SÍ. PUNTO
«El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, es un ladrón y un salteador» |
- Francis Rocca, del Wall Street Journal:
[...] Algunos sostienen que no ha cambiado nada para que los divorciados
que se han vuelto a casar accedan a los sacramentos; otros sostienen
que ha cambiado mucho y que hay muchas nuevas aperturas. ¿Hay nuevas
posibilidades concretas o no?
- Francisco: Yo puedo decir que sí. Punto.
- ¿Puede tenerse al perito químico Jorge Mario Bergoglio como reo de un
sinfín de herejías ya condenadas por el Magisterio -señaladamente, en la
última de sus deposiciones escritas, de aquella "moral situacional"que
anula la ciencia moral al disolver la universalidad de la norma por una
apelación insistente y maliciosa a los casos particulares, sirviéndose
retorcer incluso para ello la enseñanza del Angélico respecto de la
"indeterminación" inherente a lo particular y empleándola como réplica
de lo común y universal? ¿Puede reconocérselo en la lodosa sima, en el
bajo hondo de una concepción de la moral que, a instancias de la
modernidad, declinó de normativa en descriptiva, y finalmente en
encomiástica del vicio?
- Sí. Punto.
- Este formidable asalto al matrimonio, última y estrenua embestida de
cuantas éste viene padeciendo en su constitución natural y divina, que
ha impulsado a Francisco I de las Pampas a afirmar, entre otros
horrores, que «valoro al feminismo cuando no pretende la uniformidad ni
la negación de la maternidad» (AL 173), como si el feminismo no hubiera
demostrado ser el más formidable ariete contra el matrimonio y el bien
de las familias (fórmula, por lo demás, equivalente en su absurdo a
otras que podríamos sugerirle al pontífice para futuros documentos:
«valoro el comunismo cuando no pretende fomentar el odio de clases», o
bien «valoro el judaísmo talmúdico mientras éste no maldiga a Nuestro
Señor y a su Santísima Madre y no autorice explícitamente el fraude»);
este avieso ataque, decimos, propiciado bajo la engañosa especie de una
Exhortación Apostólica que mejor debiera llamarse Execración Apostática,
¿no remite acaso a aquella advertencia del Apóstol (I Tim. 4, 1ss.)
acerca de ciertos «impostores cuya conciencia está marcada al rojo vivo,
que proscriben el matrimonio» de un modo quizás menos frontal que aquel
adoptado antaño por los albigenses, pero no menos eficaz por su astucia
y lo pernicioso de sus efectos?
- Sí. Punto.
- Lo que se lee acerca de que «la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» (AL 296) es más bien aplicable a la gracia, especialmente la que se asocia al initium fidei -pues nada de humano puede exigir el don divino y, como dice el Apóstol (Rm 5, 6), «cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores»-. Pero como al hablar del ejercicio de la caridad se supone ya el don habitual de la gracia y, con ella, una cierta noción de «mérito» (por esto se dice que la fidelidad a la gracia hace al hombre merecedor de nuevas gracias); afirmaciones como la arriba citada, por omitir deliberadamente toda alusión a la respuesta de la criatura, ¿no ceden acaso a un tenebroso fatalismo por el que la voluntad salvífica universal de Dios se trueca en una violenta imposición, anulando la libertad de la criatura y, con ella, su dignidad, y equiparando, de paso, la virtud y el vicio? ¿Esto último no es patente cuando increíblemente se dice que es posible «en medio de una situación objetiva de pecado [...] vivir en gracia de Dios» (AL 351)? El Gran Peronista en el Solio de Pedro, ¿no entenderá con estas pamplinas acrecer su contabilidad de muchedumbres, persuadido de que la bienaventuranza reside en el aplauso de los hombres? ¿No estaremos ante la enésima maquinación de este déspota oriental cuyo decoro mayor estriba en mantener en el infantilismo y la pereza a sus adeptos, es decir, a la desfigurada Iglesia discente?
- Sí. Punto.
- Este Teómaco sin bozal, este Que-no-entra-por-la-puerta, que ha hecho del profanísimo concepto de «integración» la clave de su excremencial alegato pro Satana («se trata de integrar a todos» AL 297; «la lógica de la integración» AL 299), tomando prestado de la jerga de los politicastros un término con el que éstos ostentan su solicitud por los pobres con el mismo estilo de Judas aquel Lunes Santo en Betania, y metiéndolo de contrabando en un documento magisterial; este desvergonzado sofista, decimos, con su captatio benevolentiae de las turbas a instancias de estudiados gestos de "cálida humanidad" que sólo sirven para llevarlas más expedito a la perdición, ¿no se parece a aquellos criminales de guerra que el genial novelista ruso puso entre sus páginas, que se prodigaban en arrumacos para hacer sonreír a los bebés de sus prisioneros, para inmediatamente luego matarlos con el fusil?
- Sí. Punto.
- ¿No es el prolongado letargo de obispos y cardenales, y el de toda la Iglesia con ellos, el que ha merecido esta pesadilla monstruosa de un Papa que asume el papel de Celestina, ventilando dispensas para el placer venéreo a los cuatro costados? ¿No es este Blasfemador Urbi et Orbi, este impulsor de sacrilegios a raudales, la paga acordada a la piedad degradada en tontería? ¿El salario de aquella negligencia que -como lo dijo inmejorablemente un gran español-, "cuando toca a las cosas sagradas merece llamarse traición"? ¿La limosna de los demonios a cuantos se adecuaron diligentemente a la ruptura conciliar como si nada fuera, como si fuera poco, como si fuera un bien?
- Sí. Punto.