viernes, 23 de mayo de 2014

Santiago Apóstol y la Hispanidad

Santiago Apóstol y la Hispanidad 

– Por Carmen Rodríguez


  España honra como a su Santo Patrono y Caudillo a Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo, primero de los Apóstoles que derramó su sangre por la Iglesia naciente y también el primero en llevar el Evangelio a la Hispania, esa tierra que el geógrafo griego Estrabón definió como una gran piel de toro tendida en la extremidad del Occidente, entre los montes de los Pirineos y las columnas de Hércules, frente al Océano tenebroso inexplorado.
  No en vano Santiago era “hijo del trueno”, no en vano poseía el carácter bravío que le llevó a pedir a Jesús el castigo del fuego para el pueblo samaritano que no quiso escuchar la Palabra.
  Santiago será llamado a evangelizar a esa “piel de toro”, a esa España como él áspera y bravía, España indomable que se constituiría más tarde en la defensora de la Cristiandad, la que soportará durante ocho soglos la arremetida salvaje del invasor musulmán, para permitir con su agonía la vida del Occidente Cristiano. “España evangelizadora de la mitad del orbe, España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma…” no solo va a recibir la Luz de la Fe por el Apóstol, sino que también va a gozar de su protección visible en los momentos más difíciles de su historia.
  Alrededor de cincuenta y siete apariciones se cuentan de Santiago para dar la victoria a las armas españolas, en igual número de batallas. De todas ellas la aparición del Apóstol en Clavijo es celebrada por la Iglesia que la conmemora el día 23 de mayo.
  Ocurrió cuando se iniciaba la Reconquista en la Península: Don Ramiro I, Rey de Asturias, entabla combate con los musulmanes en los campos de Iregua, Rioja, pero la suerte es propicia a las huestes de Abderramán, debiendo el ejército cristiano replegarse y buscar refugio en el castillo de Clavijo. Es en esa noche, preñada de tristeza y de desesperanza cuando Santiago se aparece a Don Ramiro y le promete la victoria sobre el infiel. Al amanecer el Rey convoca a sus hombres y les hace saber la promesa recibida. Cuando llega la hora de enfrentarse al musulmán al grito de “¡Santiago y Cierra España!”, ven aparecer traspasando las nubes al Apóstol, montado en brioso corcel blanco, enarbolando en su mano izquierda una bandera que ostenta la cruz bermeja, y en la diestra fulgente espada con que se abre paso, sembrando la muerte y la confusión entre los enemigos.
  Los ejércitos hispanos depositaron siempre su esperanza en la victoria por la mediación del Santo Apóstol, y nos cuentan las crónicas que los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel hacían ondear el estandarte de Santiago en el sitio más alto de la plaza conquistada precediendo siempre éste al pabellón de Castilla.
  Era el espíritu de Santiago el que alentó la última y gloriosa Cruzada. Era su espíritu bravo e indomable el que sostenía el brazo del humilde requeté o el del falangista en la lucha. Era su espíritu el que quedó palpitando en el último y desgarrado “¡Arriba España!” de José Antonio, cuando en la fría madrugada de Alicante los fusiles sellaron labios que por haber dicho todo en esta tierra solo podían abrirse nuevamente en el Cielo.
  Pero el hijo de Zebedeo, el que mereció que la Ssma. Virgen lo visitara en carne mortal a orillad del Ebro, no limita su protección a la España sino que la extiende a toda la Hispanidad.
  La Hispanidad es el conjunto de pueblos que han sido conquistados por España, que de ella han recibido la Fe y la lengua, la dulce lengua de Fr. Luis, y que con ella tienen “un destino común universal”:

“Hispanidad es Acero
Del Apóstol Conquistador.
Espada que acaba en flor.
Hispanidad es Santuario
Cimentado en un Pilar
Que nadie podrá borrar.
Hispanidad es Castillo
En que defiende un león
Patria, Honor y Religión”.

  “España, nos dice José Antonio, no se ha justificado nunca sino por el cumplimiento de un universal destino…”, y también: “España no se justifica por tener una lengua ni por ser una raza, ni por ser un acerbo de costumbres, sino que España se justifica por su vocación imperial…”. Vocación Imperial que la hace aún más grande que Roma, pues como dice el Cardenal Gomá y Tomás: “Roma hizo pueblos esclavos, y España les dio la verdadera libertad. Roma dividió al mndo en romanos y bárbaros; España hizo surgir un mundo de hombres a quienes nuestros reyes llamaron hijos y hermanos. Toma levantó un Panteón para honrar a los ídolos del Imperio; España hizo del Panteón horrible de esta América un Templo al único Dios verdadero. Si Roma fue el pueblo el de las construcciones ingentes, obra de los romanos hicieron los españoles en rutas y puentes que al decir de un inglés, hablando de las rutas andinas, compiten con las modernas de San Gotardo; y si Roma pudo concentrar en sus códigos la luz del derecho natural, España dictó este cuerpo de las seis mil leyes de las Indias, monumento de justicia cristiana en que compite la grandeza del genio con el corazón inmenso del legislador”.
  La misión de España y de la Hispanidad ayer, hoy y siempre será la de significar a Cristo entre los pueblos y la de luchar para que Él reine y su reinado sea conocido y amado.
  Cada Pueblo tiene una vocación especial asignada por Dios. La nuestra es ésta, la del combate.
  En este momento se podría definir como la “hora y el poder de las tinieblas”, cuando todos los pueblos de la Europa cristiana se empeñan por marchar por caminos que los llevan a la rutina porque se alejan de Dios, queda como un baluarte la Hispanidad. Desde allí debemos iniciar nuestra Reconquista. Tenemos para ello la ayuda de la Ssma. Virgen, la que tomó posesión del solar hispano plantado en el suelo zaragozano el mojón de su Santo Pilar, tenemos también la ayuda de Santiago el Caudillo de la Hispanidad que como a Ramiro de Clavijo nos alienta al combate y nos asegura la Victoria.

Carmen Rodríguez
Revista Roma Julio de 1969 – Año III – N° 10 – Buenos Aires.

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