Meditación: del Juicio Universal
Meditación para el primer domingo de Adviento (Lucas 21).
Punto I.
Considera las señales espantosas que precederán a este día último y
final del mundo; como preceden en los hombres cuando se llega su fin,
hallándose cercanos a la muerte, las cuales, dice Cristo, que serán
tales, que los hombres se quedarán secos y pasmados de puro temor,
porque los mismos cielos se turbarán y perderán su curso, y el orden y
concierto que han guardado hasta entonces; y desconcertado aquel reloj,
por el cual se rige y gobierna todo el mundo, él también se
desconcertará, y los elementos sintiendo su fin se alterarán, batallando
entre sí terriblemente; el mar se embravecerá rompiendo sus lindes, y
saliendo furiosamente de sus términos, sumirá en su abismo a cuantos en
aquella ocasión le navegaren;
los aires bramarán terriblemente y con tan
gran furor, que trastornaran los montes, y sepultarán las ciudades; la
tierra temblará y abrirá sus entrañas por muchas partes, y sepultará
vivos a los hombres, y arruinará todos sus edificios, y las fieras
buscarán los poblados, y los hombres las cuevas de los brutos y fieras
para guarecerse en ellas, y ninguno hallará seguridad: las estrellas se
desencajarán de los cielos y caerán sobre la tierra, como cuando se
sacude un árbol y cae la fruta en el suelo; y últimamente el fuego
contra su propio natural caerá de su región, y abrasará toda ya tierra, y
cuanto la hermoseaba y había de valor en ella, dejándola por todas
partes cubierta de funestas cenizas. Considera qué tal será el día,
cuando su víspera es tan espantosa y tremenda, y qué sentirán los
hombres que se hallaron vivos en aquel tiempo, y qué sintieras tú, que
con un trueno de las nubes te cubres de temor y temblor. Contempla el
mundo desnudo de esta apariencia, y manifestando lo que encierra en su
seno, que todo es un poco de polvo y ceniza: mira en qué pararon sus
honras, sus dignidades, sus riquezas, sus delicias, sus ciudades,
jardines y paraísos, y aprende a despreciar lo que vale tan poco, y
apreciar solamente lo eterno y verdadero, que nunca se ha de acabar.
Punto II. Considera
que, estando el mundo en este silencio, acabada la farsa que ahora se
representa, y vuelto a su primera desnudez, asomará por lo alto un
arcángel, como dice el apóstol San Pablo, y dará una voz como de
trompeta, llamando a todos los hombres a juicio, la cual será tan
poderosa, que por virtud divina resucitará a todos los difuntos,
juntando sus cuerpos y uniéndolos con sus almas en un momento, en que
los congregará en el valle de Josafat: no mires esto como muy distante,
sino como sí ahora sucediera y lo vieras, y te hallaras presente a todo,
pues infaliblemente has de ser uno de los que han de oír aquella voz, y
levantarse de los sepulcros para ir a juicio: mira cuán solos se
levantan los que andaban acá muy acompañados; como acabada esta comedia;
todos son iguales; cómo ya no hay riquezas, ni deleites, ni poderíos,
ni posesiones, ni grandezas, ni diferencia alguna entre el noble y el
plebeyo, ni entre el amo y el criado: cómo solo les acompañan sus obras y
las que quisieras haber hecho entonces: mira cómo se levantarán los
malos, feos, tristes, miserables, pobres y sin remedio; atiende a sus
llantos, a la penitencia que hicieran, si les fuera concedida una hora
de tiempo de cuantas ahora gastan vanamente; y tu vuelve los ojos a los
buenos, y míralos salir de los sepulcros, hermosos como el sol, bañados
de gozo y alegría, y dándose mil parabienes por la penitencia que
hicieron en este siglo, y las buenas obras en que emplearon los días de
su vida; y pues necesariamente has de ser de uno de los dos gremios,
logra el tiempo que Dios te concede, y resuélvete en su acatamiento a
dejar la vida ancha, que lleva a la perdición, y abrazar con todas tus
fuerzas la estrecha, que es el camino de la vida eterna y verdadera,
Punto III. Considera
como luego se abrirá el cielo, y bajará Cristo a la tierra a juzgar el
mundo con grande poder y majestad, porque vendrá acompañado de todos sus
ángeles y cortesanos, y formará en las nubes su trono, a donde, como
dice san Pablo, subirán volando a cubrirle y acompañarle todos los
escogidos; y los condenados quedarán en la tierra pegados y pesados, sin
poderse mover, con indecible confusión y dolor de sus corazones. ¡0h
qué rabia, oh qué despecho padecerán, viendo en tanta honra y gloria a
los que acá despreciaron, y tuvieron por locos y miserables, y a ellos
en tanta deshonra y confusión! Cada uno llevará en la frente para mayor
deshonra suya sus delitos escritos y la causa de su sentencia, que será
manifiesta por todo el mundo, afrentándolos Dios de esta manera a los
ojos de todos, y así afrentará Dios a los malos el día del juicio, y
honrará a los buenos, grabando, como lo testifica San Juan su propio
nombre en sus frentes y los títulos de su gloria, con que resplandecerán
más que el sol: acuérdate que forzosamente te has de hallar allí
presente, sin tener por donde huir, y mira qué suertes tan desiguales
son las de los buenos y los malos; y por cuanto no quisieras errar en
negocio que tanto te importa, pues no va menos que vivir o morir para
siempre , dispón ahora tus cosas, como las quisieras haber dispuesto en
aquel día del juicio.
Punto IV. Considera
como empezará luego el juicio, el cual será tan estrecho y el Juez tan
recto y riguroso, que como dice san Crisóstomo, hasta a los mismos
ángeles hará temblar: no hay palabra, ni seña, ni pensamiento de que no
se haya de pedir allí estrecha cuenta; y será tal, que el más ajustado
con dificultad, como dice el santo Job, de mil cargos apenas podrá
responder solo uno; ¿y si el justo con dificultad se salvará, el malo y
pecador a dónde irán? Allí nadie rogará por otro, ni el Juez se
ablandará con dones, ni recibirá excusas. ¡Oh cómo se publicarán allí
los pecados ocultos, que nunca se confesaron! Tú los hiciste en secreto,
y Dios, como dijo Natán á David, los manifestará el día de aquel
universal teatro del orbe á vista de ángeles y hombres: mírate ahora
como has de estar entonces; considera la cuenta que te piden, los cargos
que te hacen y la aflicción en que te ves, sin otros abogados o
valedores más que tus obras, esperando el fallo de la sentencia , y mira
qué cuenta darías, y qué sentencia te dieran ahora de tu vida pasada; y
pues tienes tiempo, arrójate a los pies del Juez, y pídele con lágrimas
perdón de tus culpas y treguas para enmendarlas, y hacer dignísima
penitencia de ellas: pon a los Santos por intercesores, y en especial á a
Reina de los ángeles, la cual rogara ahora por ti, y te alcanzará la
gracia que deseas y necesitas para enmendar la vida y disponerte para el
día del juicio.
Padre Alonso de Andrade, S.J