domingo, 17 de abril de 2016

REVISTA CABILDO Nº47- JUNIO DE 2005´- EDITORIAL- UN CRIMEN, UNA ÉPOCA-

 Publicado por Revista Cabildo Nº47
Mes de Junio 2005-3era.Época
 REVISTA CABILDO Nº47-
JUNIO DE 2005´-
EDITORIAL-
UN CRIMEN, UNA ÉPOCA-
 
A tomado estado público y alcance nacional el aterrador caso de una desdichada jovencita jujeña, aparentemente violada, que asesinó a su hija, recién dada a luz, de una manera brutal. No pasaría el episodio de las crónicas habituales de la sordidez humana, si no mediara el hecho de que la victimaria fue erigida en víctima de un sistema, cuya malignidad consistiría en no castigar al violador y en no legalizar el aborto. Tampoco cobraría relevancia el suceso, si quienes salieron en defensa de la filicida -más concretamente las organizaciones autodenominadas defensoras de los derechos humanos y del género, amén de grupos facciosos y piqueteros varios- no hubieran amenazado a los jueces con represalias violentas, como se estila ahora, de no resultar la sentencia favorable a la autora del crimen. 


Al fin, cuando el dictamen -todo lo discutible que se quiera- señaló la culpa y dispuso la detención de la joven, sus familiares directos y los grupos ideológicos que operan de libretistas, declararon sin el menor apego a la lógica, que la justicia había matado a Romina, tal el nombre de la infortunada homicida.
Silentes una vez más quienes deberían hablar, quepan acaso algunas reflexiones. La primera que, independientemente de la casuística determinadora de la existencia o inexistencia de la violación, la criaturita asesinada era enteramente inocente. Y no hay humana ni divina ley que pueda justificar esta fechoría. Un mal no se remedia con otro, por el contrario la ecuación da dos males. Únicamente el bien puede compensar el daño grave infligido a un alma; en este caso, el bien de la vida virginal que nacía para poner candor donde antes hubo promiscuisdad o aborrecible saqueo. Si por ser fruto de la violación la madre no hubiera querido resguardar a su niña, quedaba para ella un destino de adopción y el castigo al degenerado. Si fruto no querido pero de relaciones consentidas, quedaba la plena asunción de la maternidad. Lo único que no quedaba era el crimen. Pero el pequeño detalle se les pasa por alto a las monstruosas organizaciones derechohumanis-tás, feministas y piqueteriles. Lo que prueba ya, de un modo indubitable, la naturaleza perversa y ruin de la que están confeccionadas; pues aquí no se trata de discusiones legales, metafísicas o de alta semántica sobre el nasciturus, o la determinación del instante en que el sujeto concebido es persona. La recién nacida fue apuñalada y agonizó dos días antes de morir.
La segunda reflexión es sobre la indignante hipocresía e incoherencia inaudita de los mentados grupúsculos que alzaron su voz para defender a la infanticida. Todos ellos están a favor de la libertad sexual irrestricta; de una libertad que puede afianzarse contra la naturaleza, y que reclama precisamente de este afianzamiento para convertirse en el triunfo del antojo y del permisivismo por encima de las leyes naturales y aún de las positivas que todavía pudieran resguardarlas. Pero en esta criteriología malsana que ellos mismos han construido, ¿por qué habría de ser penado, castigado, reprimido, discriminado o censurado un violador? ¿No es acaso una expresión más de la libertad sexual proclamada; una variable entre tantas del idolatrado placer, una opción como muchas otras del uso discrecional de la genitalidad, una alternativa legítima dentro del inmundo menú hormonal por cuya vigencia sin condicionamiento alguno bregan? En el submundo abisal del rock que les es enteramente afín a estos nucleamientos, hay una banda denominada Los Violadores -con recitales, giras, grabaciones y hasta páginas web propia- que no sólo se jacta de portar el nombre que porta, sino de haberlo podido conservar aunque en los momentos de su aparición le fue cuestionado por la supuesta dictadura. Si está bien exhibirse pública y exitosamente como violadores, y contar en la demanda con los auspicios y las complicidades del mundo, ¿a qué viene quejarse cuando uno de estos muchachos se desfoga?
La solución de tamaño drama no hay que buscarla en la repartija de fundas ni en la legalización del aborto, ni en el apedreamiento de la pecadora. Tampoco en una justicia garantista y funcional al hampa, ni en la demencia del odium plebis que pretende arrancar a golpes y a linchamientos mediáticos los fallos que juzga pertinentes a sus predilecciones. La solución está en predicar y obrar los mandamientos, que incluyen el sexto y el noveno, simulados o anulados hoy por la catequesis de la progresía. La solución está en la pureza.
Con ocasión del tenebroso crimen de Martita Ofelia, el Padre Castellani escribió que "el bofetón del demonio a toda inocencia continúa enrojeciendo de sangre y fuego cárdeno el crepúsculo de la patria". Así seguimos estando. Más el agravante de que ahora, cuando le levanten en breve un "santuario" a la victimaria, no faltará un obispo que lo celebre porque no se debe experimentar con la carne de nuestros jóvenes. La carnecilla viva, cretaural, inaugural y gimiente de la víctima destrozada a puñaladas, no tiene quien la recuerde, ni tuvo quien la bautizara. Sólo sabemos que alguna mano piadosa y justiciera la anotó en el registro civil bajo el nombre de Socorro Milagros. La llamaremos, pues, Socorro Milagros, rezaremos por ella y por su desventurada madre, y se nos unirán a la impetración los argentinos honestos que, cansados de tanto ultraje, prefieran morir luchando antes que resignarse a vivir en un país conducido por estos malolientes depravados. •
Antonio CAPONNETTO