jueves, 21 de mayo de 2015

DOS FINES: CONFESIÓN PÚBLICA DE CRISTO Y DE SU DERECHO A INFORMAR NUESTRA VIDA SOCIAL

 (Pastoral que documenta la ruptura total que realizó el Vaticano II , afirmando  las infaustas  teorías liberales y masónicas  sobre   ecumenismo y  libertad de cultos)
( Publicada  íntegramente en el diario “EL PUEBLO”, el 14 de marzo de 1959; la  copio sintetizada)
Escrituras, Tradición y Magisterio auténticos

Pastoral Colectiva  del Episcopado Argentino sobre el Congreso Eucarístico
DOS FINES: CONFESIÓN PÚBLICA DE CRISTO Y DE SU DERECHO A INFORMAR NUESTRA VIDA SOCIAL
v     UNA ECONOMÍA SIN ALMA NIÉGASE A RECONOCER EL DERECHO HUMANO
v     ESPÉRANSE COPIOSOS FRUTOS DE CONCORDIA Y DE PAZ
v     LA UNIDAD ARGENTINA LLEGARÁ POR LA FE

Tras conmemorar el extraordinario Congreso Eucarístico de 1934, leemos en la Pastoral:
      […] Homenaje nacional, decimos, porque el catolicismo de toda la Nación se pondrá de pié y se movilizará, sin distingo de clase o de posición social y sin exceptuar las regiones más apartadas, ni las más humildes barriadas  para suscitar y encauzar una corriente  desbordante de fe, de amor y de reparación hacia el adorable Sacramento de nuestros altares.
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      Una vez más veremos repetirse, con la ayuda de Dios, el espectáculo reconfortante y conmovedor de multitudes de hombres, mujeres y niños, atraídos por la fuerza y la suavidad de la gracia, a la adoración rendida y a la comunión fervorosa del adorable Sacramento.

AFIRMACIÓN  COLECTIVA  DE FE
      Todo el Congreso Eucarístico es expresión colectiva de fe y adoración a Cristo, Rey y Señor de los individuos y familias como de las naciones, en virtud de su naturaleza divina y por derecho de conquista. En efecto, Cristo es el Hijo de Dios humanado, igual al Padre por la divinidad, “acqualis Patri secundum divinitatem”, y por lo tanto tiene una soberanía absoluta y universal sobre toda creatura, no pudiendo existir ni concebirse cosa alguna fuera de su imperio. Es también Rey por derecho de conquista, al haber ofrecido desde el instante de su encarnación, el sacrificio de su vida, que lo consumó en la cruz, para rescatar al género humano de la esclavitud del pecado y del demonio.  “Fuisteis redimidos, no con cosas corruptibles, plata u oro, sino con la preciosa sangre de Cristo”, nos advierte San Pedro (1 C.I. 18/19). A Cristo, verdadera y realmente presente  en la Eucaristía, Rey y Señor que domina a las naciones, venid, adoremosle, “venite, adoremus”, canta alborozada la Iglesia en la liturgia del Corpus.
      Esta adoración debe ser social y nacional, porque igualmente lo es su naturaleza soberana, no basta el homenaje de una ciudad o de una diócesis: la Nación entera está llamada a reconocer los derechos imprescriptibles de Cristo a reinar con su ley de justicia y de caridad tanto en el orden social y en la legislación nacional, como en la conducta privada de los individuos y de las familias.


      Una filosofía engreída y materialista pretende construir la sociedad a espaldas de Cristo, relegando a la categoría de mitos las enseñanzas de la revelación; una política miope y sin horizontes se aferra  a estructuras, leyes e instituciones, con precindencia de los valores eternos, y una economía sin alma persigue un ordenamiento utópico, negando los derechos de la persona humana y sentando las bases para la destrucción de las más caras libertades humanas.
      Se repite hoy la triste historia del pretorio de Pilatos y la algarabía insensata de los siervos de la parábola, que se rebelaron contra su señor: “No queremos que él reine sobre nosotros” (Lc. XIX, 14). Esa es la actitud de la política y  economía sin Dios, al pedir la supresión de Cristo en el Parlamento, en la escuela, en la familia, en las cuestiones laborales, en los tratados internacionales.
      En esta negación blasfema, nos asiste el deber de levantar nuestra voz como nación católica para reafirmar los derechos  soberanos de Cristo sobre la vida social de los pueblos. Con firme convicción serena, pero firme, hemos de responder al laicismo con  la disposición triunfal de San Pablo: “Oportet Christum regnare” (1 Cor. XV, 25). Es necesario que El reine sobre la Argentina, impregnando con su ley de justicia y amor todas las estructuras sociales de la Patria e inspirando  la acción de sus gobernantes en las verdaderas necesidades del bien común.
      El Congreso Eucarístico que vamos a celebrar importa, pues, en primer término, una confesión solemne y pública de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y también de sus derechos a informar la vida social de los pueblos.

EXHORTACIÓN  A  LA  CARIDAD
      Si todo cuanto existe en el mundo de la naturaleza y de la gracia lleva el sello de la bondad y del amor divinos, sin los cuales no es posible el ser ni el subsistir de criatura alguna, la Eucaristía es por antonomasia la obra y el milagro de la caridad omnipotente.
      El misterio eucarístico se realiza por la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. Entre la Cruz y el Altar, entre la muerte dolorosisima de Cristo y la Misa, no media otra diferencia  que la forma de ofrecer uno y otro sacrificio; allí con dolor, derramamiento de sangre y muerte física; aquí  sin dolor y con muerte mística.
      Ahora bien, el sacrificio de Cristo,  sea en la Cruz o sea en el altar, no reconoce otro móvil que el amor. Por amor sacrifica su vida, por amor al Padre y por amor al hombre; la muerte de Cristo en el Calvario y su renovación mística en el altar es prueba de un amor sin igual, según aquellas  palabras del mismo Señor en el Evangelio. “Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan XV,13).
      Y Cristo, no contento con renovar en el altar el único y verdadero sacrificio redentor, se nos entrega como pan de vida en la mesa de la comunión, para que nosotros sepamos darnos a Dios y al prójimo, por el ejercicio de la caridad, que es el vínculo y el ápice de la perfección. En otros términos, la Eucaristía, que procede del amor, se encamina a encender y fomentar en el hombre la caridad para con Dios y la verdadera fraternidad para con los semejantes.
      El Congreso Eucarístico nos obliga a pensar en las exigencias ineludibles de la caridad. ¡Cuán necesario es meditar en esta hora, dominada por crueles egoísmos, la obligación sagrada de amarnos fraternalmente! ¡Cómo hemos olvidado y despedazado el precepto fundamental de Cristo! ¡Qué de luchas, de odios y de ruinas por no saber comprendernos y estimarnos como hijos de un mismo Padre y miembros de un mismo Cuerpo! Si supiéramos amarnos cambiaría  completamente la fisonomía social del mundo, y volvería a reinar la  unión, la concordia y la paz.
      Pero para entender y practicar la caridad necesitamos de la luz y de la fuerza de Cristo, que se nos comunica y entrega en el pan de vida. “El que come mi carne y bebe mi sangre , en Mí permanece y Yo en él” (Juan 6,56). “Así, quien me come a Mí, también él vivirá en Mí” (Juan 6,57). La permanencia y la vida de Cristo en nosotros hacen que nos revistamos de su gracia y de sus sentimientos para vencer el egoísmo y vivir la caridad.
      El Congreso Eucarístico nos llama al altar, nos invita a la Sagrada Mesa para realizar esa unión de voluntades  y corazones, esa unión de almas, tan ardientemente deseada por Cristo en su oración sacerdotal: “Ruego… a fin de que todos sean una misma cosa”, “a fin de que sean perfectamente uno” (Juan XVII, 21/23). Porque “todo Congreso Eucarístico , anota S. S. Pío XII, es también una exaltación de la caridad, de aquel mutuo amor que es capaz de unir ante la Custodia santa a los corazones de todos, amasándolos y fundiéndolos como trozos de cera por los rayos del sol. ¡Bendita unión y bendita fusión, base indispensable de toda felicidad” (Mensaje Congreso Eucarístico, Ecuador, 1949).
      Quiera Dios que el próximo Congreso Eucarístico produzca  copiosos frutos de concordia y de paz en nuestra querida tierra argentina. La crisis que nos agobia, más que económica y política, es una profunda crisis moral, que no se solucionará sino con una efusión abundante y generosa de caridad cristiana que acorte distancias y acerque las almas en un espíritu amplio de comprensión, de fraternidad y de ayuda mutua.

REPARACIÓN  NECESARIA
      El Congreso Eucarístico al rendir público homenaje de adoración  y amor a la Hostia Santa, intenta ofrecer al mismo tiempo  un acto de expiación y reparación  a la Majestad Divina, ultrajada por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias, tanto individuales como sociales. Y de una manera particular corresponde  la reparación por la gran indiferencia y frialdad de los cristianos frente a la Eucaristía y por tantos sacrilegios y profanaciones de que es víctimas el adorable Sacramento del altar.
      “Cuanta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de expiación y reparación   no se le ocultará a nadie que haya visto que este mundo está puesto en la maldad”, escribía S. S. Pío XI en la Encíclica “Miserantissimus Redemptor”. Hoy, treinta años después, vemos con dolor y lágrimas como ha aumentado la iniquidad más desvergonzada, la cual está adquiriendo carta de ciudadanía merced a la complicidad y hasta aprobación,  a veces, de quienes debieran velar por el bien común de los pueblos. La escuela sin Dios, la familia profanada y disociada, la delincuencia juvenil, los odios y las venganzas, nos señalan con claridad meridiana el saldo elevadísimo de injusticia y de pecado que gravita sobre nuestra conciencia de cristianos y de argentinos.
      “Estamos obligados a reparar tantos crímenes por una razón de justicia y de amor”, escribía Pío XI, “de justicia para expiar  la ofensa hecha a Dios con nuestras maldades y para restaurar con la penitencia el orden violado; de amor, para compadecer con Cristo paciente y saturado de oprobios y para ofrecerle algún alivio según nuestra pequeñez”, “Miserantissimus  Redemptor”. Y este deber incumbe a todo el género humano, porque todos somos pecadores “hijos de la ira” y todos somos responsables en alguna medida del desorden moral, que aqueja al mundo de hoy. Todos tenemos nuestra porción de culpa en los escándalos públicos, y ninguno podría arrojar la primera piedra  de condenación, sin antes reconocer humildemente las propias fallas ante Dios y ante los hombres.
      Toda nuestra posibilidad de reparación y expiación dimana exclusivamente de la Persona del Verbo hecho Carne para restaurar la justicia y salvar al mundo. Nuestros homenajes, ofrendas y penitencias carecen de valor, si no van unidas en Cristo y por Cristo al grande y único sacrificio , el de la cruz, renovado continuamente en el altar bajo las especies de pan y vino.
      Debemos, por tanto, asociarnos a Cristo en la Santa Misa con espíritu de expiación aportando al altar nuestros dolores y penitencias para que reciban de Cristo valor y eficacia. Y si es tan perentorio este deber que San Cipriano no duda en afirmar que el sacrificio del Señor no se celebra en forma acabada y legítima, si no responde a su pasión el sacrificio y oblación personal de nosotros mismos.
      Si la justicia y la caridad reclaman del hombre la expiación de sus pecados, y si la Santa Misa es el gran medio para volver verdadera y fructuosa la expiación, síguese lógicamente que un Congreso Eucarístico no puede permanecer extraño al deber de reparar individual y socialmente las ofensas inferidas a Cristo, en particular aquellas cometidas contra el Sacramento del altar.
      Confiamos, pues, que el próximo Congreso Eucarístico será un gran acto de expiación colectiva y nacional. Todo el pueblo argentino se congregará junto a la Hostia Santa para ofrecer con Cristo al Padre el homenaje de desagravio que alejará de nuestra Patria los merecidos castigos, y atraerá sobre ella copiosas gracias y dones divinos.
      […] etc. etc…


Comentario nacionalista: Esta Pastoral fue escrita en pleno gobierno gorila. Hoy día: los obispos del Vaticano II inventaron otra religión, con Misa protestantizada y banquete; manipulearon las Escrituras, tergiversaron la Tradición, mundanizaron el Magisterio; En sólo un lustro les lavaron el cerebro. Y con el liberalismo político, al desconocer los derechos de Cristo Rey permitieron la creación de  la Ciudad mundana, cuyo fin es el infierno.  Ni por  la Religión ni por la Patria  los obispos exigieron  el reinado de Cristo. De manera que  los merecidos castigos que anuncia la Pastoral seguirán cayendo   sobre nuestras cabezas. He oído a un cura progresista, - con la  sotana colgada-  que Cristo sólo reina sobre las personas individuales , ya no sobre las familias y menos sobre la Patria argentina. Elaboraron un Cristo desfigurado que no se anima a señorear sobre sus dominios. Apropiada respuesta ecuménica y liberal, aprendida en el Seminario progresista,  para no disgustar a nuestros ‘hermanos’ separados, mayores y similares… aunque se ofenda a Dios.
Es apropiado leer el discurso del cardenal Ottaviani ; “Deberes del Estado católico con la Religión”; que Dios mediante, publicaremos en este blog. Además de el SISINONO de febrero 2005.