martes, 3 de mayo de 2016

AY QUE TOMAR PARTIDO por Dardo Juan Calderón

AY QUE TOMAR PARTIDO


  por Dardo Juan Calderón



 Yo creo que cuando el hombre andaba descubriendo el fuego y viviendo en cavernas, debe haber habido una discusión terrible en cada grupo con respecto a que si esa cosa que quemaba, o el andar metiéndose en una cueva, eran para bien o para mal. Si retomáramos esa discusión hoy en día, a pesar de que muchos dirían que acertaron los que tomaron partido por estas dos posturas progresistas, encontraríamos unas dos mil razones defendibles que darían al traste con esa conclusión. Verán ustedes que estos dos inventos no han servido para otra cosa que para debilitarnos frente a la intemperie, hacernos la guerra, y fundar el modo de vida burgués. Es sin duda un craso materialismo el creer que sin estas cosas el espíritu no hubiera llegado a las mismas o mejores maravillas. Es más, a medida que lo pienso sólo veo ventajas en haber estado en contra del fuego y de las cavernas; nuestros cuerpos serían rústicos y no perderíamos tanto tiempo en su protección, la noche se habría respetado para su función de descanso y los días hubieran sido con todo más provechosos. ¡Piensen cuántos males se habría ahorrado el hombre!







    Calculo que de la misma manera, cuando perseguían una tropilla de mamutes, unos gritaban ¡al bayo! Y otro, ¡noo, pavos… al lobuno de colmillo chueco! Lo cierto es que nunca sabremos cuál de los grupos tenía razón, pero sin duda alguna no se produjo lo de la burra de balam, y alguno se impuso. De esa manera el hombre se acostumbró a discutir y nacieron las opiniones y las pruebas al canto.  Las cuestiones disputadas, los resentimientos, los vencidos y los vencedores.

La cuestión es que en esa puja de poner pasión en tener razón, la vida del hombre transcurrió para bien y para mal en distintas tomas de partidos. Gracias a ello se produjeron las carreras de caballos, la apuestas y la quiniela. Los que pujaban porque se imponga la numeración arábiga por sobre la latina, y los que seguían discutiendo después de años sobre si esta decisión ya tomada, estuvo bien tomada o mal tomada, y de esta forma nacieron los intelectuales, que son unos tipos cuya diversión ante una disputa contemporánea, es tirar por elevación con cosas que se dijeron hace doscientos años, y de esta manera enlazar todas las discusiones y los argumentos para que sirvan a un interés del que quieren aparentar estar lejanos, pero del que efectivamente comen.

  Aparecido Cristo en la historia, muy lejos de traer calma a esta vieja costumbre, puso las cosas blanco sobre negro: “El que no está conmigo, está contra mí”,  y los hombres se pasaron unos buenos siglos dándose palos por quién está con Él y quién no. Arrianos, nestorianos y otros partidos se hicieron de razones y la apuestas arreciaron. El Papado un día, para aminorar las reyertas inventó el Islam, y propuso tomar partido contra ese monstruo en una competencia que se llamaron Cruzadas, y parecía que había dos partidos netos; pero más tarde había cristianos que tomaban partido por un Sultán en contra de otros cristianos por aquello del Imperio, en el que unos tomaban partido porque sí y otros porque no.

   En esta cuestión de tomar partido, siempre fue de primera importancia el saber qué partido había tomado el otro, y se planteaban discusiones sobre a qué partido pertenecía mengano y, si era dudoso, pues había que adjudicarle un partido para poner las cosas en claro. De allí que mucha gente perteneció a un partido sin saberlo y tuvo que hacerse cargo. De lo que se armaron muchos partidos con respecto a si fulano pertenecía o no a tal partido. Y a eso había que agregar que lo intelectuales se dividían en partidos que disputaban si tal o cual, allá en la historia, avalaba con sus tomas de partido antiguas, al partido que ellos apoyaban en la actualidad. De esta manera toda toma de partido en el hoy, implica hacer tomar partido por este partido, a toda una serie de hombres del pasado que se entiende hubieron tomado partido por nuestro partido. Y no sólo eso, sino que había que establecer que otros fulanos del pasado, que no nos gustan, habrían estado en el partido contrario. La historia consiste en no dejar tranquilo a nadie en el pasado y hacerle tomar partido por el presente.

   Antes de saber qué ha dicho tal o cual con respecto a la Ópera, pues tratamos de saber si este pertenece al partido de la Italiana o de la Germana, pues de esta manera sabremos interpretar lo que dice de la Ópera, y para ello preguntamos a los conocidos sobre a qué partido pertenece… Y nos cuentan que ese tal, se suele juntar en un café con un conocido germanófilo, de lo que se deduce su toma de partido y con ese dato leemos su obra, que resulta a todas luces germanófila aunque hable bien de la Ópera italiana, pues sin duda lo hace para solaparse en la crítica y tomar altura y pose de objetividad. Lo que verdaderamente importa es con quién toma café.

  En esta batalla de toma de partido los intelectuales logran que los hombres del pasado que ya habían tomado partido, pues cambian de partido aunque estén bien quietos en sus tumbas, por aquello de que si una vez dijo esta cosa, hoy estaría diciendo esta otra, y resulta que Verdi termina del lado de la ópera germana, porque esta – la germana-  refleja la esencia de la italiana, que en realidad fuera traicionada por el partido de los Verdianos en sus derroteros posteriores. Y resulta que San Pio X toma partido por el liberalismo porque, aunque haya sido el mayor antiliberal de la historia, la verdadera lucha contra el liberalismo hoy por hoy,  hay que darla dentro del partido liberal. Y sin duda el Santo avala esta conclusión en tal o cual carta u opinión. Y se arman dos nuevos partidos sobre qué partido hubiera tomado el Santo Pio.

   Para evitar que la toma de partido fuera muy compleja, la Iglesia “determinó”,  no “deslindó” (porque hay un partido que dice que la Iglesia determina y otro que dice que deslinda, y aquí tomamos partido) que había un punto infalible; lo que una vez definido creo varios partidos sobre qué significaba “infalible” y qué alcance tenía esto, lo que produjo nuevo partidos que decían que tal determinación – o deslindación – sólo había traído mayor confusión sobre un asunto que hubiera sido más infalible si no se hubiera determinado la infalibilidad.  

   La cuestión es que aquí no nos quejamos de las tomas de partidos – nada más lejos de nuestra intención – que desde aquellos albores de perseguir mamutes, divierten y enriquecen al hombre y nos dan ocasión de apalearnos, burlarnos, escarnecernos y edificarnos. Pero ya establecido el ritmo de una puja, con apuestas en la mesa y dos guerras mundiales maravillosas en las que las gentes entraron por tomar partido y salieron de cualquier otro partido… apareció el partido de los que dicen que no hay que tomar partido, y de los que dicen que tomar partido por algo, es entrar en la dinámica del partido único; con lo que el tomar partido dentro de esa dinámica, más allá del partido que hayas tomado, es haber acabado con la discusión y pasar a formar parte del único partido de la revolución que se nutre de las diferencias en su puja.

   Para quienes tomar partido no puede ser el acabose de esta egregia condición humana de maltratarse por direcciones opuestas, para pasar a maltratarse por un sentido único; había que tomar partido por no tomar partido y a la vez, no tomar partido; lo que constituye el partido de la contrarevolución, que mal que les pese a algunos, es hacer lo contrario de la revolución. Para lo cual este partido, para no tomar partido que sirva a la dinámica de partidos, debe hacer todo de manera contraria a lo que indica la dinámica de partidos. Es el partido del sabotaje a la dinámica de partidos.

   Ya decía una coplita liberal…

                         El que quiera ser marqués
                         Conde, duque o caballero
                          Ha de observar, lo primero
                          Hacerlo todo al revés.

  Pero claro, esta postura aristocrática de tomar partido contra todo partido, ha sido muy difícil de sostener por el partido contrarevolucionario; no sólo por aquello de que te repugne el que te determine la negación – ser reaccionario-  (que para el caso se convierte en un método infalible. Sería el tomar como regla del cristiano, no hacer nada de lo que hace el diablo; que lo que ha hecho, es introducir el partido cristiano en la dinámica de partidos), sino fundamentalmente por comenzar a sentir que estás fuera de la reyerta divertida, edificante y constructiva, y has dejado de perseguir mamutes y estás mirando desde una colina. Porque en el fondo, al hombre más que tener razón – y por lo cual parece que toma partido – lo que le encanta es estar en medio de la discusión y, a veces toma partido por la contra para que la misma se sostenga. Y si en esta discusión parece por momentos que unos van a asesinar a los otros, pues es mentira, unos y otros se adoran tiernamente en la medida que se abre la discusión y para ello fundan universidades. Y si hay algunos asesinados, es sólo por el efecto de la pimienta en las comidas.

  Así que el partido contrarevolucionario se agotó en el esfuerzo de predicar en el desierto y tomó un nuevo rumbo. Como no podía ser un partido en la dinámica de partidos, decidió ser partidario de todos los partidos y convertirse en una especie de levadura dentro de cada partido. No ser un “reaccionario”, sino una nueva fuerza que cambie el rumbo de la dinámica de los partidos. En el sistema de la dialéctica de partidos establecer un nuevo partido, diseminado por todos los partidos, que propugna otra síntesis que no sea la revolucionaria, sino una síntesis cristiana.



  Pero claro, uno que hace todo al revés (porque quiere ser marqués), ha tomado partido porque lo cristiano no es una síntesis, sino un partido, un partido que no acepta el juego de partidos ni las síntesis.