Publicado por Revista Cabildo Nº48
Mes de Julio de 2005-3era.Época
REVISTA CABILDO Nº48-
JULIO DE 2005-
EDITORIAL-
El Estado homicida
UN MES ATRÁS, entre contritos e indignados, escribíamos sobre el caso de Socorro Milagros, la criaturita recién nacida a quien su madre mató. Decíamos entonces que tanto el hecho como sus connotaciones signaban la tragedia de esta época tenebrosa, y la signaban aquí, en nuestra patria, tan enferma cuanto deshonrada. Lejos estábamos de prever que, en semejante materia, nos faltaba presenciar lo peor, si cabe el término. Y lo peor llegó. El 8 de julio, en un hospital bonaerense, con plena asistencia y consentimiento estatal, un inocente fue cruelmente asesinado, desatendiéndose las voces, los gestos y los ofrecimientos concretos que podrían haberlo evitado.
El crimen se planificó y se anunció públicamente, fue revestido de espantosa legalidad por la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, contó con el beneplácito y hasta con la alegría de ese homínido que ocupa el Ministerio de Salud Pública de la Nación, y una vez consumado, pasó a sentar jurisprudencia para convalidar próximos casos de "abortos terapéuti-cos". Los términos utilizados para informar a la opinión pública que la injustísima sentencia de muerte se había cumplido sin piedad alguna, pasarán a la historia de los infames eufemismos. "Ya está, todo salió bien. Le hicieron una cesárea y una ligadura de trompas ". comentó el filicida refiriéndose a su esposa. "Esta historia se terminó. La cirugía se hizo hoy y todo salió bien", agregó uno de los médicos intervinientes, que acababa de violar, entre otras cosas, el Juramento Hipocrático.
El Estado —mediante sus jueces, sus tribunales, su defensoría de menores, sus centros terapéuticos, sus funcionarios todos— por acción u omisión intencional o culposa, se convirtió así en un poder homicida, segador maldito e inmisericorde de quien no tuvo derecho humano alguno, y esta vez, derecho genuino, puesto que de nacer se trataba. El poder político no quiso ejercer sobre esa madre atribulada y confundida el magisterio del heroísmo cristiano, instándola a imitar la conducta santa de una Gianna Beretta Molla, que alcanzó los altares inmolándose por su pequeña en gestación. Ni inculcarle al padre la magnanimidad de Arghendi, aquel humilde albañil de Bérgamo, que en 1993, agradeció a su esposa Carla el haberlo convertido en un hombre por el ejemplo de entregar su vida a cambio de la del hijo que llevaba en el vientre. Ni se esforzó en convencer a ambos de que aún en perspectiva puramente natural, no todo era ineluctablemente trágico, ofreciendo al respecto los mejores servicios técnicos. No se deseó enseñar que los bienes en cuestión no eran equiparables, y que por eso no cabía la máxima de que el bien de muchos es preferible al de uno. Porque el bien de ese uno era la vida y el de los otros el vivir mejor con la asistencia de la madre salvada, y lleva prioridad la vida sobre el vivir mejor. No se quiso rescatar el sentido de la permanencia, repitiéndole a la mujer con Saint Exupéry: "salvaré la fuente en la que bebes, aún contra tu sed, si no morirás en el espíritu aunque no mueras en la carne". No se buscó un médico, como aquel que en el Hospital Infantil Luis Calvo Mackenna, hace casi veinte años, cuando tuvo que separar a dos siameses, sabiendo que alguno moriría en la demanda, dejó la elección a Dios, asistió a misa con todo su equipo, y después puso su mejor ciencia en el empeño salvífico de ambos. No se quiso, en suma, ya no confiar en la Divina Providencia, sino en los terrenos y prudenciales recursos para merecer su protección.
¿Puede extrañarnos acaso que este poder político propenda al homicidio, inculque el beneficio por sobre el sacrificio, y apele a los golpes bajos de la sensiblería en contra del señorío de la inteligencia? ¿Puede asombrar que el actual Estado pulverice a una persona para convalidar a la runfla de aborteros que lo apuntalan y lo sirven? ¿Puede traer perplejidad que esta clase dirigente, protagonista de fechorías innúmeras, se retraiga ante el mandato sicario de liquidar a un niño por nacer? Está claro que no. Los personajes que usurpan hoy el mando —toda democracia es, por esencia, usurpadora de la calidad y de la jerarquía— viven para homenajear y proteger a los criminales del terrorismo marxista, han salido de sus filas, se han nutrido de sus cuadros, han cooperado directa o indirectamente con sus malandanzas, se han puesto decididamente y por connaturalidad ideológica en el bando de los protervos y de la cultura de la muerte. Desde el presidente y su ciudadana consorte, hasta el cortejo de sayones que los rodean y usufructúan las franquicias de la tiranía. Un Estado comandado por esbirros sólo puede dar frutos de perdición.
No vimos firmas cardenalicias pidiendo por el niño asesinado. Ni protestas populares frente a los domicilios de los culpables, ni "santuarios ecuménicos", ni extrañas misas de cromanianos rituales. Mejor así. Hemos visto en cambio, con los ojos del corazón —y como nos lo pintara Hugo Wast en su Autobiografía del hijito que no nació— a esa criatura inmolada conducida al limbo por su ángel custodio. Desde allí perdona a sus verdugos. Desde allí, donde ya no lo rozan los instrumentos dé tortura que ensangrentaron su cuerpo, pide por su casa y por su estirpe, y se siente "inundado por la más dulce de las esperanzas". Nos la contagie Dios a quienes estamos aún en lucha y en vigilia. Hasta que de los escombros del Estado asesino, renazca la patria limpia, gestadora de varones cabales, de mujeres fuertes, de hogares cimentados sobre piedra. •
Antonio Caponnetto
El Estado —mediante sus jueces, sus tribunales, su defensoría de menores, sus centros terapéuticos, sus funcionarios todos— por acción u omisión intencional o culposa, se convirtió así en un poder homicida, segador maldito e inmisericorde de quien no tuvo derecho humano alguno, y esta vez, derecho genuino, puesto que de nacer se trataba. El poder político no quiso ejercer sobre esa madre atribulada y confundida el magisterio del heroísmo cristiano, instándola a imitar la conducta santa de una Gianna Beretta Molla, que alcanzó los altares inmolándose por su pequeña en gestación. Ni inculcarle al padre la magnanimidad de Arghendi, aquel humilde albañil de Bérgamo, que en 1993, agradeció a su esposa Carla el haberlo convertido en un hombre por el ejemplo de entregar su vida a cambio de la del hijo que llevaba en el vientre. Ni se esforzó en convencer a ambos de que aún en perspectiva puramente natural, no todo era ineluctablemente trágico, ofreciendo al respecto los mejores servicios técnicos. No se deseó enseñar que los bienes en cuestión no eran equiparables, y que por eso no cabía la máxima de que el bien de muchos es preferible al de uno. Porque el bien de ese uno era la vida y el de los otros el vivir mejor con la asistencia de la madre salvada, y lleva prioridad la vida sobre el vivir mejor. No se quiso rescatar el sentido de la permanencia, repitiéndole a la mujer con Saint Exupéry: "salvaré la fuente en la que bebes, aún contra tu sed, si no morirás en el espíritu aunque no mueras en la carne". No se buscó un médico, como aquel que en el Hospital Infantil Luis Calvo Mackenna, hace casi veinte años, cuando tuvo que separar a dos siameses, sabiendo que alguno moriría en la demanda, dejó la elección a Dios, asistió a misa con todo su equipo, y después puso su mejor ciencia en el empeño salvífico de ambos. No se quiso, en suma, ya no confiar en la Divina Providencia, sino en los terrenos y prudenciales recursos para merecer su protección.
¿Puede extrañarnos acaso que este poder político propenda al homicidio, inculque el beneficio por sobre el sacrificio, y apele a los golpes bajos de la sensiblería en contra del señorío de la inteligencia? ¿Puede asombrar que el actual Estado pulverice a una persona para convalidar a la runfla de aborteros que lo apuntalan y lo sirven? ¿Puede traer perplejidad que esta clase dirigente, protagonista de fechorías innúmeras, se retraiga ante el mandato sicario de liquidar a un niño por nacer? Está claro que no. Los personajes que usurpan hoy el mando —toda democracia es, por esencia, usurpadora de la calidad y de la jerarquía— viven para homenajear y proteger a los criminales del terrorismo marxista, han salido de sus filas, se han nutrido de sus cuadros, han cooperado directa o indirectamente con sus malandanzas, se han puesto decididamente y por connaturalidad ideológica en el bando de los protervos y de la cultura de la muerte. Desde el presidente y su ciudadana consorte, hasta el cortejo de sayones que los rodean y usufructúan las franquicias de la tiranía. Un Estado comandado por esbirros sólo puede dar frutos de perdición.
No vimos firmas cardenalicias pidiendo por el niño asesinado. Ni protestas populares frente a los domicilios de los culpables, ni "santuarios ecuménicos", ni extrañas misas de cromanianos rituales. Mejor así. Hemos visto en cambio, con los ojos del corazón —y como nos lo pintara Hugo Wast en su Autobiografía del hijito que no nació— a esa criatura inmolada conducida al limbo por su ángel custodio. Desde allí perdona a sus verdugos. Desde allí, donde ya no lo rozan los instrumentos dé tortura que ensangrentaron su cuerpo, pide por su casa y por su estirpe, y se siente "inundado por la más dulce de las esperanzas". Nos la contagie Dios a quienes estamos aún en lucha y en vigilia. Hasta que de los escombros del Estado asesino, renazca la patria limpia, gestadora de varones cabales, de mujeres fuertes, de hogares cimentados sobre piedra. •
Antonio Caponnetto