martes, 1 de diciembre de 2015

El pecado de las naciones y sus castigos


El pecado de las naciones y sus castigos

 El Cardenal Pie, tuvo una gran influencia sobre los Papas Pío IX, León XIII y San Pío X.
Nuestro País se está alejando de Dios a pasos de gigante. De no enmendarse este rumbo, tendremos que sufrir las consecuencias que el Cardenal Pie, célebre polemista, detalla a continuación. Tenemos ante nuestros ojos a gobernantes que se proclaman agnósticos y a políticos que aprueban leyes diametralmente opuestas a la moral. “El poder como tal que ignora a Dios, será como tal por Dios ignorado”, dice el Cardenal.

“La primera de las consecuencias de la apostasía de los Estados es la condenación eterna de una multitud de almas. Porque cuando el error está encarnado en fórmulas legales y en las prácticas administrativas, él penetra en los espíritus en profundidades donde se torna casi imposible extirparlo.
“La ley ordinaria de la Providencia en el gobierno de los pueblos es la Ley de Talión. Como las naciones hacen con Dios, Dios hace con las naciones. El poder como tal que ignora a Dios, será como tal por Dios ignorado. Ahora, ser ignorado por Dios es la mayor de las desgracias, es el abandono, es el rechazo del mayor absoluto. “Ojo por ojo y diente por diente” pues cuando se trata de naciones que no deben vivir de ninguna forma en el otro mundo, esta Ley termina cumpliéndose en la Tierra. Porque el fundamento de esa ley son las palabras de Cristo: “Aquel que me confesare delante de los hombres… pero aquel que me negare delante de los hombres…”
“El primer gran castigo es que Dios aparta sus ojos de la Nación.
“El segundo gran castigo es la decadencia moral.
“La decadencia moral se expresa en 3 elementos:
“En la injusticia generalizada. Con la ausencia de la justicia, que es la más excelente de todas las virtudes, el efecto que se sigue es uno de los más característicos de la decadencia, o sea la sensualidad egoísta y el orgullo desenfrenado.
“Cuando el hombre se torna él mismo Dios, cuando el hombre se proclama él mismo su Dios, la consecuencia es que él se torna su fin último. La idolatría de sí mismo se transforma en un culto racional, y el egoísmo queda elevado a la dignidad de religión. Avanza en la sociedad la introducción de modos profanos, de hábitos afeminados y voluptuosos.
El castigo para el Poder, cuando se desliga de Nuestro Señor Jesucristo.
“Son tres castigos. Primero la tiranía, segundo la inestabilidad, tercero la nulidad de los hombres.
La tiranía abre las puertas a las persecuciones religiosas. Cartujos expulsados de Francia
“Tiranía: Cuando el derecho de Dios desaparece, sólo resta el derecho del hombre, y el hombre no tarda en encarnarse en el Poder, en el Estado, en César ó en la omnipotencia anónima del Parlamento.
“Cuando la religión deja de ser la medianera entre los reyes y los pueblos, el mundo es alternativamente víctima de los excesos de unos y de otros. El poder libre de todo freno moral se erige en tiranía, hasta que la tiranía se torna intolerable, llevando al triunfo de la rebelión. Después, de la rebelión sale alguna nueva dictadura más odiosa todavía que sus antecesoras. Así, sucediéndose varias tiranías, como dice la Escritura, “la diadema va a posarse sobre la cabeza de alguien que nunca se habría sospechado”. Estos son los destinos de la humanidad emancipada de toda autoridad tutelar del cristianismo.
“La inestabilidad: Después de la tiranía, la inestabilidad. Otro castigo inflingido por Dios a los gobiernos que rechazan la realeza social de Jesucristo.
“La decadencia y nulidad de los hombres, castigo supremo de las sociedades que rechazaron a Cristo Rey.
“Castigo supremo, porque las sociedades no tienen más hombres que puedan sacarlas de las tiranías y curarles de la fiebre de las revoluciones. No, no existen más hombres. A pesar de todos los vanos esfuerzos para crecer, los hombres continúan decayendo, y cada uno de los salvadores que aparece en el horizonte, cae más bajo que aquel que lo precedió. Es como una competición y una rivalidad de impotentes.
“Faltando los principios, la desgracia de los hombres es la que toma cuenta de la situación. No hay jefe, ni político, ni militar, ni príncipe, ni profeta que encuentre una solución o una salvación. Porque yo creo bien que no hay más hombres donde no existe más carácter; no hay carácter donde no hay principios, doctrinas y afirmaciones; no hay afirmaciones, doctrinas y principios donde no hay fe religiosa, y como consecuencia, fe social”.
(Trechos adaptados de La Royauté sociale de Notre Seigneur Jésus-Christ, Parte II, Sección II, Cap. II – Cardenal Pie)