El senador Kaníbal Fernández, y la senadora Laura Montero
Sí, porque soy tan pelotudo que a veces hasta llego a instalarme en
el canal del Senado que en mi tele se localiza a través del canal 16. Y
entonces entré justo cuando el Presidente de la Cámara Alta, Amado
Boudou, concedía el uso de la palabra al senador Kníbal Fernández, quien
arrancó con su diabólica diatriba “escupiendo cual guanaco” a través de
esa bocaza camuflada por sus ahora blancos bigotazos capaces de ofrecer
una acabada muestra olfativa del menú del día.
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER EL ARTICULO
El tema: El Presupuesto
Nacional para el 2015. Se avecinaba un nuevo debate al pedo. No
obstante, y afortunadamente para lo poco que queda de mi esperanza, a
continuación, hizo uso de la palabra la senadora por la Provincia de
Mendoza, la Ingeniera Agrónoma Laura Montero -recuerde este nombre y
apellido- por la UCR, quien de manera pausada, práctica y entendible,
refutó uno a uno los argumentos soeces del primero, en una exposición
digna de la distinción de la que goza.
Por supuesto que a la hora de apretar el botoncito, la mayoría
oficialista, verticalista, disciplinada, ultrajante, impuso la voluntad
de La Señora, sin tener en cuenta el juicio y la razón de
quienes, como la segunda, argumentaron con sobrada suficiencia la
necesidad de ajustarlo a esta realidad que golpea tan dura y vanamente
sobre la psiquis cegada y desbordada de la titular del Ejecutivo, quien
encara la supuesta recta final dispuesta a estrellarnos con la proa sin
dejar de apuntar hacia Puerto Venezuela, circunstancia que se cae de
Maduro, y con Maduro.
Un viejo joven K me dice que se comportan como verdaderos soldados,
dispuestos a defender la causa, aun a costa del deshonor. Le digo que
más que como soldados, se comportan como terroristas de escritorio que
jamás supieron del honor, alineados y alienadas tras la versión
argentina de Juana I de Castilla, con la sutil diferencia que en este
caso se trató de una psicótica que jamás ejerció el Poder efectivo, y
vivió prácticamente encanutada en Tordesillas por orden de su mismísimo
padre, y luego por su propio hijo, el Rey Carlos I, sin poder echar mano
a un mísero Ducado.