(Pastoral que documenta la ruptura total que
realizó el Vaticano II , afirmando las
infaustas teorías liberales y
masónicas sobre ecumenismo y
libertad de cultos)
( Publicada íntegramente en el diario “EL PUEBLO”, el 14
de marzo de 1959; la copio sintetizada)
Escrituras,
Tradición y Magisterio auténticos
Pastoral
Colectiva del Episcopado Argentino sobre
el Congreso Eucarístico
DOS FINES:
CONFESIÓN PÚBLICA DE CRISTO Y DE SU DERECHO A INFORMAR NUESTRA VIDA SOCIAL
v
UNA ECONOMÍA SIN ALMA NIÉGASE A RECONOCER EL
DERECHO HUMANO
v
ESPÉRANSE COPIOSOS FRUTOS DE CONCORDIA Y DE
PAZ
v
LA
UNIDAD ARGENTINA LLEGARÁ POR LA FE
Tras
conmemorar el extraordinario Congreso Eucarístico de 1934, leemos en la Pastoral:
[…] Homenaje nacional, decimos, porque el
catolicismo de toda la Nación
se pondrá de pié y se movilizará, sin distingo de clase o de posición
social y
sin exceptuar las regiones más apartadas, ni las más humildes barriadas
para suscitar y encauzar una corriente desbordante de fe, de amor y de
reparación
hacia el adorable Sacramento de nuestros altares.
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Una vez más veremos repetirse, con la
ayuda de Dios, el espectáculo reconfortante y conmovedor de multitudes de
hombres, mujeres y niños, atraídos por la fuerza y la suavidad de la gracia, a
la adoración rendida y a la comunión fervorosa del adorable Sacramento.
AFIRMACIÓN COLECTIVA
DE FE
Todo el Congreso Eucarístico es expresión
colectiva de fe y adoración a Cristo, Rey y Señor de los individuos y familias
como de las naciones, en virtud de su naturaleza divina y por derecho de
conquista. En efecto, Cristo es el Hijo de Dios humanado, igual al Padre por la
divinidad, “acqualis Patri secundum divinitatem”, y por lo tanto tiene una
soberanía absoluta y universal sobre toda creatura, no pudiendo existir ni
concebirse cosa alguna fuera de su imperio. Es también Rey por derecho de
conquista, al haber ofrecido desde el instante de su encarnación, el sacrificio
de su vida, que lo consumó en la cruz, para rescatar al género humano de la
esclavitud del pecado y del demonio. “Fuisteis
redimidos, no con cosas corruptibles, plata u oro, sino con la preciosa sangre
de Cristo”, nos advierte San Pedro (1
C.I. 18/19). A Cristo, verdadera y realmente
presente en la Eucaristía, Rey y Señor
que domina a las naciones, venid, adoremosle, “venite, adoremus”, canta
alborozada la Iglesia
en la liturgia del Corpus.
Esta adoración debe ser social y
nacional, porque igualmente lo es su naturaleza soberana, no basta el homenaje
de una ciudad o de una diócesis: la
Nación entera está llamada a reconocer los derechos
imprescriptibles de Cristo a reinar con su ley de justicia y de caridad tanto
en el orden social y en la legislación nacional, como en la conducta privada de
los individuos y de las familias.
Una filosofía engreída y materialista
pretende construir la sociedad a espaldas de Cristo, relegando a la categoría
de mitos las enseñanzas de la revelación; una política miope y sin horizontes
se aferra a estructuras, leyes e
instituciones, con precindencia de los valores eternos, y una economía sin
alma persigue un ordenamiento utópico, negando los derechos de la persona
humana y sentando las bases para la destrucción de las más caras libertades
humanas.
Se repite hoy la triste historia del
pretorio de Pilatos y la algarabía insensata de los siervos de la parábola, que
se rebelaron contra su señor: “No queremos que él reine sobre nosotros” (Lc.
XIX, 14). Esa es la actitud de la política y
economía sin Dios, al pedir la supresión de Cristo en el Parlamento, en
la escuela, en la familia, en las cuestiones laborales, en los tratados
internacionales.
En esta negación blasfema, nos asiste el
deber de levantar nuestra voz como nación católica para reafirmar los
derechos soberanos de Cristo sobre la
vida social de los pueblos. Con firme convicción serena, pero firme, hemos de
responder al laicismo con la disposición
triunfal de San Pablo: “Oportet Christum regnare” (1 Cor. XV, 25). Es necesario
que El reine sobre la
Argentina, impregnando con su ley de justicia y amor todas
las estructuras sociales de la
Patria e inspirando la
acción de sus gobernantes en las verdaderas necesidades del bien común.
El Congreso Eucarístico que vamos a
celebrar importa, pues, en primer término, una confesión solemne y pública de
la presencia real de Cristo en la
Eucaristía, y también de sus derechos a informar la vida
social de los pueblos.
EXHORTACIÓN A LA
CARIDAD
Si todo cuanto existe en el mundo de la
naturaleza y de la gracia lleva el sello de la bondad y del amor divinos, sin
los cuales no es posible el ser ni el subsistir de criatura alguna, la Eucaristía es por antonomasia
la obra y el milagro de la caridad omnipotente.
El misterio eucarístico se realiza por la
renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. Entre la Cruz y el Altar, entre la
muerte dolorosisima de Cristo y la
Misa, no media otra diferencia que la forma de ofrecer uno y otro
sacrificio; allí con dolor, derramamiento de sangre y muerte física; aquí sin dolor y con muerte mística.
Ahora bien, el sacrificio de Cristo, sea en la Cruz o sea en el altar, no reconoce otro móvil
que el amor. Por amor sacrifica su vida, por amor al Padre y por amor al
hombre; la muerte de Cristo en el Calvario y su renovación mística en el altar
es prueba de un amor sin igual, según aquellas
palabras del mismo Señor en el Evangelio. “Nadie puede tener amor más
grande que dar la vida por sus amigos” (Juan XV,13).
Y Cristo, no contento con renovar en el
altar el único y verdadero sacrificio redentor, se nos entrega como pan de vida
en la mesa de la comunión, para que nosotros sepamos darnos a Dios y al
prójimo, por el ejercicio de la caridad, que es el vínculo y el ápice de la
perfección. En otros términos, la
Eucaristía, que procede del amor, se encamina a encender y
fomentar en el hombre la caridad para con Dios y la verdadera fraternidad para
con los semejantes.
El Congreso Eucarístico nos obliga a
pensar en las exigencias ineludibles de la caridad. ¡Cuán necesario es meditar
en esta hora, dominada por crueles egoísmos, la obligación sagrada de amarnos
fraternalmente! ¡Cómo hemos olvidado y despedazado el precepto fundamental de
Cristo! ¡Qué de luchas, de odios y de ruinas por no saber comprendernos y
estimarnos como hijos de un mismo Padre y miembros de un mismo Cuerpo! Si
supiéramos amarnos cambiaría
completamente la fisonomía social del mundo, y volvería a reinar la unión, la concordia y la paz.
Pero para entender y practicar la caridad
necesitamos de la luz y de la fuerza de Cristo, que se nos comunica y entrega
en el pan de vida. “El que come mi carne y bebe mi sangre , en Mí permanece y
Yo en él” (Juan 6,56). “Así, quien me come a Mí, también él vivirá en Mí” (Juan
6,57). La permanencia y la vida de Cristo en nosotros hacen que nos revistamos
de su gracia y de sus sentimientos para vencer el egoísmo y vivir la caridad.
El Congreso Eucarístico nos llama al
altar, nos invita a la
Sagrada Mesa para realizar esa unión de voluntades y corazones, esa unión de almas, tan ardientemente
deseada por Cristo en su oración sacerdotal: “Ruego… a fin de que todos sean
una misma cosa”, “a fin de que sean perfectamente uno” (Juan XVII, 21/23).
Porque “todo Congreso Eucarístico , anota S. S. Pío XII, es también una
exaltación de la caridad, de aquel mutuo amor que es capaz de unir ante la Custodia santa a los
corazones de todos, amasándolos y fundiéndolos como trozos de cera por los
rayos del sol. ¡Bendita unión y bendita fusión, base indispensable de toda
felicidad” (Mensaje Congreso Eucarístico, Ecuador, 1949).
Quiera Dios que el próximo Congreso
Eucarístico produzca copiosos frutos de
concordia y de paz en nuestra querida tierra argentina. La crisis que nos
agobia, más que económica y política, es una profunda crisis moral, que no se
solucionará sino con una efusión abundante y generosa de caridad cristiana que
acorte distancias y acerque las almas en un espíritu amplio de comprensión, de
fraternidad y de ayuda mutua.
REPARACIÓN NECESARIA
El Congreso Eucarístico al rendir público
homenaje de adoración y amor a la Hostia Santa, intenta ofrecer
al mismo tiempo un acto de expiación y
reparación a la Majestad Divina,
ultrajada por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias, tanto
individuales como sociales. Y de una manera particular corresponde la reparación por la gran indiferencia y
frialdad de los cristianos frente a la Eucaristía y por tantos sacrilegios y
profanaciones de que es víctimas el adorable Sacramento del altar.
“Cuanta sea, especialmente en nuestros
tiempos, la necesidad de expiación y reparación no se le ocultará a nadie que haya visto que
este mundo está puesto en la maldad”, escribía S. S. Pío XI en la Encíclica
“Miserantissimus Redemptor”. Hoy, treinta años después, vemos con dolor y lágrimas
como ha aumentado la iniquidad más desvergonzada, la cual está adquiriendo
carta de ciudadanía merced a la complicidad y hasta aprobación, a veces, de quienes debieran velar por el
bien común de los pueblos. La escuela sin Dios, la familia profanada y
disociada, la delincuencia juvenil, los odios y las venganzas, nos señalan con
claridad meridiana el saldo elevadísimo de injusticia y de pecado que gravita
sobre nuestra conciencia de cristianos y de argentinos.
“Estamos obligados a reparar tantos
crímenes por una razón de justicia y de amor”, escribía Pío XI, “de justicia
para expiar la ofensa hecha a Dios con
nuestras maldades y para restaurar con la penitencia el orden violado; de amor,
para compadecer con Cristo paciente y saturado de oprobios y para ofrecerle
algún alivio según nuestra pequeñez”, “Miserantissimus Redemptor”. Y este deber incumbe a todo el
género humano, porque todos somos pecadores “hijos de la ira” y todos somos
responsables en alguna medida del desorden moral, que aqueja al mundo de hoy.
Todos tenemos nuestra porción de culpa en los escándalos públicos, y ninguno
podría arrojar la primera piedra de
condenación, sin antes reconocer humildemente las propias fallas ante Dios y
ante los hombres.
Toda nuestra posibilidad de reparación y
expiación dimana exclusivamente de la Persona del Verbo hecho Carne para restaurar la
justicia y salvar al mundo. Nuestros homenajes, ofrendas y penitencias carecen
de valor, si no van unidas en Cristo y por Cristo al grande y único sacrificio
, el de la cruz, renovado continuamente en el altar bajo las especies de pan y
vino.
Debemos, por tanto, asociarnos a Cristo
en la Santa Misa
con espíritu de expiación aportando al altar nuestros dolores y penitencias
para que reciban de Cristo valor y eficacia. Y si es tan perentorio este deber
que San Cipriano no duda en afirmar que el sacrificio del Señor no se celebra
en forma acabada y legítima, si no responde a su pasión el sacrificio y
oblación personal de nosotros mismos.
Si la justicia y la caridad reclaman del
hombre la expiación de sus pecados, y si la Santa Misa es el gran
medio para volver verdadera y fructuosa la expiación, síguese lógicamente que
un Congreso Eucarístico no puede permanecer extraño al deber de reparar
individual y socialmente las ofensas inferidas a Cristo, en particular aquellas
cometidas contra el Sacramento del altar.
Confiamos, pues, que el próximo Congreso
Eucarístico será un gran acto de expiación colectiva y nacional. Todo el pueblo
argentino se congregará junto a la Hostia
Santa para ofrecer con Cristo al Padre el homenaje de
desagravio que alejará de nuestra Patria los merecidos castigos, y atraerá
sobre ella copiosas gracias y dones divinos.
[…] etc. etc…
Comentario
nacionalista: Esta Pastoral fue escrita en pleno gobierno gorila. Hoy día: los
obispos del Vaticano II inventaron otra religión, con Misa protestantizada y
banquete; manipulearon las Escrituras, tergiversaron la Tradición, mundanizaron
el Magisterio; En sólo un lustro les lavaron el cerebro. Y con el liberalismo
político, al desconocer los derechos de Cristo Rey permitieron la creación de la
Ciudad mundana, cuyo fin es el infierno. Ni por la Religión ni por la Patria los obispos exigieron el reinado de Cristo. De manera que los merecidos castigos que anuncia la Pastoral seguirán cayendo
sobre nuestras cabezas. He oído a un cura
progresista, - con la sotana
colgada- que Cristo sólo reina sobre las
personas individuales , ya no sobre las familias y menos sobre la Patria argentina.
Elaboraron un Cristo desfigurado que no se anima a señorear sobre sus dominios.
Apropiada respuesta ecuménica y liberal, aprendida en el Seminario progresista, para no disgustar a nuestros ‘hermanos’
separados, mayores y similares… aunque se ofenda a Dios.
Es apropiado leer el
discurso del cardenal Ottaviani ; “Deberes del Estado católico con la Religión”; que Dios
mediante, publicaremos en este blog. Además de el SISINONO de febrero 2005.