Verdades olvidadas en la consideración de la naturaleza
Toda la naturaleza nos habla de Dios y de la ley moral por el instituida por Él para el hombre.
Esta
es una verdad muy conocida, pero de la cual se hacen habitualmente sólo
aplicaciones unilaterales. La influencia del sentimentalismo nos lleva a
omitir los aspectos de la naturaleza que instruyen al hombre sobre la
belleza del coraje, de la audacia y todos los dos predicados, en fin,
que se debe poseer en la lucha, -y la lucha que, cuando dirigida contra
el mal, constituye un deber sublime. Y el liberalismo nos impide dar la
debida atención a todos los aspectos de la naturaleza que nos recuerdan
la propia noción del mal.
Ahora,
¡cuánto nos habla a este respecto de uno u otro modo el reino animal!
No es que los animales sean capaces de vicios o de virtudes. Ni que en
ellos pueda haber algún principio bueno o malo que trascienda de
cualquier forma su naturaleza de simples animales. La serpiente, por
ejemplo, es una criatura de Dios absolutamente tan buena cuando el
cordero. Esto no obstante, la primera, por una serie de riquísimas
analogías, por su falsedad, por su nocividad para el hombre, por su
marcha arrastrándose y su poder de seducción, es utilizada como símbolo
adecuado de la villanía y de la maldad, habiendo el demonio hablado a
Eva a través de ella; y el cordero, también por una serie de analogías
riquísimas, por su blancura, por su mansedumbre, por su inocencia, es
tenido como símbolo adecuado de Nuestro Señor Jesucristo y del
cristiano. Los animales, todos igualmente buenos como obras de Dios, nos
instruyen sobre el bien y el mal, para que amemos a aquel y odiemos a
éste. Pero en todo caso son meros animales.
Perdóneme los lectores
por la banalidad de esta última afirmación. Hoy en día la confusión de
los conceptos es tal, que es siempre mejor decir que el agua es agua y
no pólvora o granito, cuando se encuenta a alguien que se va a tomar un
vaso de agua…
Este halcón, que baja majestuoso sobre un conejo que
huye aterrorizado, nos hace sentir la fuerte y noble belleza de la
lucha, porque es un admirable símbolo de las virtudes del guerrero:
calma, fuerza, agilidad y precisión. Se mueve en el aire con un
equilibrio, con una facilidad tal, que se diría que la ley de gravedad
no existe para él. Su velocidad está proporcionada de tal manera al
conejo que lo alcanzará forzosamente. Sus garras poderosas ya están
abiertas, su pico también, pero en el auge del ataque mantiene su
altanería, simbolizada de modo admirable por las alas noblemente
abiertas en un vuelo que se diría idealmente sereno.
¡Ay!, dirá un
sentimental. ¿Será lícito que el halcón ataque al pobre conejito? No se
irrite demasiado ese sentimental, ni con el halcón, ni con nuestra
respuesta: es por voluntad de Dios que los animales se comen unos a
otros. Y que los halcones comen conejos… No se debe ver a un animal que
devora a otro como se vería a un antropófago.
Dios,
que manda que los hombres se amen mutuamente, manda en este valle de
lágrimas a los animales que se devoren recíprocamente, y nos permite que
comamos animales. Y con esto enseña a los hombres que ellos son
inconmensurablemente más que simples animales.
Dios no es igualitario… Otra gran, muy gran lección.
¿Habrá
algo que nos haga sentir mejor el horror de la ambición, del orgullo,
de la falsedad, que la “fisonomía” de la segunda foto? La “frente” baja y
aplastada, la posición “orgullosa” de la cabeza, la mirada fría y
“desalmada”, la boca desdeñosa, el pico curvo y agresivo, una movilidad
terrible que parece toda a hecha para atacar, todo en fin produce horror
en este buitre.
¿Horror de que? Del mal moral, que nos aparta de Dios.
A
un liberal no le gusta pensar en esto. Y es porque muchos hombres no
son propensos a admitir la existencia del mal, que Dios los instruye por
medio de símbolos como éste.
Y así, al considerar la naturaleza, se aprende a no ser sentimental, ni liberal.
Plinio Corrêa de Oliveira, Ambientes, Costumbres, Civilizacione