Aclaraciones
NISMAN, NO ERA UN SANTO
Hasta unos días antes de su muerte,
Nisman tenía para mí la forma de una incierta nebulosa; era, digamos así, unos
de esos innumerables personajes de la justicia criolla a los que los medios
nombran todos los días “interviene el juzgado del Dr… o investiga la fiscalía
de aquel otro” sin que al cabo de los años nos vayamos a enterar de ningún
resultado, de ninguna sentencia, de ningún modo una condena.
En realidad tenía más datos de su
ex, la jueza Arroyo Salgado, y no todos honorables. Sabía por ejemplo de las
persecuciones y acosos que ‒usando el cargo‒ supo organizar contra algunos
conocidos que incomodaban al kirchnerismo y por supuesto por la famosa cacería
contra los hijos de Noble por orden de los K y de Carlotto.
Sobre decir que pensamos de una
jueza que acusa por encargo, y allana y acosa y compromete el buen nombre de
gente que sabe inocente, en este caso nos invade cierto pudor para utilizar las
palabras apropiadas.
Hecha esta aclaración ‒insisto‒ de
lo que ahora se trata es que a Nisman lo mataron, dos días antes de que
denunciara a la presidente K en el Congreso.
A nosotros no nos sirven, es más,
repudiamos las explicaciones que dicen: lo matan por mujeriego, por trolo, por
obedecer al poder, por coimero, por tirar la guita, por injusto, por
prevaricador. Esos “por” nos parecen
sólo simulacro de rectitud, que además contribuyen a cerrar la mano sobre la piedra
que van a tirar.
Definitivamente, ése no es el país
en el que queremos vivir.
Montados sobre parecidos “por”, intentaban justificar la barbarie
los terroristas de los setenta, lenguaje común, por otra parte, al del
terrorismo de cualquier parte y tiempo. “le colocamos la bomba por
contrarrevolucionario…, lo acribilló la guerrilla por opresor…”, etc.
No estamos discutiendo, no es para
nada el fondo de la cuestión detallar qué tan bueno o tan malo era Nisman; de
santo tenía poco, está claro. ¿Sería esa razón suficiente para matarlo?
Atacando a Nisman, que por otra
parte esta muerto, allanamos el camino para que sus asesinos sigan libres. O es
que alguien duda que atrás del asqueante entramado de impunidad que hasta ahora
parecería impenetrable, se mueve el sórdido, el destructivo, el corrupto mundo
K.
En la enseñanza moral de la Iglesia
no hay espacio para los complacientes “por”:
“Todo lo que se opone a la vida, los homicidios, el aborto, los genocidios, la
eutanasia, el mismo suicidio voluntario… todo lo que viola la integridad de la
persona humana…todo lo que ofende la dignidad humana…deshonran más a quienes
los practican, que a quienes padecen la injusticia, y son totalmente contrarios
al honor debido al Creador”.
Tampoco faltará quien entienda lo
contrario, o sea que lo mataron precisamente por haber intentado salir del error
y aunque fuera por una vez, defender la verdad.
Por cierto que no compartimos
ninguna de las dos supuestas razones para matar.
Reconocemos plenamente la enseñanza
tanto de Paulo VI, como de Juan Pablo II: “No
es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien,
es decir hacer objeto de un acto positivo de la voluntad, lo que es
intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque
con ello se quiera salvaguardar o promover el bien individual, familiar o
social”.
Nisman no era un santo, pero no
arrojemos la primera piedra sobre él, no desviemos el centro, no alteremos el
eje de la grave cuestión pendiente.
Hace pocos días, desde las páginas
de Prensa Republicana, publicaron una
nota sobre Nisman. Si leyéramos el texto sin estar demasiado al tanto de lo
sucedido, hasta podríamos llegar a sospechar que el fiscal fue menos víctima
que victimario.
El título mismo de la nota: “El Sirviente del Hampa” en cierto modo,
nos inclinaría en tal sentido y cuando observamos aquello de: “El que mal anda mal acaba” no pudimos
dejar de pensar que ahí había algo del Antiguo Testamento, un tiempo que había
anclado su esperanza de justicia, acá en la tierra, y tal vez menos huella del
Nuevo, el que nos trajo luz y misericordia a todos.
Claro que en ese sentido, la misma
historia dice otra cosa. La historia está colmada de criminales, de auténticos
monstruos, que murieron plácidamente, y no hace falta ir muy lejos, pocas
semanas atrás, Fidel murió en su cama, rodeado de cuidados.
Es cierto que desde otro punto de
vista, tanta y tan perdurable iniquidad, suele ser propicia al grito y la
bronca. No es difícil entenderlo, porque la bronca es de todos y está bien que
sea así y que tratemos de mejorar la inquietante situación de los tribunales,
pero no nos hagamos demasiadas ilusiones, porque en definitiva la cosa viene
torcida y en la ciénaga desde antiguo. Recordemos que ya en 1850 Dickens
retrataba de esta manera lo que ocurría en la corte en Londres: “Éste es el Tribunal Supremo; tiene a sus
querellantes arruinados, pidiendo prestado o limosna, da al económicamente
poderoso abundantes medios para que haga desistir por agotamiento al que tiene
razón, consume los ahorros, la paciencia y la esperanza, aniquila el cerebro y
el corazón”.
Por eso es bueno que recordemos una
y otra vez aquello de nuestro Anzoátegui: “Deudas
¿quien no las tiene? ¿Quién, nacido de hombre y mujer, no debe a su prójimo
algo en que alguna vez le fue la vida? ¿Quién no le es acreedor de algo en que
alguna vez le fue la honra? …Así
como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No lo digamos sin saber lo que decimos. Empecemos por descargarnos de
nuestras piedras”.
Miguel De Lorenzo