Las apabullantes lecciones de la semana
Rogelio Alaniz
Amado Boudou, brindando una clase
magistral en una facultad de la Universidad Nacional de la Plata; una
clase alrededor de las nuevas modalidades de la dominación imperialista
en América Latina constituye el episodio político más aleccionador de la
semana y una sorpresiva y reveladora moraleja acerca del estado
político del actual debate ideológico.
Que este señor, evaluado incluso por los árbitros más
benignos y comprensivos como un arquetipo de aventurero social y
procesado por ladrón, dé lecciones de antiimperialismo en la universidad
fundada por Joaquín V. González es una prueba concluyente -de alguna
manera devastadora- de que el debate derecha-izquierda ha perdido
actualidad teórica, pero sobre todo respetabilidad política.
Es verdad que en los ámbitos académicos polemizar
acerca de las posibilidades históricas del debate derecha-izquierda
sigue teniendo actualidad teórica, pero en términos estrictamente
políticos no deja de ser sintomático y aleccionador que sea Boudou quien
zanje estos dilemas por el peor de los caminos, es decir por el de los
andurriales de la banalización. O, en términos discepolianos, por la
ciénaga del cambalache, el lugar donde todo da lo mismo, porque lo que
se impone es la burla, la estafa, pero por sobre todas las cosas, lo
anodino y lo irrelevante.
Y si algunas dudas quedaban flotando en el aire del
siglo XXI acerca del anacronismo de ciertas consignas y de ciertas
interpretaciones de la realidad social, esas dudas concluyó por
disiparlas el señor Boudou presentándose como un sedicente abanderado de
la causa antiimperialista, algo desopilante y estrafalario, pero al
mismo tiempo conmovedoramente real, en tanto no le faltaron aplausos y
respaldos institucionales. Reacciones asombrosas que obligan a
interrogarse acerca de la identidad y subjetividad de quienes en nombre
de causas que merecen cierta respetabilidad, instalan como maestro de
juventudes al señor Boudou, en la misma universidad cuyos estudiantes
protagonizaron incluso con anticipación- las jornadas reformistas que
tuvieron como epicentro a Córdoba, la universidad que contó con guías
políticos de la talla de Alfredo Palacios o Julio González, la
universidad cuyo movimiento estudiantil resistió a dictadores y
demagogos de todo pelaje, y que ahora irrumpe en el siglo XXI brindando
tribunas a un vivillo con la tranquilidad de conciencia de quienes con
ese gesto suponen que están realizando un aporte sustantivo a la causa
de la liberación de los pueblos.
Que toda esta comedia se haya realizado en una
facultad que dice enseñar periodismo, es otro de los escándalos
espirituales de los tiempos que corren, sobre todo porque se trata de la
misma facultad que otorgó honores y distinciones a personajes cuya
relación con la prensa fue la agresión, la censura y la intolerancia. Y
todo ello respaldado por las virtudes de la autonomía académica, cuyos
personeros en el fondo la detestan como principio, como detestan todo
aquello que tenga que ver con la libertad.
No es necesario forzar la imaginación para ubicar en
la misma línea la visita de la Señora a Ecuador para recibir
distinciones de parte del amo populista de ese desdichado país. A miles
de kilómetros de Buenos Aires, la Señora nos brindó una de sus
habituales clases ya estábamos a punto de olvidar esa deliciosa
costumbre- acerca de los males que agobian a la Argentina. En la
ocasión, la Señora no tuvo empacho en referirse a la inflación y a la
pobreza, auténticas novedades verbales de su parte porque, como todos
recordamos, esos temas hasta hace nueve meses estaban prohibidos en el
lenguaje oficial, temas cuyos adláteres no vacilaban en calificarlos de
maniobras conspirativas y destituyentes de Magnetto.
Como para contribuir a la confusión general, el
Observatorio de la Deuda Social Argentina (Odsa) confirmó que la pobreza
llega al treinta y dos por ciento de los habitantes y la indigencia
supera el seis por ciento, lo que traducido a números más efectivos
significa algo así como doce o trece millones de pobres, un porcentaje
que revela un pobre cada tres habitantes, ecuación que excede el
profético cinco por uno, promesa que alguna vez los argentinos tuvimos
la satisfacción de escuchar pronunciada desde los balcones de la Casa
Rosada por un señor amigo de Trujillo, Stroessner y Somoza y cuyo
apellido designaba calles, pueblos, ciudades y provincias.
No concluye allí el informativo del Odsa. Para zanjar
debates innecesarios se advierte que el noventa por ciento de esa
pobreza se gestó durante la denominada década ganada, es decir en el
mismo país y en el mismo tiempo en el que la Señora y sus secuaces
anunciaban que la pobreza apenas llegaba al cinco por ciento y que del
tema no era aconsejable hablar porque, según Kicillof significaba una
estigmatización, para no mencionar las palabras vomitadas por “el Morsa”
Fernández anunciando que en la Argentina la pobreza era inferior a la
de Alemania, afirmación que en su momento los periodistas consideraron
un chiste, otra de las manifestaciones del proverbial y exquisito
sentido de humor del “Morsa”, hasta que la expresión irascible y adusta
del caballero los convenció de que nunca había hablado tan en serio.
El informe del Odsa señala que la pobreza también ha
crecido durante la gestión de Macri, un dato que hasta la mirada más
distraída de la realidad puede apreciar. El debate acerca de si la
pobreza crece porque es un resultado inevitable de la herencia recibida
que dicho sea de paso- nunca es pasiva sino que continúa actuando sobre
la realidad, o si, por el contrario, es la consecuencia previsible de un
plan económico orientado a empobrecer y hambrear a las clases
populares, está abierto. Más allá de las posiciones legítimas que cada
uno sostenga al respecto, hay un principio que no merece subestimarse,
un principio que pude parecer obvio pero que traza una gruesa línea
divisoria significativa. Me refiero a que mientras el kirchnerismo
durante años se ocupó de ocultar estas afirmaciones, el actual gobierno
las admite como reales, una admisión que incluye sus propios límites y
hace visible sus errores. En síntesis, dos actitudes ante la misma
realidad, dos actitudes que definen una posición respecto de la
política, la relación con la sociedad y las responsabilidades de los
gobernantes.
Aprovechando la tribuna levantada en Ecuador, la
Señora pretendió convencernos de que los pobres son responsabilidad
exclusiva del señor Macri, ya que, como cualquiera puede apreciarlo,
durante su gobierno los pobres no existían, como tampoco existía la
tristeza, las desventuras amorosas y el malhumor en la medida que todos
-salvo los seguidores de Magnetto- en la Argentina K eran felices.
Entusiasmada por el tenor de sus afirmaciones, la
Señora consideró que durante su gobierno los pobres no salían a
protestar a las calles, sino que quien llenaba avenidas y plazas con su
ruidosa presencia era la clase media y alta, supuestamente ofendida por
su manifiesta política de justicia social.
Es verdad que la clase media y alta se movilizó de
manera beligerante en su contra, verdad que en lugar de satisfacerla
debería preocuparla porque ningún gobierno en la sociedades
contemporáneas puede darse el lujo de contar con esa oposición, pero
aunque no le guste lo cierto es que los piquetes abundaron, un dato
instalado en las calles de manera evidente para todos menos para ella,
encerrada en su suerte de torre de marfil.
Admitamos de todos modos de manera provisoria que los
líderes piqueteros e incluso sindicales tuvieron con ella una paciencia
que Macri desconoce, por la sencilla razón de que no es peronista. Pero
si se presta debida atención, esta verdad no hace otra cosa que arrojar
una espesa sombra de sospecha sobre dirigentes piqueteros y burócratas
sindicales colmados de favores económicos y dedicados a proteger a un
gobierno cuya relación con los pobres se expresa en la desoladora y
dantesca imagen de villas miseria e indigencia en contraste con el
escenario de cajas fuertes atiborradas de dólares, bolsas colmadas de
billetes, bóvedas y “militantes” contando fajos en los aguantaderos del
poder