Publicado por Reista Cabildo Nº48
Mes de Julio de 2005-3era.Época
REVISTA CABILDO Nº48
JULIO DE 2005
MIRANDO PASAR LOS HECHOS
por Víctor Eduardo ORDÓÑEZ
El poder anarquizante
Aborto: Trampa Dialéctica
Los mecanismos puestos en juego por el gobierno montonero de Kirchner están dando resultados. Luego de varios intentos fracasados para imponer el criterio abortista por vía judicial, se logró por fin que un tribunal, nada menos que la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, concediera autorización a una madre para que matara a su hijo en gestación, aduciendo motivos de salud que pondrían en peligro la vida de la mujer. Todo indica que lo que se buscó fue crear un "leading case" que permitiera al aparato ya montado al efecto disponer de un hecho que actuara como disparador de la anhelada despenalización del aborto. Las circunstancias facilitaron además que la buena mujer se dejara utilizar por un grupo de abortistas para que se planteara judicialmente la cuestión de la "interrupción voluntaria del embarazo" como un derecho, alcanzando de esta manera un status jurídico ilegal por completo.
Como estos abortistas son los mismos (o de idéntica cuña) que claman contra la represión militar que los combatió en época de mayor dignidad nacional, no es de extrañar que recurran a la misma trampa dialéctica en el caso: transmiten sólo la mitad de la problemática real y se aferran a una solución unilateral, atendiendo solamente a los intereses de una de las partes, con completa prescindencia de los valores objetivos. Es decir, vuelven a mentir y a desfigurar.
Porque así como la subversión existió, y hubo una represión que fue la respuesta legítima y necesaria y en modo alguno inmotivada, así el aborto contempla únicamente a uno de los términos del trágico conflicto, instalado fundamentalmente por la práctica de una sexualidad desorbitada, entre una y otra vida.
Ante semejante situación, el modernismo y el posmodernismo —que se basa en el disfrute como fin último y en la preeminencia de los derechos sobre los deberes— no admiten, ni pueden hacerlo, que una persona sacrifique su vida llegado el caso por otra, que viene a ser su hijo.
El Estado Genocida
Dictada la aberrante sentencia, los monstruos que habitan el gobierno, a las pocas horas, se lanzaron sin pudor a propiciar la ley del aborto, mediante la multitud de proyectos que vienen lloviendo sobre el Congreso desde hace mucho tiempo. El ridículo repartidor de preservativos, el hombre de los laboratorios, González García, no disimuló su alegría ante el fallo —al que sin duda no fue ajeno— y le faltó el tiempo para elevar su profética voz a favor del homicidio. Para lo cual él y sus secuaces omiten decir —al igual que en la realidad del terrorismo— que aquí, en este caso, también alguien muere y que no hay autoridad ni poder en el mundo que pueda designar quién de los dos implicados debe hacerlo. Al olvidar o negar (contra derecho y contra ciencia) que el feto existe y que es una persona, la cuestión se resuelve con tranquilidad para Ginés: el Estado Argentino (por ahora uno de sus tribunales) dispone que un inocente ha de morir como sacrificio en el altar de los derechos humanos y, concreta y trágicamente, en los de su propia madre. Así de aberrante, así de miserable, así de antinatural. Porque la cosa no quedará aquí, puesto que a muy poco andar y ya por una ley positiva cuya sanción se precipitará ante estos hechos forzados creados y utilizados como antecedentes, el principio de
matar al hijo por la salud de la madre se extenderá a otros supuestos como el del hijo no querido, etc. La naturaleza se revuelve y se convulsiona ante el peor de los delitos y condena a sus protagonistas y propiciadores a su propia destrucción, pero también a la de sus semejantes.
Lamentamos tener que volver a apoyarnos en la sanción evangélica, pero estos tales —que no sólo escandalizan sino que matan literalmente a los niños— son aquellos para quienes rige la admonición de ser arrojados al fondo del mar, con una piedra enorme atada al cuello, para que jamás vuelvan a subir. ¿No sería éste el castigo que Dios tendría preparado para Heredes? ¿Qué sanción reservará para un Estado que, aun violando su ley máxima, se convirtió en homicida de niños en un número indeterminado? Pero, al fin y al cabo, no había que esperar algo distinto de un elenco
gobernante que en su momento hizo del crimen y del terror un sistema y un ideal.
La Suba del Petróleo
A fines de junio se registró un récord absoluto del precio del barril, traspasando los u$s 60, para luego bajar. Aunque esta caída no pueda ser tomada como una tendencia, la misma indica que el-peligro de un estallido similar al que produjo la crisis financiera mundial del '73 (de la que se salió mediante el procedimiento del endeudamiento sistemático y progresivo de los países periféricos o emergentes), aún no está disipado" ya que esa deuda se ha transformado en estructural. La Argentina exporta petróleo pero importa fuel oil y diversos lubricantes, además de fertilizantes y productos petroquímicos, lo que la hace dependiente en cierta mediida de las alternativas del mercado internacional. Por ahora el gobierno se beneficia con ese incremento porque repercute favorablemente en las retenciones y , por lo tanto, en la recaudación fiscal, al tiempo que evita que el precio del crudo se traslade al interno de los combustibles.
Ahora bien, es tanta la diferencia entre lo que Repsol y las demás productoras reciben en el exterior con lo que gana en el país, que pierden interés en las tareas de cateo y explotación de nuevas reservas que es, precisamente, sobre lo que varios especialistas vienen llamando la atención; en efecto, dichas reservas se están agotando por falta de inversión en la exploración, como sí se hacía en los tiempos de la YPF estatal. Si nuestro país se viera obligado en algún momento a importar petróleo no lo podría hacer a los precios actuales sin provocar una catástrofe económica que culminaría en una crisis sin precedentes y sin consecuencias previsibles.
Es urgente, pues, que el presidente santacruceño se acuerde de las concesiones de las que tanto se beneficiaron él, su provincia y allegados, y proceda a exigir su cumplimiento estricto en el sentido que las empresas obligadas dispongan las inversiones necesarias para la ubicación de aquellas reservas, como lo ha-cía con tanto éxito y mayor esfuerzo el Estado Argentino.
La Deuda Externa
Mons. Héctor Aguer publicó en La Nación un lúcido y oportuno artículo acerca de la deuda externa, ese cáncer que a cada rato amenaza con extinguirnos a pesar del falso optimismo con que el gobierno busca engatusarnos. No se trata de una consideración especialmente técnica del problema ni referente a la situación actual de su negociación, sino que lo enfoca desde una perspectiva ética y según el inalterable Magisterio de la Iglesia.
Y así vuelve a la central cuestión de la usura, denunciada desde siempre como el gran y disolvente mal que altera toda economía y que torna ilegítima cualquier práctica financiera que no tenga en cuenta el bien común.
Observa Mons. Aguer que cada ejercicio destina mayor cantidad de dinero a pagar esa deuda externa desorbitante y que, en rigor, nadie sabe a ciencia cierta a cuánto asciende. El hecho es que, como lo dice el prelado, "el mejoramiento de las condiciones para el pago, no equivale a la solución del problema".
Y así es: mientras el gobierno argentino —no éste, sino uno en serio y patriota— no se decida a enfrentar a los grandes polos del poder dinerario planteando la decisiva cuestión de la licitud de la deuda (más allá o más acá de la responsabilidad jurídica y moral de los que la contrajeron en los días del perverso Martínez de Hoz) el problema subsistirá con sus peores consecuencias, la disminución o pérdida de la soberanía no es, por cierto, la menor.
Porque, como lo podemos comprobar ahora mismo en medio de las payasescas bravatas de Néstor Kirchner contra Rato y el FMI, desde el exterior nos van marcando perentoriamente qué clase de país hemos de ser, cuál será su perfil industrial, cuáles sus capacidades de desarrollo futuro, qué función económica y política se espera que cumplamos mañana. Un Estado que entrega, resoplando pero con disciplina, la administración y el diseño de su porvenir, está, si no muerto, en agonía, porque ha perdido los atributos soberanos, los que diferencian a una nación de una factoría.
Una prueba de la desorientación y del aventurerismo que atraviesan la política argentina es, entre otras, la decisión de Carrió de poner en un puesto de privilegio en su lista de candidatos a diputados porteños al ex jefe de la Capital y ex funcionario de De la Rúa, Enrique Olivera.
Prescindiendo de la manía (y de la pereza intelectual) de nuestros analistas de colocar a éste o a aquél al centro, a la derecha o a la izquierda sin tomarse el trabajo de definirlos aunque sea por aproximación, admitamos que el que fuera alcalde de Buenos Aires es un hombre que difícilmente debería convivir con personajes tan siniestros como Marta Maffei, que va como senadora por el mismo partido por la provincia. Tal vez pequemos de ingenuidad al pretender aunque sea un mínimo de coherencia y de decencia al momento de producir acercamientos y alianzas, ya que entendemos que todo tiene un límite.
Y si nos pusiéramos en hermeneutas de la realidad podríamos advertir que la izquierda desde el ilegítimo poder que ejerce ha ido demasiado lejos y que la cansina sociedad argentina se está mostrando un tanto sorprendida y un tanto molesta y hasta defraudada por esta movilidad partidocrática que se inspira sólo por la repartija del botín.
Hace tiempo que el ARI, a pesar de la ferocidad discursiva de varios de sus integrantes, viene destiñendo su perfil progresista y contestatario y se sabe acomodar a las circunstancias de la politiquería criolla. Lo cierto es que la incorporación a un partido que se vanagloriaba de su inclinación progresista de un hombre que llegó de la mano de un fracasado como el que fuera presidente de la Alianza, acredita la aceleración de la disolución radical. Y ya se sabe quiénes son los que están dispuestos a abandonar el barco que se hunde.
La disputa interna en el peronismo nos lleva a los que no participamos de ella "sino como testigos involuntarios, a preguntarnos qué cosa es el peronismo y, por lo tanto, qué son y quiénes son los peronistas. Un interrogante que va más allá de una inquietud folclórica o de una preocupación sociológica.
Porque el hecho trágico es que, se presenten como se presentasen —divididos, mal pegados, con un programa de derecha o de izquierda, con planes estatistas o de libre mercado y cualquier etcétera posible— ganan. Tienen, por cierto, las ventajas de lo indefinible, que equivale a abrirse a todas las eventualidades y, consiguientemente, a todas las expectativas.
Todo aquel que no sea demasiado exigente ni intelectualmente serio, puede esperar algo, lo que sea, del peronismo triunfante. El único punto común que une sus retazos es un pragmatismo viscoso y relativista que le permite ser a la vez, por ejemplo, antiabortista y abortista, siempre con la misma adhesión indiferente del dirigente y del afiliado; a lo que hay que agregar un apetito nunca satisfecho como el del tiburón pero que, digámoslo en su ayuda, es compartido por todas las demás fracciones partidocráticas que pululan y pulularon y lo seguirán haciendo en nuestro territorio y a nuestra costa.
Por ahora lo que nos acucia es saber si el justicialismo partido que se presenta en la provincia de Buenos Aires, está aplicando una táctica para alzarse con las bancas en juego o está sufriendo en verdad una fractura. De ser así no apostamos a cómo continuará ni a cómo se resolverá, si es que alguna vez se soluciona (el peronismo tiene una capacidad enorme de engullirse sus propias contradicciones sin disolverse ni digerirlas definitivamente nunca) y menos aún creemos que esta confrontación —puesto que no va más allá de ese apetito constitutivo que mencionábamos— servirá para aclarar las posiciones ni las ideas. Lo que hemos de agradecerles a los dirigentes bonaerenses es que esta vez dejaron de lado su histrionismo funambulesco y se mostraron tal cual son: se pelean por los cargos y por los negocios.
Hacia la Anarquía
La huelga de ATE que afecta a los niños internados en el Hospital Garrahan, la huelga indefinida de maestros en varias provincias los paros sorpresivos en las industrias de la carne y del gas, y tantas otras medidas de parecido tenor como la insoportable y bullanguera prepotencia de los piquetes alentados o por lo meno no combatidos por el Gobierno tienen mucho de similitud, aparte de su inconveniencia.
Es que todas son expresione del mismo espíritu transgreso alentado desde las alturas, donde se procura el conflicto permanente que cree el clima propicio para terminar de desvencijar a la República, sin Estado, sin justicia independiente, sin corporaciones libres, cercada por la antinaturaleza.
Un desorden que en un país como el nuestro está costando muy caro.
Si el gobierno quisiera podría implantar mecanismos de concordia y de apaciguamiento, o reconciliación y de convivencia manejando con prudencia política la estampida de tensiones de energías que sólo favorece caos.
Pero no: por el contrario, es Gobierno el que lo mantien. Cada cual de los actuales actores concurre, aun sin saberlo (por afán de protagonismo, por intreses bastardos, por convicción ideológica), a esta situación implosiva. Luego, será la anarquía completa e incontrolable.
Y después el totalitarismo, es decir, lo mismo que pensaron los montoneros.
Las Voladuras de Londres
Los atentados de Londres por parte de los miembros de Al Qaeda, que costaron decenas de muertos y cientos de heridos inocentes (lo mismo que sucede cuando bombardean los yankis y sus aliados las poblaciones iraquíes o afganas), no deben ser considerados sólo como una expresión bélica de una organización que recurre a esos medios en la imposibilidad de enfrentar de modo convencional a un enemigo feroz e invasivo como el sionista-anglonorteamericano.
El hecho de haber golpeado en lo que puede considerarse el corazón del Occidente capitalista, carga ya un profundo significado que, mucho nos tememos, pase inadvertido para sus dirigentes y observadores.
Hay que contar con la debida perspicacia histórica, con una cierta perspectiva que llamaríamos "vertical" (para distinguirla de la "horizontal" que es con la cual la modernidad y la posmodernidad miden y evalúan los acontecimientos) para determinar el sentido y el alcance de esas explosiones terroristas.
Hay que convencerse, y actuar en consonancia, de que ha estallado una guerra religiosa, aunque los agnósticos occidentales se resistan a creerlo y ni siquiera estén en condiciones culturales para hacerlo.
Tal vez S. S. Benedicto XVI sea el único que haya acertado en su consideración sobre tales actos, si es que no recurrió al adjetivo de "anticristiano", para condenarlos, como sinónimo de inhumano. Al calificarlos de esa manera dio en el centro del conflicto entre Occidente y el Islam, una guerra no sólo nunca terminada sino que reanudada a partir de un momento concreto, las invasiones de Afganistán e Irak. Éste fue, claro, el disparador de un conflicto soterrado pero nunca extinguido. Y Occidente — esta cultura relativista, democrática y capitalista— no lo puede comprender, ganado por sus confusiones iluministas. Es terrile que esto sea así. Cuando Tony Blair, en las primeras palabras dirigidas a su pueblo a propósito de los atentados, dijo que "no nos harán cambiar los principios de nuestra civilización", cabe preguntarse dramáticamente cuáles son esos principios, si los conoce efectivamente y si está dispuesto a defenderlos.
Porque el Occidente contemporáneo, poscristiano, materialista y sin valores trascendentes, no dispone más que de sus rencores, sus prejuicios infundados y sus intereses terrenos.
El mundo musulmán, en cambio, cuenta con convicciones a las que no ha renunciado, tal como le fuera transmitido por una teología y una ética milenaria. Una cultura que piensa y se desenvuelve en términos de un inmanentismo totalitario y otra que es religiosa, con todo lo que ello implica cuando esa religiosidad es falsa y adversa a la Fe Verdadera, producen y exigen, cada una a su manera, sus propias amenazas. Pero lo peor es que una sabe lo que es, lo que quiere y lo que busca, en tanto que la otra no, y por eso hace rato que ha perdido su norte. •
Porque así como la subversión existió, y hubo una represión que fue la respuesta legítima y necesaria y en modo alguno inmotivada, así el aborto contempla únicamente a uno de los términos del trágico conflicto, instalado fundamentalmente por la práctica de una sexualidad desorbitada, entre una y otra vida.
Ante semejante situación, el modernismo y el posmodernismo —que se basa en el disfrute como fin último y en la preeminencia de los derechos sobre los deberes— no admiten, ni pueden hacerlo, que una persona sacrifique su vida llegado el caso por otra, que viene a ser su hijo.
El Estado Genocida
Dictada la aberrante sentencia, los monstruos que habitan el gobierno, a las pocas horas, se lanzaron sin pudor a propiciar la ley del aborto, mediante la multitud de proyectos que vienen lloviendo sobre el Congreso desde hace mucho tiempo. El ridículo repartidor de preservativos, el hombre de los laboratorios, González García, no disimuló su alegría ante el fallo —al que sin duda no fue ajeno— y le faltó el tiempo para elevar su profética voz a favor del homicidio. Para lo cual él y sus secuaces omiten decir —al igual que en la realidad del terrorismo— que aquí, en este caso, también alguien muere y que no hay autoridad ni poder en el mundo que pueda designar quién de los dos implicados debe hacerlo. Al olvidar o negar (contra derecho y contra ciencia) que el feto existe y que es una persona, la cuestión se resuelve con tranquilidad para Ginés: el Estado Argentino (por ahora uno de sus tribunales) dispone que un inocente ha de morir como sacrificio en el altar de los derechos humanos y, concreta y trágicamente, en los de su propia madre. Así de aberrante, así de miserable, así de antinatural. Porque la cosa no quedará aquí, puesto que a muy poco andar y ya por una ley positiva cuya sanción se precipitará ante estos hechos forzados creados y utilizados como antecedentes, el principio de
matar al hijo por la salud de la madre se extenderá a otros supuestos como el del hijo no querido, etc. La naturaleza se revuelve y se convulsiona ante el peor de los delitos y condena a sus protagonistas y propiciadores a su propia destrucción, pero también a la de sus semejantes.
Lamentamos tener que volver a apoyarnos en la sanción evangélica, pero estos tales —que no sólo escandalizan sino que matan literalmente a los niños— son aquellos para quienes rige la admonición de ser arrojados al fondo del mar, con una piedra enorme atada al cuello, para que jamás vuelvan a subir. ¿No sería éste el castigo que Dios tendría preparado para Heredes? ¿Qué sanción reservará para un Estado que, aun violando su ley máxima, se convirtió en homicida de niños en un número indeterminado? Pero, al fin y al cabo, no había que esperar algo distinto de un elenco
gobernante que en su momento hizo del crimen y del terror un sistema y un ideal.
La Suba del Petróleo
A fines de junio se registró un récord absoluto del precio del barril, traspasando los u$s 60, para luego bajar. Aunque esta caída no pueda ser tomada como una tendencia, la misma indica que el-peligro de un estallido similar al que produjo la crisis financiera mundial del '73 (de la que se salió mediante el procedimiento del endeudamiento sistemático y progresivo de los países periféricos o emergentes), aún no está disipado" ya que esa deuda se ha transformado en estructural. La Argentina exporta petróleo pero importa fuel oil y diversos lubricantes, además de fertilizantes y productos petroquímicos, lo que la hace dependiente en cierta mediida de las alternativas del mercado internacional. Por ahora el gobierno se beneficia con ese incremento porque repercute favorablemente en las retenciones y , por lo tanto, en la recaudación fiscal, al tiempo que evita que el precio del crudo se traslade al interno de los combustibles.
Ahora bien, es tanta la diferencia entre lo que Repsol y las demás productoras reciben en el exterior con lo que gana en el país, que pierden interés en las tareas de cateo y explotación de nuevas reservas que es, precisamente, sobre lo que varios especialistas vienen llamando la atención; en efecto, dichas reservas se están agotando por falta de inversión en la exploración, como sí se hacía en los tiempos de la YPF estatal. Si nuestro país se viera obligado en algún momento a importar petróleo no lo podría hacer a los precios actuales sin provocar una catástrofe económica que culminaría en una crisis sin precedentes y sin consecuencias previsibles.
Es urgente, pues, que el presidente santacruceño se acuerde de las concesiones de las que tanto se beneficiaron él, su provincia y allegados, y proceda a exigir su cumplimiento estricto en el sentido que las empresas obligadas dispongan las inversiones necesarias para la ubicación de aquellas reservas, como lo ha-cía con tanto éxito y mayor esfuerzo el Estado Argentino.
La Deuda Externa
Mons. Héctor Aguer publicó en La Nación un lúcido y oportuno artículo acerca de la deuda externa, ese cáncer que a cada rato amenaza con extinguirnos a pesar del falso optimismo con que el gobierno busca engatusarnos. No se trata de una consideración especialmente técnica del problema ni referente a la situación actual de su negociación, sino que lo enfoca desde una perspectiva ética y según el inalterable Magisterio de la Iglesia.
Y así vuelve a la central cuestión de la usura, denunciada desde siempre como el gran y disolvente mal que altera toda economía y que torna ilegítima cualquier práctica financiera que no tenga en cuenta el bien común.
Observa Mons. Aguer que cada ejercicio destina mayor cantidad de dinero a pagar esa deuda externa desorbitante y que, en rigor, nadie sabe a ciencia cierta a cuánto asciende. El hecho es que, como lo dice el prelado, "el mejoramiento de las condiciones para el pago, no equivale a la solución del problema".
Y así es: mientras el gobierno argentino —no éste, sino uno en serio y patriota— no se decida a enfrentar a los grandes polos del poder dinerario planteando la decisiva cuestión de la licitud de la deuda (más allá o más acá de la responsabilidad jurídica y moral de los que la contrajeron en los días del perverso Martínez de Hoz) el problema subsistirá con sus peores consecuencias, la disminución o pérdida de la soberanía no es, por cierto, la menor.
Porque, como lo podemos comprobar ahora mismo en medio de las payasescas bravatas de Néstor Kirchner contra Rato y el FMI, desde el exterior nos van marcando perentoriamente qué clase de país hemos de ser, cuál será su perfil industrial, cuáles sus capacidades de desarrollo futuro, qué función económica y política se espera que cumplamos mañana. Un Estado que entrega, resoplando pero con disciplina, la administración y el diseño de su porvenir, está, si no muerto, en agonía, porque ha perdido los atributos soberanos, los que diferencian a una nación de una factoría.
Una prueba de la desorientación y del aventurerismo que atraviesan la política argentina es, entre otras, la decisión de Carrió de poner en un puesto de privilegio en su lista de candidatos a diputados porteños al ex jefe de la Capital y ex funcionario de De la Rúa, Enrique Olivera.
Prescindiendo de la manía (y de la pereza intelectual) de nuestros analistas de colocar a éste o a aquél al centro, a la derecha o a la izquierda sin tomarse el trabajo de definirlos aunque sea por aproximación, admitamos que el que fuera alcalde de Buenos Aires es un hombre que difícilmente debería convivir con personajes tan siniestros como Marta Maffei, que va como senadora por el mismo partido por la provincia. Tal vez pequemos de ingenuidad al pretender aunque sea un mínimo de coherencia y de decencia al momento de producir acercamientos y alianzas, ya que entendemos que todo tiene un límite.
Y si nos pusiéramos en hermeneutas de la realidad podríamos advertir que la izquierda desde el ilegítimo poder que ejerce ha ido demasiado lejos y que la cansina sociedad argentina se está mostrando un tanto sorprendida y un tanto molesta y hasta defraudada por esta movilidad partidocrática que se inspira sólo por la repartija del botín.
Hace tiempo que el ARI, a pesar de la ferocidad discursiva de varios de sus integrantes, viene destiñendo su perfil progresista y contestatario y se sabe acomodar a las circunstancias de la politiquería criolla. Lo cierto es que la incorporación a un partido que se vanagloriaba de su inclinación progresista de un hombre que llegó de la mano de un fracasado como el que fuera presidente de la Alianza, acredita la aceleración de la disolución radical. Y ya se sabe quiénes son los que están dispuestos a abandonar el barco que se hunde.
La disputa interna en el peronismo nos lleva a los que no participamos de ella "sino como testigos involuntarios, a preguntarnos qué cosa es el peronismo y, por lo tanto, qué son y quiénes son los peronistas. Un interrogante que va más allá de una inquietud folclórica o de una preocupación sociológica.
Porque el hecho trágico es que, se presenten como se presentasen —divididos, mal pegados, con un programa de derecha o de izquierda, con planes estatistas o de libre mercado y cualquier etcétera posible— ganan. Tienen, por cierto, las ventajas de lo indefinible, que equivale a abrirse a todas las eventualidades y, consiguientemente, a todas las expectativas.
Todo aquel que no sea demasiado exigente ni intelectualmente serio, puede esperar algo, lo que sea, del peronismo triunfante. El único punto común que une sus retazos es un pragmatismo viscoso y relativista que le permite ser a la vez, por ejemplo, antiabortista y abortista, siempre con la misma adhesión indiferente del dirigente y del afiliado; a lo que hay que agregar un apetito nunca satisfecho como el del tiburón pero que, digámoslo en su ayuda, es compartido por todas las demás fracciones partidocráticas que pululan y pulularon y lo seguirán haciendo en nuestro territorio y a nuestra costa.
Por ahora lo que nos acucia es saber si el justicialismo partido que se presenta en la provincia de Buenos Aires, está aplicando una táctica para alzarse con las bancas en juego o está sufriendo en verdad una fractura. De ser así no apostamos a cómo continuará ni a cómo se resolverá, si es que alguna vez se soluciona (el peronismo tiene una capacidad enorme de engullirse sus propias contradicciones sin disolverse ni digerirlas definitivamente nunca) y menos aún creemos que esta confrontación —puesto que no va más allá de ese apetito constitutivo que mencionábamos— servirá para aclarar las posiciones ni las ideas. Lo que hemos de agradecerles a los dirigentes bonaerenses es que esta vez dejaron de lado su histrionismo funambulesco y se mostraron tal cual son: se pelean por los cargos y por los negocios.
Hacia la Anarquía
La huelga de ATE que afecta a los niños internados en el Hospital Garrahan, la huelga indefinida de maestros en varias provincias los paros sorpresivos en las industrias de la carne y del gas, y tantas otras medidas de parecido tenor como la insoportable y bullanguera prepotencia de los piquetes alentados o por lo meno no combatidos por el Gobierno tienen mucho de similitud, aparte de su inconveniencia.
Es que todas son expresione del mismo espíritu transgreso alentado desde las alturas, donde se procura el conflicto permanente que cree el clima propicio para terminar de desvencijar a la República, sin Estado, sin justicia independiente, sin corporaciones libres, cercada por la antinaturaleza.
Un desorden que en un país como el nuestro está costando muy caro.
Si el gobierno quisiera podría implantar mecanismos de concordia y de apaciguamiento, o reconciliación y de convivencia manejando con prudencia política la estampida de tensiones de energías que sólo favorece caos.
Pero no: por el contrario, es Gobierno el que lo mantien. Cada cual de los actuales actores concurre, aun sin saberlo (por afán de protagonismo, por intreses bastardos, por convicción ideológica), a esta situación implosiva. Luego, será la anarquía completa e incontrolable.
Y después el totalitarismo, es decir, lo mismo que pensaron los montoneros.
Las Voladuras de Londres
Los atentados de Londres por parte de los miembros de Al Qaeda, que costaron decenas de muertos y cientos de heridos inocentes (lo mismo que sucede cuando bombardean los yankis y sus aliados las poblaciones iraquíes o afganas), no deben ser considerados sólo como una expresión bélica de una organización que recurre a esos medios en la imposibilidad de enfrentar de modo convencional a un enemigo feroz e invasivo como el sionista-anglonorteamericano.
El hecho de haber golpeado en lo que puede considerarse el corazón del Occidente capitalista, carga ya un profundo significado que, mucho nos tememos, pase inadvertido para sus dirigentes y observadores.
Hay que contar con la debida perspicacia histórica, con una cierta perspectiva que llamaríamos "vertical" (para distinguirla de la "horizontal" que es con la cual la modernidad y la posmodernidad miden y evalúan los acontecimientos) para determinar el sentido y el alcance de esas explosiones terroristas.
Hay que convencerse, y actuar en consonancia, de que ha estallado una guerra religiosa, aunque los agnósticos occidentales se resistan a creerlo y ni siquiera estén en condiciones culturales para hacerlo.
Tal vez S. S. Benedicto XVI sea el único que haya acertado en su consideración sobre tales actos, si es que no recurrió al adjetivo de "anticristiano", para condenarlos, como sinónimo de inhumano. Al calificarlos de esa manera dio en el centro del conflicto entre Occidente y el Islam, una guerra no sólo nunca terminada sino que reanudada a partir de un momento concreto, las invasiones de Afganistán e Irak. Éste fue, claro, el disparador de un conflicto soterrado pero nunca extinguido. Y Occidente — esta cultura relativista, democrática y capitalista— no lo puede comprender, ganado por sus confusiones iluministas. Es terrile que esto sea así. Cuando Tony Blair, en las primeras palabras dirigidas a su pueblo a propósito de los atentados, dijo que "no nos harán cambiar los principios de nuestra civilización", cabe preguntarse dramáticamente cuáles son esos principios, si los conoce efectivamente y si está dispuesto a defenderlos.
Porque el Occidente contemporáneo, poscristiano, materialista y sin valores trascendentes, no dispone más que de sus rencores, sus prejuicios infundados y sus intereses terrenos.
El mundo musulmán, en cambio, cuenta con convicciones a las que no ha renunciado, tal como le fuera transmitido por una teología y una ética milenaria. Una cultura que piensa y se desenvuelve en términos de un inmanentismo totalitario y otra que es religiosa, con todo lo que ello implica cuando esa religiosidad es falsa y adversa a la Fe Verdadera, producen y exigen, cada una a su manera, sus propias amenazas. Pero lo peor es que una sabe lo que es, lo que quiere y lo que busca, en tanto que la otra no, y por eso hace rato que ha perdido su norte. •