LA FALACIA BOLCHEVIQUE
PARTE 1
Un examen mínimamente riguroso de la evolución y el desarrollo
del capitalismo moderno basta para constatar el papel fundamental desempeñado
en la consolidación de éste por las dos grandes corrientes político-ideológicas
que habrían de presentarse como sus más encarnizados adversarios.
Y es que, como bien muestran los hechos, cada confrontación con esos
pretendidos adversarios se ha traducido invariablemente en un reforzamiento
progresivo del Sistema en vigor. Algo lógico, por otra parte, si se tiene
en cuenta que los fundamentos básicos del capitalismo burgués
(materialismo, cientificismo, economicismo, etc) constituyeron también la
fuente de inspiración de sus teóricos enemigos, el marxismo y el
fascismo, que en realidad no serían sino variaciones circunstanciales de
un mismo tema. De ahí que esas diversas corrientes, antagónicas en
las formas y apariencias, pero complementarias en lo esencial, hayan contribuido
a configurar un proceso único plenamente consolidado en la actualidad.
De lo que significó el fascismo, de las causas que lo motivaron, de
quiénes lo promovieron y de las utilidades que en su momento rindió,
ya se habló en un ensayo precedente. Lo que aún queda por desvelar
son las motivaciones que empujan a quienes a toda costa pretenden resucitar su
fantasma, cosa que se hará cumplidamente en el último capítulo.
Pero de lo que ahora toca ocuparse es del bolchevismo marxista y del régimen
soviético.
De entre las diversas contribuciones del marxismo a la configuración
de la sociedad contemporánea caben destacarse dos. En el ámbito
ideológico, su mayor aportación, su verdadero cometido no sería
otro que actuar como amplificador de los postulados materialistas inherentes a
la mentalidad burguesa, postulados sin cuyo extendido arraigo el modelo
socio-económico vigente en la actualidad nunca se habría impuesto
de la forma abrumadora que lo ha hecho. En modo alguno es casual que los grandes
foros del mundo capitalista se manifiesten en el presente abiertamente "progresistas".
Pero todavía queda un segundo aspecto que merece resaltarse, y para
ello bastará con comprobar los efectos inmediatos producidos por el
sistema capitalista a raíz de su implantación. Al hacerlo podremos
ver que el régimen de explotación que dicho sistema instauró,
las condiciones de vida en las que sumió a sus víctimas, y el
inexorable descrédito de las falacias que sirvieron de sustento a su
modelo político e ideológico, habrían desembocado
inevitablemente en el colapso sin la aparición "providencial"
de la "alternativa" marxista, que, entre todas las opciones posibles
era, sin duda, la más nefasta, aunque para el Sistema (y no por
casualidad) resultara ser la mejor. A mayor abundamiento, la táctica que
el discurso marxista empleó no fue otra que reeditar en una nueva versión,
y adaptados a las nuevas circunstancias, los clichés humanistas y los
reclamos democráticos esgrimidos tiempo atrás por las revoluciones
burguesas para implantar su régimen político. Una táctica
que con el marxismo volvió a funcionar de nuevo, provocando aún
mayores expectativas entre las masas desheredadas y desencadenando un régimen
de opresión todavía mayor tan pronto como fue llevada a la práctica.
Aunque tributario de la dictadura jacobina, cuyos procedimientos le sirvieron de
inspiración, fue en el terreno de la filosofía y de la técnica
totalitarias donde el marxismo desarrolló algún grado de innovación,
y no en los señuelos liberadores de la clase obrera o en las tesis
igualitarias, conceptos, ambos, muy anteriores al credo marxista, y que en éste
nunca pasaron de ser espúreos adornos, como se pondría de
manifiesto reiteradamente, y sin ninguna excepción, en sus sucesivas
manifestaciones prácticas. De hecho, bajo la férula del régimen
marxista instaurado en la URSS, la mayor máquina de picar carne que
recuerdan los siglos y el modelo prototípico de todos los siguientes, la
explotación y la opresión de los parias alcanzarían cotas
desconocidas hasta entonces.
Hecha esta breve introducción, lo oportuno ahora será abordar
más detenidamente dos aspectos fundamentales del régimen marxista
por excelencia, el de la Rusia soviética, al objeto de poner de
manifiesto la auténtica realidad de unos hechos permanentemente
falsificados por la maquinaria ideológica oficial.
Esos dos aspectos a los que se ha hecho mención se corresponden con
sendas falacias ya consagradas en el ámbito occidental, una de ellas
merced a la intensa tarea manipuladora desplegada al efecto por el bando
progresista, y la otra gracias a la desarrollada por el Sistema en su totalidad.
La primera de tales falacias es la que ha atribuido al estalinismo todos los
males de la puesta en escena del programa marxista, cuando lo cierto es que el régimen
estalinista no supuso en realidad sino su más fidedigna y genuina
interpretación.; y ahí están como muestra reciente los
escritos del ínclito Althusser, un purista de la causa.
La segunda falsificación está aún más arraigada, y
goza de un consenso mayor, pues no en vano se trata de un dogma oficial
compartido, a izquierda y derecha, por todas las facciones del Sistema. Un dogma
en virtud del cual el régimen bolchevique se ha venido presentando como
la alternativa antagónica y como una amenaza mortal para el capitalismo
occidental, lo que nunca pasó de ser una solemne patraña. Muy
pronto lo comprobaremos al describir los apoyos financieros que, desde un
principio, y durante largo tiempo, afluyeron desde el bloque capitalista al "ogro"
soviético.
Por lo que se refiere al primer punto, esto es, a la falacia de la "desviación"
estalinista, se trata de un argumento que comenzó a utilizarse con
profusión una vez finalizado el gobierno de Stalin en
la URSS, y precisamente por aquéllos que, hasta ese mismo momento, habían
negado sistemáticamente los excesos criminales de esa supuesta desviación,
aunque las pruebas concluyentes se acumularan desde hacía tiempo. No
obstante, lo más endeble de semejante argumento es que en todas las
ocasiones y latitudes en que el marxismo se implantó, lo hizo siguiendo
los cauces de la "desviación" totalitaria, incluso después
de que el autócrata georgiano hubiera muerto. Y es que esa pretendida
anomalía no fue sino la pura normalidad desde los primeros momentos, algo
implícito e inherente al propio modelo, como bien demuestran los hechos;
sirvan como muestra elocuente los que se exponen a continuación.