EL CARÁCTER HERÉTICO Y CISMÁTICO DE LOS LEFEBVRISTAS
EL CARÁCTER HETERODOXO DE LA RESISTENCIA LEFEVBRISTA
Nota:
Las imágenes con sus comentarios no pertenecen al escrito original , y
se han puesto para tratar de ayudar a comprender mejor lo que el autor
quiere decir con la heterodoxia lefebvrista en la actualidad .
“Ne innitaris prudentiac tuae”.
“Hijo mío, no te olvides de mi ley,
guarda en tu corazón mis preceptos (…)
no te apoyes en tu propia inteligencia”..
(Prov. III, 1-5.)
“Hijo mío, no te olvides de mi ley,
guarda en tu corazón mis preceptos (…)
no te apoyes en tu propia inteligencia”..
(Prov. III, 1-5.)
I – EL CAMINO PERSONAL LEFEVBRISTA
Cuando
Marc Sangnier a comienzos del siglo XX resolvió “tracer son sillón”,
imprimir su surco en los caminos católicos “bajo apariencias brillantes y
generosas, pero muchas veces carentes de claridad, de lógica y de
verdad”, San Pío X fue penetrando de a poco en las “tendencias
inquietantes” del movimiento y viendo que “sus fundadores, jóvenes,
entusiastas y llenos de confianza en sí mismos, no estaban
suficientemente armados de ciencia histórica, de la sana filosofía y de
robusta teología para afrontar sin peligros los difíciles problemas a
los que habían sido arrastrados (…) para defenderse, en el terreno de la
doctrina y de la obediencia, contra las infiltraciones liberales y
protestantes” (Notre Charge Apostolique).
Hoy
día, con Monseñor Lefebvre y sus seguidores parece ocurrir lo mismo.
Recientemente, un sacerdote de su Fraternidad publicó once textos
escogidos del prelado relativos a su doctrina sobre el papa (“Roma
Aeterna”, Buenos Aires, № 107, diciembre de 1989).
Ellos
arrojan luz sobre la naturaleza de la “resistencia” que predica y
practica contra las leyes tradicionales e infalibles de la Iglesia. Se
oculta la resistencia ilícita bajo el sofisma de una resistencia lícita a
un papa simplemente “malo” y “errante”. Y viene envuelta “bajo la
apariencia de piedad” (II Tim 3,5), de virtudes cristianas, y bajo el
pretexto aparentemente laudable de cumplir el “deber de defender nuestra
fe”.
Sin
embargo, el ejercicio de este deber es colocado bajo el mismo “proprio
libero consilio” de la Libertad religiosa que el Vaticano II proclamó
como un “derecho” natural del hombre.
Se hace
ésta supuesta “defensa de la fe” cambiando la fe sobre la Iglesia y
pervirtiendo la moral católica. Es necesario pues decir claramente
un “si, si, no, no” respecto a sus doctrinas, sin los falsos pudores
del “no polemizar” ecuménico que “respeta” los errores ajenos.
Los
“papas” Pablo VI y Juan Pablo II lideraron a los ecumenistas; los
cardenales Alfrink y Willebrands a los carismáticos; los cardenales Anís
y Lorscheider, a los “pobres” de la “Teología de la
liberación” socialista. Y, finalmente, monseñor Lefebvre y dom Mayer
pretendieron liderar una facción que defendería la fidelidad a la
Tradición católica y “resistiría” los desvíos doctrinales de los demás.
Pero,
todos ellos obraron con una doble resistencia: una, específica,
oponiendo las facciones entre sí unas a otras, y otra, común a todas
ellas, contra el Magisterio tradicional doctrinario y canónico.
No se
condena a esas facciones por aquello en que coinciden con el Magisterio
tradicional, por las verdades que afirman, sino por sus errores, en lo
que se apañan de aquél.
Una
característica común a todas ellas es la verbosidad no común, pero sin
mencionar ninguna cita del Magisterio tradicional en apoyo de la
doctrina personal que siguen, en los puntos esenciales de su propia
“resistencia” al Magisterio radicional. Allí no apelan al “criterium
fidei”.
Eso era
menos evidente en monseñor Lefebvre y en dom Mayer por el hecho de que
despertaron la confianza hacia ellos denominándose defensores de la
Tradición. Pero, al poco tiempo, esto se fue volviendo más claro a
partir del hereticismo que defienden.
No los
vemos que vayan a buscar ningún apoyo en la Tradición en cuanto al
pretendido “derecho” y “deber” de no obedecer al Magisterio tradicional
durante décadas, de reconocer como papa “válido”, a quien durante más de
dos décadas predica públicamente doctrinas heréticas; ni en cuanto a
una Iglesia “imperfecta” a punto de tener a herejes públicos como sus
gobernantes; ni en cuanto a la moral “relativista de situación; ni en
cuanto a la adquisición de la jurisdicción simplemente por el sacramento
del Orden; ni en cuanto a poner en duda las normas infalibles del
Derecho Público de la Iglesia.
Monseñor
Lefebvre juzga “dura” e “injusta” la sumisión a las leyes de la Iglesia
y dom Mayer opina que la obediencia a éstas causaría “un grave
perjuicio a las almas y a la Iglesia” (“La nouvelle Messe”, p.277). Los
Lefevbristas miran con desprecio y peyorativa depreciación a los que
denominan los “obedientes”, los “ultras”, los “radicales”, los “muy
lógicos”, los “defensores de la ortodoxia”, quienes obrarían así
por “intelectualismo geométrico”.
Sus
opiniones sobre la permanencia de la jurisdicción en los herejes
públicos ayudan sin duda a la pérdida de la fe por parte de millones de
almas; pero ellos se presentan como obrando así por “el bien de las
almas y de la Iglesia”. Invierten la noción de bien y de mal.
Todas
las herejías, directa o indirectamente, gravitan en torno a la autoridad
del sucesor de Pedro. Unos no la reconocen; otros “le atribuyen
indulgentemente al Pontífice romano un primado de honor (…) procedente
de cierto consenso de los fieles” (Pío XI, Mortalium ánimos).
Los dos
prelados pertenecen a esta segunda especie. Afirman reconocer al hereje
público como papa “válido”, pero hablan de él como de un simple
“orientador” de los fieles (cfr. Hirpinus), al que no es necesario
obedecer cuando se discrepa con él.
Esto
equivale a negar el “veré proprieque jurisdictionis primatum” (Vaticano
I: D.1823; D.S.3055) y el poder de “ordenar por leyes y de coaccionar y
compeler por el juicio extemo y penas salutíferas a los desviados y
contumaces” (Pío VI, D. 1505; D.S.2605). Se transforma por lo tanto el
primado papal en un mero poder de “inspección y dirección”, doctrina
condenada por el Vaticano I (D.l 831; D.S.3064).
Monseñor
Lefebvre por lo tanto no se somete a la ley de la vacancia
de “cualquier cargo” eclesiástico (Canon 188, n.4): “Dios no podría
permitir una vacancia tan prolongada”, declara contra esa ley de la
Iglesia.
Ahora
bien, Dios no determinó la duración de esa vacancia: ella ya ocurrió más
de 260 veces en la Iglesia con duraciones variables y “magis et minus
non mutat speciem”. De allí que si fuese imposible una vez, todas lo
serían.
Y esa
duración es mayor hoy, sólo por esa misma “resistencia humana” a la ley
de la vacancia, por parte de aquellos que tienen el deber de extinguirla
y que quieren prolongarla, estableciendo a un hereje público en el
papado. Sustituyen la Sede vacante temporaria y fáctica por una sede
vacante doctrinaria y atingente a la naturaleza de la Iglesia, la cual
se ve así pervertida. Si Dios “no podría permitir una sede vacante
prolongada”, ¿podría permitir el hereticismo prolongado sin que eso
mudase la naturaleza de la Iglesia?
Todo
hereje es cismático, no se somete a la autoridad del cargo papal: él se
obedece a sí mismo y “adhiere” al papa “a la medida” de sus decisiones
personales.
Establece,
pues, el prelado de Ecóne otra “Iglesia” y otro régimen jurídico dentro
de ella. Es fundador de la “iglesia” que establece la sede
vacante perenne y de derecho, al no someterse a la ley de la sede
vacante temporaria y de facto.
La
“resistencia” de los dos prelados es por lo tanto resistencia contra la
autoridad de la Iglesia tradicional y contra el derecho divino: “Quien
resiste al poder, resiste a la ordenación de Dios y los que resisten
ellos mismos se acarrean la condenación” (Rom. XIII,2). No basta decir
exteriormente que se “resiste” al ecumenismo del Vaticano II: varias
sectas también resisten a él. Tal “resistencia” no es criterio de
verdad.
Tres modelos del heterodoxo y cismático lefebvrismo, entre otros más.
Un modelo: Fellay y Willimson: dos hijos de la heterodoxia lefrebviana, menos diferentes entre sí de lo que el común `piensa, que esparcen la herejía de que un hereje puede ser verdadero Papa. Ambos se postulan como los verdadederos intérpretes de la herejía lefebvriana.
Segundo modelo. P. Ricossa. Formado en el Lefebvrismo, salió de Econe, porque para Mons. Lefebvre Wojytila era papa, mientras que para Ricossa era medio papa solamente. Defiende la herejía de que un hereje es papa materialiter, salida de un error metafísico que hasta un niño con uso de razón recién adquirido ve.
Segundo modelo. P. Ricossa. Formado en el Lefebvrismo, salió de Econe, porque para Mons. Lefebvre Wojytila era papa, mientras que para Ricossa era medio papa solamente. Defiende la herejía de que un hereje es papa materialiter, salida de un error metafísico que hasta un niño con uso de razón recién adquirido ve.
Tercera vía: Méramo: Defiende la herejía de que el Magisterio Ordinario de la Iglesia y del Papa no es infalible, salvo en pocas ocasiones- cuando éste predicador sin misión canónica lo diga- tal como enseñaba su maestrillo Mons. Lefebvre para aceptar que el hereje Wojtyla podía ser papa. Niega, según sus sermones, las operaciones Teándricas en Cristo o no las entiende al acusar de herejes a los que la exponen tal como el Magisterio de la Iglesia hizo en concilios ecuménicos, y explica las relaciones intratrinitarias con riesgo de la herejía subordicionista, vanogloriándose de que ni Santo Tomás vio lo que este lefebvriano ve, y que hasta el mismo Garrigou Lagrange yerra respecto a la metafísica. Postula el milenarismo, hasta tal punto que toda su exégesis se basa en esta hipótesis ya condenada por la Iglesia: tanto en su especie del rabínico milenarismo carnal, como el mitigado, y que ya San Agustín condena en la Ciudad de Dios ¿hay otro milenarismo católico; si así es no lo muestra?. Se postula como verdadero interprete de la herejía lefebvriana, junto con otros capillistas, generalmente salidos o expulsado de Econe, también clérigos vagos.
II – EL DERECHO Y EL DEBER DE DESOBEDIENCIA A LA CÁTEDRA DE PEDRO
II.1. El “derecho de discutir” y de “oponerse” a lo que viene de Roma
Para un
análisis más objetivo sobre las doctrinas de Monseñor Lefebvre citamos
sus proposiciones de diferentes fechas sobre la sumisión al papa, según
fueron tadas por los textos anteriormente indicados.
El 29
de junio de 1982 niega genéricamente que no se pueda “hacer algo que se
exponga a lo que viene de Roma” y que “debamos aceptar todo lo que venga
de allí”.
El 5 de julio de 1982 expresa así su doctrina:
“Algunos
insisten sobre el carácter de la asistencia divina al papa y que, por
ella, él no se puede equivocar; luego, hay que obedecer; por
consiguiente, nosotros no tenemos el derecho de discutir lo que él hace o
lo que él dice. Esta es una obediencia ciega que no es conforme a la
prudencia (…)”.
“Hay
dos principios de solución: afirmar que el papa dice herejías y por
consiguicnte no es papa; es un intruso, no debemos obedecerle. O
cuestionar en qué medida las promesas de Cristo de asistir al papa le
dejan a él la posibilidad de realizar ciertos actos o de decir ciertas
cosas que, por su propia lógica, le hacen a los fieles perder la fe. En
qué medida son compatibles las promesas y la destrucción de la le por
negligencia, omisión o actos equívocos”.
El 17 de marzo de 1977 afirma:
“Si el
papa fuese apóstata, hereje o cismático, según la opinión probable de
algunos (si ella fuese verdadera) el papa no seria papa y, por,
consiguiente, estariamos en la situación de sede vacante. Es una
opinión. No digo que no pueda tener alguna probabilidad; pero no creo
que esa sea la solución que debemos tomar y seguir”.
El 16 de enero de 1979 declara:
“Decir
que porque alguien ataca nuestra fe es hereje, luego ya no es más
autoridad, luego sus actos no tienen ningún valor (…). Atención (…). No
nos metamos en un círculo infernal del cual no sabemos salir. En esta
actitud existe un verdadero peligro de cisma”.
En marzo de 1986 afirma:
“Es
posible que estemos en la obligación de creer que este papa no es papa.
No quiero decirlo todavía de un modo solemne y formal; pero, parece que
sí, a primera vista, que es imposible que un papa sea pública y
formalmente herético”.
En septiembre de 1982 dijo:
“La corrupción de las ideas en la Curia
Romana es tal que algunos de sus miembros se arrogan derechos ilegítimos
especialmente en la Secretaría de Estado”
El 29 de junio de 1982 afirma:
“¿Estamos
obligados a seguir el error porque él nos venga por la vía de la
autoridad? Así como no debemos seguir a padres indignos que exigen que
hagamos cosas indignas, igualmente tampoco debemos obedecer a los que
exigen que reneguemos de nuestra fe y abandonemos toda la Tradición.
Esto está fuera de discusión”.
En septiembre de 1982 declara:
“Unos
dicen: los actos de Roma son tan malos que el papa no puede ser papa
legítimo; es un intruso. Por lo tanto, no hay papa. Otros afirman: el
papa no puede firmar decretos destructores de la fe; por lo tanto, estos
actos son aceptables, se les debe sumisión.
La
Fraternidad no acepta ni una ni otra de estas dos soluciones. Apoyada en
la historia de la Iglesia y en la doctrina de los teólogos ella piensa
que el papa puede favorecer la ruina de la Iglesia escogiendo y dejando
obrar a malos colaboradores, firmando decretos que no comprometen su
infalibilidad pero que causan un daño considerable a la Iglesia (…).
Nuestra desobediencia es aparente; es
una obediencia verdadera a la Iglesia y al papa en cuanto sucesor de
Pedro y en la medida en que él continúe manteniendo la Tradición”.
II.2. La “no aceptación” de la autoridad de la Iglesia tradicional
Con
estas espantosas palabras el prelado trata de ocultar, bajo las
apariencias de una no obediencia a un hereje público, su propia
insumisión a las leyes tradicionales del Derecho Público de la Iglesia
sobre los herejes públicos, a las leyes de los delitos contra la unidad
de la fe y a la ley sobre la vacancia de los cargos eclesiásticos.
El no
invoca Magisterio tradicional alguno en apoyo de su doctrina; antes
bien, convierte las leyes de la Iglesia en simples “opiniones” que
aunque afirma que son probables, niega que sean la “solución”.
Así, él
ni siquiera afirma que el papa sea hereje, de acuerdo con el canon
2315: “Sea tenido como hereje”, sino sólo habla de un papa en un
simple “equívoco” accidental y de un papa “malo”, como si el delito no
fuese en materia de fe, sino en materia moral y de
simples “colaboradores malos”.
“Decretos” que
causan “la destrucción de la fe” no son, sin embargo, simples actos
contra la moral, sino contra la fe. Los delitos del “apóstata, hereje y
cismático” no son de la misma naturaleza que los delitos contra la
moral, contra la justicia en el ejercicio del cargo si la persona lo
posee. Exigir “renegar de nuestra fe y abandonar toda la Tradición”, no
es un mero acto de un “padre indigno” que “exige de nosotros cosas
indignas”, sino un acto de un hereje o apóstata público o infiel.
Entonces,
monseñor Lefebvre trata de enmascarar la naturaleza del delito papal en
cuestión por “no aceptar” las leyes tradicionales sobre “herejía,
apostasía y cisma”. Sería “peligro de cisma” someterse a las leyes de la
Iglesia sobre delitos de cisma. Aceptar la ley de la obediencia a un
papa “válido”,
simplemente “malo”, “injusto” o “indigno” sería “obediencia ciega” y en
esto tampoco acepta él al Magisterio católico.
El
quiere volver “compatibles” cosas que el Magisteno de la Iglesia enseña
que son incompatibles: “Un papa puede firmar decretos que causan la
destrucción de la fe, la ruina de la Iglesia”. Y no distingue entre
un “equívoco” momentáneo y decretos que permanecen durante décadas como
leyes canónicas y Magisterio doctrinario; ni vacancia, ni hereje, ni
obediencia, ni régimen no nocivo ni peligroso. Él ni siquiera sabe si un
papa “apóstata” deja el cargo papal. “No es la solución”, dice.
Su
moral erige el principio de que “el error de la autoridad no obliga”,
sin discriminar la naturaleza de ese “error” y quién es el juez supremo
sobre su existencia. Erige el “derecho de discutir” los actos y
enseñanzas de un papa válido, sin discriminar la materia del error.
Pone su obediencia “en la medida” en que él juzga los actos y enseñanzas del “juez supremo de los fieles”.
Pretende
el derecho de “oponerse” al papa, desligado de las enseñanzas
tradicionales de Adriano II, Inocencio III, del decreto de Graciano,
etc. …sobre los límites de ese derecho. Ese derecho existe (D.S. 3115)
pero está restringido al “caso único” (Adriano II) de los delitos de
herejía, apostasía y cisma.
Ahora
bien, aquí en estos delitos monseñor Lefebvre “no acepta” las leyes de
la Iglesia. Presenta un falso dilema: no acepta la vacancia porque el
papa es sólo “malo”; ni acepta la obediencia al régimen de la Iglesia
porque éste no puede ser nocivo ni peligroso, en ambos casos muestra su
insumisión a las doctrinas católicas.
La “solución” lefevbrista
es “compatibilizar” la asistencia divina al papa con la herejía
pública y hasta con la apostasía en el papa. Es el hereticismo en grado
extremo.
Después
de los hechos “ecuménicos” de Juan Pablo II en Asís, monseñor Lefebvre
parece vacilar en esa”compatibilización”, declarando: “Parece imposible
que un papa sea públicamente y formalmente herético”, de donde se
seguiría la conclusión: “Es posible que estemos en la obligación de
creer que este papa no es papa”.
Lo que
era “peligro de cisma” se volvió “obligación de creer”. Pero él no mira
al Magisterio como la norma de los actos de los católicos, norma
infalible y que jamás estará contra la “obligación de creer”, porque eso
iría no contra el dogma de la infalibilidad papal, sino contra el dogma
de la infalibilidad de la propia Iglesia.
El quiere decidir solo: “No quiero aún
decirlo de modo solemne y formal; pero, parece que sí, a primera
vista…”. Sin embargo, después de eso, perseveró en el error opuesto, en
la insumisión, en su “la Fraternidad no acepta ni una ni otra solución”.
El “Non serviam” es categórico.
II.3. La insumisión a un papa “malo”
En la
historia de la Iglesia, sólo los “teólogos” heréticos afirmaron
ese “derecho de discutir” y de “no aceptar” la sumisión a superiores
simplemente “malos” y sus leyes sobre disciplina y jurisdicción.
Todo el
Derecho Público de la Iglesia se vería subvertido si se aceptase tal
principio lefebvrista. Es la doctrina de Wiclcf condenada por el
concilio de Constanza: “El papa malo (…) no tiene poder sobre los
fieles”; ante él “se debe vivir a la manera de los griegos, bajo leyes
propias” (D.588-589; D.S. 1158-1159).
Se
argumenta que San Roberto Belarmino predicó la resistencia y la no
obediencia a un papa que tratase de destruir a la Iglesia. Ahora bien,
lo que San Roberto enseña es la resistencia al mero errante accidental,
en materia de fe, como San Pablo ante San Pedro. Pero no es la
resistencia a las leyes tradicionales sobre un papa que cae en herejía,
en un delito pertinaz en materia de fe, durante décadas.
El
Santo Doctor jamás enseñó esta “resistencia” o “desobediencia”. Ni
tampoco podía: Cristo predicó la obediencia a los fariseos sentados en
la cátedra de Moisés (S.Mt. XXIII,2-3) y San Pedro enseñó la obediencia a
los superiores “malos” e “injustos”: “Servi subditi estote in omni
timore dominis, non tantum bonis et modestis, sed etiam dyscolis (…)
patiens iniuste” (I Pe. II,18-19).
Esta es
la ley de la fe que hay que defender y no es “nuestra fe” lefebvrista
que coincide con el “derecho” a la libertad religiosa del Vaticano II
que pretende defender “su fe”, sus “normas propias”, sus “principios
religiosos”, su “libre criterio propio”.
Santo
Tomás enseña sobre las sentencias injustas: “Se debe obedecer
humildemente (…) pero si [orgullosamente] se despreciase esa obediencia,
se pecaría mortalmcnte”. Y cita a San Gregorio Magno: “Sententia
pastoris, sive iusta sive iniusta, timenda est” (Summa Theologica,
Supplementum, 21,4,c. y Sed contra).
En este
caso, pues, el “habeatur tamquam haereticus” del canon 2315 es la norma
infalible de la Iglesia, a la cual un verdadero subdito de la Iglesia
no tiene el “derecho” ni el “deber” de desobedecer. Obedézcase al
Vaticano I imponiendo el “deber de subordinación jerárquica y de
verdadera obediencia” (D.1827; D.S.3060).
Los subterfugios del prelado sobre un
papa “malo” y un papa “errante” no consiguen ocultar su insumisión a
estas leyes tradicionales, a esa norma vigente.
III – LA “IMPERFECCIÓN” DE LA “IGLESIA” REGIDA POR HEREJES PÚBLICOS
III.1. El nuevo nestorianismo lefebvrista
La “solución” lefebvrista
para los delitos públicos en materia de fe no son las leyes
tradicionales contra esos delitos, sino el cambio de credo sobre la
naturaleza de la Iglesia.
He aquí su predicación: El 29 de jumo de 1982:
“Se ven
las consecuencias de los que se escandalizan de la realidad, de la
verdad (…), de la situación de la Iglesia. Pensábamos que la Iglesia era
realmente divina, que nunca podía equivocarse, que nunca podía
engañamos. En verdad es así (…) Pero ella es también humana (…)
“Sí, la
Iglesia es divina, pero es también humana. Está sustentada por hombres
que pueden ser pecadores, que son pecadores, y aunque participan en
alguna manera de la divinidad de la Iglesia (como, por ejemplo, el papa
por su infalibilidad (…), a pesar de seguir siendo hombre) siguen siendo
pecadores. Salvo cuando usa el carisma de la infalibilidad, el
papa puede equivocarse, puede pecar. No tenemos porqué escandalizarnos y
decir al estilo de Arrio que él no es papa (…).
“O como
otros que divinizaron a la Iglesia al punto de que todo en ella sería
perfecto, podríamos decir: no es cuestión de hacer algo que se oponga a
lo que viene de Roma porque todo en Roma es divino y debemos
aceptar todo lo que venga de illí (…).
“Hoy en
día algunos dicen: nada puede ser humano en la Iglesia. También éstos
se equivocan. Estos no admiten la realidad de las cosas. ¿Hasta qué
punto puede llegar la imperfección de la Iglesia; hasta dónde puede
llegar, diría yo, el pecado en la Iglesia, el pecado en la inteligencia,
en el alma, en el corazón, en la voluntad? los hechos lo muestran (…).
“Nunca
habíamos pensado que el mal y el error pudiesen penetrar en el seno e la
Iglesia. Ahora vivimos esta época: no podemos cerrar los ojos. Los
hechos parecen ante los ojos y no dependen de nosotros (…).
“Estamos
llegando al fin. Todo el mundo caerá en la herejía. Todo el mundo caera
en el error porque, como decía San Pío X, se infiltraron unos clérigos
en el interior de la Iglesia, la ocuparon y difundieron sus errores
gracias a los puestos claves que ocupan en la Iglesia (…).
“La
Iglesia es divina y la Iglesia es humana. Sólo Dios sabe hasta qué punto
las faltas de la humanidad pueden afectar -me atrevo a decir- la
divinidad de la Iglesia. Es un gran misterio. Comprobados los hechos,
debemos enfrentarlos. No es primera vez que ocurre una cosa así en la
Historia (…).
“Es un gran misterio esta unión de la divinidad con la humanidad”.III.2. La unión de la divinidad con la humanidad
Después
de 20 siglos de Iglesia, monseñor Lefebvre viene a predicar
una “verdad” nueva en la cual “nunca habíamos pensado”, a pesar de “no
ser la primera vez que ocurre una cosa así en la historia”. Y ¿cuál es
esa “verdad” lefebvrista, esa “realidad” que “los hechos muestran”? ¿Que
sólo “ahora”, “en esta época” sabemos?
San
Pablo predicó que la Iglesia es “non habentem maculam aut rugam aut
aliquid huiusmodi”, sino “sancta et immaculata” (Ef.V,27). Monseñor
Lefebvre predica que es un “equívoco” pensar que ella es perfecta:
hay “imperfección de la Iglesia” y “pecado en la Iglesia”; “el error
puede penetrar en el seno de la Iglesia”; es algo “equívoco” creer que
ella “nunca podía equivocarse y nunca podía engañamos”. Y afirma que
negar esto es una herejía “al estilo de Arrio”.
¿Y cuál
es la “imperfección de la Iglesia”? El poder tener ella un papa
pecador. Pero siempre se supo que un papa puede tener pecados morales,
fallaren el ejercicio de la justicia. No es esa por lo tanto la novedad
lefebvrista ni lo que la “realidad” ni “los hechos muestran”, según él:
ahora son los delitos de “apostasía, herejía y cisma”—ya vimos— los que
son atribuibles a los papas “válidos”.
Es la
posibilidad de “firmar decretos que causan la ruina de la Iglesia y la
destrucción de la fe”. Es, como dirá después monseñor Lefebvre, la
posibilidad de que haya un papa no “perfectamente católico” (dossier
sobre las consagraciones) o, como escribió el padre Ceriani al publicar
estos textos: el papa “puede favorecer la ruina de la Iglesia, la
propagación de la herejía y hasta aceptar una fórmula no totalmente
ortodoxa y seguir gozando del Pontificado”.
Al “derecho
de discusión” y de “oposición a lo que viene de Roma” le corresponde el
derecho de heterodoxia y hasta de apostasía por parte de los miembros
de la Jerarquía. Monseñor Lefebvre pasa subrepticiamente de
simples “equívocos” no intencionales y de “imperfecciones” morales al
derecho de heterodoxia en el Pontífice Romano.
Pablo
VI habló de la “unidad imperfecta” en la fe entre la Iglesia y las
sectas heréticas. Monseñor Lefebvre habla de la “imperfección de la
Iglesia”, por la cual el Romano Pontífice puede, sin perder los derechos
y poderes papales, dejar de profesar el credo católico.
La “verdad” del
prelado francés no es pues la ley de la vacancia expresada por el
Derecho Público de la Iglesia, sino el cambio del Derecho Divino y del
credo católico sobre la perfección e infalibilidad de la Iglesia, una en
su fe y santa. Los “errores” del papa y su herejía pública pueden
incluso “afectar a la divinidad” de la Iglesia. “La época”presente nos
enseña eso, esa “realidad”.
Es
un “equívoco”, un error del pasado pensar que la Iglesia “nunca podía
equivocarse y nunca podía engañamos”. “Pensábamos” así en el pasado
y “nunca habíamos pensado” que un papa heterodoxo pudiese seguir siendo
papa. La “verdad” ahora es otra. Los errores pueden provenir de
los “puestos clave” de la Iglesia, del cargo papal, de las leyes de la
Iglesia.
Cuando
el 27 de setiembre de 1976 monseñor Lefebvre fue suspendido “a divinis”,
afirmó: “La Iglesia que afirma tales errores es cismática y herética.
Esta Iglesia conciliar no es católica” (cf. ROMA, №111, p.84). Pero
ahora vemos que él considera como católica a la iglesia que tiene un
papa hereje y cismático: cambia la naturaleza de la Iglesia católica por
no someterse a las leyes católicas sobre los delitos contra la fe y
sobre la vacancia. Admite la “iglesia” hereticista, “imperfecta”. Y
afirma que “no debemos escandalizamos” de esta
nueva “verdad” lefebvrista.
III.3. Atribución de delitos a la Iglesia
Además
de los sofismas y eufemismos sobre el papa “errante” y “malo”, mons.
Lefebvre no discrimina entre delitos de “naturaleza” diferente (Pío XII:
Mystici Corporis). Ni todo errante es hereje; ni todo malo es hereje,
pero todo hereje es errante y malo. Y el “caso” presente, por el propio
testimonio de los dos prelados es de herejía.
Los
textos lefebvristas sobre un papa errante y malo tienden a excusarlo de
la insumisión a las leyes de los delitos públicos contra la unidad de la
fe, como si ni existiesen hoy o como si, existiendo, el orden jurídico
de la Iglesia no tuviese medios de determinarlos, ya sea por el Derecho
divino (Tito III,10), ya sea por el eclesiástico (Canon 2315).
De ahí
que la doctrina del prelado “subvierte la constitución divina de la
Iglesia” (D.1686; D.S.2886), admitiendo una Iglesia gobernada por
herejes (haereticorum ductu) y unida por unidad “imperfecta” en el
credo. El nombre católico se vuelve un género que agrega diferentes
especies de credo, en partes iguales, en parte diferentes. Era eso lo
que predicaba la “Teoría de los ramos” de los anglicanos (D.1685;
D.S.2885) y lo que predicaban los pancristianos (Pío XI: Mortalium
ánimos).
Entonces,
la “resistencia” lefebvrista al ecumenismo herético es un mero “velo de
malicia” para ocultar su admisión de herejes públicos en el gobierno de
la Iglesia. Él subvierte la doctrina de la bula “Unam sanctam” de
Bonifacio VIII (D. 468-469; D.S.870-875).
Pío VI
enseña que la admisión lefebvrista de un régimen “nocivo y peligroso” en
la Iglesia, de “decretos papales causantes de la destrucción de la
fe”, es una doctrina “injuriosa para la Iglesia y para el Espíritu de
Dios por el cual ella se rige”; una doctrina “falsa” (D.1S78 D S 2678)
Gregorio
XVI es categórico; “es completamente absurdo y altamente injurioso
afirmar que sea necesaria cierta restauracion y regeneración para
retornarla [a la Iglesia] a su primitiva incolumnidad (…) como si fuese
posible siquiera pensar que la Iglesia está sujeta a la ignorancia o a
otra cualesquiera imperfecciones”.
He aquí
la contradictoria a la “imperfección de la Iglesia” predicada por mons.
Lefebvre. “Sería reprobable y bastante ajeno a la veneración con que
deben ser recibidas las leyes de la Iglesia condenar, por una caprichosa
ansia de opiniones cualesquiera, la disciplina sancionada por Ella (…)o
presentarla como defectuosa e imperfecta”(Mirari Vos).
Entonces,
las leyes de la Iglesia sobre delitos contra la fe y sobre la vacancia
son de Derecho divino, forman parte de la constitución divina de la
Iglesia y las “disposiciones legales o legalistas [que] ciertamente
impiden o dificultan gravemente la salvación de las almas” no
son “formalidades jurídicas y administrativas” en relación a las cuales
los fieles pueden obrar “sin hacerse problemas” con ellas, como
escribieron algunos padres de Campos (“O ministerio sacerdotal en
periodo extraordinario de grave crise”).
León
Xlll repite que es “absurda” esta doctrina de una Iglesia gobernada por
miembros que no son suyos (Satis cognitum). Pío XI enseña como Gregorio
XVI: la Iglesia “jamás se contaminó en el decurso de los siglos ni en
época alguna puede ser contaminada” (Mortalium ánimos). Eso contradice
la “verdad” lefebvrista sobre lo que —según él dice— “la época” presente
le enseñó. Sólo los modernistas hacen “la verdad” variable con “las
épocas”.
Pío
XII, en la “Mystici corporis” contradice frontalmcnte la doctrina
lefebvrista: en la Iglesia “no puede existir sino una
fe (Ef.IV,5)”; “los divididos entre sí por la fe o por el gobierno, no
pueden vivir en este cuerpo único, ni de su Espíritu”. El pecado de
herejía “por su propia naturaleza separa de la Iglesia”. “Si a veces se
ve algo que manifiesta la flaqueza humana en la Iglesia, esto por cierto
no debe ser atribuido a su constitución jurídica (non iuridicae est
eius constitutioni atribuendum)”. La Iglesia es “absque ulla macula”,
sin mancha alguna. “Si alguno de sus miembros peca no se puede imputar
eso a una imperfección de la Iglesia (eidem vitio verti nequit)”. El
vínculo esencial de la Iglesia es de orden “non naturalis” sino
que “sobrepasa todo orden de la naturaleza (omnem nalurac ordincm
evincit)”. Quien obra en la Iglesia es el propio Dios (in ea operatur).
Vemos cómo mons. Lefebvre contradice
estas enseñanzas del Magisterio católico. Él no distingue entre
falibilidad personal del papa a infalibilidad “ipsius
Ecclesiae” (D.S.3116), atribuyendo a la propia Iglesia errores
y”equívocos” del papa y no sometiéndose a la ley y a la doctrina que
separa los diferentes géneros de “errores”. Quiere
una “Iglesia” nestoriana donde los errores personales de cada uno sean
atribuidos a la Iglesia, sean “imperfecciones de la Iglesia”. Siendo
estas “imperfecciones” delitos contra la fe y pudiendo “influir en la
divinidad”de la Iglesia, la Iglesia ya no sería más la maestra de la
verdad. Es lo que Hans Küng y los modernistas pretenden.
IV. LA MORAL RELATIVISTA DE MONS. LEFEBVRE
IV.1. Juzgar conforme a las circunstancias
Para
escapar al deber de “considerar como hereje” a quien no confiesa la fe
de modo inequívoco cuando es urgido a hacerlo en razón de sospechas
sobre su ortodoxia, mons. Lefebvre establece el “derecho de
discutir” las leyes de la Iglesia y de “oponerse a lo que viene de
Roma” conforme a las circunstancias. Superpone la prudencia de los
gobernados a la prudencia del legislador en materia de delitos contra la
fe.
Los
modernistas de las márgenes del Rin enseñaron la “Situationsethik”, un
actualismo ético, la moral individual sin leyes universales. La
enseñanza de mons. Lefebvre coincide plenamente con los postulados de
esa ética.
Así, el 18 de marzo de 1977 dijo:
“Puede
ser que en el futuro sojuzgue este período y que se diga que existieron
afirmaciones contra la Tradición y que por lo tanto estos papas no lo
fueron. Pero, por el momento, creo que sería un error seguir esta
hipótesis”.
El 5 de octubre de 1978 declara:
“Adopto
una actitud prudencial, una prudencia que espero sea la sabiduría de
Dios, don de consejo, prudencia sobrenatural. Me sitúo en este orden más
que en el orden puramente teológico, puramente teórico. Pienso que Dios
no sólo nos pide tener ideas claras desde el punto de vista teórico y
teológico, sino también en la práctica (…); obrar con cierta sabiduría,
con cierta prudencia, que puede aparecer un poco en contradicción con
ciertos principios y no ser una lógica absoluta. En muchos casos,
estamos obligados más que a seguir una lógica implacable, a
comprenderque otros elementos entran en juego, además de la lógica pura
de los principios. Existe la lógica de la caridad, de la sabiduría, de
un conjunto de circunstancias que se deben tener en cuenta. Si se
aplicase siempre la lógica integral, se correría el riesgo de ser muy
duro, y, en cierto modo, injusto, pues en ese caso, no se considerarían
suficientemente las circunstancias.
“Nos
encontramos en una situación real y práctica (…). La obediencia ciega no
es conforme a la prudencia (…). Los que razonan de manera muy lógica,
sin considerar todos los matices que existen en la realidad, la cual no
está hecha de una lógica implacable, concluyen precipitadamente que el
papa no es papa (…). En la práctica, esto no tiene influencia en nuestra
conducta porque rechazamos lo que va contra la fe sin saber quien es
culpable (…).
“Están los que dicen: usted no es lógico; tendría que condenar esto o aquello… Mi actitud es prudencial, de sabiduría práctica”
El 16 de enero de 1979 dice:
“Pienso que existe una línea de realismo seguida por la fraternidad”
El 8 de noviembre de 1979 dice:
“Se debe reconocer que (el papa) causó
y ocasionó un seno problema de conciencia a los católicos. Sin indagar,
ni conocer su culpabilidad en la destrucción le la Iglesia, no se puede
dejar de reconocer que él aceleró las causas en todos los
ordenes” (…). “Concluir a partir de estos hechos precisos que el papa es
hereje y que por lo tanto ya no es papa, es ir un poco rápido en el
razonamiento (….). Pienso que la realidad es más compleja de lo que
imaginan los que razonan así. Temo que estos dejen de lado la teología
moral y la ética y que razonen de modo puramente especulativo. La
teología moral y la ética nos enseñan a razonar y a juzgar según un
contexto de circunstancias que estamos obligados a examinar para juzgar
sobre la moralidad de un acto (…). Que cada uno entre en la linea que
creo que debo seguir, en conciencia, ante Dios. Creo necesarias estas
precisiones para permanecer en el espíritu de la Iglesia”.
IV.2. Relativismo lógico y moral
El
análisis de esta doctrina muestra nuevamente el individualismo del
prelado de Ecóne, sin apoyo en el Magisterio de la Iglesia. No lo cita
en ningún momento. Desliga o posterga el obrar del “orden teológico,
puramente teórico” de la “lógica absoluta”, de la “lógica de les
principios”, del “razonamiento especulativo”. A la manera de los
agnósticos positivas y materialistas, su “línea de realismo” considera
como “realidad”, como “real”, sólo los hechos singulares concretos, como
si las verdades y leyes universales no se identificasen con las
esencias reales de los seres singulares. Su “realidad no está hecha de
lógica”. Este es el dogma central del agnosticismo, del modernismo, del
antiintelectualismo condenado por Pío IX (D.1759-1760; D.S.2959-2960).
El
Derecho, en la concepción cristiana, opuesta a la de los materialistas
es parte de la ética natural y la ética cristiana tiene su fundamento en
la fe, en Dios, sin el cual toda ética es vana. Entonces, juzgar “a
partir de los hechos”, en vez de fundarse en la fe y en la razón, en la
teología dogmática y en la filosofía cristiana, es fundar
una “práctica” y una “ética” sin una base que trascienda las
circunstancias y hechos concretos.
Afirmar
que no puede concluir si el papa es papa porque no conoce todas las
circunstancias y matices que rodean los “hechos del papa” es ignorar el
Derecho Divino (Tito III,10; II Juan 9-10) y el de la Iglesia (cánones
2315,2314 y 188 n.4) que sólo exigen que el delito papal sea público y
visible como lo es el orden jurídico de la Iglesia terrestre.
¿Y será
verdadera esa afirmación lefebvrista de ignorancia? ¿No será afectada?
Afirma que “no se puede dejar de reconocer que él (el papa) aceleró las
causas…” de la destrucción de la fe. “Firmó decretos que causan la
destrucción de la fe” en millones de almas.
Mons.
Lefebvre afirma su “derecho de resistir” al papa porque enseña doctrinas
contra la Tradición. Entonces, no es verdadera su excusa para no
someterse a los cánones de la Iglesia. El prelado habla
de “culpabilidad” y “moralidad del acto” del papa cuando lo que está en
cuestión no es la culpa ni la moral en el foro interno de la conciencia
papal, sino simplemente la existencia fáctica del delito de no confesión
externa de la fe y de la enseñanza de una doctrina sin identidad con la
Tradición, y la culpa jurídica determinada o presunta conforme al
Derecho de la Iglesia. Lo que está en cuestión es el “ipso facto” y
el “ipso iure” del canon 188 n.4. El conoce la existencia de los hechos,
la “verdad” de esa existencia objetiva simplemente por la aplicación
del principio de identidad fundamental de la lógica. Se trata de
la “veritas evangelii” que San Pablo buscó en los actos de San Pedro
(Gálatas II,14).
Y tan
cierto es que conoce los hechos, que pretende construir una doctrina
nueva en la Iglesia, la de la “imperfección de la Iglesia”, la del
papa “no perfectamente católico” y que adhiere, como dice un discípulo
suyo, a “fórmulas no totalmente ortodoxas”. Pero, mons. Lefebvre no
quiere el “ipso iure” de la Iglesia contenido en los cañones sobre los
delitos contra la fe y en el canon sobre la vacancia. Se opone al
Derecho público de la Iglesia, reflejo del Derecho divino. Afirma que
es “dura”, “injusta” su aplicación y que son “radicales”, o sea,
intolerantes, los que se someten a aquél. Huye entonces de la ley
universal hacia las circunstancias periféricas del delito contra la fe.
En este punto concuerda con Dom Mayer, que escribió: “esta última
cuestión no podría encontrar respuesta definitiva sino en función de las
circunstancias concretas”, porque la aplicación de los cánones de la
iglesia, excepto en el caso —interpuesto por él en la ley— de la
notoriedad fáctica del delito, “equivaldría a infligir un muy grave
perjuicio a las almas y a la Iglesia en general” (La nouvelle messe,
pp.280 y 277).
Entonces,
los prelados se vuelven jueces del orden jurídico de la Iglesia,
colocándose por encima del legislador supremo. Ahora bien, se
contradicen constantemente: ¿acaso no fue el propio mons. Lefebvre quien
afirmó que cualquier católico que en los años precedentes al Vaticano
II afirmase las doctrinas del mismo concilio y de sus papas sería
condenado como hereje? ¿Acaso los jueces de los siglos precedentes que
condenaron a Hus, Wiclef, Lutero y Loisy juzgaron la culpabilidad
interior de esas personas, la moralidad de sus actos ante Dios, o sólo
la culpa jurídica ante el foro externo de la Iglesia? ¿Acaso esos jueces
fueron intolerantes, “radicales”, “ultras”, “duros”, “injustos” cuando
condenaron a esos herejes públicos?
La
ética de situación de los prelados, al exigir un examen de
circunstancias, afirma que es “rápida” la conclusión de la aplicación de
la ley al “caso” singular de un papa, olvidándose de que el juicio de
identidad entre un concepto universal y su existencia en un hecho
singular no depende del tiempo que dura el acto del intelecto, sino de
la evidencia de la identidad entre uno y otro.
Son los
propios prelados quienes niegan la verdad doctrinaria de la enseñanza
de los papas actuales: no pueden, pues, negar la verdad de la aplicación
de la ley, especialmente cuando la enseñanza de los herejes es
pertinaz, continuada y constante.
El
desvío doctrinal lefebvrista aparece al afirmar que es “un error por el
momento” lo que admite que puede ser verdad “en el futuro”. Tal
afirmación es la senciadel relativismo, del modernismo, de la
sustitución de la “lógica absoluta” por la relativista.
Es
falso que la teología moral católica y la ética enseñada por la
filosofía cristiana:”enseñen a razonar y a juzgar según un contexto de
circunstancias…”. Estas ciencias enseñan a razonar y a juzgar conforme a
los principios y leyes universales, absolutos, dependientes de todas
las circunstancias.
Tal
doctrina del prelado es la quintaesencia de la ética de situación
modernista. Según ésta, “la sociedad católica de América aplicó el
relativismo universal respecto a la sexualidad humana”. El
modernismo “adapta la doctrina a los tiempos y lugares” (D.2059; D.S.
3459). Para ella, los mártires serían tontos y los que luchan por
cumplir los preceptos morales católicos serían ineptos. Todas las leyes
divinas y eclesiásticas serían variables con la fluidez continua de
las “situaciones concretas”.
Por
esta doctrina, Dom Mayer coloca la ley universal de la sede vacante bajo
el juicio personal de los prelados: “Su aplicación concreta exigiría el
examen de una casuística extensiva” (op. cit. p. 281). Pío VI condenó
ese “examen” de la aplicabilidad de la ley de la Iglesia bajo el juicio
personal, como querían los jansenistas (D. 1578, D.S. 2678).
Es falsa por lo tanto la conclusión de
mons. Lefebvre de que su doctrina “en la práctica no tiene influencia
en su conducta, porque rechaza lo que va contra la fe sin saber quién es
culpable”. Ella influye enormemente: altera la fe que hay que defender,
cambia el concepto de “verdad” jurídica y moral y deforma el concepto
de Iglesia. Esto es evidente.
IV. 3. El positivismo jurídico
San
Roberto Belarmino refutó el error de Cayetano consistente en no
distinguir entre “esse papa” y “bene esse papa”. No puede ser un
papa “malo” o “errante” quien no es papa. No está pues en cuestión
la “moralidad” o “justicia” de los actos de un papa, como mons. Lefebvre
trata de hacer creer, sino la verdad sobre la existencia del poder
papal en determinado sujeto que, por su voluntad, “scienter et
volenter”, de modo pertinaz enseña otra fe y no confiesa el credo
tradicional íntegro. No es “radical”, “duro” ni “injusto” quien afirma
la verdad del ser.
El
prelado francés, por lo tanto, cambia el problema considerándolo como
de “orden práctico” y de naturaleza moral, de “deber” y no de naturaleza
lógica y ontológica. Su “deber de defender nuestra fe” es aquí un
deber “a priori”, anterior a las verdades de la razón y de la fe, un
deber kantiano.
En ese cambio el Vaticano II colocó
el “deber de buscar la verdad”, sin leyes universales verdaderas que
guían esa búsqueda, pero con “inquisición libre”, guiada simplemente por
la libertad individual. El “derecho” y el “deber”en la filosofía
cristiana no vienen de los hechos ni de las circunstancias concretas.
IV.4. Condenación de esa moral por Pío XII
Pío XII
enseñaba el 18 de abril de 1952: “Esta nueva ética está tan fuera de
los principios católicos y de la fe que lo ve hasta un niño que sepa su
catecismo”. Luego, con ella los prelados, de ningún modo, cumplen “el
deber de defender nuestra fe”. Pió XII define la naturaleza de
tal “moral”: “Lo distintivo de esta moral es el no basarse en leyes
universales (…) sino en circunstancias reales y concretas según las
cuales la conciencia individual tiene que juzgar y escoger”.
He
ahí, “ipsis litteris”, las palabras de los dos prelados. En esta
moral “la conciencia individual no puede ser imperada por principios y
leyes universales”. Vimos cómo el prelado francés declara dejar de lado
esos principios universales. “La fe cristiana —dice Pío XII— funda sus
exigencias morales en el conocimiento de verdades
esenciales [universales] y de sus relaciones”.
Los
predicadores de la nueva moral, como también los dos prelados, no llegan
a negar las leyes universales; pero, se aproximan a eso, dislocándolas
del centro de decisión “hacia los últimos confines” de la periferia.
Dejan de ser “premisas de las cuales la conciencia extrae las
consecuencias lógicas en cada caso singular”. Sus adeptos colocan en el
centro de decisión una noción vaga de “bien” y la “relación personal que
nos liga a Dios”. La conciencia se declara entonces “justificada” si
decide cambiar la fe y no obeder a la ley: su decisión personal tiene un
valor mayor que la de Dios o la de la Iglesia. Coloca a los individuos
como productores activos de su ley y no como pasivos sumisos y
obedientes a ella. Basta para esa moral la sinceridad de la gente, con
cualquier fe o ley. Cada uno, según su criterio personal de valores, su
grado propio de conocimientos, asume sus riesgos ante Dios, incluso
si “cambia la fe”, si “rechaza obedecer a la autoridad competente”. He
allí, “ipsis litteris”, las palabras de mons. Lefebvre.
Como
los lefebvristas se refieren peyorativamente a los “radicales”, a
los “ultra”, a los “obedientes”, los adeptos de la nueva moral también
se refieren a los que se someten a las leyes universales como a personas
de fidelidad farisaica, hipócritas y portadores de escrúpulos
patológicos. Los términos depreciativos son los mismos.
Esta
moral dice Pío XII— “abandona al hombre a si mismo” y “así muere la
fe”. “Para permanecer íntegra ante las situaciones, la fe exige a veces
sacrificios y actos heroicos”. ¿No es éste el caso actual? “¿Cómo la ley
universal puede bastar y ser obligatoria en cada caso singular” (…) por
su universalidad ella abarca intencionalmcntc todos los casos
singulares en los cuales se verifican sus conceptos. En estos casos, muy
numerosos, ella lo hace con una lógica tan concluyeme que hasta la
conciencia de un simple fiel ve, inmediatamente y con plena certeza, la
decisión que debe tomar”.
Las
relaciones esenciales del cristiano con la fe y con la Iglesia, valen en
cualquier época, en cualquier situación, obligan incluso con riesgo de
la vida si como consecuencia de la negación, omisión o ataque a la fe
resulta un daño a la fe visible y social: “todo esto está gravemente
prohibido por el legislador divino. Cualquiera que sea la situación del
individuo, no existe otro remedio sino obedecer”.
He allí
la contradictoria de la moral lefebvrista. No basta la intención recta,
Dios quiere también las obras. No es lícito hacer el mal para obtener
un “bien”. El fin no justifica el empleo de cualquier medio. He allí la
falsa doctrina del “bien de las almas” a conseguir “sin misión
canónica” para predicar, celebrar y administrar los sacramentos.
Los principios de la moral allí
predicada por los prelados, si fuesen verdaderos, justificarían el
cambio de la moral sexual como ya lo observó Pío XII. Un sacerdote de
Campos invocó al “gran canonista Capello” para decir que la ley no rige
en los casos extraordinarios, sino sólo en los casos comunes, para
concluir que las leyes de los delitos contra la fe no se aplicarían a
las “situaciones” de hoy. Sin haber ido a consultar a Capello, decimos:
un delito contra la fe no es un “caso extraordinario” en el sentido de
no regulado por la ley, sino sólo en el sentido de actos numerosos
contra la ley o en el sentido de que es cometido por una persona que
estaba más obligada a observar la ley por ser un miembro de la
jerarquía. No se trata por consiguiente sino de una confusión del
sacerdote entre “caso” regulado por la ley y
una “situación” o “circunstancia” periférica que envuelve el caso. El
delito contra la fe es materia regida por las leyes de la fe y por las
leyes de la Iglesia.
IV.5. Bajo las apariencias de virtudes cristianas.
No
existen virtudes cristianas desligadas de la “verdad”, de la “veritas
evangelii”. Ni San Pedro fue virtuoso cuando se apartó de ella, sino
cuando la estableció. Ahora bien, mons. Lefebvre opone supuestas
virtudes personales y dones sobrenaturales a las leyes divinas (Tito
III,10) y de la Iglesia (cánones sobre delitos contra la fe). Así, habla
de su “actitud prudencial” y opone la obediencia a las leyes de la
Iglesia, que él llama de “obediencia ciega”, a la virtud de la
prudencia. Por ella, debería examinar todas las circunstancias y matices
de los “hechos del papa” para decidirse, pero se niega a decidirse
alegando que no conoce todas las circunstancias.
Ahora
bien, ¿dónde aparece en la moral cristiana la prudencia personal?.
¿Contra las leyes de la Iglesia? No. Pío XII lo dice: “Donde no existen
normas absolutamente obligatorias, independientes de todas las
circunstancias, ahí sí, la moral católica trata del examen previo de las
circunstancias del caso”. Y eso mismo, para encontrar la ley universal
que se debe aplicar.
Ahora
bien, en el caso de los delitos contra la fe, la circunstancia exigida
por la ley es que el delito sea “público”. Y el Derecho de la Iglesia
define lo que entiende por delito público: lo “ya divulgado” o lo
que “fácilmente será divulgado”. Existe por lo tanto la ley positiva que
se debe aplicar, la “regla de prudencia” que es la ley de la
Iglesia: “donde se encuentra una razón especial de régimen, ahí se halla
una razón especial de prudencia” (Santo Tomás, Suma Teológica,
II-IIac,50,l). La prudencia personal consiste allí por lo tanto en
someterse a las “cosas previstas y juzgadas” por el legislador de la
Iglesia, en “cumplir las cosas ya decididas” (consiliata) (S.Tomás, Suma
Teol., Il-IIae, 47,9). Los subditos participan de la prudencia de los
gobernantes si obedecen a sus leyes universales (Suma Teol.,
II-IIae.47,12). Por lo tanto, los prelados no obran contra la prudencia
en relación a las decisiones de un hereje público, sino en relación a
las leyes de la Iglesia contra los herejes públicos. La prudencia
personal versa sobre cosas contingentes (contingentia operabilia) y no
sobre cosas necesarias como la exclusión de la Iglesia por delitos
contra la fe. “Leges ponere in Ecclesia est principalis actus regnativae
quae est pars prudentiae” dice Santo Tomás (ibidem).
Mons.
Lefebvre habla de su don de consejo. Éste forma parte de la prudencia.
Pero va contra este don obrar “divertens a regulis quibus rationes
prudentiae rectificantur”, obrar contra las reglas por las cuales las
razones de la prudencia son rectificadas; obrar “per aversionem a
regulis divinis”. Ese don es no divergente en cada uno, sino “común a
todos los santos… para hacer lo necesario para la salvación”. Y tan
necesario es “ad salutem” (Rom. X,10) la confesión externa de la fe,
como la sumisión al Romano Pontífice es “de necessitate
salutis” (Bonifacio VIII). Ese don en vez de incluir la desobediencia a
las leyes tradicionales de la Iglesia, incluye la docilidad en relación a
ellas, por la cual, aquél que lo posee es “bene susceptivus
disciplinae” (Santo Tomás). Entonces, el don de consejo invocado por el
prelado tiene una dirección opuesta a la de la doctrina cristiana.
Mons.
Lefebvre dice que la conclusión de obedecer a la ley de la vacancia
es “un razonamiento rápido”, “una precipitación”. Ahora bien, Santo
Tomás enseña que “precipitanter agit” quien no se somete a las leyes y
obra “ex contemptu regulae dirigentis”, “depreciando y repudiando los
documentos divinos (…) en detrimento de las cosas que son de necesidad
de salvación”. Afirma que es “temerario” tal modo de obrar (Suma Teol.
11-11,53,3 ad 2). El Tridentino lo confirma, al enseñar que
es “temeridad propia” obrar sin misión canónica, es decir, contra las
decisiones disciplinarias que competen al gobierno del papa (D.960; D.S.
1769). Tal especie de prudencia carnal fue la alabada por Honorio I en
el heresiarca Sergio: Honorio “alabó” su “providencia y
circunspección” en no predicar la doctrina de la fe (Kirch.1057).
En vez,
de someterse a las leyes de la Iglesia, mons. Lefebvre dice el 2 de
diciembre de 1976: “En este período posconciliar es mejor seguir a la
Providencia que precederla (…) prefiero esperar los acontecimientos”.
Sin duda la Providencia rige a la Iglesia; pero lo hace por medio de los
jerarcas. A ellos les compete el ejercicio de la providencia humana
contra los herejes, siguiendo las leyes de los legisladores de la
Iglesia. Sin embargo, en 1988 el prelado “fija una fecha límite” al papa
que tiene por válido y verdadero y declara que esa fecha es la “que la
Providencia parece haber preparado” (Dossier) para que él obrase contra
las decisiones del papa que juzga verdadero.
Es la
relación directa con Dios, apartándose de la ordenación social de la
Iglesia que tiene por objeto los deberes de la fe. Bajo el sofisma de no
someterse a la “obediencia ciega”, no se somete a las leyes
tradicionales sobre delitos contra la fe.
¿Qué
especie de “sabiduría” es ésa a que alude cuando la separa de la lógica
racional y de los principios teológicos y que pretende una “práctica” no
regida superiormente por la razón y por esos
principios “teóricos” y “especulativos”? “Ad prudentiam necessarium est
quod homo sit bene ratiocinativus”, dice el Angélico (Suma Teol. II-II,
49,5). “La rectitud de la justicia en los subditos está en la obediencia
a los gobernantes” dice Santo Tomás; él es el “custos iusti”.
Mons.
Lefebvre, sin embargo, juzga que sería “injusto” y “duro” obedecer a las
leyes de los delitos contra la fe sin un examen integral de las
situaciones. Opone la “lógica de la caridad” y la “lógica de las
situaciones” a la lógica racional que aplica las leyes universales a los
casos singulares. Declara obrar con “cierta contradicción” en relación a
los principios. Ahora bien, San Juan es el Apóstol de la caridad y
ordena “no recibir” y “no saludar a quien no traiga la doctrina
cristiana” (II Jn. 10).
Mons.
Lefebvre lo contradice: quiere la “unión” con esa persona, quiere
una “caridad” desligada de la verdad, cambiando pues la verdad por los
hechos. Pío XI rechaza esa “caridad que se desvía en detrimento de la
fe”. La caridad se apoya en la fe íntegra, como en su fundamento; por lo
tanto es necesario unir a los cristianos por la unidad de fe como en su
vínculo principal” (Mortalium ánimos). No es caridad para con nadie
dejar al hereje como falso pastor causando la pérdida de millones de
almas.
Así, la apariencia de virtudes
cristianas que mons. Lefebvre opone a la razón, a la sumisión a los
principios de la fe y a las leyes del régimen de la Iglesia se asemejan a
las que Inocencio III señaló en los herejes valdenses que predicaban
sin misión canónica y que San Pablo indicó: “Sub specie pietatis,
virtutem eius abnegantes” (II Tim. III,5). Obra bajo las apariencias de
piedad, pero renegando de la verdadera virtud de piedad.
V.LA “NO CONDENACIÓN” DE LOS MODERNISTAS
V.1. La permanencia de los herejes
Mons. Lefebvre declara el 8 de noviembre de 1979:
“Un
buen número de teólogos piensa que el papa puede ser hereje como doctor
privado (…). Es necesario por lo tanto examinar en qué medida Pablo VI
quiso empeñar su infalibilidad en diversos casos en los cuales firmó
textos próximos a la herejía, si no heréticos”.
“Observamos que en todos estos casos él obró más como liberal que adhiriendo a la herejía…”
“El
liberalismo de Pablo VI es suficiente para explicar los desastres de su
pontificado. Pío IX (…) consideraba al liberal como destructor de la
Iglesia. Un papa siendo liberal ¿puede permanecer papa? La Iglesia
siempre amonestó severamente a los católicos liberales. Pero no los
excomulgó a todos. También aquí debemos permaneceren el espíritu de la
Iglesia. Debemos rechazar el liberalismo (…) porque la Iglesia lo
condenó siempre con severidad (…). Ciertamente, sufrimos por esta
incoherencia continua que consiste en elogiar a todas las orientaciones
liberales del Vaticano II y, al mismo tiempo, tratar de atenuar sus
efectos. Esto nos debe incitar a orar, a mantener la Tradición; pero no
por esto a afirmar que el papa no es papa”.
En diciembre de 1988 afirma:
“Podríamos haber adoptado muchas
actitudes y, de un modo especial, la de una oposición radical: el papa
admite ideas modernistas y liberales, luego es herético; por lo tanto,
no es papa… Se trata de una lógica demasiado simple. La realidad no es
tan simple. No se puede tachar a alguien de hereje tan fácilmente…”. “Él
ciertamente es un mal sucesor al cual no se debe seguir porque tiene
ideas liberales y modernistas”.
V.2. El elogio de todas las orientaciones liberales
La “incoherencia
continua” de mons. Lefebvre es afirmada por él mismo y no se puede
aceptar y seguir tal “incoherencia” y “contradicción cierta” con los
principios católicos y racionales. El confunde la afirmación lógica y
ontológica de negar que alguien sea papa, con una “oposición radical” a
quien es de facto papa. Ahora bien, en ese caso, es él quien
se “opone” a la ley tradicional sobre la vacancia. Se opone al canon
2315 cuando juzga que observarlo sería “tachar a alguien de hereje muy
fácilmente”. “No se puede” por consiguiente obrar según esa ley de la
Iglesia.
Su
pertinaz indiscriminación entre hereje, errante y malo lo hace pescar en
aguas turbias: condena el liberalismo, el modernismo, pero no condena a
quien “tiene ideas liberales y modernistas” y “firma textos
heréticos” y los mantiene persistentemente. Si
las “ideas” y “textos” son heréticos y la persona “obra” como hereje
modernista, ¿para qué es necesario “examinar” si el papa quiere “empeñar
su infalibidad” y “en qué medida”? Eso equivale a admitir que si no
quiere empeñar la infalibilidad, él puede ser hereje público y papa. El
la admisión del hereticismo en la jerarquía verdadera.
El
canon 188 n° 4 afirma que el hereje público pierde el cargo. El prelado
responde: “no por eso”, y pretende que la Iglesia “no excomulgó a
todos” los herejes públicos, o que San Pío X no excomulgó “a todos” los
modernistas. Admite por consiguiente a herejes públicos católicos, a
papas herejes católicos, sujetos de poderes jurisdiccionales y de
derechos en la Iglesia.
Ahora bien, el canon 87 enseña que el
cristiano bautizado es “persona” en la Iglesia, con todos los derechos y
deberes “nisi ad una quod attinet obstet obex ecelesiasticae
communionis vinculum impediens vel lata ab Ecclesia censura”.
Ahora
bien, la herejía es un óbice que impide el vinculo de la comunión
eclesiástica. Negar eso es afirmar la “iglesia ecuménica”, de credos
divergentes. Luego, no puede afirmar mons. Lefebvre que el hereje
público tiene poder y “derecho” jurisdiccional en la Iglesia.
Es
falso que la Iglesia “no excomulgó a todos los modernistas”. San Pío X
lanzó la excomunión “ipso facto” contra todos los modernistas
contradictores de la encíclica “Pascendi”, defensores de proposiciones
condenadas por el decreto “Lamentabili”, “si las opiniones que defienden
son heréticas, cosa que sucede más de una vez con los enemigos de esos
documentos y sobre todo cuando defienden los errores de los modernistas,
es decir, la reunión de todas las herejías” (D.2114). Ahora bien, es
Mons. Lefebvre mismo quien afirma las “ideas” modernistas en el papa.
Luego, no puede escapar de la conclusión que San Pío X sacó: están
excomulgados todos los modernistas.
Entonces,
rechazar el “efecto actual” de las sentencias “ipso facto” es ir
también contra la constitución “Auctorem fidei” de Pío VI que afirma ese
efecto; es seguir a los jansenistas. Y es también ir contra Pío XII
que, en la “Mystici corporis” enseña la separación de los herejes “por
la propia naturaleza” del delito.
Él “rechaza” lo
que el Magisterio enseña. Quiere con los jansenistas “someter a
examen” personal el Magisterio doctrinal y canónico de la Iglesia
(D.1578; D.S.2678). El canon 2315 obliga moralmente: “sea considerado
como hereje…” El prelado responde: “no se puede”, “no por eso” pierde el
cargo, “podemos tener muchas actitudes”ante el papa modernista, pero no
esa. Se “elogian todas las orientaciones liberales del Vaticano II”, a
pesar de que la Iglesia “siempre condenó severamente” el modernismo y el
liberalismo. Nuestro deber es sólo “atenuar los efectos” de los actos
de los herejes, manteniéndolos sin embargo en el gobierno de la Iglesia.
“Multitudo
non excommunicatur” dice el Derecho primitivo de la Iglesia. Pero, el
canon 2314 dispone: “omnes et singuli haeretici et schismatici incurrunt
ipso facto cxcommunicationem”. La Iglesia, no condena el trigo, sino
toda la cizaña “in medio tritici”. Mons. Lefebvre contradice la norma de
la Iglesia: “omnes et singuli”, y responde “no a todos…”
Ciertamente,
la Iglesia no condenó nominalmente a todos los arríanos, luteranos…
Pero condena universalmente “a todos los demás herejes” (I concilio de
Constantinopla, D.223; D.S.433). San Pío X ordenó que
fuesen “destituidos sin contemplación de ninguna especie” todos los
rectores y profesores de seminarios que abierta u ocultamente
favoreciesen el modernismo (Pascendi). Así, fueron excomulgados
nominalmentc además del presbítero Alfred Loisy, profesor del Instituto
Católico de París, los eclesiásticos: José Bittig, profesorde teología
en Breslau; John Hehm, profesor de teología en Wurzburg; el historiador
de la religión Ernesto Bonaiutti y el sacerdote José Turmel, de Rennes.
Entonces,
el “espíritu de la Iglesia” que mons. Lefebvre defiende no es
el “espíritu de la Iglesia” católica, sino de otra iglesia. El orden
visible de la Iglesia dejaría de existir en el momento en que los
herejes públicos no estuviesen fuera de la Iglesia, sino que fuesen sus
jerarcas “válidos”. Pío XI pregunta: “¿Acaso el objeto de la fe con el
decurso de los tiempos puede volverse de tal modo oscuro e incierto que
hoy sea necesario tolerar opiniones por lo menos contrarias entre sí?
(…) Afirmar esto es sin duda blasfemo” (Mortalium ánimos).
VI. LA DUDA SOBRE EL MAGISTERIO TRADICIONAL
VI.1. Todo es mera opinión
El 18 de marzo de 1977 mons. Lefebvre reduce la ley de la Iglesia a una simple opinión particular dudosa:
“Si el
papa fuese apóstata, hereje o cismático, según la opinión probable de
algunos teólogos (si fuese verdadera) no sería papa y estaríamos en la
situación de sede vacante. Es una opinión. Yo no digo que ella no pueda
tener algunos argumentos en su favor, alguna probabilidad. Pero, no creo
que sea esa la solución”.
El 5 de octubre de 1978 declara:
“¿Cuál
debe ser nuestra actitud en relación al papa? Aunque existe entre los
tradicionalistas quien tenga una tendencia más radical que la mía y que
la que intento inculcarles; esto no quiere decir que yo esté
absolutamente cierto en la posición que adopto (…). Si el papa enseña
algo contra la fe que nos fue enseñada ¿es hereje? Yo no lo sé. Si es
hereje ¿es papa? ¿Un papa puede ser hereje? El trabajo de Xavier da
Silveira recoje todas las opiniones al respecto (…) No oso
decidirme entre estas opiniones e hipótesis. No me siento capaz porque
no conozco suficientemente las circunstancias que rodean a los hechos
del papa para determinarme de manera cierta que no tenemos papa”.
El 16 de enero de 1977 afirma:
“Mientras
no tenga evidencia de que no es papa, tengo la presunción en favor de
él. No digo que no existan argumentos que puedan presentar una cierta
duda. Pero es necesario tener evidencia. Si el argumento es dudoso no
existe el derecho de sacar conclusiones que tienen consecuencias
enormes. No se puede partir de un principio dudoso. Prefiero partir del
principio de que se debe defender a nuestra fe. Pero, de ahí a decir que
porque alguien ataca nuestra fe es hereje, que ya no es autoridad, que
sus actos no tienen valor… Existe en esta actitud un peligro de cisma
(…). No creo poder decir que tuve que cambiar de opinión… Gracias a Dios
pienso haber juzgado de tal manera que debo perseverar en esta forma de
pensar, a pesar de las objeciones que me hacen (…), a pesar de los que
creen tener que atacarnos personalmente en revistas… Provienen de
los “ultras”; creen tener el deber de criticamos y de llamarnos
liberales porque queremos conservar esta manera de pensar sobre estos
problemas”.
El 8 de noviembre de 1979 dice:
“El
estudio muy objetivo de Xavier da Silveira (Dom Antonio de Castro Mayer)
muestra que buen número de teólogos piensa que el papa puede ser
hereje como doctor privado”. “Basta leer el libro de Xavier da Silveira
para comprobar que es una cuestión muy discutida entre los teólogos y
que no es una opinión clara”.
En marzo de 1986 pregunta:
“¿Qué conclusión debemos sacar dentro
de algunos meses ante estos actos repetidos de comunión del papa [en
Asís], con cultos de dioses falsos? Yo no lo sé. Me lo pregunto. Pero es
posible que estemos en la obligación de creer que este papa no es
papa…”
VI.2. Duda sobre el Magisterio Infalible
Las
doctrinas de Mons. Lefebvre atañen a la noción de la Iglesia una y
santa, atañen a la sumisión a las leyes del Derecho público de la
Iglesia; atañen a disposiciones solemnes del concilio de Trento (D.960 y
967; D.S. 1767 y 1777) sobre la misión canónica y del Vaticano I sobre
la obediencia al papa y la naturaleza del poder papal. Hieren a estos
puntos del Magisterio de los cuales ningún católico puede apartarse
lícitamente.
El
prelado, sin embargo, intenta escapar de todo presentando dudas sobre el
Magisterio, las leyes canónicas y la Tradición. Pío XII enseñó
que “quaestionem liberae inter theologos disceptationis iam haberi non
posse” (D.S.3885), incluso cuando un papa verdadero enseña a través de
encíclicas. Existe por consiguiente una duda ilícita y fraudulenta
presentada subjetivamente contra lo que objetivamente debe ser aceptado
de un papa verdadero.
Los
herejes levantaron y levantan dudas fraudulentas sobre todo. Se acercan a
nosotros —dice Tertuliano— declarándose en duda, pero, en cuanto traban
relaciones con nosotros, pasan a sustentar sus opiniones contra el
Magisterio infalible. El canon 1325 n.2 define como hereje no sólo a
quien niega una doctrina de fe, sino también a quien “duda” de ella.
Incluso de doctrinas que no son de fe, la Iglesia enseña que deben
ser “mantenidas”(tenendam) si son propuestas de modo solemne o por el
Magisterio ordinario y universal.
Respecto
de las leyes morales universales, vimos que Pío XII enseña que
incluso “un simple fiel percibe de inmediato y con plena certeza la
decisión a tomar”. No es el caso del examen exhaustivo de las
circunstancias, de la moral de situación: “hasta un niño que sepa su
catecismo sabe que la moral de situación está fuera de la fe y de los
principios católicos”.
Ante
esto, la “duda” lefebvrista nos parece contra la fe. No distingue entre
un católico y un hereje por los criterios de la Iglesia. En el siglo
XVI, salvo San Roberto Belarmino, la mayoría de los teólogos estudió la
cuestión de la herejía papal de un modo superficial y accesorio. Y
después el Magisterio de la Iglesia explícito bastante con el Vaticano I
(exégeis de la oración de Cristo por Pedro), con las encíclicas sobre
la Iglesia y las sentencias “ipso facto” y con el derecho canónico.
Xavier
da Silveira [Dom Mayer] no vio nada de eso. Juzga que una de las
sentencias de Belarmino “es la buena”, pero la contradice y no la sigue.
Ella es repetida por el canon 188 n° 4. El canon 2315 no deja ninguna
duda sobre la cuestión de hecho: obliga a tener por hereje a quien no
profese inequívocamente el credo, después de haber sido amonestado.
Gregorio
XVI juzga “absurda” la Iglesia “imperfecta” lefebvrista, León XIII
juzga “absurdo” que quien no es miembro de la Iglesia pueda presidir
dentro de la Iglesia. Pero el prelado francés, con Dom Mayer, todavía se
apega a las disputas del siglo XVI, a la opinión “muy
objetiva” del “estudio” de Dom Mayer, en vez de someterse al Magisterio
autoritalivo de la Iglesia.
Nada quedaría
en pie en la Iglesia, ni en el dogma, ni en la moral, si se siguiese
tal criteriología y metodología: se oponen “opiniones” a “opiniones”,
sin criterios de autoridad divina y eclesiástica.
El “derecho
de sacar conclusiones” basado sólo en la “evidencia” personal, apartado
el criterio autoritativo de la Iglesia es el método del “juicio
propio” de los herejes (Tito 3,10). Es el “derecho” a la libertad
religiosa donde la razón individual se eleva por encima de la autoridad
que viene de Dios por medio del Magisterio tradicional. La distinción
entre cristiano y hereje se torna libre, imprecisa, “ecuménica”.
VII. LA IMPOSICIÓN DE LA FIDELIDAD A SI MISMO
VII.1. Yo dije, yo quiero, yo no sé…
A pesar
de presentar como cosas dudosas a leyes del Derecho público de la
Iglesia y a las enseñanzas solemnes de los Concilios y al Magisterio
tradicional de la Iglesia, mons. Lefebvre pretende una sumisión a sí
mismo, a sus opiniones y normas de acción contrarias a las de la
Iglesia, contrarias a la propia razón. Dicta el pensamiento y la norma
de acción de su Fraternidad y de comunidades afines.
El 8 de noviembre de 1979 afirma:
“Nuestra
Fraternidad rechaza compartir estos razonamientos. Queremos
permanecer unidos a Roma, al sucesor de Pedro; pero rechazamos su
liberalismo por fidelidad a sus antecesores”.
“No puedo permitir que se entre en una vía que desoriente completamente a los fieles…”.
“Es la
posición de la Fraternidad: yo quiero que todos, incluso los fieles,
sepan cuál es. Que los fieles sepan que si alguno de nosotros predica
que no hay papa, no predica en conformidad con lo que piensa la
Fraternidad(…), con la línea que creo delante de Dios que debo seguir
(…)”.
El 25 de lebrero de 198G escribe:
“Dije a
aquellos sacerdotes que no siguen las directivas que les dimos que
ellos rompen con el espíritu de la Fraternidad; que conducen a los
fieles que nosotros les confiamos a una posición que no es la nuestra:
que, si existen dificultades en las comunidades, no proceden de la
actitud que nosotros tenemos, sino de la que tienen ellos y que no
corresponde a la de la Fraternidad: pero que es, en definitiva, una
falta de fidelidad y de lealtad”
En setiembre de 1982 declara:
“Felizmente la Fraternidad no está sola.
Con ella están los dominicanos y dominicanas, los capuchinos, etc…. ella
continúa la Iglesia”.
“La Fraternidad no es un partido, ni una secta…”VII.2. La Fraternidad: unión cismática
Antes,
mons. Lefebvre dijo: “No quiero decir que esté absolutamente cierto en
la posición que adopto…”.” Yo no lo sé…”. “No oso decidirme entre estas
opiniones”. “No tengo evidencia” (5-10-1978).
Pero,
levantando la duda sobre el Magisterio doctrinario y canónico, sobre la
Tradición, pasa a sustentar “la posición de la Fraternidad”, “el
espíritu de la Fraternidad” que “rechaza” la sumisión al Magisterio: “la
Fraternidad rechaza…”; él “no puede permitir” otra sentencia distinta
de la suya. Usa la primera persona singular o, de modo mayestático, la
primera persona del plural: yo, nosotros: “yo no puedo…”, “nosotros
rechazamos”, “nosotros les dimos”, “les confiamos”, “es nuestra
posición”, aunque con “cierta contradicción” y con “incoherencia
continua”en relación al Magisterio y “sin participar del
razonamiento” aunque “muy lógico”. La sumisión a las leyes de la
Iglesia “desorienta a los fieles”, es una mera “opinión” que, con un
extraño eufemismo, “no dice que no tenga alguna probabilidad”, “algún
argumento a su favor” Pero, en favor de la “posición de la Fraternidad”,
no cita absolutamente nada que provenga del Magisterio, sino sólo su
opinión opuesta al Magisterio. El da “directivas”mientras se rehusa a
someterse a las normas del Derecho Público de la Iglesia. El, “sin
misión canónica” y en oposición a un papa que tiene por “válido” “confía
fieles a sus sacerdotes”, a los que escogieron
libremente “obedecerle” a él en vez de obedecer al papa. Él se aparta de
la lógica y de la “teología teórica”, “fija fechas” para el papa,
hace “acuerdo doctrinarios” con él y libremente los rompe,
quiere “fidelidad y lealtad” a sí mismo. El aún no decidió de “modo
solemne” que sea “imposible que un hereje público sea papa” (lo dijo en
marzo de 1986). Se ve que, en todo, el prelado quiere la sumisión a sí
mismo, a su opinión “incierta”, sin el menor apoyo en ningún criterio
dogmático y canónico.
Las
Ordenes religiosas y las Congregaciones religiosas no tienen un credo
propio, están sometidas a las leyes canónicas y a los papas que las
promulgan. “Los obispos pierden el derecho y el poder de gobernar si se
separan conscientemente de Pedro” (León XIII, Satis Cognitum).
Los “razonamientos” se rigen por la criteriologia y son universales,
pero el prelado los aparta, rechaza “razonamientos muy lógicos” y quiere
seguir en la “práctica” una “prudencia” personal opuesta a la del
legislador de la Iglesia. Sólo las sectas cismáticas siguen
esa “unión” de la Fraternidad, más allá de la lógica, más allá de la fe,
más allá de las leyes de la Iglesia, escogiendo aquello en lo
que “obedecen”. Es una “unión” libre, ecuménica, no bajo el régimen
tradicional.
Mons.
Lefebvre quiere servir a dos señores opuestos: al papa hereje y al
régimen tradicional opuesto a él; quiere “unión” con la fe y con la
herejía; con la Iglesia santa y con la iglesia pecadora; con la moral
absoluta y con la moral relativista; con la Iglesia católica y con la
iglesia no “perfectamente católica” donde se puede adherir a “fórmulas
no ortodoxas” y seguir gobernando a los fieles. Quiere la “societas luci
id tenebras” (II Cor. VI,14), quiere “compatibilizar” cosas
incompatibles como la fe y la herejía, borrando los límites definidos
entre el hereje y el cristiano católico. Contradice la Revelación en
cuanto al “no fundarse en la propia prudencia” (Prov. III,5). Bajo el
sofisma de no obedecer un papa hereje, no obedece a las leyes
tradicionales sobre los herejes (cánones 2315,2314,188 n°4), se obedece a
sí mismo y quiere ser olnjilccido por los “fieles” que confía
a “sus” sacerdotes.
Él quiere “tracer son sillón” diría San Pío X, y “sub specie pietatis” como dijo San Pablo (II Tim. III,5).
Laus, honor et gloria Domino nostro tremendae majestatis.
A.M.D.G.V.M.
Homero JOHA