El pecado de las naciones y sus castigos
El Cardenal Pie, tuvo una gran influencia sobre los Papas Pío IX, León XIII y San Pío X.
Nuestro País se está alejando de Dios a pasos de gigante. De no enmendarse este rumbo, tendremos que sufrir las consecuencias que el Cardenal Pie, célebre polemista, detalla a continuación. Tenemos ante nuestros ojos a gobernantes que se proclaman agnósticos y a políticos que aprueban leyes diametralmente opuestas a la moral. “El poder como tal que ignora a Dios, será como tal por Dios ignorado”, dice el Cardenal.
“La primera de las consecuencias de la apostasía de los Estados es la condenación eterna de una multitud de almas.
Porque cuando el error está encarnado en fórmulas legales y en las
prácticas administrativas, él penetra en los espíritus en profundidades
donde se torna casi imposible extirparlo.
“La ley ordinaria de la Providencia en el gobierno de los pueblos es
la Ley de Talión. Como las naciones hacen con Dios, Dios hace con las
naciones. El poder como tal que ignora a Dios, será como tal por Dios
ignorado. Ahora, ser ignorado por Dios es la mayor de las desgracias, es
el abandono, es el rechazo del mayor absoluto. “Ojo por ojo y diente
por diente” pues cuando se trata de naciones que no deben vivir de
ninguna forma en el otro mundo, esta Ley termina cumpliéndose en la
Tierra. Porque el fundamento de esa ley son las palabras de Cristo:
“Aquel que me confesare delante de los hombres… pero aquel que me negare
delante de los hombres…”
“El primer gran castigo es que Dios aparta sus ojos de la Nación.
“El segundo gran castigo es la decadencia moral.
“La decadencia moral se expresa en 3 elementos:
“En la injusticia generalizada. Con la ausencia de la
justicia, que es la más excelente de todas las virtudes, el efecto que
se sigue es uno de los más característicos de la decadencia, o sea la sensualidad egoísta y el orgullo desenfrenado.
“Cuando el hombre se torna él mismo Dios, cuando el hombre se
proclama él mismo su Dios, la consecuencia es que él se torna su fin
último. La idolatría de sí mismo se transforma en un culto racional, y
el egoísmo queda elevado a la dignidad de religión. Avanza en la
sociedad la introducción de modos profanos, de hábitos afeminados y
voluptuosos.
El castigo para el Poder, cuando se desliga de Nuestro Señor Jesucristo.
“Son tres castigos. Primero la tiranía, segundo la inestabilidad, tercero la nulidad de los hombres.
“Tiranía: Cuando el derecho de Dios desaparece, sólo resta el
derecho del hombre, y el hombre no tarda en encarnarse en el Poder, en
el Estado, en César ó en la omnipotencia anónima del Parlamento.
“Cuando la religión deja de ser la medianera entre los reyes y los
pueblos, el mundo es alternativamente víctima de los excesos de unos y
de otros. El poder libre de todo freno moral se erige en tiranía, hasta
que la tiranía se torna intolerable, llevando al triunfo de la rebelión.
Después, de la rebelión sale alguna nueva dictadura más odiosa todavía
que sus antecesoras. Así, sucediéndose varias tiranías, como dice la
Escritura, “la diadema va a posarse sobre la cabeza de alguien que nunca
se habría sospechado”. Estos son los destinos de la humanidad
emancipada de toda autoridad tutelar del cristianismo.
“La inestabilidad: Después de la tiranía, la inestabilidad.
Otro castigo inflingido por Dios a los gobiernos que rechazan la realeza
social de Jesucristo.
“La decadencia y nulidad de los hombres, castigo supremo de las sociedades que rechazaron a Cristo Rey.
“Castigo supremo, porque las sociedades no tienen más hombres que
puedan sacarlas de las tiranías y curarles de la fiebre de las
revoluciones. No, no existen más hombres. A pesar de todos los vanos
esfuerzos para crecer, los hombres continúan decayendo, y cada uno de
los salvadores que aparece en el horizonte, cae más bajo que aquel que
lo precedió. Es como una competición y una rivalidad de impotentes.
“Faltando los principios, la desgracia de los hombres es la que toma
cuenta de la situación. No hay jefe, ni político, ni militar, ni
príncipe, ni profeta que encuentre una solución o una salvación. Porque
yo creo bien que no hay más hombres donde no existe más carácter; no hay
carácter donde no hay principios, doctrinas y afirmaciones; no hay
afirmaciones, doctrinas y principios donde no hay fe religiosa, y como
consecuencia, fe social”.
(Trechos adaptados de La Royauté sociale de Notre Seigneur Jésus-Christ, Parte II, Sección II, Cap. II – Cardenal Pie)