La resurrección de Kunta Kinte (Raíces)
La semana que pasó se registró un hecho que puso en evidencia uno de
los problemas más graves que tiene el gobierno. Nos referimos al
episodio de la carta-telegrama del Papa y a la serie de “malentendidos”
en torno al mismo.
Más allá de cómo se dieron las circunstancias, se ha dicho que en
cualquier otro país hubiera resultado apenas una anécdota. Acá no fue
así, claro que la nacionalidad del Sumo Pontífice influye, pero lo
notable del caso ha sido la inmediata falta de credibilidad en la
palabra oficial.
Aún cuando salieron del Vaticano a confirmar su veracidad – y más
allá de las internas que pueda haber delante o detrás -, la aparición de
Oscar Parrilli dando crédito a la autenticidad no cumplió su cometido.
No se le creyó o al menos quedó la duda sobrevolando.
Pues bien, en esa duda o en ese escepticismo de la sociedad se apoya
el “fin de ciclo”. En el 2015 el kirchnerismo se acaba por la simple
razón que ya no se le cree más nada. Horas después del bochorno
epistolar, la jefe de Estado asistía al Tedeum en la Catedral, con una
puesta en escena que no dejaba margen a lo real.
Vestida de punta en blanco, Cristina pretendía dar la imagen de la
hija prodiga que vuelve arrepentida al hogar… Pretendía no más. Al rato,
la mandataria estaba bailando en Plaza de Mayo con una actitud
singularmente distinta, con una oratoria polémica, en el contexto de un
circo amorfo y patético para celebrar una fecha como esa.
Lo distintivo quizás sea que Cristina ya no habla horas como antes.
Últimamente sus alocuciones son más breves. Cambió la duración, no la
forma y mucho menos el fondo. A tal punto que ella misma pidió disculpas
si no gusta su tono de voz.
Y es que la Presidente no habla, grita, y hay pocas cosas que marcan
más la debilidad de una autoridad, que elevar el tono de voz. Nadie
alcanzó la categoría de estadista ni de gran líder de la historia,
gritando cuando la ocasión no lo amerita.
El alarido revela nerviosismo, falta de confianza en uno mismo y poca
convicción en lo dicho máxime cuando la tecnología te ofrece múltiples
variantes para que hablando normalmente se escuche en un radio de acción
grande.
Es como si se tratara de convencer a sí misma. Y no era ya la
Cristina del mediodía, emocionada y modosita. O lo era sí pero en otro
rol, como pasa con los artistas. No hay arrepentimiento, ni conversión
ni mucho menos intención de cambiar el rumbo de las cosas. De aquí en
más se puede esperar lo mismo que sucedió en los últimos once años de
gestión.
El discurso en Plaza de Mayo no fue conciliador aún cuando haya
mencionado el diálogo. Porque ese diálogo ha sido anunciado un sinfín de
veces sin que se haya concretado. De hecho, se engañó a toda la
dirigencia política cuando Florencio Randazzo convocara, después de las
legislativas del 2009, y ni hablar de lo inútil que resultó cada llamado
a dialogar cuando los Kirchner erigieron como enemigo al campo.
Cristina el pasado domingo “marcó la cancha”. Nada más. No puede
dialogar por la simple razón que no escucha y ese tipo de sordera,
voluntaria y maniquea, enmudece inexorablemente. La Presidente sólo
decide y su decisión es siempre un acierto, de no ser así hay un
culpable afuera que puso palos en la rueda.
¿Cuándo se rectificó de algún error? Desde 2003 todo se ha hecho
bien. El 2003 fue una gesta patriótica y Néstor pasó a ser el prócer de
este ahora. Esa es la religión política impuesta en Balcarce 50.
Este 25 de Mayo no flameaban banderas celestes y blancas auténticas,
en la plaza. No se aludió a ninguno de los hombres de aquel Mayo
supuestamente festejado. El Gato, el Pericón y las zambas fueron
reemplazadas por el rap y “reggaeton”, las escarapelas por las siglas
del sindicato que convocó. Las imágenes reflejadas en las ventanas de la
Casa Rosada mostraban a Cristina, Néstor y Perón.
Lo mismo sucederá el 20 de junio cuando la mandataria vuelva a
postergar a Manuel Belgrano porque las únicas hazañas son las de ellos
en los últimos diez años. Y el 9 de Julio, gracias si es un fin de
semana largo de modo que nadie, ni ella misma, reparará en ningún
aniversario patrio. La independencia es la de “los pibes para la
liberación”, no la de 1816 sino la del FMI o la del Club de París aunque
ahora este el ministro de Economía de rodillas allí.
Laprida, Paso, Anchorena, Sánchez de Bustamante, Darragueira,
Medrano, Gascón y tantos otros, hoy son apenas calles de algún barrio
más o menos paquete según su ubicación. Pero el gobierno no es el único
responsable del vaciamiento de costumbres y tradiciones. La sociedad
cooperó con creces a esa “gesta” que nos tiene hoy sin identidad, sin
cultura, sin educación escuchando como las publicidades nos dicen que en
15 días -como empieza el Mundial-, seremos mejores, más hermanos, más
argentinos, más apasionados.
Un poco de vergüenza debería darnos…
Lo cierto es que esa estrategia de cambiar la historia no es gratuita
ni fue casual. Fue el plan sistemático de este gobierno que cortó de
raíz el país próspero que eligieron nuestros antepasados y vació ese
ayer de verdaderos héroes patrios. Y ya se sabe que sin raíces nada
crece, por el contrario, sin raíces el árbol muere.