Juan Manuel de Prada: «El abuelito Soros»
Popper y Soros
Juan Manuel de Prada: «El abuelito Soros»
Huyendo de las informaciones sensacionalistas sobre George Soros, leo
un reportaje encomiástico de Michael Steinberger, publicado en el New
York Times. Para completar su ditirambo, el periodista acude a voces tan
autorizadas como la del hijo del magnate, Alexander Soros: «Me dijo
–escribe Steinberger– que su padre no ha mostrado entusiasmo en hacer
publicidad de su judaísmo, porque “era algo por lo que casi lo habían
matado”. Pero siempre “se ha identificado como judío” y su filantropía
es a la postre una expresión de su identidad judía, pues le hace sentir
solidaridad hacia otros grupos minoritarios; y también porque ha
advertido que un judío sólo podía hallarse a salvo en un mundo en el que
las minorías estuviesen protegidas.
Explicando las intenciones de su
padre, Alex añadió: “La razón por la que luchas por una sociedad abierta
es porque es la única en la que puedes vivir siendo judío, a menos que
te conviertas en un nacionalista y sólo luches por tus derechos en tu
propio estado”».
A confesión de parte, relevo de pruebas. Pero a nosotros no nos
interesa señalar aquí la relación entre las actividades del abuelito
Soros y su «identidad judía», sino su condición de adalid –citamos el
New York Times– de la «libertad individual, la sociedad abierta y el
libre pensamiento», como «devoto discípulo de Karl Popper». El artículo
citado menciona en nueve ocasiones, siempre con respeto reverencial, al
maestro del abuelito Soros, cuyo concepto de «sociedad abierta» inspira
su activismo; y repite hasta dieciséis veces que la causa de Soros no es
otra sino el «liberalismo» y los «valores liberales». Y aquí es donde
queríamos llegar. Pues no faltan tontos útiles (e infiltrados que los
apacientan) que se obstinan en presentar al abuelito Soros como un
promotor del llamado «marxismo cultural», una entelequia conspiranoica
que lanzó con gran éxito la derecha yanqui, para que el catolicismo
pompier y el cretinismo evangélico picasen el anzuelo y abrazasen
bobaliconamente las tesis liberales.
Pero lo cierto es que el abuelito Soros es un liberal coherente y fetén, partidario acérrimo del
mercado libre y de un mundo sin fronteras. Y para alcanzar esta utopía
globalista, el abuelito Soros necesita destruir las naciones entendidas
al modo clásico, como comunidades políticas fundadas en fuertes vínculos
familiares, sostenidas en tradiciones comunes, fortalecidas en una fe
compartida. La «sociedad abierta» que preconiza el abuelito Soros es la
sociedad de hormiguero liberal, desarraigada y multicultural, en la que
todo lazo social y toda aspiración de bien común son reducidos a
fosfatina, mediante la promoción de ideologías que dinamitan la
institución familiar (de ahí que patrocine el feminismo y los derechos
de bragueta) y el estímulo de los flujos migratorios que dinamitan las
tradiciones comunes (de ahí que financie las organizaciones dedicadas al
acarreo, que no rescate, de inmigrantes). El abuelito Soros, en fin,
anhela una «disociedad» en la que el ser humano deja de ser el «animal
político» aristotélico, para convertirse en un insecto social,
desarraigado e infecundo, al servicio del mercado. Por supuesto, en este
anhelo (como en toda cuestión política) hay un fondo teológico; pero
sobre esto no diremos nada, acogiéndonos a la disciplina del arcano.
Basta ya de paparruchas conspiranoicas. Si la izquierda secunda al
abuelito Soros es porque, como profetizó Pasolini, se ha convertido en
una fuerza mercenaria y traidora de la causa obrera, un perro caniche al
que Soros y otros como él han concedido una prórroga de talonario. Pero
el enemigo de las naciones entendidas al modo clásico no es otro que el
liberalismo, que es la doctrina promovida por el abuelito Soros.
Juan Manuel de Prada
ABC 24 sept. 2018