domingo, 17 de abril de 2016

REVISTA CABILDO Nº45- MES DE ABRIL 2005- EDITORIAL- EL SUELDO Y LA GLORIA

 Publicado por Revista Cabildo Nº45
Mes de Abril de 2005-3era. Época
REVISTA CABILDO Nº45-
MES DE ABRIL 2005-
EDITORIAL-
EL SUELDO Y LA GLORIA
 
De paso por su tierra natal, que no patria, a la que como pocos contribuyó a destruir, el facineroso Firmenich acaba de desmentir que el actual- sea un gobierno montonero. Arguye al respecto, con mal simulada ignorancia, que la organización criminal que presidiera ya no existe, que en tanto tal, por ende, carece de un programa gubernamental actualizado, y que el presidente y su elenco, por aquellos años de tiroteos, eran antes adherentes que militantes, compañeros de ruta más que operarios físicos del terror. Finge ignorar el sicario que quienes calificamos en ocasiones de montoneril a la runfla gubernativa, lo hacemos en uso legítimo y apropiado del sentido traslaticio del idioma, y que a tales efectos, bien podríamos hablar también de un gobierno erpiano, porque lo que se quiere decir con ambos giros, es lo que está a la vista de un modo dominante, reiterado y brutal: qué quienes mandan hacen propias, orgullosamente y sin tapujos, todas y cada una de las consignas, personas y hechos de la guerra homicida que el marxismo le declaró a la Argentina. 


Y de un modo tan explícito y reiterado, con un énfasis tan notorio y un despliegue de recursos y de dineros tan ingentes, que casi podría asegurarse que la preocupación hegemónica del actual poder político no es otra que enrostrarle a la sociedad con insolencia su filiación ideológica subversiva.
El señor Bendini tiene edad, estado y seso suficiente como para darse cuenta de esta situación; o dicho sin elipsis, para darse cuenta de qué bando peleaba su actual Comandante en Jefe cuando la guerrilla comunista nos atacó a mansalva. Tiene también, como cualquiera, la posibilidad diaria de constatar con qué obsesión y con cuánto rencor, aquellos partisanos hoy devenidos en funcionarios, no sólo no se arrepienten de sus pasados crímenes sino que viven para ponderarlos, falsificando para ello la memoria y el sentido común, y prodigándoles a los victimarios abultados resarcimientos económicos. Tiene al fin el Bendini otra posible constatación nada esquiva, antes bien patente y próxima, y es que en aquella contienda fueron segadas las vidas de no pocos integrantes de las Fuerzas Armadas, amén de los que quedaron malheridos o postrados. Camaradas suyos, digamos, o al menos miembros todos de una institución a la que se supone está directa y afectivamente ligado este hábil trepador de taburetes.
A pesar del carácter dramático de estas comprobaciones -que moverían por lo menos la santa ira de un varón cabal- el uniformado ha decidido guardar estricta subordinación a quien fuera y es un mísero aliado de los verdugos de la nación. Entre la fidelidad a los caídos de su tropa y de su patria o el manso servilismo a la banda de insurrectos travestidos de autoridades públicas, ha optado por la peor parte. Pues "una cosa es a los soldados" -enseñaba Quevedo- "obedecer órdenes, y otra seguir el ejemplo. Los unos tienen por paga el sueldo, los otros la gloria". No nos imaginamos a los generales vandeanos o cristeros sirviendo respectivamente a las órdenes de Turreau o de Calles, ni tampoco al General San Martín haciendo venias y cuadrándose delante de Rivadavia. Pero el nuestro, por lo visto, es de honores laxos y reglamentos estrictos. Ninguna culpa que no se pueda generalizar, se dirá con toda razón, pues la conducta de Bendini no hace sino tipificar aquel malsano profesionalismo aséptico que convierte a estos hombres en "altos empleados, a fin de hacer lo que el Estado mande, sea justo o injusto", según certerísimas palabras de Castellani. Ya no guerreros legítimos por la causa del Dios de los Ejércitos, sigue diciendo el cura, sino legales dependientes "del dios Estado, sea vil o grande".
¿Por qué entonces, ahora, con tanto maula antiguo y nuevo, esta personalización de la traición castrense en el señor del escaño? Es que el hombre ha acumulado para ello méritos en demasía, en un lapso relámpago. Tantos que, a su lado, el dócil Balza podría pasar por "el bravo sargento Cruz". No ha habido obsecuencia, majadería, sumisión o lisonja al Régimen que se haya evitado exhibir. Hasta este último gesto -desaprobado tardíamente y muy a su pesar por el mismo Kirchner- de encarcelar a uno de sus hombres por el testimonio de su esposa a favor del perseguido Monseñor Baseotto y de la Fe Católica. Lo que dijo esta mujer debió ser dicho por Bendini, en nombre de la totalidad de las Fuerzas Armadas. Debió ser dicho imperativamente, en defensa y custodia de la Iglesia, hoy perseguida por los protervos, pero bajo cuya luz se bautizaron y combatieron las Armas Argentinas, a lo largo de toda su historia. Debió ser dicho en nombre de los muchos guerreros muertos, besando esa Cruz que hoy quieren abolir. No sólo no lo hizo sino que vengó indignamente en el esposo-soldado las agallas de su esposa, para terminar al fin desairado por el mismísimo tirano patán. En otros tiempos alguien le hubiera acercado una pistola al General...
Volviendo a la disyuntiva que con Quevedo planteáramos, esta claro que Bendini, ha preferido el sueldo a la gloria. Otros habrá en cambio -esperanzadamente lo creemos- que recuerden con Calderón de la Barca que la milicia no es más que una religión de hombres honrados. O que piensen al menos, menos místicos, pero más prácticos, en lo que decía el finado Borges: "entre las cosas hay una, de la que no se arrepiente nadie en la tierra. Esa cosa es haber sida valiente". •
Antonio CAPONNETTO