miércoles, 27 de abril de 2016

LA INCONSISTENCIA COMO SIGNO DE LOS TIEMPOS-LA CONSISTENCIA EN EL OBRAR HUMANO. (Parte II)

LA CONSISTENCIA EN EL OBRAR HUMANO. (Parte II)



LA INCONSISTENCIA COMO SIGNO DE LOS TIEMPOS.

por Dardo Juan Calderón





      “el que esté en el campo, no vuelva atrás…” (Mat 24,18)

  ¿Esta historia “consistente” iba a permanecer siempre? ¿Siempre habría historia cristiana? No. Se anunciaba un fin de la historia en que lo cristiano iba a ir desapareciendo. Pero este fin de la historia ¿iba a encontrar al hombre en medio de una gran y fuerte historia de otro tenor?

 Seamos claros: el demonio, o sólo el hombre: ¿podrían producir una civilización fuerte y estable sin Dios? Veremos… (aunque ya hemos adelantado que si no es historia cristiana no es historia, porque para ser historia necesita que ese obrar sea “consistente” y perdurable, que surja de la autoridad y esta sólo es posible si Dios habita en las dos puntas de la relación).
  El hombre ha producido hechos malignos, contrarios al orden querido y propuesto por Dios. En esa actividad ha construido imperios y ordenes diversos. Algunos lejanos, todavía influidos por la prototradición enmarañada con el mito; pero luego,  los más efímeros, a pura fuerza y poder, y otros con la mentira y la ilusión (que dijimos que es la falsificación de la autoridad, pero finalmente es poder, poder de la mentira y del engaño).

  El Gran Mentiroso – el diablo – ha estado en ellos, en los 
más profundos y con esa cierta estabilidad que da la mentira por sobre la fuerza bruta, pero; esto lo da sólo al principio, en las primeras mentiras. Después se van gastando las mentiras y hay que hacer un esfuerzo de renovación que te lanza a ciclos cada vez más rápidos. Es mejor ilusionista que el hombre, pero no perfecto. Aunque podemos ver algunos imperios hechos por el hombre sólo, que duraron poco y muy poco. (Los fascismos por ejemplo. Que sin embargo son los que se denuncian más demoníacos por la propaganda, y  según estos criterios, le hacen flaco favor al demonio por la inestabilidad instantánea. Esos eran sólo hombres. Fueron un chispazo).

 Nosotros entendemos que esos engendros demoníacos que son fuertes y de cierta estabilidad en la historia, comenzaron con el Islam, y sin duda alguna el otro, que lo siguió, es la Revolución que nace desde la rebeldía de Lutero. Y ambos tienen dos cosas en común. Son construcciones políticas, y se disfrazan de religión. Son ideologías religiosas EN LA QUE LO RELIGIOSO, ES MENTIRA puesta para cohesionar. Pero son fundamentalmente rebeliones contra la autoridad.

  El aspecto satánico del imperio romano – denunciado por los Padres de la Iglesia - era cuando se expresaba como puro poder de lograr órdenes impuestos (aún bastante buenos). Y desde allí viene la enorme paradoja del cristianismo que se denuncia como defecto y autodestrucción desde los romanos hasta Nietzsche: que la autoridad debilita el poder. Que como vimos no es tan así, pero es necesario aflojar el poder para que cuaje la autoridad  ¡No aflojar el poder por la libertad del hombre! Sino para la autoridad de Dios. Y esta es la diferencia con el “liberalismo católico”. No sirve el orden que da el poder – ya lo dijimos - pero no por respeto a la libertad humana, sino por respeto a la autoridad divina. Si Dios no estuviera presente en la historia con su fuerza redentora, el poder debería ser todo.

 Vamos a reconocer los engendros demoníacos porque sus historias son un poco más largas, pero necesitan de una materialidad cada vez mayor, abrumante, costosísima. De una gran presión y de una acumulación de poder inmenso. Policías y ejércitos súper numerosos. Mucho dinero que mantenga la mentira publicitaria y que se renueve en más mentiras. Materia, materia y materia; y en lugar de espíritu… mentira. 

 Estos imperios parecen que hacen historia, pero no es así. Sus aptitudes para imprimir conductas en los hombres son efímeras e inestables, y son tan onerosas que se funden y quiebran. No hay como sostener sus materialidades inmensas. Se derrumban como la Unión Soviética. Y se aprende de estos derrumbes. El diablo aprende cuando sus ilusiones se muestran al poco como tiempo como fracasos evidentes.

  En cambio, la Revolución liberal es primordialmente una usina de ilusiones que pretende ser permanente como usina generadora de nuevas estafas, variando las ilusiones a cada rato, y que a cada rato ya aparecen como fracasos, pero ya hay una nueva preparada en su lugar. Este es el modelo de la Revolución evolucionista y progresista del liberalismo y, justamente “evolucionismo y progresismo” quieren decir: ilusiones y estafas, reiteradas y exageradas cada vez más.

 El defecto de la ideología marxista es que pone un término final al que llegar, el poder del proletariado, y no se renueva en otra (se jugó).  Si algo se salvó del orden soviético fue cuando entendió con Gorbachov y Juan Pablo II lo que tenía que hacer. Renovarse. Permanentemente en otra mentira, lo llamaron perestroika. Castellani pensaba que el Anticristo lograría una síntesis entre capitalismo y comunismo, siendo el “bolchevismo … su etapa preparatoria y destructiva”. El Padre Saenz se pregunta “Con la perestroika de Gorbachov” – se olvida de Juan Pablo II - “¿no nos estaremos acercando a este momento?”   

Sin embargo el mismo Padre Saenz, muerde el anzuelo en el último ensayo de la mentira que es Putin con el replanteo modernista de la religión ortodoxa influida por el modernismo católico.

  Ratzinger era revolución permanente y él mismo clausuraba su engendro – el Concilio -  y solicitaba otro. “Hermenéutica de la continuidad” no es otra cosa que seguir con la mentira, inventando una nueva a cada paso.

 Pero cada uno de estos ciclos ilusorios borra al anterior como historia; ya feneció y no influye en el presente. Se derriban los monumentos y se entierran sus políticas y sus planes, la “negación” se impone. Se “acelera” y se fragmenta la historia, hasta finalmente, no hacerse perceptible como tal a los hombres a los que a cada rato se les borra la memoria. No hay más historia que un pequeño período muy cercano, el de la construcción de la nueva ilusión mientras se destruye la pasada. (¿Se acuerdan de esa película de una mujer rusa que despierta de un coma y se encuentra ese engendro que salió de la perestroika?)

 Un orden gubernamental – como el kirchnerismo – que con enorme poder dura ¡doce años!,  a los dos meses no existe, no ha dejado huella alguna y todo debe hacerse diferente; se evidencia la estafa. Y gran parte de esto se produce porque la nueva ilusión, para ser nueva, debe decapitar a la vieja ilusión y vengarse ostensiblemente de su fracaso, sino, no es creíble. Todos gritan por la venganza y, la satisfacción del deseo de la venganza ya se convierte en casi todo el nexo de la próxima ilusión. (Si Macri no logra imponer una ilusión – que no lo ha logrado todavía - pues nos tiene que dar mucha venganza).  Ya casi no importa el futuro éxito, me contento con la venganza.   Sus posibilidades de producir “conductas consistentes” es casi nula o, nula. (Más allá que me divierta la venganza antikirchnerista porque me sumo en mi malicia al sentir amargo de los linchadores, no se puede dejar de ver la vileza de la misma que se solaza en la vindicta de la envidia para los tontos, mientras los nuevos construyen parecidas porquerías con renovadas técnicas, y ponen a su servicio los esbirros judiciales que sirvieron a los anteriores. (¡Ahh! ¡Los burócratas! Con San Fouché en el altar y su sueño de permanecer siempre como vampiros sobre las pústulas de estos sistemas. El gatopardismo católico de los entristas).

 La Gran Ilusión, finalmente, es vengarse de todo y de todos. Decapitar al rey. Matar al padre. Crucificar a Cristo. (Y eso fue 1810 en nuestra historia – lo digo para que no me endilguen medias palabras sobre ese tema - borrar la memoria, asesinar el pasado, cantar una ilusión y producir quince años de guerra civil. Y lo logró). El burócrata está allí para servir siempre como verdugo del “mal”. De policía y de Juez.

  Cuando la Iglesia se haya convertido  en una pusillus grex, y la historia cristiana habrá dejado de operar en la multitud de los hombres, no habrá “orden cristiano”, todo será revolución y, propiamente, tampoco habrá historia en este sentido, porque el eje central de la revolución es atacar la memoria, salvo la de la venganza corta. Habrá unos pocos hombres con historia. Y hablo en futuro para no ser muy tremendista. (De la reciente historia argentina, lo único que queda es la venganza contra los militares, es lo único que lleva más de treinta años recordándose. Ahora sumaremos la venganza contra los kirchneristas, un poco más civilizada por la lubricación del soborno).

  De la misma manera los hombres del Vaticano ya comienzan a hartarse de la historia del Concilio Vaticano II. Fue una ilusión ideológica a la que nos exigían adherir y a la que algunos nos negamos; pero a la que la mayoría ya olvidó, porque quiere algo nuevo, algo más. Ya decapitaron a su mayor mentor, Ratzinger  – que se venía desdiciendo tímidamente buscando diluirlo con una nueva “hermenéutica” –  y van a decapitar a todos sus defensores que hoy son los asquerosos “conservadores” (recuerden el dicho, “lo único que conserva un conservador, es la revolución”).

 Se van a vengar del Concilio y nos dicen que ya podemos librarnos de él, que ya no nos exigen aceptarlo. Comienza algo nuevo. En breve va a ser tan ridículo mantener una oposición al Concilio como pasa con esos viejos que son “anticomunistas”… “¡¿qué?! ¡Si eso ya no existe!” (mi suegra con una amiga, hasta hace poco, rezaban para pedir a Dios que parara el comunismo,  y los muchachos se reían a pata suelta). No quiero decir con esto que quienes han analizado el mal de estas construcciones han perdido el tiempo, hay una causación de un mal a otro que se puede seguir y se debe seguir, hay una venganza y una sevicia de una ciclo sobre otro que se debe percibir. La negación que puede llegar al infinito es el componente nihilista de la síntesis actual. Nihilismo , marxismo y liberalismo, es el cóctel. Hay una dinámica revolucionaria que es la del odio y la rebelión.

 Pero en fin, me atrevo a decir que no hay que anclarse en una lucha contra las posturas conciliares, porque estas van a ser – o ya han sido - rebasadas y,  al Concilio nos lo van a entregar para la venganza, junto con los hombres que lo defendieron. De hecho, está ocurriendo. Y hay piadosos que sienten misericordia por ellos. Lo que está bien. Pero yo no. Se la buscaron. Pero yo soy malo. Soy Kurtz.

Pero volvamos a la historia. Sólo se hace historia con conductas que permanecen, que producen una influencia estable y perdurable en el hombre. Y esa influencia sólo está garantizada por la existencia de una autoridad moral y espiritual – de doble sentido y dirección - que pueda convocar esas conductas. Pero a la vez, que el hombre pueda conformar desde dentro de él mismo una relación activa de respuesta con esa autoridad. Y eso, sólo se puede lograr sin en el hombre habita la gracia. Y si la gracia deja de habitar en el hombre, pues el hombre puede ser objeto de la violencia del poder o de la seducción de la mentira, durante algunos períodos, pero todo es efímero y una generación no concita una modelación sobre la otra, sino por el contrario, concita una venganza por la violencia o por el fraude sufrido, y al rato lo modélico, lo ejemplar, es la venganza y sólo la venganza. Los hijos odian a sus padres que los engañaron y ya no saben quiénes fueron sus abuelos. Y comienza a no haber historia. Y se comienza a ver el fin de la historia en su signo más evidente. En sí misma. El signo de los tiempos, del fin de la historia, es que ya no hay más historia, que el hombre no es influido por una historia, sino por una mentira momentánea que sólo concita la obligación de negarla y el odio por borrarla.

  La revolución es a-histórica, es venganza del pasado e ilusión hacia el futuro, y al poco de andar… es sólo venganza. Es justamente borrar el pasado y sus posibles influencias. El hombre ha perdido la consistencia de hacer historia con sus actos. Se ha vuelto a-histórico. Se ha hecho un revolucionario. Sus baluartes se deshacen tan rápido como se arman y no hay que quedarse luchando contra murallas abandonadas ni sobre murallas abandonadas. En este siglo, el pasado y el más pasado hemos visto muchas de ellas (y este palo va para el rancho de quienes se aferran a las construcciones del pasado). La misma ciudad del Vaticano da esta impresión a quien la visita. El Concilio Vaticano II es otra de ellas. Ya ha mutado. A toda velocidad. Ya lo han entregado, y si sentimos el alivio, nos confundimos, ya viene algo nuevo; sobre la venganza, la entrega de posiciones y chivos emisarios, viene la nueva forma de ilusión. Más corta todavía. Pero amontonando mayores perversiones. Más llena de odio. No se alegren porque caiga. Pero no lo lamenten tampoco y quieran volver a lo anterior.  “El que esté en el campo, no vuelva atrás…” (Mat 24,18)

  Alguien dijo por ahí que la historia es cíclica. Pues sí y no. Dios es uno y eterno, es siempre el mismo en la historia, no hace ciclos. El demonio hace ciclos de perversión renovada ante cada fracaso de su embate (esto que digo, es Calmel), él es cíclico y renovado hasta que sea arrojado al infierno. Pero Dios no.

 La historia del hombre se deshace en forma palmaria ante nuestra vista; el siglo pasado es tan pasado como el imperio Persa. La civilización cristiana y su monarquía, son como la momia de Tután Kamón.

Concluimos.

 El hombre, su ciudad y su historia, sólo pueden ser restaurados bajo la influencia de la AUTORIDAD, y es desde allí que surge la libertad. Pero la autoridad sólo puede ser ejercida en relación a otro que la acepta como buena. Esta capacidad está por fuera de las fuerzas naturales del hombre. La única restauración es por efecto de la Gracia que se instala en el alma del hombre y en dónde Dios se reconoce a sí mismo. La gracia se distribuye al hombre desde Cristo y su Iglesia en la tierra, que mantiene el recuerdo - renovación -  de su autoridad con hombres consagrados, es decir, con medios también materiales, aunque mínimos. (La doble esencia del sacramento, materia y forma, habla de ello).  El hombre sin gracia no puede realizar actos de una consistencia histórica perdurable, sólo puede hacer actos efímeros. El hombre sin gracia no hace historia. La historia sin gracia se acaba. La ciudad del hombre es historia. La ciudad sin gracia se acaba. Cuando el hombre rechaza la gracia, termina la historia.

 Pero además, el hombre es hombre y sigue siendo hombre, y el precio de la gracia es la Muerte. Para entrar en la “estabilidad” total,  hay que morir. El hombre nunca logrará la total consistencia de su obrar sino después de pasar por la muerte. Y la historia, como actos del hombre, sigue el mismo curso. Debe terminar como termina la vida, dejando de ser vida, dejando de ser historia. Y nos damos cuenta que la vida está terminando cuando se debilitan los signos vitales. Y nos damos cuenta que la historia está terminando cuando se debilitan los signos históricos. Y muchos, con buena intención tratan de reavivarla, con golpes en el pecho y respiración artificial; con renacimientos de buenos símbolos históricos – como la vieja monarquía- y está bien. Pero un día te quedas sentado viendo los últimos estertores y sabes que ya no puedes hacer nada. Que hay que llamar al cura.

  ¿Qué piensan que hay que reforzar en el esfuerzo revitalizador? ¿La historia o la gracia?  Tomen el pulso, calculen el daño.

 Como bien dijo un sabio contradictor de estos cocodrilos, somos “tradicionalistas de la gracia”, no de la historia. Queremos transmitir la gracia, no la historia. La historia de la gracia. Desde la gracia la historia. Y la gracia traerá la “verdadera historia”, no la que nosotros juzgamos útil. Porque realmente, lo más paradójico, es que no sabemos sin ayuda de la gracia lo que es historia. Y porque la única y verdadera historia, es la historia de la gracia en los hombres, que está escrita en un libro, allá en el Cielo. “¿Quién es digno de abrir el libro?” (Apoc, 5,2)   Y queda un hilo finito de nuestra historia.

  Como verán, y como ocurrió en la Primera Venida, hay una historia que se pierde en la nada frente Cristo y que con Él se hace NUEVA, se resignifica toda, y troca completamente en otra historia. La Historia de la Redención del Hombre. La plenitud de los tiempos.

 Los historiadores suelen ser sordos y ciegos ante este cambio, y así como interpretan con total rapidez que la naturaleza sufre un pequeño golpe de timón con la gracia y no un salto eminente; ven a la historia apenas sufriendo una corrección de rumbo en la Venida del Señor, y no un salto eminente. (Muchas veces se produce esto por cuestiones metodológicas y académicas en que el trascurso del tiempo debe mantener una causación racional, explicable y lineal).

Y hay un final de la historia, en que la historia se hace nada frente a la Segunda Venida, y donde se resignifica completamente en una nueva historia que relata el Libro de los Siete Sellos. Que comienza a hacerse patente y que dará el salto a la metahistoria. Pero, lo que queremos resaltar, es que “nuestra” historia caducará, y se comenzará a hacer patente esa Otra Historia, la del Libro, poco antes del final.

 Varias actitudes quedan ante este diagnóstico sobre una historia que se borra y se hace ajena y que se anuncia desde todos los rincones del pensamiento. Sin duda alguna, todos coinciden que vienen “otros tiempos”, y esto lo hacen desde diestra y siniestra. ¿Cuáles son estas actitudes? : La evolución definitiva y democrática en mañanas que cantan.  ¿Un milenio? o,  La Parusía. También hay quienes dicen La Parusía y un milenio.  O nada de esto. O simplemente estamos viendo fantasmas como a muchos otros les ha pasado en crisis históricas, y sigue la historia con sus causas y concausas, para seguir siendo algo no muy diferente a lo anterior, con alzas y bajas.

La Naciones ¿retomarán su protagonismo histórico? ¿O se hunden ante un sistema mundial que todo lo aniquila o todo lo hace nuevo? La Iglesia ¿ha llegado a su momento de reducción previo a la Parusía, o saldrá en un Nuevo Paradigma?

 ¿Está ocurriendo algo nuevo, anormal, extraordinario? O no.  Para contestarse estas cosas quedan cuatro vías. 1.- El optimismo progresista; 2.-  la Profecía; 3.-  el unirse a la corriente para corregir rumbos restauradores en “la confianza de las reservas civilizadoras de la sociedad moderna” (lo que implica un esfuerzo enorme de la memoria histórica que luche contra la amnesia revolucionaria); o… 4.- pegarse un tiro ante el espectáculo increíble de una civilización arrasada y sin remedio.

 Cada uno elegirá lo que más le cuadre. Nosotros con Castellani (y a pesar de las diferencias) entendemos que pueden haber llegado los tiempos en que “Nadie podrá aguantar si Cristo no volviese pronto”… “Su único apoyo serán las profecías. El Evangelio Eterno (es decir el del Apocalipsis) habrá reemplazado a los Evangelios de la Espera y del Noviazgo; y todos los preceptos de la Ley de Dios se cifrarán en uno sólo: mantener la fe ultrapaciente y esperanzada”.

 Y entonces… nos queda por ver en qué anda la profecía. Pero lo dejaremos para más adelante si nos dan las fuerzas y el conocimiento. Por ahora y como conclusión de todo lo dicho, las naciones, los pueblos y los imperios, son ruinas de ruinas. Y viene algo Nuevo. Tan Nuevo y tan Viejo como Cristo.