AY QUE TOMAR PARTIDO
por Dardo Juan Calderón
Yo creo que cuando el hombre andaba
descubriendo el fuego y viviendo en cavernas, debe haber habido una discusión
terrible en cada grupo con respecto a que si esa cosa que quemaba, o el andar
metiéndose en una cueva, eran para bien o para mal. Si retomáramos esa
discusión hoy en día, a pesar de que muchos dirían que acertaron los que
tomaron partido por estas dos posturas progresistas, encontraríamos unas dos
mil razones defendibles que darían al traste con esa conclusión. Verán ustedes
que estos dos inventos no han servido para otra cosa que para debilitarnos frente
a la intemperie, hacernos la guerra, y fundar el modo de vida burgués. Es sin
duda un craso materialismo el creer que sin estas cosas el espíritu no hubiera
llegado a las mismas o mejores maravillas. Es más, a medida que lo pienso sólo
veo ventajas en haber estado en contra del fuego y de las cavernas; nuestros
cuerpos serían rústicos y no perderíamos tanto tiempo en su protección, la
noche se habría respetado para su función de descanso y los días hubieran sido
con todo más provechosos. ¡Piensen cuántos males se habría ahorrado el hombre!
Calculo que de la misma manera, cuando
perseguían una tropilla de mamutes, unos gritaban ¡al bayo! Y otro, ¡noo,
pavos… al lobuno de colmillo chueco! Lo cierto es que nunca sabremos cuál de
los grupos tenía razón, pero sin duda alguna no se produjo lo de la burra de
balam, y alguno se impuso. De esa manera el hombre se acostumbró a discutir y
nacieron las opiniones y las pruebas al canto.
Las cuestiones disputadas, los resentimientos, los vencidos y los
vencedores.
La cuestión
es que en esa puja de poner pasión en tener razón, la vida del hombre transcurrió
para bien y para mal en distintas tomas de partidos. Gracias a ello se
produjeron las carreras de caballos, la apuestas y la quiniela. Los que pujaban
porque se imponga la numeración arábiga por sobre la latina, y los que seguían
discutiendo después de años sobre si esta decisión ya tomada, estuvo bien
tomada o mal tomada, y de esta forma nacieron los intelectuales, que son unos
tipos cuya diversión ante una disputa contemporánea, es tirar por elevación con
cosas que se dijeron hace doscientos años, y de esta manera enlazar todas las
discusiones y los argumentos para que sirvan a un interés del que quieren aparentar
estar lejanos, pero del que efectivamente comen.
Aparecido Cristo en la historia, muy lejos de
traer calma a esta vieja costumbre, puso las cosas blanco sobre negro: “El que
no está conmigo, está contra mí”, y los
hombres se pasaron unos buenos siglos dándose palos por quién está con Él y quién
no. Arrianos, nestorianos y otros partidos se hicieron de razones y la apuestas
arreciaron. El Papado un día, para aminorar las reyertas inventó el Islam, y
propuso tomar partido contra ese monstruo en una competencia que se llamaron
Cruzadas, y parecía que había dos partidos netos; pero más tarde había
cristianos que tomaban partido por un Sultán en contra de otros cristianos por
aquello del Imperio, en el que unos tomaban partido porque sí y otros porque
no.
En esta cuestión de tomar partido, siempre
fue de primera importancia el saber qué partido había tomado el otro, y se
planteaban discusiones sobre a qué partido pertenecía mengano y, si era dudoso,
pues había que adjudicarle un partido para poner las cosas en claro. De allí
que mucha gente perteneció a un partido sin saberlo y tuvo que hacerse cargo. De
lo que se armaron muchos partidos con respecto a si fulano pertenecía o no a
tal partido. Y a eso había que agregar que lo intelectuales se dividían en
partidos que disputaban si tal o cual, allá en la historia, avalaba con sus tomas
de partido antiguas, al partido que ellos apoyaban en la actualidad. De esta
manera toda toma de partido en el hoy, implica hacer tomar partido por este
partido, a toda una serie de hombres del pasado que se entiende hubieron tomado
partido por nuestro partido. Y no sólo eso, sino que había que establecer que
otros fulanos del pasado, que no nos gustan, habrían estado en el partido
contrario. La historia consiste en no dejar tranquilo a nadie en el pasado y
hacerle tomar partido por el presente.
Antes de saber qué ha dicho tal o cual con respecto
a la Ópera, pues tratamos de saber si este pertenece al partido de la Italiana
o de la Germana, pues de esta manera sabremos interpretar lo que dice de la
Ópera, y para ello preguntamos a los conocidos sobre a qué partido pertenece… Y
nos cuentan que ese tal, se suele juntar en un café con un conocido
germanófilo, de lo que se deduce su toma de partido y con ese dato leemos su
obra, que resulta a todas luces germanófila aunque hable bien de la Ópera
italiana, pues sin duda lo hace para solaparse en la crítica y tomar altura y
pose de objetividad. Lo que verdaderamente importa es con quién toma café.
En esta batalla de toma de partido los intelectuales
logran que los hombres del pasado que ya habían tomado partido, pues cambian de
partido aunque estén bien quietos en sus tumbas, por aquello de que si una vez
dijo esta cosa, hoy estaría diciendo esta otra, y resulta que Verdi termina del
lado de la ópera germana, porque esta – la germana- refleja la esencia de la italiana, que en realidad
fuera traicionada por el partido de los Verdianos en sus derroteros
posteriores. Y resulta que San Pio X toma partido por el liberalismo porque,
aunque haya sido el mayor antiliberal de la historia, la verdadera lucha contra
el liberalismo hoy por hoy, hay que
darla dentro del partido liberal. Y sin duda el Santo avala esta conclusión en
tal o cual carta u opinión. Y se arman dos nuevos partidos sobre qué partido hubiera
tomado el Santo Pio.
Para evitar que la toma de partido fuera muy
compleja, la Iglesia “determinó”, no “deslindó”
(porque hay un partido que dice que la Iglesia determina y otro que dice que
deslinda, y aquí tomamos partido) que había un punto infalible; lo que una vez
definido creo varios partidos sobre qué significaba “infalible” y qué alcance
tenía esto, lo que produjo nuevo partidos que decían que tal determinación – o deslindación
– sólo había traído mayor confusión sobre un asunto que hubiera sido más
infalible si no se hubiera determinado la infalibilidad.
La cuestión es que aquí no nos quejamos de
las tomas de partidos – nada más lejos de nuestra intención – que desde
aquellos albores de perseguir mamutes, divierten y enriquecen al hombre y nos
dan ocasión de apalearnos, burlarnos, escarnecernos y edificarnos. Pero ya establecido
el ritmo de una puja, con apuestas en la mesa y dos guerras mundiales maravillosas
en las que las gentes entraron por tomar partido y salieron de cualquier otro
partido… apareció el partido de los que dicen que no hay que tomar partido, y
de los que dicen que tomar partido por algo, es entrar en la dinámica del
partido único; con lo que el tomar partido dentro de esa dinámica, más allá del
partido que hayas tomado, es haber acabado con la discusión y pasar a formar parte
del único partido de la revolución que se nutre de las diferencias en su puja.
Para quienes tomar partido no puede ser el
acabose de esta egregia condición humana de maltratarse por direcciones
opuestas, para pasar a maltratarse por un sentido único; había que tomar
partido por no tomar partido y a la vez, no tomar partido; lo que constituye el
partido de la contrarevolución, que mal que les pese a algunos, es hacer lo
contrario de la revolución. Para lo cual este partido, para no tomar partido
que sirva a la dinámica de partidos, debe hacer todo de manera contraria a lo
que indica la dinámica de partidos. Es el partido del sabotaje a la dinámica de
partidos.
Ya decía una coplita liberal…
El que quiera ser
marqués
Conde, duque o
caballero
Ha de observar, lo
primero
Hacerlo todo al revés.
Pero claro, esta postura aristocrática de
tomar partido contra todo partido, ha sido muy difícil de sostener por el
partido contrarevolucionario; no sólo por aquello de que te repugne el que te
determine la negación – ser reaccionario- (que para el caso se convierte en un método
infalible. Sería el tomar como regla del cristiano, no hacer nada de lo que
hace el diablo; que lo que ha hecho, es introducir el partido cristiano en la
dinámica de partidos), sino fundamentalmente por comenzar a sentir que estás
fuera de la reyerta divertida, edificante y constructiva, y has dejado de
perseguir mamutes y estás mirando desde una colina. Porque en el fondo, al
hombre más que tener razón – y por lo cual parece que toma partido – lo que le encanta
es estar en medio de la discusión y, a veces toma partido por la contra para
que la misma se sostenga. Y si en esta discusión parece por momentos que unos
van a asesinar a los otros, pues es mentira, unos y otros se adoran tiernamente
en la medida que se abre la discusión y para ello fundan universidades. Y si
hay algunos asesinados, es sólo por el efecto de la pimienta en las comidas.
Así que el partido contrarevolucionario se
agotó en el esfuerzo de predicar en el desierto y tomó un nuevo rumbo. Como no
podía ser un partido en la dinámica de partidos, decidió ser partidario de todos
los partidos y convertirse en una especie de levadura dentro de cada partido.
No ser un “reaccionario”, sino una nueva fuerza que cambie el rumbo de la
dinámica de los partidos. En el sistema de la dialéctica de partidos establecer
un nuevo partido, diseminado por todos los partidos, que propugna otra síntesis
que no sea la revolucionaria, sino una síntesis cristiana.
Pero claro, uno que hace todo al revés
(porque quiere ser marqués), ha tomado partido porque lo cristiano no es una
síntesis, sino un partido, un partido que no acepta el juego de partidos ni las
síntesis.