, un funcionario de la diplomacia española le pidió a Perón una foto autografiada. Perón firmó con un marcador, pero la tinta resbaló sobre el papel brillante y se borroneó.
Entonces
lo llamó a Cámpora y le ordenó que le trajera un bolígrafo del saco,
que había dejado en la parte de atrás del avión. Cámpora obedeció en
silencio.
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Por
la noche, esa anécdota era la comidilla de la prensa extranjera. Era,
también, un símbolo de todo lo que había ocurrido entre esos dos hombres
en aquellos cinco días clave.
Al otro día, el autor de esta crónica y los demás periodistas recibieron dramáticas noticias por la televisión española. Algo grave había ocurrido en Ezeiza, Argentina, el día de la llegada de Perón. La televisión no aclaró la dimensión de la matanza. Pero una semana más tarde, cuando el autor de esta crónica llegó a su país, ya para conectarse definitivamente con la realidad – lejos Roma – lejos París – lejos Montecarlo – vio el bosque de Ezeiza quemado y yermo, como si miles de toneladas de bombas lo hubieran arrasado.
Recordó entonces todo lo ocurrido entre Perón y Cámpora a lo largo de esos cinco días, y comprendió fácilmente que le quedaba muy poco lugar para la esperanza. Los días que siguieron, los años que siguieron, le dieron la razón.
Al otro día, el autor de esta crónica y los demás periodistas recibieron dramáticas noticias por la televisión española. Algo grave había ocurrido en Ezeiza, Argentina, el día de la llegada de Perón. La televisión no aclaró la dimensión de la matanza. Pero una semana más tarde, cuando el autor de esta crónica llegó a su país, ya para conectarse definitivamente con la realidad – lejos Roma – lejos París – lejos Montecarlo – vio el bosque de Ezeiza quemado y yermo, como si miles de toneladas de bombas lo hubieran arrasado.
Recordó entonces todo lo ocurrido entre Perón y Cámpora a lo largo de esos cinco días, y comprendió fácilmente que le quedaba muy poco lugar para la esperanza. Los días que siguieron, los años que siguieron, le dieron la razón.
A los 40 años .