Excursus E-G
Excursus E. Esjatologías
Ésta es la primera parte, HISTÓRICO-esjatológica, del “bibliarídion” (o “Librito”) del Vidente de Patmos. Sigue la segunda parte, ESJATOLÓ- GlCO-histórica, con la Visión 11, Las Dos Fieras, la cual se puede llamar la historia del Anticristo, con sus prestigios, su reinado y su desastre, seguida del triunfo de Cristo y su Reino. O sea, el fin catastrófico intrahistórico de la humanidad junto con el fin triunfal extrahistórico. Pues desos dos elementos contrarios se compone la esjatología cristiana.
¿No sería mejor dejar de pensar en esas cosas? El que lo pueda que lo haga. En realidad de verdad, la época actual no puede dejar de pensar en ellas; y tampoco pudo ninguna de las épocas anteriores. En la próxima a la nuestra, el siglo XVIII y XIX, el ilnminismo arrojó por la borda la esjatología cristiana junto con toda religión positiva, haciendo suyos el deísmo y el liberalismo religioso, hijos de la Reforma; y se burló del Anticristo, del diablo y de todos los demás “medievalismos”; y el resultado fue que cayó en una esjatología espuria, andrajo ridículo de la cristiana. Mejor dicho, en dos esjatologías opuestas, fragmentos de la síntesis cristiana, la optimista del Progreso Inevitable y el próximo Triunfo Mundial de la Razón; y la pesimista, el Nihilismo, que predomina en nuestros días, después que dos guerras atroces hicieron grotescos los sueños borrachos de los pseudoprofetas eufóricos y románticos. Leer hoy día las “profecías” de Víctor Hugo acerca del Nuevo Milenio, hace reír.
La esjatología cristiana está forjada de dos piezas contrarias y
correspondientes, que forman la historia sobrenatural del hombre: las fuerzas
intrahistóricas que dependen de su albedrío y las intervenciones metahistóricas
de los planes inconmovibles de Dios; aquí el Anticristo y la Parusía, como
antes el Diluvio o la Redención. Esas dos piezas corresponden
a la esencia creada del hombre: ni él se ha dado la vida ni la conserva
con sus propias fuerzas; puede solamente orientar su movimiento incesante, la
mano en el gobernalle, y aguijoneado desde fuera. Josef Pieper ha estudiado en
su librito Ueber das Ende der Z eit43 (Koesel Verlag, Munich, año 1953) el
resultado de la desintegración ilu- minista de la cosmovisión
cristianorrevelada. La estudia en Kant sobre todo -que proporciona un documento
de total primer orden— pero también en Fichte, Nietzsche, Goerres y los
románticos hasta nuestros días. Creyendo haberse librado de las repudiadas
“hechicerías” de la “superstición” cristiana, lo que hicieron fue partirla en
dos pedazos y llevar esos fragmentos al último extremo; y aquí sí que
encontramos la mar de superstición. Kant, en los escritos de sus últimos años,
es puramente increíble. Cree simplemente en el Reino de Dios y en el Milenio,
traídos por la sola fuerza de la Razón Pura, suprimida la agonía y la lucha, y
en el fondo la existencia del mal; y profetiza acerca de la “Paz Perpetua”, el
glorioso reinado de la Ley y el triunfo espléndido del Progreso, con una
aseveración tal que pasma en el filósofo que limitó los poderes del intelecto humano,
hasta anularlos prácticamente, en sus obras anteriores: de golpe se sintió
dotado de dones proféticos; y para justificar “empíricamente” sus predicciones,
se apoya nada menos que ¡en la Revolución Francesa!
La contraparte deste optimismo desaforado y esta beatería atea surgió de
los nihilistas, Schopenhauer, Hartmann y Nietzsche, que heredaron el otro
fragmento de la concepción cristiana: demasiado existenciales ellos —como dicen
hoy— para cerrar los ojos a la existencia del Mal y zambullirse en delirios de
ebrios. Nietzsche vio la catástrofe impendente en el nihilismo europeo; y su
refugio desesperado en la esperanza del Supe r-hombre, la cual no es más que la
programación dei Anticristo.
Así las dos partes inseparables de la Teología fermentaron y se
pudrieron en las manos destos sedicentes anti-teólogos; y esas dos corrupciones
ideológicas perduran en el ateísmo contemporáneo, esperando la hora que el
Anticristo las reúna en amalgama perversa.
La poesía se encargó de propalar estas visiones insensatas. Víctor Hugo
puede darse como el cantor de la solución intrahistórica del movimiento de la
Humanidad, y ésta es su filosofía, si filosofía tiene, como Thibaudet opina:
flaca filosofía en todo caso.
43 Título de la traducción castellana: El Fin de los Tiempos.
Canta las nupcias de la Humanidad y no del Cordero, en virtud del
liberalismo y desa religión informe del Hombre, la Libertad y el Progreso; la
cual se ha forjado o se la han forjado; más informe que los productos
monstruosos del “arte moderno”. Pero sus delirantes ensueños milenísticos están
recorridos por dentro de un oscuro pavor; como notó Paul Claudel, y puede verse
a simple vista en su poemazo Religión et Religions, que contiene su desdichado
Credo. Después viene la literatura de pesadilla (el Conde de Lautréamont, el
Vatbek de Lord William Beckford, la fantaciencia de Wells, por ejemplo) que
predomina en nuestros días, sin que elimine del todo su gemela y enemiga la
literatura -muy debilitada- eufórico-progresista. Predomina hoy la desesperación
pagana.
Cuando venga el Anticristo no necesitará más que tornar a Kant y
Nietzsche como base programal de su religión autoidolátrica. Son sus profetas.
En suma, esjatología ha habido y habrá siempre, buena y mala. No se
puede hacer ni pensar Historia sin pensar en su Fin; el cual en todo movimiento
gobierna la dirección. La Filosofía de la Historia es simplemente imposible sin
la Teología; y nominalmente, sin la Profecía.
Sin eso se convierte en una trivial Sociología cultural -como llama Max
Weber a la actual- que no entiende ni siquiera el Pasado, no digamos el
Presente, y debe limitarse a hacer “estudios” pueriles acerca de la evolución
del arte del retrato en la Escuela Holandesa, la historia del ballet ruso, o la
culpabilidad de Alemania en la Guerra Europea. Si un hombre piensa, tropieza
ineluctablemente con el pensamiento de su Fin; así del colectivo como del
individual. Véase sobre esto, si place, el precioso li- brito del historiador
Butterfield, El Cristianismo y la Historia (Buenos Aires, Lohlé, año 1957). Por
eso conviene escribir hoy sobre el Apo- kalypsis. Siempre se ha escrito; y
hasta demasiado.
Excursus F. Unidad y
curso del “Librito”
Nuestro segundo cuaderno comprende el desarrollo de los pródromos de la
Parusía, desde la Visión de las Siete Iglesias hasta la de la Parturienta, que
es la visión central del Apokalypsis; es de recordar que ese último símbolo
mismo tomó Cristo en su último coloquio con sus discípulos para cifrarles su
destino después de su partida y durante su ausencia, prometidamente corta: “la
mujer que da a luz un hijo...”
Juan profetiza en esta parte la vida de la Iglesia con referencia
constante a la Segunda Venida: desde la primera a la última palabra, este libro
es esjatológico; pero Juan en esta primera parte se detiene siempre y vuelve
atrás al llegar a la Parusía, retomando su profecía de la Historia bajo otro
aspecto; aunque siempre más adelante. El movimiento es continuo; pero no
rectilíneo sino espiraloide.
En las Siete Iglesias nos da —según nosotros— un esquema cifrado de
todas las diversas épocas de la Iglesia. Si no son más que siete billetes con
avisos y alabanzas a sus obispos sufragáneos o confragáneos, entonces
actualmente esa perícopa es perfectamente inútil; pues no es bastante clara
para ser siquiera modelo, edificación o ejemplo.
En los Siete Sellos está la curva del ascenso y el descenso de la
Religión Cristiana en el mundo, que termina con la Iglesia de los Nuevos
Mártires; el Caballo Blanco es la victoria del Evangelio y la creación de la
Cristiandad Occidental por la Monarquía Cristiana; los otros designan la
Kali-Yuga o Tiempos Oscuros, la decadencia inaugurada por la Guerra. Los tres
primeros Corceles son símbolos enteramente perspicuos y usitados en la
Escritura, el otro añadido es nuevo y monstruoso, es "la Bestia diferente
de las otras” de los Profetas. Todo esto se ve en el espacio interaéreo de la
Historia; en la Tierra sólo se ve el Altar ensangrentado y el final Terremoto.
Estos septenarios de símbolos son entrecortados en contrapunto por
visiones celestes que permanentemente denotan la intervención de lo divino en
las vicisitudes religiosas de la Tierra. Siguen las Tubas; o sea las Grandes
Herejías. Tienen que ser acontecimientos del plano moral y no físico, pues es
imposible interpretarlas en literal crudo; y son acontecimientos no faustos
sino nefastos, que son castigos a la vez que efectos del progreso de Mal. Son
la preparación del Anticristo, las sombras y figuras del ánomos, del Hombre sin
Ley. Los Santos Padres antiguos vieron en Juliano el Apóstata una prefigura del
Anticristo, guiados en esto por la Escritura misma que nos presenta por Daniel
como tal a Antíoco Epífanes, el perseguidor de los Macabeos; pues Daniel
comienza por describir los sucesos históricos del sacrilego y brutal Rey de
Siria para terminar con sucesos netamente futuros y esjatológicos, con
alusiones indudables a los últimos tiempos: comola Resurrección de los muertos
nada menos. Más tarde los escritores eclesiásticos vieron en Mahoma otro
bosquejo del Gran Engañador y Tirano; y después en Lutero y sus cofrades.
Aparece la amenaza de !a Guerra de Continentes, el tiempo de “guerras y
rumores de guerra”, los primeros Dolores; los dos Testigos; y el juramento de
que “el Tiempo se acabó”. Y la visión de la Mujer Coronada y atormentada, su
Hijo mayor divino, sus otros hijos, el advenimiento del poder desatado del
Dragón en el mundo; el cual ya aparece con los atributos del Anticristo, las
siete Cabezas y los diez Cuernos.
Y se plantó en la arena del mar 44.
Es el Dragón el que incuba con sus ojos las olas del mundo mundano para
suscitar dellas con su poder la Fiera del Mar, distinta de la Fiera de la
Tierra que aparece más tarde y surge de lo firme, que significa lo religioso en
contraposición a lo mundano.
Después desto, San Juan entra decididamente en la predicción del Fin,
del Tiempo Parusíaco. El escenario se hace una mezcla del Cielo y la Tierra, el
Bien y la Maldad luchan a cara descubierta, y aparecen los dramatis personae en
primer plano: la Iglesia, el Demonio, el Anticristo, Cristo.
EXCURSUS G. El
Anticristo personal
Todos los Santos Padres vieron en el Anticristo o Fiera del Mar una
persona humana, como Juliano o Antíoco - “el misterioso Emperador Plebeyo”-, no
un demonio o un cuerpo moral. Fue en el Renacimiento cuando surgió la
colectivización de la Fiera, el Anticristo impersonal, que encontró en nuestros
días su mayor sostenedor en Lacunza; aunque está ya indicada en el donatista
Tyconius, en el siglo IX el cual ve en el
44 Hay una variante improbable del texto que dice: “Y me planté yo
[Juan] en la orilla del mar". Probablemente un error de copista, el
aoristo pasivo estdteeN en lugar de estáthee: en pocos códices y menos
autorizados; que tampoco da un mejor sentido, sino al contrano.
Anticristo “el conjunto de las fuerzas del Mal”, encarnadas sin embargo
al fin de los tiempos en un Rey perverso.
Algunos exegetas católicos adoptaron esa idea del movimiento, ideología
o cuerpo moral para descartar la exégesis rabiosa de Lutero de que el
Anticristo era el Papa, Floja defensa. Por lo demás, la exégesis protestante de
la masa la adoptó después, sustituyendo simplemente el Papa por el Papado; y
aduciendo los dos lugares en que San Juan en sus Epístolas habla del Anticristo
como de un espíritu.
Es fácil de ver que las dos cosas, un movimiento y un hombre, de suyo no
se excluyen necesariamente. Por lo demás, basta leer los textos del Apokalypsis
y de San Pablo en la IIa Thess, para ver que allí se designa evidentemente a
una persona individual45.
San Pablo dice:
Os rogamos pues hermanos Por el retorno de Cristo Y por nuestra asunción
en él No os mováis fácil en vuestro ánimo Ni os aterroricéis Ni por espíritus
[proféticos] Ni por discursos Ni por una epístola sedicente Mandada por
nosotros Como si ya estuviera al caer El día del Señor - Nadie os engañe
nulamente Pues si antes no viniere La Apostasía Y revelado fuere El hombre de
Pecado El hijo de la Perdición El adversador y sublevado Contra todo lo llamado
Dios O culto Hasta seder en el Templo de Dios Haciéndose como si fuese Dios...
45 Ver, por ejemplo, Newman, Tract. 35, The Antichrist. [Hay edición
actual, Pórtico, nota del ed.]
¿No recordáis que entre vosotros Estas cosas os anoticié a vosotros? Y
ahora conocéis el Katéjon [obstáculo] De que él sea revelado En su propio tiempo
Pues ya actúa el Misterio de Iniquidad Solamente ahora el Katéjoos
[obstaculizante] Que detenga Hasta ser quitado de en medio Y entonces se
revelará eí Hombre sin Ley Al cual el Señor Jesús Matará con uri soplo de su
boca [palabra] Y destruirá coa el esplendor De su Parusía...
Hay algo que ataja la manifestación y el triunfo (la gran Apostasía) del
Anticristo; cuyo espíritu sin embargo ya entonces está en obra; como lo nota
también San Juan: “muchos se han hecho ahora Anticristos”. Ese algo San Pablo
lo pone en neutro y en masculino, participio presente: Lo que Ataja y El
Atajador (“what withholdest, he who now withhold*, dice la King Versión
inglesa). San Pablo había dicho a los cristianos de Tesalónica qué cosa era ese
Obstdculo-Obstaculizarte misterioso; “a ellos sí, pero no a nosotros”, exclama
San Agustín. Sin embargo él, como los demás antiguos Padres, vieron el
Obstáculo en el Imperio Romano, que con su organización política, su genio
jurídico, su disciplinado ejército y su férreo orden externo, impedía la
explosión de la Iniquidad siempre latente; y en el masculino participio
presente, al Emperador.
Tanto fue así que al periclitar y disgregarse el Imperio de Roma bajo
las invasiones bárbaras, y al disminuir gradualmente la autoridad de los
Emperadores, ante la asunción del poder absoluto por los reyezuelos comandantes
del Ejército, en grandes fragmentos del Imperio, creyeron los cristianos
cercano el Anticristo. Cuando la segunda invasión y saqueo de la Urbe por los
vándalos, San Jerónimo desde Belén escribe a Ageru- chia 44 que probablemente
están cercanos los tiempos novísimos y el Anticristo.
46 Epístola CXXl, año 409.
N o se reveló el Anticristo. Y entonces la exégesis patrística rectificó
su punto de mira sin abandonarlo: el Imperio Romano es el Obstáculo; pero no
propiamente su Emperador personal, sino su estractura formal, el Orden Romano,
que se conserva y aún se completa en la inmensa creación político-cultural
llamada la Cristiandad europea. Newman admite que el Imperio ha durado hasta
sus días, en les “diez Reinos" que de él brotaron; e incluso un “Emperador
de los Romanos" ha habido siempre hasta la Revolución Francesa, nominal al
menos y no sólo nominal en los más grandes dellos, Carlomagno y Carlos Quinto.
Napoleón Bonaparte quitó su título y su poder al último Rey del Sacro Imperio
Romano Germánico, Francisco II de Austria, creando en 1806 la Confederación del
Rhin, preludio de la inminente hegemonía de Prusia. Santo Tomás en su Comm. ad
Thess. II, después de preguntarse: “El Imperio Romano cayó y no se reveló el
Anticristo...” responde tranquilamente: “El Imperio no ha desaparecido”, y se
remite al Sermón de Pascua de San Gregorio el Magno.
El orden más o menos imperfecto pero vigente desta que llaman hoy la
Civilización Occidental atajó hasta hoy la inundación de la Iniquidad. Hoy
vemos dos fuerzas universales poderosísimas, Capitalismo y Comunismo, en la
tarea de destruirla; aunque el Capitalismo diga que su intención es defenderla;
pues tiene la insensata pretensión de conservar sus frutos destruyendo su raíz;
o para hablar como el Evangelio: quiere primero la Añadidura y después el Reino
de Dios; o sin el Reino de Dios. Ésta es la interpretación más sólida y
respaldada del Katéjon de San Pablo. Otras hay nuevas, algunas noveleras. El filósofo
argentino Alberto Caturelli adelanta en sus libros Donoso Cortés y El Hombre y
U Historia que el Katéjon podría ser la caridad. Aunque de hecho si existe
ferviente caridad no podría derramarse la Iniquidad -como si existiese la fe no
podría coexistir una gran apostasía- no pasa a nuestro juicio esa idea con el
texto de San Pablo; entre otras razones porque no se ve el motivo del secreto
de San Pablo, al escribir lo que de palabra ya había dicho a los Téssalos, si
ese dicho era ¡la caridad! la cual está nombrada con todas sus letras poco
antes. Sea como fuere, contiene el libro de Caturelli muy sólidas y asentadas
doctrinas; aunque no se acepte ésta.
Otras interpretaciones no haremos sino mencionar: es el Arcángel San
Miguel, es la raza judía, es la predicación del Evangelio aún no acabada. No
pasan bien por el texto del Apóstol.
Así como el Katéjon fue a la vez un cuerpo moral y un hombre que lo
encabeza, así será el Anticristo. Las razones que da Lacunza en pro del
Anticristo impersonal alcanzan a probar tan sólo que también puede haber eso; o
mejor dicho, que debe haberlo; pues es una ley de la historia que las Cabezas o
Caudillos son engendrados por un movimiento, al cual a su vez ellos organizan e
informan, en causalidad recíproca; como Hitler y el prusianismo alemán,
Mussolini y el nacionalismo italiano, Napoleón y la Revolución Francesa, y así
sucesivamente.
Cuando Lacunza o Eyzaguirre dicen “el Anticristo es la Masonería” por
ejemplo, les bastaría añadir: “y su jefe” -no que yo lo crea- para reconciliarse
con los textos bíblicos; los cuales de otra manera quedan extrañamente
distorsionados. Lacunza acierta en ver al movimiento del siglo XVIII llamado
enciclopedismo, filosofismo o iluminismo como el movimiento más anticristiano
que ha habido en la Historia; el cual se atrevió a calificar a Cristo de “El
Infame’'. Ese movimiento universal ha llegado empeorado a nuestros días. Ni el
culto de Satán tiene la sutil malicia y total falsificación de la verdad que
tiene esta herejía adulteradora de todo el cristianismo. Otros elementos del
ejército anticrístico -como la Masonería, la magia y el Satanismo- no se niegan
con esto.
Es probable que el intento de Lacunza no sea excluir que esa maquinaria
anticristiana tenga una cabeza -lo cual es obvio- sino solamente excluir la
imagen novelesca y extravagante del Anticristo que se hicieron los siglos
medios 47. Lacunza no obtiene con su prolija argumentación del “Fenómeno III,
párrafo XV” la prueba de que el texto de San Pablo no se refiere a un hombre
singular; aunque si obtiene que no es ese singular que fantaseó la novelística
devota de algunos “teólogos” del Medievo.
No anduvo mal Tyconius en el siglo VI al ver en el Anticristo “todas las
fuerzas del Mal encabezadas y como encamadas en un Rey perverso”. Es la Ciudad
del Hombre de San Agustín, opuesta a la Ciudad de Dios, que halla finalmente su
jefe y se organiza en él. Hoy día es un fin político lícito y muy vigente por
cierto, la organización y unificación de las comarcas del mundo en un solo
Reino, que por ende se parecerá al Imperio Romano. Esta empresa pertenece a
Cris
47 Ver, por ejemplo, el dramón absurdo de Juan Ruiz de Alarcón, El
Anácristo.
y es en el fondo la secular aspiración de la Humanidad; pero será
anticipada malamente y abortada por el Contracristo, ayudado del poder de
Satán. En el Boletín del Canadian Intelligence Service de enero de 1963 podemos
ver el poder que tienen actualmente, en EE.UU e Inglaterra sobre todo, los
One-Worlders o partidarios de la unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician
la amalgama del Capitalismo y el Comunismo, que será justamente la hazaña del
Anticristo.
ERJOU, KYRIE IEESU
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