“EL APOKALIPSIS DE SAN JUAN”
Leonardo Castellani
1-PROLOGO Y PREFACIO
A la pía y santa memoria de Ángel José Roncalli, Juan XXIII, Papa, “que me devolvió la Misa”, si ésa es la expresión exacta, o como fuere, se acordó bien de Leonardo Castellani. Devovet dicat dat.
El Autor Buenos Aires, 4 de junio de 1963
Prólogo
Para muchos el Apocalipsis es un libro absolutamente enigmático y, por tanto, resulta inútil leerlo. Pero cuesta pensar que Dios haya legado a su Iglesia una revelación tan impresionante —Apocalipsis significa descubrimiento, develación- sabiendo que resultaría inaccesible al entendimiento de todos. Un enigma insoluble es lo contrario de una revelación. Castellani se aboca a la interpretación de este libro, sin duda nada fácil, con la ayuda de la gran tradición patrística de la Iglesia, y de autores más recientes como Newman, Billot y Pieper. Los Padres vieron mucho, sin duda, pero en cierto modo nosotros podemos ver más, encaramados sobre sus hombros y con la experiencia de los hechos que ya han sucedido o que se pueden prever.
Cuando leí este libro por vez primera debo confesar que al principio se
me hizo un tanto complicado. Leílo de nuevo y me pareció mucho más
comprensible. Lo leí por tercera vez y lo gocé sin límites. Castellani ha entendido
bien que el Apocalipsis no debe ser interpretado como una historia lineal, sino
de acuerdo a las leyes de otro género literario, la profecía. Los diversos
septenarios -el de las Tubas recorre las sucesivas herejías que se fueron
manifestando a lo largo de los siglos hasta la última; el de los Sellos
describe la curva del progreso y la decadencia del cristianismo en el mundo; el
de las Redomas preanuncia las calamidades de los tiempos postreros, los
castigos de Dios a la Gran Apostasía- siguen un método recapitulatorio, es
decir, en algún momento el hagió- grafo detiene su relato y vuelve atrás a una
nueva visión; cuando se acerca a la Parusía recomienza desde una nueva
perspectiva. La marcha no es recta sino en espiral. La interpretación del autor
no pretende encontrar un significado alegórico en cada uno de los pormenores
que matizan las diversas visiones, sino que apunta siempre al sentido de la
imagen total. Es la interpretación tipológica, la misma que empleó el Vidente
al describir la Ultima Persecución a la luz de la Primera, descubriendo en ésta
un tipo de aquélla, su antitipo.
Lo importante es destacar que el Apocalipsis es un libro profètico, como
lo afirma San Juan no sólo en el título sino también en el curso del libro y
hacia el final: una gran profecía que, al decir de San Agustín, abarca todo “el
tiempo de la Iglesia”, desde la Ascensión de Cristo -en que un ángel anunció a
los discípulos el Retorno futuro del Señor— hasta su Segunda Venida, con el
acento puesto en el término. El mensaje de las Siete Iglesias se dirige, más
allá de las Iglesias nombradas, a la Iglesia que se despliega en las siete
épocas de la historia del cristianismo. Nosotros afirmamos que el Mesías ya ha
venido -contra lo que afirman los judíos- y que las profecías mesiánicas ya se
han cumplido en su primera parte, pero también afirmamos que han de realizarse
de nuevo más espléndidamente en su segunda parte. El que vino es el que vendrá,
el erjómenos.
Este libro formidable que es el Apocalipsis describe como en una polifonía
lo que sucede en la tierra y lo que acaece en el cielo. Las visiones del Águila
de Patmos se desarrollan alternativamente en la tierra y en el cielo; los
espectáculos celestes revelan la intervención de lo divino en las vicisitudes
religiosas de la historia humana. La visión del Trono de Dios abre el texto del
Apocalipsis, le confiere un marco litúrgico en toda su extensión, y lo
clausura, en la última visión de la Jerusalén Celestial. En el entretanto los
hombres nos debatimos en el drama de la historia.
Libro de difícil inteligencia, por cierto. Sin embargo, según observa
Castellani, cosas que para los antiguos resultaban inimaginables hoy se han
vuelto posibles, como “hacer llover fuego del cielo sobre los enemigos”,
realizable mediante los bombardeos; “el ver y oír hablar a la imagen de la
Fiera en todo el mundo”, factible por la televisión satelizada; un ejército “de
200 millones de hombres” y la destrucción de una gran urbe por el fuego “en una
hora”, cumplible con la ayuda de las bombas nucleares.
1. El Apocalipsis como
drama
El Apocalipsis es un drama impresionante, el de la secular lucha entre
el bien y el mal. El P. Castellani lo presenta con toda la inteligencia y la
inspiración del teólogo y del poeta que es a la vez. Para una mejor comprensión
de su comentario he aquí los dramatis personae.
Ante todo Cristo, el Señor de la Historia. Porque no es otro que el
Señor, el Kyrios, el Cordero, quien abre el libro sellado, manifestando así su
dominio plenario sobre los acontecimientos históricos. Es el Liturgo que
preside en el cielo el majestuoso culto de los ancianos, los ángeles y los
vivientes. Y es también el Guerrero, montado sobre el caballo blanco, que
galopa con su túnica salpicada en la sangre de su martirio victorioso, seguido
por los ejércitos de los cielos también en caballos blancos, y en cuyo muslo
está grabado su nombre: Rey de Reyes y Señor de Señores. Frente a El, el
Dragón, el demonio, el abanderado de las fuerzas del mal. Aquel que al comienzo
no trepidó en gritar Non serviam, encabeza ahora la rebelión frontal y
terminal, suscitando en la demanda a dos auxiliares: la Fiera del Mar, que será
el dominador en el plano político (en la Escritura el mar es símbolo del orden
temporal) y la Fiera de la Tierra, que llevará a cabo la falsificación del
cristianismo (la tierra es el símbolo de la religión); ambas Fieras en estrecha
conexión.
La primera Fiera es el Anticristo. “Y vi una Fiera surgiendo del mar
[...] Y le dio el Dragón su propia fuerza, su propio trono y un gran poder”.
Los Padres vieron en el Anticristo una persona concreta e individual. A partir
del Renacimiento surgió la idea de un Anticristo colectivo e impersonal. Ambas
cosas son admisibles y conciliables: un cuerpo moral o espiritual encarnado en
una persona y encabezado por ella. El nombre de “Anticristo” lo inventó San
Juan. San Pablo lo denominó Anomos, el sin ley. Cristo lo llamó “el Otro”: “He
venido en nombre de mi Padre y no me habéis recibido; Otro vendrá en su propio
nombre y lo recibiréis”. Al parecer emergerá históricamente como el
superviviente de una lucha entre reyes procedentes del tronco romano, que
destruirán los vestigios del viejo Imperio; en medio de ellos - “los Diez
Cuernos”- crecerá un cuerno undécimo (Cuerno significa Poder). Tal será el
Anticristo, según se vislumbra en el Apocalipsis y en la profecía de Daniel
(cap. VII). Empezará como “un reino pequeño”, dice Daniel, y después logrará el
dominio sobre los restantes, convirtiéndose en “otro Reino”, descomunal y
diferente de los demás, una suerte de federación de todas las naciones. Se
constituirá así en cabeza del mundo. Para algún exégeta, “el cuerno pequeño que
crece casi de golpe” podría ser el reino de Israel, comenzando el Anticristo
por ser Rey de los Judíos, quienes se le someterán creyéndolo el esperado
Mesías, hasta que los desengañe cruelmente
pues, llegado a la cúspide, perseguirá a todas las religiones, “incluida
la de sus padres”.
Pero hay algo que demorará la entronización total del Anticristo. Es lo
que en su segunda epístola a los Tesalonicenses San Pablo llama el Katejon, es
decir el Obstáculo, encamado en el Katejos, es decir un obstaculizante. Hasta
que dicho Katejon no sea “quitado de en medio”, no se manifestará el Hombre sin
Ley. ¿Cuál es este misterioso Obstáculo? Los Padres antiguos pensaron que el
Katejon (en neutro, lo obstaculizante) era el Imperio Romano, que con su
organización política, su genio jurídico, su disciplinado ejército, impedía el
estallido de la Iniquidad siempre al acecho; y el Katejos (en masculino, el
obstaculizante), el Emperador. Es cierto que, por otra parte, consideraban el
Imperio Romano como el hábitat de la Fiera, en cuanto que diez Emperadores
consecutivos habían perseguido mortalmente a los cristianos, pero ello no
evacuaba su confianza en las reservas civilizadoras de la sociedad. Su opinión
sobre el Imperio era, pues, ambivalente: por un lado creían que el futuro
Anticristo restauraría el Imperio de Augusto, en cuanto perverso; y por otro
veían en el Imperio, o de lo que de él restaba, la garantía del orden
cristiano. San León Magno, por ejemplo, no dudó en afirmar que el Imperio
subsistía en la Cristiandad, mejorado incluso. Algo semejante opinaría Santo
Tomás. De alguna manera ese Imperio -o sus migajas- permanecen hasta ahora. De
ahí que el Anticristo aún no haya hecho su aparición formal en la historia.
Desaparecido el Katejon, el Anticristo restaurará a su modo el Imperio Romano.
Su Realeza universal y su confederación de pueblos estará calcada sobre la
Realeza y la universalidad del Imperio Romano. Es la Ciudad del Hombre de San
Agustín, opuesta a la Ciudad de Dios, que halla finalmente su cabeza visible en
la historia.
Bien señala Castellani el error de aquellos que han querido hacer del
Anticristo un personaje siniestro, la perversidad encamada. Será por cierto
demoníaco, pero no aparecerá tal, sino que hará gala de humanidad y de
humanismo; se fingirá virtuoso, aunque de hecho sea cruel, soberbio y
mentiroso; anunciará quizás la restauración del Templo de Jerusalén, pero no
será en beneficio de los judíos sino para entronizarse él y recibir allí
honores divinos, quizás como Hijo del Hombre, como auténtico Mesías, como el
fruto más perfecto de lo humano, soberbiamente divinizado. Porque el Anticristo
no se contentará con negar que Cristo es Dios y Redentor, sino que se erigirá
en su lugar cual verdadero Salvador
de la humanidad. Tratará incluso de parecerse a Cristo lo más posible.
Será, como dice Soloviev, “el simio de Dios”, el mono de Cristo. Encarnará la
hipocresía sustancial de los fariseos del siglo I, que no sólo eran tenidos por
santos, sino que ellos mismos se creían tales. Juntará “virtudes” apabullantes
y un inmenso orgullo. .
El Anticristo, que es el Cuarto Caballo del Apocalipsis, suprimirá a los
tres primeros que lo antecedieron: al Caballo Blanco, desde luego, que
representa el Orden Romano, el Katejon, y luego al Rojo y al Negro, que
simbolizan respectivamente la Guerra y la Carestía. Habrá una alegría
estrepitosa -pan y circo-, pero será falsa y exterior, ya que cubrirá la más
negra desesperación. Instaurará en su Imperio una falsa paz, la que “el mundo”
es capaz de dar. E imperará el “orden”, un orden inicuo, la tranquilidad en el
desorden. Perseguirá duramente a la Iglesia y matará a los profetas porque verá
en ellos a quienes denuncian su superchería, los aguafiestas de la sociedad
feliz, los profetas de desgracias. Pero los sustituirá enseguida por profetas
mercenarios, dispuestos a cantar los encantos del viento de la historia, los
mañanas venturosos, la madurez de los tiempos. Fomentará el espíritu de
inmanencia, por lo que odiará especialmente a quienes den a conocer el
Apocalipsis, y no querrá ni oír hablar de la Parusía.
El E Castellani piensa que el Anticristo logrará realizar una especie de
síntesis entre el capitalismo y el comunismo. Ambos buscan lo mismo, el mismo
Paraíso Terrenal por medio de la “ciencia”, en orden a la deificación del
hombre. El Anticristo solucionará los problemas económicos y “la cuestión
social”; habrá abundancia e igualdad, la del hormiguero. Acá no podemos menos
que recordar el notable Relato de Soloviev sobre el Anticristo y, más aún, la
Leyenda del Gran Inquisidor de Dostoievski. El Anticristo consentirá a las tres
tentaciones que el demonio propuso a Cristo en el desierto: “di que estas
piedras se conviertan en pan”, y dará de comer al mundo entero; “tírate del
Templo abajo, para que todos te aplaudan”, y adquirirá renombre universal por
los medios de comunicación; “todos los reinos de la tierra son míos y te los
daré si me adorares”, y los recibirá. Las Tentaciones rechazadas por Cristo han
quedado suspendidas en el aire hasta que, desaparecido el Katejon, sean
solemnemente aceptadas por el Vicario del Dragón. Me lo decía el filósofo Del
Noce en una conversación que con él mantuve en Roma: vamos hacia una superación
de la ideología comunista y capitalista, hacia
una ideología común, la de la inmanencia, el paraíso en la tierra, el
hedonismo universal. Castellani lo afirma con claridad: “La sombría doctrina
del «bolchevismo» no será la última herejía, sino su etapa preparatoria y
destructiva. La última herejía será optimista y eufórica, «mesiánica». El
bolchevismo se incorporará, será integrado en ella”. Con la Perestroika de
Gorbachov, ¿no nos habremos acercado a ese momento? La amalgama del Capitalismo
y el Comunismo, afirma Castellani, será justamente la hazaña del Anticristo.
“Se arrodillarán ante él todos los habitantes de la tierra”. Porque
paradojalmente aquel que “perseguirá todo la que sea Dios o culto”, por otro
lado pretenderá “hacerse adorar como Dios”. Esto será lo más grave. Castellani
advierte cómo los tiempos modernos le están haciendo la cama al Anticristo,
propagando sin descanso la Idolatría del Hombre y de las obras de sus manos.
Recordemos las terribles palabras de Donoso Cortés sobre el gran imperio
anticristiano que veía en lontananza, “regido por un Plebeyo de satánica
grandeza, que será el Hombre de Pecado”. Tal la figura del Anticristo, el
Emperador Plebeyo, el Felsenburg de Benson, la pieza decisiva en el desarrollo
de las ultimidades, “la clave metafísica de la historia humana”, como escribe
Castellani.
Junto al Anticristo, el Apocalipsis nos presenta a otro personaje
fundamental, el Pseudoprofeta. Es la Segunda Fiera, la Fiera de la Tierra, el
brazo derecho del Anticristo en su fáustico intento. También él se parecerá a
Cristo: “Hablaba como el Dragón, pero tenía dos cuernos semejantes al Cordero”.
Surgirá de la tierra firme, es decir, del ámbito religioso, y su propósito será
que todo el mundo adore a la otra Fiera, la que procede del mar. “Hizo que toda
la tierra y los habitantes de ella adoraran a la primera fiera.”
El Apocalipsis lo presenta dotado de poderes taumatúrgicos, haciendo
“portentos mendaces”. No serán, pues, verdaderos milagros, pero tampoco juegos
de prestidigitador. Delante de todos hará bajar fuego del cielo, seduciendo con
sus prodigios a todos los hombres. Pregúntase Castellani si la Segunda Fiera no
será la Técnica actual, como aventura Claudel. Pieper piensa que encarna la
propaganda sacerdotal del Anticristo, algo así como el Primer Ministro del
Emperador, a cargo del Ministerio de Propaganda. Sabemos el poder que hoy tiene
la propaganda para cretinizar a las masas. Será un hombre religioso y a la vez
un experto en electrónica. En su admirable Relato sobre el Anticristo, Soloviev
lo figuró como un obispo de origen asiático, por nombre Apolonio, una especie
de genio religioso, perito en las ciencias modernas a la vez
que en magia oriental, un Gran Gurú al servicio del Emperador Plebe*
yo... Nombrado cardenal por presión del Emperador, luego será Papa - o
Antipapa-, el penúltimo de la historia. La Fiera promete la felicidad, el Reino
de este mundo, a fuerza de músculos, como el Dragón se lo prometió a Cristo en
el desierto, y como lo aceptó la Fiera Superior. Será el gran propulsor de la
Última Herejía, la adoración idolátrica del Hombre.
La adulteración de la religión: he aquí la tarea encargada al
Pseudoprofeta. El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no destruido. La
religión se mantendrá pero adulterada; sus dogmas, conservados en las palabras,
serán vaciados de contenido y rellenados de sustancia idolátrica. También el
Templo perdurará, porque no hay que destruir los templos sino la fe. El Templo
servirá para que allí se siente el Anticristo “haciéndose adorar como Dios”.
Escribe Castellani que lo que podrá corromper a la Iglesia será lo mismo que
corrompió a la Sinagoga: el Fariseísmo. Sólo el Tabernáculo o Sancta Sanctorum
restará preservado: un grupo pequeño de cristianos fieles y perseguidos; el
Atrio y las Naves se verán pisoteados. Es “la abominación de la desolación”,
como dijo Daniel y repitió Cristo. Esta tarea estará especialmente confiada al
Pseudoprofeta.
El Dragón, el Anticristo, el Pseudoprofeta. ¿No será, nos preguntamos,
la nueva trinidad, el simiesco y satánico remedo de la Trinidad divina: el
Dragón encarnando al Padre, el Anticristo al Verbo, y al Pseudoprofeta al
Espíritu Santo? En fin, es conjetura nuestra, y no de Castellani..., que no
tiene la culpa.
Hacia el fin del Apocalipsis aparecen dos Mujeres misteriosas, una Madre
y una Mala Hembra. Hablemos primero de la segunda, Ja Gran Ramera, nombre con
que el Libro designa a Babilonia, la Meretriz Magna, la Puttana Perduta del
gringo (o, como decía el turco, la Gran Bota!). “La Mujer que viste es la
ciudad grande reinante sobre los Reyes de la tierra5’. San Juan dice que vio
escrito en la frente de la Ramera la palabra “misterio”, lo cual le asombró en
gran forma. Es que ella corporiza el Misterio de Iniquidad, el marco ciudadano
de la religión falsificada. Es la Ciudad del Mundo, que el Apocalipsis muestra
como dividida en tres partes (Castellani aventura que podrían ser Europa,
Norteamérica y Rusia), una Urbe concreta o un conjunto de urbes. Es la ciudad
moderna, desacralizada, laica y social-demócrata, que comenzando en el
Renacímiento desembocó en el Protestantismo y el enciclopedismo de los llamados
“filósofos” del siglo XVIII, o sea, el naturalismo religioso que se inauguró
con el deísmo y se continúa en el actual modernismo y progresismo, la herejía
de la adoración del hombre en lugar de Dios, la religión del Anticristo, del
hombre llegado a su madurez, al decir de Kant. El Apocalipsis nos habla de Tres
Ranas, eructadas una por el Dragón, otra por el Anticristo y la tercera por el
Pseudoprofeta. Castellani ve en ellas el liberalismo, el comunismo y el
modernismo (que Belloc llamó “aloguísmo”), alcanzando así su culminación el
viejo naturalismo que, como vimos, era en el fondo el sueño del Anticristo.
Babilonia se manifiesta en el Apocalipsis como una ciudad capitalista.
“Los comerciantes de toda la tierra con el poder de su lujo se enriquecieron”.
San Juan nos la describe como una urbe tecnocrática, encandilante con el
resplandor de sus luces, poblada de mercaderes. Al decir capitalista no se
excluye a la Rusia soviética, ya que el comunismo es un capitalismo de Estado,
hijo directo del Capitalismo Tecnócrata Liberal; hijo putativo si se quiere, ya
que estamos entre rameras, pero hijo al cabo.
Mas lo principal de Babilonia, y lo que la hace especialmente ramera -y
madre de rameras-, es su proyecto de carnalizar la religión, de legalizar las
enseñanzas del Pseudoprofeta y los Planes del Anticristo. Ciudad adúltera, la
llama el Apocalipsis, expresión a la que recurre la Escritura para designar el
abandono del Esposo divino en favor de los amantes terrenos. Babilonia es la
amazona desprejuiciada —“vi una mujer cabalgando la Fiera escarlata [...] se llama
Babilonia la grande, madre de las prostituciones y asquerosidades de la
tierra”-, con la que “fornicaron los Reyes de la tierra y se embriagaron con el
vino de su fornicación”. Es la sede de la religión adulterada. “Fornicar con
los Reyes de la tierra” es poner la religión al servicio de la política, en
este caso de la política del Anticristo; amalgamar el Reino y el Mundo,
inmanentizar la fe y la doctrina.
Ciudad capitalista, marítima y corrompida, centro de la idolatría
(“fornicación”) y emporio de los mercaderes. “Nuestra civilización cristiana
recuerda a Babilonia la Prostituta más que ninguna civilización pagana”, dijo
Baudelaire. Una civilización putrefacta en sus entrañas. Pero el Apocalipsis
nos asegura que esta gran Babilonia caerá un día y, de golpe, se desplomará
estrepitosamente.
La otra mujer de que habla el Apocalipsis es la Mujer Coronada. “Un
signo magno apareció en el cielo. Una mujer vestida de sol y la luna debajo de
sus pies. Y en su cabeza una corona de doce estrellas. Y gestaba en su vientre
y clamaba los dolores y era atormentada de parto”. Los exégetas han aplicado
este texto a la Santísima Virgen, a la Iglesia o a Israel. A la Virgen no le
cuadra del todo por los “dolores de parto”, si bien no deja de ser legítimo
aplicárselo figurativamente como lo hace la liturgia y el arte cristiano;
tampoco parece convenirle plenamente a la Iglesia, aunque sí por extensión. Al
parecer, se trata del Israel de Dios “que da a luz un hijo varón”. Castellani
lo interpreta de la conversión de los judíos, predicha por San Pablo y los
profetas. Cuando lleguen los tiempos postreros, los judíos, cuya sangre corre
por las venas de María, y de cuya estirpe surgió la Iglesia, van a concebir a
Cristo por la fe —expresión usual en las Escrituras- y lo van a dar a luz con
grandes dolores. Dice Castellani que si en el Calvario le gritaron: “Si eres
Hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en Ti”, allí El les dirá: “Creed en
mí y bajaré de la Cruz”. Posiblemente sólo una parte del pueblo judío se
convertirá en las ultimidades.
El Dragón, sigue diciendo el Apocalipsis, “persiguió a la mujer que
había parido al varón”, quien huyó al desierto. La soledad parece significar el
abandono y desprecio de los neófitos por parte de los judíos no convertidos y
del ingente mundo apóstata que los rodea. Al fracasar en su intento, el Dragón
“se fue a hacer guerra a los otros de su semilla”. Pareciera indicarse que hay
dos grupos de “hijos de la Mujer” separados: los judíos convertidos y nosotros,
los cristianos de la gentilidad, los judíos neófitos y los cristianos viejos.
Las dos mujeres del Apocalipsis representan, pues, la religión en sus
dos polos extremos, la religión corrompida (la Ramera montada en la Fiera roja)
y la mujer gloriosa que da a luz en el dolor. "El significado concreto ya
esjatológico de las Dos Mujeres es éste, según parece: la Mujer celestial y
afligida es el Israel de Dios, Israel hecho Iglesia; y concretamente Israel
convertido en los últimos tiempos; la Mujer ramera y blasfema es la religión
adulterada, ya formulada en Pseudoiglesia en el fin del siglo, prostituida a
los poderes de este mundo, y asentada sobre la formidable potencia política y
tiránico imperio del Anticristo”,
Comparecen en esta dramaturgia dos personajes misteriosos, los llamados
Dos Testigos. Para algunos son Enoc y Elias. Soloviev los personifica en su
Relato en los jefes de la Iglesia Luterana y la Iglesia Ortodoxa, Pablo y Juan,
que finalmente se reconcilian con Pedro II, el último Papa; el Anticristo los
manda asesinar y Cristo los resucita luego de tres días y medio; todo ello
acaece en la ciudad de Jerusalén, la capital del Anticristo, cuando su Reino
era todavía un reino pequeño.
En medio de la tragedia se destacan los Fieles Perseguidos, que se van
convirtiendo en una pequeña minoría perdida en el océano de las multitudes
apóstatas. El totalitarismo del Anticristo y la ecumenicidad de su imperio les
imposibilitará todo intento de emigración, ya que el mundo entero es una
inmensa cárcel sin escape posible. La lucha secular entre el bien y el mal
llega ahora a su momento culminante. La opción por Cristo o por el Anticristo
se hace universal e inedudible. La Iglesia desaparecerá de la superficie y se
verá obligada a recluirse en las catacumbas. La sola profesión de la fe en
Cristo pondrá a los fieles en situación de martirio. Los primeros mártires
debieron luchar contra los emperadores; los últimos contra el mismo Satán. Por
eso serán mártires mayores. Ni siquiera serán reconocidos como mártires, agrega
San Agustín, ya que se los condenará como delincuentes ante las masas víctimas
de la propaganda. La llamada “opinión pública” estará en favor de esa
persecución. Son los que “no se ensuciaron con mujeres”, es decir, con la
Mujer, la ramera; hombres limpios, en cuya boca no hay mentira; islotes de la
fe, acosados por la traición y el espionaje. Verán el Templo hollado por los
paganos, verán mercenarios en vez de pastores, verán cómo la jerarquía del
Pseudoprofeta enseña una religión nueva. Su noche oscura se irá espesando, ya
que Dios guardará silencio y parecerá cerrar sus oídos a las oraciones de los
héroes. “Los Santos serán vencidos”. Satanás y sus ministros les dirán con
soma: "¿Dónde está vuestro Dios?”, y ellos callarán. Nadie podría aguantar
si Cristo no volviese pronto. “Su único apoyo serán las profecías -escribe
Castellani-. El Evangelio Eterno (es decir el Apocalipsis) habrá reemplazado a
los Evangelios de la Espera y el Noviazgo; y todos los preceptos de la Ley de
Dios se cifrarán en uno solo: mantener la fe ultrapaciente y esperanzada”.
No podemos obviar una figura que si bien aparece poco, no por ello su
acción es menos contundente: la de Mikael, empeñado en lucha grandiosa con el
Dragón y sus adláteres de la tierra. “Y prodújose una guerra en el cielo.
Mikael y los ángeles suyos salieron a guerrear contra los del Dragón”. Mikael
quiere decir “¿Quién como Dios?”. Es un nombre y un clamor. Los que se
arrodillan ante la Fiera exclaman: “¿Quién igualará a la Fiera y quién podrá
luchar con ella?”. Son dos gritos que se confrontan: “¿Quién como Dios?” y
“¿Quién como la Fiera?”. En la primera batalla, la que se desarrolla en las
alturas, el Angel arroja al Dragón del cielo a la tierra. Allí el demonio
recobra aliento e instaura su reino por medio del Anticristo. Pero cuando la
victoria de éste y de su Pseudoprofeta parezca ineluctable, “en aquel tiempo se
levantará Mikael, Príncipe de nuestro pueblo”, como profetizó Daniel.
El drama va llegando a su conclusión. En el clímax de la persecución, en
el ápice mismo de la Gran Apostasía y la tribulación más espantosa de la
historia, cuando los fieles estén casi por desfallecer (impresiona aquello de
Cristo: “¿Cuando venga el Hijo del hombre, ¿acaso hallará fe sobre la
tierra?”), llegará inesperadamente el momento de la victoria, de la victoria no
última sino penúltima. “Y vi a la Fiera y los Reyes de la tierra y sus
ejércitos congregados a guerrear contra el sentado en el corcel y los ejércitos
de El, y apresada fue la Fiera y con ella el Pseudoprofeta [...] fueron
lanzados éstos dos al lago ardiente de fuego-azufre”. Acá retorna el Ángel
-quizás Mikael- con una “gran cadena en la mano, y aprehendió al Dragón, la
antigua Serpiente, que es el diablo y Satanás y lo ató mil años”. Castellani
interpreta el cap. XX del Apocalipsis en sentido literal. Habrá una nueva
Cristiandad que durará largo tiempo, la paz de Cristo en el reino de Cristo.
Luego, “consumados los Mil Años, se soltará Satanás de su cárcel, y saldrá a
seducir a las Gentes, el Gog y Magog, y los congregará a la guerra”. Pero será
vencido, esta vez de manera definitiva. “Y el diablo fue arrojado al lago de
fuego y azufre, donde la Fiera y el Pseudoprofeta”.
San Juan describe el fin metahistórico. Tras el juicio final, “vi nuevo
cielo y nueva tierra [...] Y la ciudad santa, Jerusalén Nueva, bajando del
cielo desde Dios preparada como una novia engalanada para su hombre”. Bien
observa Castellani que la historia de la humanidad se mueve entre la confusión
de Babel -la ciudad que los hombres prometeicos quisieron edificar
pelagianamente con sus propios músculos— y la armonía perfecta de la Nueva
Jerusalén -la ciudad de la gracia, que desciende de arriba-, descriptas en el
primero y último libro de las Escrituras. El Anticristo pretendió usurpar este
ideal de unidad del género humano en la institución perversa de su Imperio
Universal. Sólo Cristo es el Señor de la Historia, y el verdadero principio de
cohesión del Universo. San Juan representa a la Nueva Jerusalén como una
Ciudad, símbolo de la unidad social del hombre restaurado. En el capítulo final
el Cielo Eterno, o sea, el Mundo de la Visión Beatífica.
Y así se baja el telón. Cualquier parecido de lo relatado con lo que
sucede en la realidad es pura coincidencia...
2. Esjatología y
esperanza
La gloria del cielo, la Nueva Jerusalén, la visión beatífica., abren y
cierran las visiones del Apocalipsis. No es, pues, como se atrevió a decir
Borges, un libro “de amenazas atroces y de júbilos feroces”. Señala Castellani
que la esjatología cristiana se compone de dos elementos diversos: el fin
catastrófico intrahistórico de la humanidad junto con el fin triunfal
extrahistórico. Lo intrahistórico depende de la voluntad del hombre y las
intervenciones metahistóricas provienen de Dios.
Frente al tema de las ultimidades caben posiciones erróneas y
contradictorias entre sí. El iluminismo de los siglos XVHI y XIX despreció la
esjatología cristiana junto con toda la religión revelada, burlándose del
Anticristo y del Dragón como de cuentos medievales. El resultado fue que cayó
en una esjatología espuria, o mejor, desembocó en dos esjato- logias opuestas,
fragmentos de la síntesis cristiana: la optimista, del Progreso Indefinido, y
la pesimista, del Nihilismo sin sentido. La visión optimista encuentra un alto
exponente en Kant, quien creyó en el Reino instaurado por la sola fuerza de la
Razón Pura, profetizando la paz perpetua sobre el fundamento del ideario de la
Revolución Francesa; también el progresismo católico moderno lee la historia a
partir del Renacimiento como un progreso creciente hacia el Punto Omega; trátase
siempre de una esjatología inmanente, cismundana, a la que de algún modo es
reductible la teoría del “eterno retomo” de los hindúes, propugnada en
Occidente por René Guenon. La visión pesimista se encuentra expuesta
principalmente por nihilistas como Schopenhauer y Nietzsche, que heredaron el
otro fragmento de la concepción cristiana. “Nietzsche vio la catástrofe
impendente en el nihilismo europeo; y su refugio desesperado en la esperanza
del Superhombre, la cual no es más que la programación del Anticristo”, escribe
Castellani. No deja de ser aleccionador observar cómo las viejas utopías fueron
todas de un optimismo delirante, en cambio los últimos ensayos sobre el futuro
son realmente espeluznantes.
Así las dos partes inseparables de la Teología fermentaron y se
pudrieron en las manos de estos antiteólogos, “y esas dos corrupciones
ideológicas perduran en el ateísmo contemporáneo, esperando la hora que el
Anticristo las reúna en amalgama perversa [...] Cuando venga el Anticristo no
necesitará más que tomar a Kant y Nietzsche como base programa! de su religión
autoídolátrica”.
Por eso, ni optimismo ni pesimismo, posiciones ambas sustentadas por
todos “los que no tienen el sello de Dios en sus frentes”. El mundo va a una
catástrofe intrahistórica, que quizás asuma la forma de un suicidio colectivo,
pero esa catástrofe condiciona un mundo extrahistórico, una transfiguración de
la vida del hombre y del mundo. Por sobre el pesimismo y el optimismo
-categorías psicológicas-, el Apocalipsis levanta la bandera de la esperanza,
que es una virtud teologal. Como dice Castellani, el Apocalipsis está por sobre
el optimismo y el pesimismo; “es juntamente pesimista al máximo y optimista al
máximo, y por ende supera por síntesis estas dos posiciones sentimentales”. El
proceso de la Kali-Yuga o Edad Sombría está, relatado en él con los términos
más crudos, pero también y paralelamente el proceso de la final Restauración en
Cristo, “dependiente no de las fuerzas humanas sino de la potencia
superhistórica que gobierna la Historia”, del Cordero que tiene en sus manos
los hilos de la Historia. El Apocalipsis es, pues, un libro de esperanza, no un
libro hecho para meter miedo, sino para consolar y fortificar a aquellos
acosados por el temor de un futuro pavoroso.
Un auténtico católico no puede sino desear la Segunda Venida, como la
han anhelado los fieles de estos veinte siglos. No hay que olvidar que el que
una vez vino es también el que vendrá, el erjómenos. Pero hoy más que nunca
este anhelo se hace apremiante. Siempre que ha habido una crisis histórica
grave, la atención de los cristianos se dirigió casi como por instinto a las
profecías. La crisis actual, con el peligro atómico que pende como la espada de
Damocles, es mayor que todas las precedentes, engendrando angustia generalizada.
En el campo espiritual, la inmanentización de las virtudes teologales, la
crisis de la Iglesia, la organización de la gran Apostasía religiosa, agravan
infinitamente la situación.
El querido e inolvidable E Castellani ha hecho con este libro -publicado
por vez primera hace más de 40 años- un servicio relevante a la cultura
religiosa. Como él mismo dice, la función del “Profeta”, que especula sobre el
futuro, es necesaria a una nación tanto o más que la función del “Sacerdote” y
la función del “Monarca”. Si se arroja por la borda la profecía, se cae
necesariamente en la pseudoprofecía (fantaciencia, literatura de pesadilla o
ensayos de utopía).
La conclusión de esta gran Profecía del Apocalipsis no es permanecer con
los brazos cruzados. Esta es la actitud falsa de los optimistas y de los
desesperados. Es preciso luchar contra la apostasía y trabajar en favor de la
verdad conculcada. Aun dentro de la Kali-Yuga puede producirse un
reflorecimiento temporal de una o dos generaciones, como de hecho ha ocurrido
en la historia y quizás se ve en el mismo libro del Apocalipsis. Pero, en caso
contrario, sabemos que dicho trabajo no será estéril, ni quedará sin
recompensa.
P Alfredo Sáenz
Venid, juntaos aquí,
que os anunciaré lo que va a pasar cuando se acaben los días.
Génesis, 49, 1
Ven y te mostraré lo
que debe suceder pronto.
Apokalypsis, 4, 1
Cuando quiero saber
las últimas noticias leo el Apokalypsis.
León Bloy
Prefacio
Hemos traducido el libro de la Revelación de San Juan directamente del
texto griego y le hemos añadido una interpretación literal.
Cuanto más tradicional sea una exégesis de la Sagrada Escritura, mejor
es. La presente interpretación no podría exactamente llamarse mía, por lo cual
es llamada nuestra. Proviene del trabajo de innumerables intérpretes,
comenzando por los Santos Padres antiguos. Es fruto de innumerables lecturas y
muchas meditaciones. La idea fundamental que nos ha guiado proviene del eximio
teólogo cardenal Luis Billot, nuestro maestro de teología, en sus libros De
Ecclesia, I y II, y La Parousie.
Después de él, hemos seguido los trabajos de Silvio Rosadíni, S. J.,
Joseph Pieper, Henry Cardenal Newman y Bartolomé Holzhauser. Para la erudición
necesaria -que aquí debió permanecer oculta- hemos utilizado a Cornelio Alápide
y Alió, O. P., autor este último que reclama las más severas reservas en cuanto
a la interpretación, como veremos. Lo mismo Cornelio, aunque no tanto.
Interpretar el Apokalypsis -¡y en la República Argentina!- parecerá a
algunos empresa temeraria. Muchos sablazos -incluso autores de
“introducciones”, como Wikenhauser, por ejemplo- parecen tener que el
Apokalypsis es un libro dado por Jesucristo a su Iglesia para que no sea
entendido nunca y produzca confusión y demencia. Eso es imposible. Algunos han
producido libros demenciales acerca de este “Enigma Sacro33 —como lo llamaba
San Jerónimo-, tal es el gran físico Isaac Newton, el obispo católico Charles
Walmesley (pseudónimo Pastorini), el pastor bautista Charles L. Neal y el
crítico Ernesto Renán, en su Antichrist y ÜAbesse de Jouarre, para citar los
más conocidos. Eso no significa nada. Conocemos las diversas escuelas de
interpretación: la Esjatológica, que se remonta a la edad apostólica; la
Histórica, inaugurada por el Abad
Joaquín de Floris sobre la autoridad de un texto de San Agustín; la
Histórica-Restringida, popularizada por Bossuet, aunque hija de tres teólogos
españoles del Renacimiento (Ribera, Luis de Alcázar y Mariana) y profanada por
Renán; la Alegórica -llamada por Wikenhauser ineptamente tradi- tiongeschichliche-,
nacida del racionalismo contemporáneo, y en la cual se enreda Alió y el poeta
Paul Claudel, a su zaga.
Todas cuatro escuelas contienen un principio verdadero, pero no
exclusivo; el cual exagerado conduce al error y a veces a grandes enredos y manifiestos
disparates; siendo la escuela Esjatológica la fundamental y realmente
tradicional; pero que debe combinarse discretamente con las otras dos.
Cuando una interpretación ha sido manifiestamente contradicha por los
sucesos, es más que evidente que hay que abandonarla; así como cuando es
imposible o absurda. Estos son los límites de la interpretación literal; fuera
de ese caso hemos interpretado literalmente, de acuerdo a la exhortación
pontificia contenida en la encíclica Divino Afflante Spiritu. El sentido
alegórico es segundo y debe basarse sobre el sentido literal, que es primario,
dice Santo Tomás; y lo confirma el sentido común. Levantarse de inmediato a la
alegoría pura, como hacen tantos modernos (Luis Féret) y algunos antiguos (Luis
de Alcázar) es quitar al libro su carácter propio de profecía y toda
importancia y seriedad, convirtiéndolo en un libro de “poesía”; bastante dudosa
y aun extravagante por cierto. Así Luis de Alcázar tuvo que llegar a la
confesión despampanante de que el Apokalypsis sería un libro de ¡“adivinanzas
sacras”!, combinado por Dios mismo con el fin de enseñar... ¡la Dogmática!
El desorden de interpretar el Apokalypsis de acuerdo a uno solo de los
cuatro principios (o escuelas), del que no escapó Bossuet, es patente en el venerable
intérprete Bartholomeus Holzhauser. Este piadoso sacerdote del siglo XVII,
restaurador de la disciplina eclesiástica en Alemania, muerto en olor de
santidad y reputado en su tiempo como munido del don de profecía, escribió un
Commentarium Apokalypseos muy afamado y también demasiado atrevido, hasta los
primeros cuatro versillos del Capítulo XV, donde lo abandonó. Preguntado por
sus discípulos por qué no lo terminaba, respondió que no sentía más la
inspiración del Espíritu de Dios. En realidad había llegado a un punto muerto,
a un enredo donde proseguir era imposible, por haber ingresado en una vía falsa
a partir del Capítulo VI. Esta falsa vía consistió en tomar la historia de la Iglesia
y aplicarla todo seguido al texto sacro, tratando de hacer concordar ambos a
veces con el proverbial coup-de-pouce, olvidado del principio de la
recapitulado, tan recalcado por los Santos Padres. El Apokalypsis es una
profecía, y una profecía no es una historia, a modo de una especie de crónica
adelantada, sino otro género diverso, con leyes muy diversas. Las varias
Visiones del Apokalypsis vuelven atrás continuamente: todas ellas terminan en
la Parusía, pero empiezan de nuevo cada vez, tomando toda la materia o parte de
ella desde otro ángulo: a veces en la eternidad, a veces en el tiempo, a veces
en un espacio intermedio, que podríamos llamar Evo. Holzhauser fue llevado por
su erróneo método a identificar el Reino del Anticristo con el Imperio Turco, a
hacer del Anticristo un emperador de Turquía, a fijar su futuro nacimiento en
1855 y ¡su muerte en 1911! con manifiesta temeridad...
Sin embargo, en esta asimilación de la última herejía (que será la
religión del Anticristo) con la religión de Mahoma hay una indicación preciosa,
que se halla repetida en los grandes teólogos y santos de los siglos medios, y
que debe ser certera: el mahometanismo es una especie de simplificación brutal
y falsificación sutil del cristianismo; y si hay hoy día una especie de
religión común en los habitantes de Norteamérica, una especie de nivelación
básica del Protestantismo que informa la mentalidad y el patriotismo de aquella
inmensa nación, ella es una especie de neoislamismo o mahometanismo
modernizado, como hemos explicado en otros escritos nuestros. Ya a fines del
siglo XVIII, el conde De Maistre notó que “el protestantismo, vuelto sociniano
-es decir negada la divinidad de Cristo- se vuelve ante nuestros ojos una
especie de mahometismo”.
Excusamos nuestra aparente temeridad en corregir o rechazar a algunos
intérpretes -muy grandes a veces— con la observación del gran Bossuet: “Es
natural que los intérpretes posteriores vean o sepan más que los antiguos, en
cuyos hombros se apoyan; porque una profecía se va haciendo más y más clara a
medida que se cumple o se aproxima a su cumplimiento.”
-¿Sabes tú más que San Jerónimo?
-Puedo saber todo lo de San Jerónimo y un poquito más, gracias a San
Jerónimo y sin ser más grande que San Jerónimo: así un enano parado sobre los
hombros de un gigante puede ver más lejos que el gigante.
La justificación de todas nuestras interpretaciones pediría una serie de
disertaciones y excursus que daría un libro como la Enciclopedia Espasa; el
cual no sería para la Argentina. Una breve justificación de los puntos más
dificultosos o litigiosos hemos dado en nuestro libro Los Papeles de Benjamín
Benavides.
El texto del Apokalypsis fue escrito todo seguido, sin divisiones: la
división en veintidós capítulos de nuestras Biblias proviene del inglés Esteban
Langton y es por tanto del siglo XIII. Hay una división más natural en siete
partes de San Beda el Venerable. Mas para el intérprete, la división más cómoda
es la de las diversas Visiones, que resultan unas veinte; ésta es la división
más natural de todas y la más antigua, pues fue usada en el siglo VI por
Primasius.