Pintando el alma humana
Una tendencia muy frecuente en los artistas
cuya producción puede ser reputada como típicamente del “siglo XX”
consiste en la deformación del hombre. Huyendo de copiar la realidad con
las formas en que las ve habitualmente el ojo humano, la representan
con alteraciones destinadas a manifestarles el aspecto más profundo.
Tomado
en tesis, este proceso nada tiene de malo. Sin embargo, llama la
atención que, cuando alteran los aspectos corrientes de la realidad,
muchos artistas, de los más típicamente modernos, de hecho deforman la
realidad casi hasta lo horrendo. Así, en los cuadros modernos, no es
difícil encontrar figuras humanas perfectamente cónicas: cabeza
minúscula, hombros poco más anchos que la cabeza, cintura mucho más
ancha que los hombros, piernas que parecen ir ensanchándose hasta el
tobillo en él cual se entroncan pies literalmente inmensos. En ciertas
esculturas, los cuellos no son sólo gruesísimos, sino deformados,
presentando en uno u otro punto bocios alarmantes. En suma, si algún
mago apareciera a cualquier hombre normalmente cuerdo, y le ofreciera un
líquido para transformar su fisonomía y su cuerpo en el de una
figura-tipo del arte moderno, tal ofrecimiento sería seguido de un
inmediato y enérgico rechazo…
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Esta obsesión por lo deforme, por lo feo, incluso por lo horrendo,
llegó en ciertas producciones artísticas a los límites de lo
inconcebible. Véase por ejemplo el cuadro titulado “Nuestra Imagen”, que
aquí publicamos. Es la figura moral del género humano, como la quiso
presentar un artista típicamente ultra-moderno.
* * *
Que haya en el universo deformidades físicas y morales terribles, y
que sea lícito al artista representarlas, siempre que de ahí no resulte
una ofensa a las buenas costumbres, nadie lo contesta. Sin embargo,
pintar sólo el horror, no pintar ni esculpir sino para deformar, como si
el universo no fuera sino un receptáculo de ignominias, he ahí lo que
revela un estado de espíritu errado, y una concepción indiscutiblemente
falsa y peligrosa, quiera de los hombres, quiera del Mundo. Esta
tendencia para lo horrendo tiene en su raíz una visión desesperada y
blasfema de la creación, que es obra de Dios. Las pinturas o esculturas
hechas bajo la influencia de esta visión deforman el alma; y los
ambientes impregnados de este estado de espíritu sólo pueden degradar al
hombre, extinguiendo en él todos los brotes de inteligencia y de
voluntad para un ideal verdaderamente noble, puro y elevado
A título de contraste, presentamos aquí, sacado al azar de la inmensa
producción artística de los siglos pasados, un cuadro que representa un
hombre en su madurez.
Y mucho más que el físico de este hombre, su estado de espíritu, su
perfil moral. Es Richelieu, pintado por Philippe de Champaigne en tres
actitudes diferentes. Todas las cualidades – y también todos los
defectos – del gran estadista se reflejan en este admirable estudio, en
que el alma humana es retratada en lo que tiene de más íntimo, vivo y
sutil, sin que el artista haya necesitado recurrir, para esto, a
deformaciones que degradan la propia naturaleza humana.
Plinio Corrêa de Oliveira, in “Catolicismo” n° 5 – Mayo de 1951