HOLOCAUSTO: LA GRAN MENTIRA DEL SIGLO XX
HOLOCAUSTO
LA GRAN MENTIRA DEL SIGLO XX
Original de La Asociación de Antiguos Aficionados a los Relatos de Guerras y Holocaustos (AAARGH)
El cargo más grave que se hizo a los líderes nazis fue el de haber cometido “crímenes contra la humanidad”; en otras palabras, ejecuciones de judíos. La parte acusadora, o sea los mismos israelitas, calcularon en seis millones el número de ejecutados. Una cantidad tan grande de fusilamientos es incuestionablemente injustificada, pero el delito no se configura con el simple dicho del acusador. Para probarlo se hubiera requerido el trabajo de un tribunal imparcial y de una investigación que no fuera practicada por los mismos acusadores, máxime cuando esos acusadores exageran siempre todo suceso que tienda a favorecerlos. Frecuentemente llegan incluso a desprestigiar como victimarios a quienes en realidad son víctimas de ellos.
Un gran
sector de abogados británicos, por conducto de la revista “The
Solicitor”, de junio de 1946, hizo la siguiente observación: “Cuando un
hombre insiste en ser juez de su propia causa hay que suponer
inevitablemente que ésta no resistirá a la investigación. ¿No sacará la
posteridad esta conclusión respecto a los juicios de Nuremberg?”.
Antes de
la guerra sólo había 600,000 judíos en Alemania. Y una vez terminada la
contienda aún había tantos que pudieron asumir innumerables puestos
públicos, montar tribunales de “desnazificación” y ocupar cargos
directivos en el comercio, en la industria, en la banca y en general en
todas las actividades públicas. Después de la guerra, la agencia
noticiosa “France Press” informó cómo millares de judíos asistieron en
Munich al entierro de Philipp Auerbach. Y en toda la prensa (incluso la
israelita) se publicó asimismo cómo en el pequeño poblado alemán de
Bielfeld una multitud de hebreos se opuso a la exhibición de una
película interpretada por Weit Harlam, debido a que años antes éste
había filmado una cinta anti-judía. De igual manera fue del dominio
público que apenas el Dr. Eberhard Stern formó en Berlín un partido
nacionalista, millares de judíos brotaron por doquier para asaltar su
casa y protestar en contra suya. Todo esto sin contar las decenas de
miles de israelitas que al terminar la contienda emigraron de Alemania a
Palestina, a Estados Unidos y a otros muchos países, inclusive México.
Si antes
de la guerra había sólo 600,000 judíos en Alemania; si al terminar la
contienda su número era tan considerable que hacían sentir su influencia
en todas partes, ¿cómo pues, se explica la ejecución de seis millones
de israelitas?… ¿Se trataba acaso de una mágica resurrección?…
Una
parcial explicación de estos misterios aritméticos, consiste en que los
alemanes ejercieron dominio temporal sobre diversos países europeos en
los que había judíos. Pero es el caso que en cada uno de esos países
también se repitió el mismo prodigioso milagro de la resurrección.
Apenas los ejércitos aliados penetraron en Francia, surgieron por todas
partes los “ejecutados” israelitas y se encumbraron de nuevo en la
política y las finanzas: Marie Claude, Vaillant-Couturier y Pierre
Villain lograron hacerse diputados y junto con Madeleine Braun (también
judía) encabezaron una nueva corriente prosoviética. Y apenas el
ejército judío-bolchevique penetró en Rumania, Checoslovaquia y Hungría,
surgieron israelitas por todas partes para hacerse cargo de la nueva
administración pública marxista, de la alta estructura de las finanzas,
de la industria y del comercio.
Antes de
la guerra sólo había 6 millones de judíos en toda Europa, y de haber
sido asesinados seis millones, no habría quedado ninguno, lo cual es
absolutamente falso. En todos los países las tropas aliadas encontraron
numerosas colonias de israelitas y a otros muchos se les libertó de los
campos de concentración. Aun antes de que terminara la contienda, a
fines de 1944, Himmler accedió a que emigraran a través de Suiza 1,200
hebreos semanariamente, y el 19 de abril de 1945 (antes que terminara la
guerra) Norbert Masur, del Congreso Mundial Israelita, llegó a Berlín a
gestionar ante Himmler que los judíos detenidos no fueran cambiados de
campamento, a fin de evitarles posibles represalias durante su
translado.
El
cuento de los 6 millones de judíos muertos comenzó a ser fabricado por
el israelita Poliakov, partiendo de las declaraciones del Dr. Wilhelm
Hoettl y de Dieter Wisliceny, quienes dieron informes sobre
evacuaciones, emigraciones, decrecimiento del judaísmo europeo, etc..
Poliakov barajó estos términos y a todos les dio la acepción de
“liquidación”. Echó a rodar la bola y luego otros le fueron agregando
dramáticos retoques. Los comisarios judíos soviéticos capturaron el
campo de Auschwitz y hablaron de 4 millones de judíos muertos con gas,
lo cual es falso porque meses antes la Cruz Roja internacional había
visitado ese campo y no existía tal exterminio ni cámaras de gas. Pero
el embuste fue difundido mundialmente por las agencias internacionales
de prensa (controladas por el judaísmo) y coreado por películas
filmadas, documentales amañados, panfletos, libros, etc.. David Rousset,
en Francia, y Eugen Kogon, en Alemania, dramatizaron la “liquidación de
los 6 millones”. El comunista húngaro Miklos Nyizli inventó la
“confesión” del Dr. Mengele, y después de que fue ejecutado Rudolf Hoess
(comandante del campo de Auschwitz, no confundir con Rudolf Hess) se
inventó su “confesión” sobre las matanzas y se tradujo a todos los
idiomas para “confirmar” en el mundo entero lo de los “6 millones de
liquidados”. (A esta lista hay que agregar en 1994 la amañada cinta “La
Lista Schlinder” del productor y director judío Steven Spielberg.)
Todo
esto tiene por objeto desplegar una enorme cortina de compasión hacia
los judíos para encubrir los móviles políticos de sus jefes
internacionales, empeñados en una lucha total contra el mundo no judío. Y
como ganancia extra (cosa muy importante) el Estado de Israel se basa
en este cuento para cobrarle a Alemania las indemnizaciones que ha
venido exigiendo. En 1998 éstas importan más de 100,000 millones de
dólares. Ningún otro país ha hecho negocio con sus muertos, ni menos con
sus “muertos vivos”. (Aquí es importante agregar que al enterarse de
que Alemania iba a indemnizar a “sobrevivientes del holocausto”, miles
de judíos que jamás pisaron un campo de concentración se tatuaron
números en los brazos para obtener el dinero).
Para
elaborar el mito de los 6 millones de judíos muertos (todos los que
habitaban en Europa) no se omitieron trucos. Por ejemplo, un bombardeo
aliado había devastado la población alemana de Weimar, poco antes de que
terminara la guerra, y eran tantos los muertos que el jefe de la
policía, Walter Schmidt, optó por incinerarlos, de lo cual tomó fotos.
Pues bien, esas fotos de alemanes muertos por los aviones aliados fueron
luego exhibidas como si se tratara de israelitas asesinados. En Munich
ocurrió algo parecido y el arzobispo y cardenal Faulhaber atestiguó que
los cadáveres encontrados por los aliados en el crematorio de Dachau no
eran de judíos, sino de alemanes muertos en el bombardeo de la ciudad.
Agregó que en Dachau nunca existieron cámaras de gas, como ahora se dice
que las hubo.
Por su
parte, el abogado Stephen F. Pinter, de St. Louis, Mo., estuvo seis años
en Alemania como funcionario del Departamento de Guerra de Estados
Unidos, comisionado para investigar lo de los campos de concentración, y
afirma que lo de las cámaras de gas para matar judíos carece totalmente
de fundamento; en cuanto a los hornos crematorios, no eran para
exterminar a nadie, sino para cremar cadáveres. Mr. Pinter agrega que él
fue la primera autoridad aliada que recibió el campo de concentración
de Flösenburg y precisó que ahí no habían muerto más de 200 personas,
pero meses después se enteró con sorpresa que estaban celebrándose
ceremonias en Flösenburg para honrar a los “tres mil exterminados”.
El
doctor judío Benedikt Kautsky, que estuvo internado en Auschwitz y en
otros campos, dice: “Yo estuve en los grandes campos de concentración de
Alemania. Pero, conforme a la verdad, tengo que estipular que no he
encontrado jamás en ningún campo ninguna instalación como cámara de
gaseamiento”. (“La Mentira de Ulises”.- Por Paul Rassinier, antiguo internado en campos de concentración.)
Solamente
si se admite la creencia de que el judío es el elegido para dominar el
mundo, y de que esa hipotética superioridad le permite multiplicarse en
la tumba, puede aceptarse que durante la guerra perecieron seis millones
de judíos, pues la inmensa mayoría de ellos vive ahora (1953, año de la
1ª edición de este libro) en Europa, en América y en la Palestina
ocupada.
Es tan
decidido el interés de mantener el mito de los seis millones que en
Alemania se incurre en el “delito de opinión” si se niega el
“holocausto”. El general Otto Ernst Remer fue condenado el 26 de
noviembre de 1986 a tres meses de cárcel y a una multa por decir que tal
cosa era falsa. Y en Francia el líder Jean Marie Le Pen fue multado por
afirmar que no había habido las famosas cámaras de gas (Sep. 24 de
1988).
Por otra
parte, es rigurosamente cierto que muchos judíos fueron muertos o
ejecutados, pero se omite decir que eran miembros de grupos sin uniforme
y sin bandera, que a retaguardia de las líneas organizaba sabotajes,
conspiraciones, espionaje y asaltos sorpresivos. Este encubierto sistema
de combate ha sido siempre sentenciado en todos los países del mundo a
la máxima pena de la ejecución. Es un principio de ley internacional que
todo aquel que combate sin uniforme y sin insignias se priva
automáticamente de garantías en el caso de caer prisionero.
Los
escritores Goldsmith, Marik, Buch y Ruszicka han relatado cómo sus
congéneres organizaban saboteadores a espaldas de las líneas alemanas en
la URSS. En su barrio de Bialystock organizaron un gran levantamiento
que empezó el 16 de agosto de 1943, encabezado por el líder judío
comunista Daniel Moskovicz y por Mordechai Tanenbaum, dirigente del
hechalutz. (“Prensa Israelita”, 2 de abril de 1964).
El
periodista Edwin Hartrich reveló el 26 de febrero de 1948 que un
tribunal militar norteamericano acababa de contradecir el principio
básico en que se basaron los procesos de Nuremberg. El nuevo tribunal
dictaminó que “los soldados alemanes eran víctimas de ataques por
sorpresa, hechos por un enemigo con quien no podían batirse en combate
abierto. Era práctica común la emboscada a las tropas alemanas. A menudo
los soldados alemanes eran capturados, torturados y muertos. La mayoría
de las fuerzas subterráneas no cumplían con los reglamentos de la
guerra y por lo tanto carecían de todo derecho a ser tratados como
beligerantes… Los miembros de estos grupos ilegales (añadió el tribunal
militar norteamericano radicado en Francfort) no tenían derecho al
privilegio de ser tratados como prisioneros de guerra al ser capturados,
y en consecuencia los alemanes no pueden ser acusados de ningún crimen
por haberlos fusilado”.
Añadía
el tribunal que la ejecución de quienes combaten sin uniforme era
practicada por muchas naciones, inclusive la Gran Bretaña, los Estados
Unidos, Francia y la URSS. Tanto así que el reglamento de guerra en
tierra, del ejército norteamericano, establece como ilegales los actos
de resistencia realizados por individuos “sin emblema, distintivo o
uniforme por el cual pueda reconocérseles a distancia, ni porten sus
armas abiertamente ni luchen de acuerdo con las reglas bélicas
universalmente aceptadas”. Tal era el caso de millares de fanáticos
judíos que luchaban secretamente, como que de todo secreto han hecho un
arte inimitable en los últimos cuatro mil años, desde que desafiaron el
poder de los faraones. En realidad el movimiento político judío podría
ahora proclamar con orgullo la temeridad de sus encubiertos combatientes
de Europa, pero sin duda alguna le conviene más presentarlos como
pasivas víctimas de una “inexplicable e incoherente furia hitleriana”.
Otra
acusación contra los alemanes se refería a la ejecución de rehenes. Este
procedimiento, como medida represiva contra los ataques encubiertos de
combatientes no uniformados, se halla previsto asimismo en el artículo
358 del reglamento de guerra norteamericano, y en los artículos 453 y
454 del código de justicia militar británico. Se acusó a las tropas SS
alemanas de ejecutar a 10 rehenes por cada soldado alemán asesinado a
mansalva, pero es el caso que los franceses tenían una cuota de 25 a 1, y
los estadounidenses de 200 a 1.
El Dr.
Judío Listojewski publicó en la revista “The Broom”, de San Diego, Cal.,
el 11 de mayo de 1952: “Como estadístico me he esforzado durante dos
años y medio en averiguar el número de judíos que perecieron durante la
época de Hitler. La cifra oscila entre 350,000 y 500,000. Si nosotros
los judíos afirmamos que fueron seis millones, esto es una infame
mentira”.
Aparte
de los que fallecieron de muerte natural, de los ejecutados por espiar o
sabotear y de los muertos en francos levantamientos armados en la
retaguardia alemana como el de Varsovia, también es cierto que a veces
ocurrieron crueles abusos contra rehenes israelitas. Las propias
autoridades nazis descubrieron uno de esos abusos en 1944 cuando el juez
Morgen, de la SS, comprobó que en el campamento de Bunchenwald habían
sido asesinados numerosos judíos por el comandante Koch, que
inmediatamente fue procesado y fusilado por las mismas autoridades
nazis, en tanto que otros funcionarios quedaron presos. En la mentada
película “La Lista Schlinder” se muestra al comandante Amon Goeth, que
efectivamente maltrataba a los judíos (aunque no con la exageración con
que se muestra en la amañada cinta). Lo que no se dice en ese filme es
que dicho comandante fue encarcelado por las mismas autoridades alemanas
por maltrato a los judíos y estaba esperando juicio al terminar la
guerra.
Abusos
semejantes fueron poco después descubiertos cerca de Auschwitz, al
parecer solapados por el jefe de la policía Kaltenbrunner, y se les puso
coto en octubre de 1944. Sin embargo, hasta los que morían de muerte
natural están ahora considerados como víctimas del nazismo.
Pero lo
de las cámaras de gas y la liquidación de 6 millones de judíos es un
recurso publicitario, un fantasmón contra todo intento de poner en claro
los móviles ocultos del movimiento político judío. (El mismo objeto
tienen las grandes campañas psicológicas de prensa, como la desplegada
acerca del ex coronel Eichman, secuestrado en Argentina por agentes del
sionismo internacional, incomunicado en la Palestina ocupada y ahorcado
sin un juicio imparcial; y como la espectacular maniobra publicitaria
del teatro contra el Papa Pío XII, “El Vicario”.)
Naturalmente
que al tratar esto en Nuremberg sólo era una voz la que privaba y una
versión la que se oía. En otros muchos juicios menos conocidos se
utilizó hasta la violencia contra los acusados para sacarles
“confesiones” , y esto dio origen a una investigación realizada por
estadounidenses. El juez Edward Le Roy van Roden, jefe de una comisión
investigadora, denunció el 14 de enero de 1949 “los salvajes métodos
empleados por los agentes fiscales aliados… apaleamientos y puntapiés
brutales; dientes arrancados a golpes y mandíbulas partidas”.
Este
juez (uno de cuyos hijos es aviador y estuvo prisionero en Alemania)
acusó en particular a los fiscales del tribunal aliado de Dachau, que
condenó a muerte a numerosos prisioneros alemanes.
Y así
como los ahorcamientos de Nuremberg fueron un símbolo de la venganza
judía, la prisión de Spandau, en Berlín, es otro símbolo de que esa
venganza arde como una lámpara votiva. Allí estuvieron presos, durante
períodos de diez a veinte años, Walter Funk, Ministro de Economía;
Baldur von Schirach, jefe de las juventudes hitlerianas; Albert Speer,
cuyo “delito” había sido elevar la producción de armamento, y otros
jefes del Gabinete.
Von Schirach y Speer salieron en 1966 y quedó solitario Rudolf Hess, nazi número 3 que voló a Inglaterra a ofrecer la paz.
En el
desquiciamiento de la derrota, algunos antiguos jefes nazis abjuraron de
Hitler y de su lucha, como Frank y Von Schirach. Otros continuaron
inalterables. El ministro de armamentos, Speer, condenado a 20 años, fue
interrogado sobre qué haría al quedar libre y contestó: “Naturalmente
que agitaré”.
–¿Quiere usted decir que agitará para revivir la causa nazi?
–Por supuesto ¿por qué no?
–contestó.
–¿Quiere usted decir que agitará para revivir la causa nazi?
–Por supuesto ¿por qué no?
–contestó.
El
almirante Karl Doenitz, de 53 años, comandante de los submarinos y luego
sucesor de Hitler, admitió que en septiembre de 1942 dio órdenes para
que no se rescatara a los supervivientes, pero tuvo que hacerlo así
porque después del hundimiento del barco inglés “Lakonia”, varios
submarinos alemanes acudieron a auxiliar a los náufragos y fueron
atacados durante las operaciones de salvamento, de acuerdo con las
órdenes de Churchill.
“En consecuencia” afirmó, “estoy convencido de la legalidad de la guerra submarina alemana y si dependiera de mí volvería a hacerla exactamente en la misma forma… En la guerra uno debe saber ganar y perder”.
“En consecuencia” afirmó, “estoy convencido de la legalidad de la guerra submarina alemana y si dependiera de mí volvería a hacerla exactamente en la misma forma… En la guerra uno debe saber ganar y perder”.
Rudolf
Hess, representante del Fuehrer, que voló a Inglaterra para ofrecer la
paz que Hitler proponía a Occidente antes de atacar al marxismo judío,
declaró al ser condenado a prisión perpetua: “Tuve el privilegio de
trabajar durante muchos años de mi vida bajo la dirección del hijo más
grande que el pueblo alemán ha engendrado en miles de años de su
historia. Aun si pudiera, no destruiría ese período de mi vida. Estoy
contento de haber realizado mi deber como alemán, de haber cumplido mi
deber para con mi pueblo como nacional socialista y fiel partidario de
Hitler. Si tuviera que iniciarme nuevamente actuaría precisamente en la
misma forma, aun sabiendo que mi fin consistiría en ser quemado en una
pira. Siento la mayor indiferencia por las decisiones de los hombres;
algún día compareceré ante el Eterno para rendirle cuentas y sé que él
me dará la absolución”.
El 17 de
agosto de 1987 las autoridades aliadas anunciaron que Hess había
muerto. Al día siguiente se dijo que se había estrangulado con un cable,
lo cual no fue confirmado. El cirujano inglés Hugh Thomas afirma que
Hess fue asesinado; que la autopsia practicada por el médico británico
James Cameron revela que murió de asfixia, pero no mencionaba en su
dictamen la palabra “suicidio”. (Londres, 12 de marzo de 1988, AFP).
Los
restos de Hess fueron inhumados en secreto, en un lugar no identificado.
Existe la versión de que, sumamente debilitado, con 93 años de edad, no
se quiso dejar la impresión de que fuera un mártir de la “justicia”
aliada.
De
cuatro millones de prisioneros hechos por el comunismo judío en la URSS,
185,000 fueron liquidados sumariamente y 2Ì615,000 murieron en
cautiverio.
Respecto
a los prisioneros hechos por americanos, ingleses y franceses, durante
la guerra y poco después de terminada, el investigador canadiense James
Bracque afirma que en los campos de concentración aliados, murieron
800,000, debido a las severas directivas del general Eisenhower. “Hubo
prisioneros que fueron enterrados vivos con aplanadoras (las fotos y
filmes de estos alemanes muertos son presentadas ahora como si se
tratara de judíos asesinados por los nazis); otros murieron de hambre,
de agotamiento, deshidratación, tifoidea, disentería o pulmonía. Se
ocultaron deliberadamente esos hechos y los archivos” (“Las Otras
Pérdidas”, por James Bracque. Toronto, 25 de agosto, 1989. AFP).
(Tomado casi en su totalidad de “Derrota Mundial” de don Salvador Borrego E.)
(Tomado casi en su totalidad de “Derrota Mundial” de don Salvador Borrego E.)
¿Qué importancia tiene para los mexicanos la cuestión del llamado holocausto?
Adolfo Hitler es el prototipo de hombre que ama a su patria, se sacrifica y finalmente da su vida por ella. Él es un ejemplo no sólo para los alemanes o los anglo-sajones, sino para todo hombre cabal en el mundo. El judaísmo internacional está utilizando el mito del holocausto para desalentar el resurgimiento del nacionalismo en cada país, inclusive México.
FRENTE NACIONAL, México, fns88@mailcity.comAdolfo Hitler es el prototipo de hombre que ama a su patria, se sacrifica y finalmente da su vida por ella. Él es un ejemplo no sólo para los alemanes o los anglo-sajones, sino para todo hombre cabal en el mundo. El judaísmo internacional está utilizando el mito del holocausto para desalentar el resurgimiento del nacionalismo en cada país, inclusive México.