LOS COMIENZOS DE LA LITERATURA HERÉTICA
Los Comienzos de la Literatura Herética.
El cristianismo tuvo que defenderse
contra dos enemigos exteriores: el judaísmo y el paganismo, y, a la par,
contra dos enemigos interiores: el gnosticismo y el montañismo. Aunque
estos últimos tenían como punto de partida el cristianismo, eran de
carácter totalmente distinto. Mientras los gnósticos eran partidarios de
un cristianismo adaptado al mundo, los montanistas predicaban la
renuncia total del mismo. Los gnósticos trataban de crear un
cristianismo que, ajustándose a la cultura de su tiempo, absorbiera los
mitos religiosos del Oriente y atribuyera a la filosofía religiosa de
los griegos un papel predominante, de suerte que no quedara más que un
espacio reducido para la revelación como fundamento de la ciencia
teológica, para la fe y para el evangelio de Cristo. En cambio, los
montanistas, que esperaban de un momento a otro la destrucción del
mundo, proponían como único ideal cristiano, al que todos los fieles
debían aspirar, una vida religiosa en retiro y en total alejamiento del
mundo y de sus placeres. Ambas sectas organizaron una propaganda muy
eficaz y ganaron adeptos en las comunidades cristianas. La Iglesia, por
consiguiente, sufrió una doble crisis. El gnosticismo amenazaba su
fundamento espiritual y su carácter religioso: el montanismo ponía en
peligro su misión y carácter universales. De estos dos enemigos, el
gnosticismo era, con mucho, el más peligroso.
Gnosticismo Precristiano.
Los orígenes del gnosticismo hay que
buscarlos en los tiempos precristianos. Investigaciones recientes han
demostrado que desde que Alejandro Magno inauguró el período helenístico
con sus conquistas triunfales en Oriente (334-324 a.C.), se había ido
desarrollando esta extraña mezcla de religión oriental y filosofía
griega, que llamamos gnosticismo. De las religiones orientales, el
gnosticismo heredó su fe en un dualismo absoluto entre Dios y el mundo,
entre el alma y el cuerpo; su teoría del origen del bien y del mal de
dos principios y substancias fundamentalmente diferentes, y el anhelo de
la redención y de la inmortalidad. De la filosofía griega, el
gnosticismo recibió su elemento especulativo. Así, las especulaciones
sobre los mediadores entre Dios y el mundo las tomó del neoplatonismo;
el neopitagorismo le legó esa especie de misticismo naturalista; y
aprendió del neoestoicismo el valor del individuo y el sentido del deber
moral.
Simón Mago.
El último representante del gnosticismo
precristiano fue Simón Mago, contemporáneo de los Apóstoles. Cuando el
día-cono Felipe se fue a Samaria, Simón Mago era allí muy conocido y
tenía muchos secuaces. Los Hechos de los Apóstoles refieren (8,9-24) que
le llamaban “el poder de Dios,” “el grande.” Su nombre aparece junto al
de Cerinto, como representante de la herejía gnóstica, en la
introducción de la llamada Epístola Apostolorum (cf. supra p.149s).
Justino afirma que había nacido en Gitton, Samaria, y que llegó a Roma
durante el reinado del emperador Claudio, donde fue venerado como un
dios. Hipólito de Roma le atribuye (Phil. 6.7-20) la obra que tiene por
título La gran Revelación. Parece que contenía una interpretación
alegórica de la narración mosaica de la creación, lo cual hace suponer
la influencia de la filosofía religiosa de Alejandría. Es, con todo, muy
dudoso que este escrito, del que restan tan sólo poco fragmentos, fuera
compuesto por Simón Mago.
Dositeo y Menandro.
En la literatura cristiana antigua se
mencionan dos samaritanos más como gnósticos. Los dos están relacionados
con Simón Mago; Dositeo es su maestro, y Menandro, su discípulo. Al
decir de las Pseudoclementinas, Dositeo fue el fundador de una escuela
en Samaria. Según cuenta Orígenes, trató de convencer a los samaritanos
de que él era el mesías predicho por Moisés. Menandro nació en Caparatea
de Samaria, como afirma Justino. Según Ireneo, decía a sus seguidores
que había sido enviado por las potencias invisibles como redentor para
la salvación de la humanidad. Discípulo de Simón Mago, fue el maestro de
Satornil y Basílides. Es, pues, el eslabón entre el gnosticismo
precristiano y el gnosticismo cristiano.
Gnosticismo Cristiano.
Cuando el cristianismo entró en las
grandes ciudades de Oriente, se convirtieron a la nueva religión muchos
hombres de esmerada educación. Entre ellos figuraban algunos que habían
pertenecido a las sectas gnósticas precristianas. En vez de renunciar a
sus antiguas creencias, no hicieron más que añadir las nuevas doctrinas
cristianas a sus ideas gnósticas. El gnosticismo cristiano había nacido.
El gnosticismo precristiano difiere del gnosticismo cristiano en que la
persona de Jesús no figura para nada en sus sistemas. En el gnosticismo
cristiano, por el contrarío, la afirmación de un solo Dios, Padre de
Jesucristo, el Redentor, es una de las doctrinas fundamentales. Los
fundadores de las diferentes sectas gnósticas cristianas trataron de
elevar el cristianismo del nivel de la fe al de la ciencia, procurándole
de esta manera derecho de ciudadanía en el mundo helenístico.
La producción literaria del gnosticismo
fue enorme, sobre todo en el siglo II. La primera literatura teológica
cristiana y la primera poesía cristiana fueron obra de los gnósticos.
Gran parte de esta producción literaria es anónima. Forman parte de ese
grupo muchos evangelios apócrifos, epístolas y hechos apócrifos de los
Apóstoles y apocalipsis apócrifos (cf. supra p.110s). Esta propaganda
hizo estragos por el carácter popular de su contenido.
La literatura gnóstica comprende
principalmente tratados teológicos, compuestos por los mismos fundadores
de las diferentes sectas y por sus discípulos. Hasta hace poco se creía
perdida la mayor parte de esta literatura. En 1945 se descubrió en el
Egipto Superior una biblioteca gnóstica de cuarenta y ocho tratados,
todos inéditos. Es de esperar que estos textos, cuando se publiquen,
proyecten nueva luz sobre la historia y naturaleza del gnosticismo.
Basílides.
Basílides fue, según Ireneo (Adv. haer.
1,24,1), un profesor de Alejandría, en Egipto. Vivió durante el tiempo
de Adriano y Antonio Pío (120-145). Escribió un evangelio, del que
solamente resta un fragmento (cf. supra p.130), y un comentario al
mismo, llamado Exegetica, del que subsisten varios fragmentos. Por
ejemplo, Hegemonio (Acta Archelai 67,4-11 ed. Benson) cita un pasaje del
libro 13 de Exegetica en el que se describe la lucha entre la luz y las
tinieblas. Clemente de Alejandría (Stromata 4,12,81,1 al 88,5) copia
varios pasajes del libro 23 que tratan del problema del sufrimiento.
Estos fragmentos, sin embargo, no permiten formarnos una idea exacta del
sistema doctrinal de Basílides. Compuso, además, salmos y odas, de los
que no queda nada.
Ireneo (Adv. haer. 1,24,3-4) da el siguiente sumario de las enseñanzas de Basílides:
Basílides, a fin de aparentar que ha
descubierto algo más sublime y plausible, da un desarrollo inmenso a sus
doctrinas. Avanza la teoría de que el Nous fue el primogénito del Padre
Ingénito, que de él a su vez nació el Logos, del Logos la Frónesis, de
la Frónesis la Sofía y la Dínamis; de la Dínamis y la Sofía, las
potestades, los principados y los ángeles, a los cuales llama también
los primeros. Por ellos fue hecho el primer cielo. Luego los demás
ángeles, formados por emanación de éstos, crearon otro cielo semejante
al primero. Del mismo modo, habiendo sido formados aún otros ángeles por
emanación de los segundos, antitipos de los que están encima de ellos,
hicieron un tercer cielo. Y de este tercer cielo hubo, degradándose, una
cuarta generación de descendientes. Y así sucesivamente declaraban que
se habían ido formando nuevas series de principados y de ángeles y
trescientos sesenta y cinco cielos. De donde el año tiene el misino
número de días conforme al número de cielos.
Los ángeles que ocupan el cielo inferior,
a saber, el que es visible a nosotros, formaron todas las cosas que hay
en el mundo y se distribuyeron entre si las partes de la tierra y las
naciones que hay en ellas. El jefe de todos ellos es aquel que se
considera como Dios de los judíos; y porque quiso sujetar a las demás
naciones bajo el dominio de su propio pueblo, esto es. el de los judíos,
los demás príncipes le resistieron y se le opusieron. Por esta razón,
todas las demás naciones se enemistaron con la suya. Pero el Padre
ingénito y sin nombre, viendo que iban a ser destruidos, les mandó su
propio Nous, primogénito, es el que llaman Cristo, para librar a los que
creen en él del poder de los que hicieron el mundo. El se apareció
entonces como hombre, sobre la tierra, a las naciones de estas
potestades y obró milagros. Por eso no fue él mismo quien sufrió muerte,
sino Simón, cierto hombre de Cirene, que fue forzado a llevar la cruz
en su lugar. Este último, transfigurado por él de manera que pudiera
tomársele por Jesús, fue crucificado por ignorancia y error, mientras
Jesús, que se había transformado en Simón y estaba a su lado, se reía de
ellos. Porque, siendo como era una potestad incorpórea y el Nous del
Padre ingénito, se transfiguraba como le antojaba, y así ascendió a
Aquel que le había enviado burlándose de ellos porque no habían podido
echarle mano y porque era invisible a todos. Aquellos, pues, que saben
estas cosas, han sido librados de los principados que formaron este
mundo; de suerte que no tenemos obligación de confesar al que fue
crucificado, sino al que vino en forma de hombre y se cree fue
crucificado, cuyo nombre era Jesús y fue enviado por el Padre, a fin de
que con esta obra pudiera destruir la obra de los hacedores del mundo.
Del pasaje que sigue después se ve claramente que Basílides dedujo de su cosmología las siguientes conclusiones prácticas:
1. El conocimiento (gnosis) libra de los principados que hicieron este mundo.
2. Solamente unos pocos, uno por mil, dos por diez mil, pueden poseer el verdadero conocimiento.
3. Los misterios deben guardarse en secreto.
4. El martirio es inútil.
5. La redenciónafecta solamente al alma, no al cuerpo, que está sujeto a corrupción.
6. Todas las acciones, incluso los más horrendos pecados de lujuria, son materia totalmente indiferente.
7. El cristiano no debería confesar a
Cristo crucificado, sino a Jesús, el enviado del Padre. De otra suerte
sigue siendo esclavo y bajo el poder de los que formaron su cuerpo.
8. Hay que despreciar los sacrificios paganos, pero puede hacerse uso de ellos sin escrúpulo alguno, porque no son nada.
De este resumen de Ireneo resulta
evidente que Basílides no profesaba el dualismo, como han pretendido
algunos sabios. El fragmento de su Exegetica en los Acta Archelai, que
trata de la lucha entre la luz y las tinieblas, no puede aducirse como
prueba de su creencia dualista, pues precisamente en él se inicia una
refutación del dualismo de Zoroastro entre la luz y las tinieblas como
potestades del bien y del mal.
Isidoro.
La obra de Basílides la continuó su hijo y
discípulo Isidoro, de quien sabemos menos aún que de su padre. Clemente
de Alejandría (Strom. 2,113; 6,53; 3,1-3) cita pasajes de tres de sus
escritos. Escribió una Explicación del profeta Parchor, donde intentó
probar la influencia de los profetas en los filósofos griegos. Compuso,
además, una Etica y un tratado sobre El alma adventicia. Este último
examinaba las pasiones humanas, que emanan de una segunda parte del
alma. El pasaje que Clemente aduce de la Etica da una extraña
interpretación de las palabras del Señor sobre el eunuco (Mt. 19,10ss).
Valentín.
Contemporáneo de Basílides y de su hijo
Isidoro, pero mucho más importante que ellos, es Valentín. Ireneo (Adv.
haer. 3, 4,3) escribe de él: “Valentín vino a Roma en tiempo de Higinio
(c.155-160). Epifanio (Haer. 31,7-12) es el primero en decirnos que era
egipcio de nación, que fue educado en Alejandría y que propagó sus
doctrinas en Egipto antes de irse a Roma. Más tarde, añade el mismo
autor, abandonó Roma con dirección a Chipre. Clemente de Alejandría
incorpora seis fragmentos de sus escritos en su Stromata: dos de ellos
están tomados sus cartas, dos de sus homilías, y los dos restantes no de
qué escritos provienen. He aquí uno de los pasajes de sus cartas,
citado por Clemente (Strom. 2,20,114).
Hay un solo ser bueno, y su libertad de
palabra es su manifestación por el Hijo, y solamente por él puede
purificarse el corazón cuando haya sido expulsado de él todo espíritu
maligno. Porque la muchedumbre de espíritus que en él habita no permite
que sea puro, pues cada uno de ellos realiza sus propias obras,
manchándolo a menudo con impurezas increíbles. Sucede con el corazón
algo parejo a lo que acaece en una posada; ésta, en efecto, está llena
de agujeros y como surcada de una parte a otra, y a menudo llena de
inmundicias, y los hombres viven suciamente y no se cuidan del local,
por pertenecer a otros. Así es tratado el corazón: mientras nadie se
cuida de él, permanece inmundo y es morada de muchos demonios. Pero
cuando el único Padre que es bueno lo visita, es santificado y
resplandece de luz. El que posee un corazón así es bienaventurado porque
verá a Dios.
Pasajes como éste explican que Valentín
tuviera tantos adeptos entre los fieles. Nos hacen comprender lo que
Ireneo (Adv. haer. 3,15,2) dice de Valentín y de sus discípulos:
Con sus palabras engañan a los más
simples y los seducen, imitando nuestra manera de hablar, para que vayan
a escucharles con frecuencia. Y se quejan de nosotros: “Profesan
doctrinas semejantes a las nuestras; no tenemos, pues, motivo para no
mantener relaciones con ellos; dicen las mismas cosas que nosotros,
tienen la misma doctrina, y, sin embargo, los llamamos herejes.”
Valentín tuvo muchos secuaces, tanto en
Oriente como en Occidente; Hipólito habla de dos escuelas, una oriental y
otra italiana. Algunos de los nuevos tratados gnósticos descubiertos en
Chenoboskion son de origen valentiniano. El Códice Jung contiene más de
tres tratados; alguno es seguramente del mismo Valentín (cf. infra
p.265s).
Ptolomeo.
El miembro más eminente de la escuela
italiana de Valentín fue Ptolomeo. Escribió una Carta a Flora, que trata
del valor de la Ley mosaica. Divide la Ley en tres partes esenciales.
La primera es de origen divino; la segunda viene de Moisés, y la
tercera, de los ancianos del pueblo judío. La parte que viene de Dios se
divide asimismo en tres secciones. La primera sección contiene la ley
pura, sin mancha de mal, o sea los diez mandamientos. Esta es la sección
de la ley mosaica que Jesús vino a cumplir y no a suprimir. La segunda
sección es la ley corrompida por la injusticia, es decir, la ley del
talión, que fue abolida por el Salvador. La tercera es la ley ritual que
el Salvador espiritualizó. Esta carta nos ha sido conservada por
Epifanio (Haer. 33,3-7). De toda la literatura gnóstica, ésta es la
pieza más importante que poseemos.
Heracleón.
Según refiere Clemente de Alejandría
(Strom. 4,71,1), era el más estimado de los discípulos de Valentín.
Pertenece, como Ptolomeo, a la escuela italiana. Compuso un comentario
al evangelio de San Juan. Orígenes cita no menos de cuarenta y ocho
pasajes de esta obra en su comentario a este mismo evangelio. Clemente
de Alejandría aduce dos pasajes de Heracleón sin decir si los toma de
este comentario o de otro escrito suyo.
Florino.
El presbítero romano Florino era también
miembro de la escuela italiana de Valentín. Eusebio es el primero en
informarnos que Irenco escribió una carta a Florino Sobre la única
soberanía y que Dios no es el autor del mal; parece, pues, que o
defendió la opinión contraria. Eusebio (Hist. eccl. 5,20,4) cita un
pasaje de esta carta en la que Ireneo habla de Florino:
Estas opiniones de Florino, para decirlo
con moderación, no pertenecen a la sana doctrina. Estas ideas son
incompatibles con la Iglesia y arrastran a los que creen en ellas a la
mayor de las impiedades. Ni siquiera los herejes que están fuera de la
Iglesia osaron nunca defender tales creencias. Estas opiniones no nos
las transmitieron los presbíteros, nuestros predecesores, los que
acompañaron a los Apóstoles.
Ireneo le trae luego a la memoria el
recuerdo del obispo Policarpo de Esmirna, a quien Florino había conocido
personalmente en su juventud.
Además de esta carta, Ireneo escribió
contra Florino una obra Sobre la Ogdoada “cuando éste fue atraído al
error valentiniano” (Eusebio, Hist. eccl. 5,20,1). Existe un fragmento
siríaco de una carta que Ireneo escribió al papa Víctor. En ella Ireneo
le pide al Papa que tome medidas contra los escritos de un presbítero
romano, porque estos escritos se han extendido hasta las Galias,
poniendo en peligro la fe de los cristianos. El título de este fragmento
menciona a Florino como secuaz de las necedades de Valentín y autor de
un libro abominable.
Bardesano.
De la escuela oriental de Valentín
tenemos menos noticias que de la italiana. Uno de sus discípulos
orientales más importantes es Bardesano (Bar Daisan). Nació el 11 de
julio del año 154, en Edesa. Hijo de familia noble, fue educado por un
sacerdote pagano en Mabug (Hierópolis). Tuvo por amigo al rey Abgaro IX
de Osroene. Se hizo cristiano cuando contaba veinticinco años. Cuando
Caracalla conquistó Edesa el año 216-217, Bardesano huyó a Armenia.
Murió el año 222-223, después de su regreso a Siria. Eusebio (Hist.
eccl. 4,30), que llama a Bardesano “hombre nobilísimo, versado en la
lengua siríaca,” nos informa que en un principio había sido miembro de
la escuela de Valentín, pero que más tarde condenó esta secta y refutó
muchas de sus fábulas. Sin embargo, como dice Eusebio, “no se limpió
completamente de la inmundicia de su antigua herejía.” La misma fuente
nos hace saber que “compuso diálogos contra los marcionitas y contra
jefes de otras creencias y los publicó en su propia lengua y escritura,
juntamente con otros muchos escritos suyos. Merced a su extraordinaria
habilidad dialéctica se granjeó muchos discípulos, que tradujeron sus
obras del siríaco al griego. Entre ellas figura un diálogo de gran
fuerza Sobre el destino, dirigido a Antonino, y todos los demás libros
que escribió a raíz de la persecución de aquel tiempo.”
Todos sus escritos perecieron, excepto el
diálogo Sobre el destino o Libro de las leyes de las raíces, que
menciona Eusebio y subsiste en su original siríaco. El autor, sin
embargo, no es Bardesano, sino su discípulo Felipe, si bien aquél
aparece como el personaje principal del diálogo, contestando a las
preguntas y dificultades de sus secuaces sobre los caracteres de los
hombres y la posición de las estrellas. Si se ha de dar crédito a Efrén,
Bardesano fue el creador de la himnodia siríaca, pues compuso ciento
cincuenta himnos con el fin de propagar su doctrina. Su éxito fue tan
portentoso que, en la segunda mitad del siglo IV, Efrén tuvo que
componer himnos para combatir la secta de Bardesano. Algunos eruditos
opinan que el magnífico poema Himno del alma, que se encuentra en los
Hechos de Tomás (cf. supra p.139), es obra de Bardesano. En contra de
esta tesis está el hecho de que en el himno no aparezca ningún vestigio
de la gnosis de Bardesano. El árabe Ibn Abi Jakub, en su lista de las
ciencias llamada Fihrist, que data de fines del siglo X, atribuye a
Bardesano tres escritos más, de los cuales uno trataba de La luz y las
tinieblas; el segundo, de La naturaleza espiritual de la verdad, y el
tercero, de Lo mutable y lo inmutable.
Harmonio.
Harmonio, hijo de Bardesano, continuó la
obra de su padre. El primero en hablarnos de él es el historiador
Sozomeno, a mediados del siglo V. Según él (Hist. eccl. 3,16), Harmonio
“estaba sólidamente impuesto en la cultura griega y fue el primero que
compuso versos en su lengua vernácula, entregándolos a los coros. Hasta
el presente los sirios cantan frecuentemente, no ya los versos escritos
por Harmonio, sino sus melodías. Porque, como Harmonio no estaba
totalmente exento de los errores de su padre ni de ciertas opiniones de
los filósofos griegos sobre el alma, sobre la generación y la
destrucción del cuerpo y sobre la doctrina de la transmigración,
introdujo algunas de estas ideas en las canciones líricas que compuso.
Cuando Efrén se dio cuenta de que los sirios gustaban del elegante
estilo y del ritmo musical de Harmonio, y que por esa razón se iban
dejando contaminar por las mismas ideas, aunque él ignoraba la cultura
griega, se dedicó al estudio de los metros de Harmonio y, sobre las
melodías de sus poemas, compuso otros más conformes con las doctrinas de
la Iglesia; tales son los que compuso en forma de himnos sagrados y
cantos de alabanza a los santos. Desde entonces los sirios cantan las
odas de Efrén sobre las melodías de Harmonio.”
En esta cita, Harmonio pasa a ocupar
completamente el lugar de su padre; lo único que Sozomeno, en un pasaje
anterior, atribuye a Bardesano es haber fundado la herejía que lleva su
nombre. Sin embargo, Efrén no menciona para nada a Harmonio; podemos,
pues, deducir que éste no hizo sino continuar la obra de su padre.
Teodoto.
Otro miembro de la escuela oriental de
Valentín fue Teodoto. Le conocemos por los llamados Excerpta ex scriptis
Theodoti, que son un apéndice de los Stromata de Clemente de
Alejandría. Ochenta y seis de los Excerpta contienen citas de los
escritos de Teodoto, aunque se le mencione solamente en cuatro de ellos.
Tratan de los misterios del bautismo, de la eucaristía del pan y del
agua, y de la unción, como medios para librarnos de la dominación del
poder maligno. Contiene, además, doctrinas típicamente valentinianas
sobre el pleroma, sobre las Ogdoadas y sobre las tres clases de hombres.
Marco.
Ireneo menciona a un tal Marco, que
enseñó en el Asia proconsular como miembro de la escuela oriental de
Valentín. De las palabras de Ireneo se infiere que Marco era partidario
de las doctrinas de Valentín sobre los eones, que celebraba la
eucaristía con medios mágicos y fraudulentos y que seducía a muchas
mujeres. Sus discípulos predicaron incluso en las Galías, en la región
del Ródano, e Ireneo conoció a alguno de ellos personalmente. En su Adv.
haer. 1,20,1, afirma que hacía uso de gran cantidad de escritos
apócrifos y espurios que habían compuesto ellos mismos.
Carpocrates.
Además de Basílides y Valentín,
Alejandría vio nacer al tercer fundador de la secta gnóstica,
Carpócrates. Según Ireneo (Adv. haer. 1,25,1), Carpócrates y sus
seguidores sostenían “que el mundo y las cosas que hay en él fueron
creados por ángeles muy inferiores al Padre ingénito. También afirmaban
que Jesús era hijo de José y que era en todo semejante a los demás
hombres. Únicamente se diferenciaba en que su alma, gracias a su
constancia y pureza, recordaba perfectamente las cosas que había
presenciado en la esfera del Dios ingénito. Y por esta razón descendió
del Padre sobre esta alma un poder para que pudiera eludir a los
creadores del mundo; tras haber pasado por medio de toda clase de
acciones y haberse librado de todas ellas, volvió a subir al Padre.”
Esta situación otorgada a Jesús no es en
manera alguna única, porque, en forma parecida, “el alma que, igual que
la de Cristo, logra despreciar a los principados que crearon el mundo,
recibe poderes que le permiten realizar cosas parecidas. Esta idea ha
engendrado en ellos (en los discípulos de Carpócrates) un orgullo tal,
que algunos dicen ser iguales a Cristo, al paso que otros se declaran
aún más poderosos que él y superiores a sus discípulos, como Pedro y
Pablo y los demás apóstoles, a quienes no consideran inferiores a Jesús”
(1,25,2).
Los seguidores de Carpócrates practicaron
un culto sincretista peculiar: “Tienen también imágenes, algunas de
ellas pintadas y otras hechas de diferentes clases de material;
sostienen que Pilatos hizo una imagen de Cristo durante el tiempo en que
Jesús vivió entre los hombres. A esas imágenes las coronan y las
colocan entre las estatuas de los filósofos del mundo; es decir, entre
las imágenes de Pitágoras, Platón, Aristóteles, etc. Tienen también
otras maneras de venerar estas imágenes, al estilo de los gentiles”
(Adv. haer. 1,25,6).
“Los discípulos de Carpócrates practican
asimismo las artes mágicas y de encantamiento, los filtros y pociones de
amor. Recurren a los espíritus familiares, a los que envían sueños, y a
otras abominaciones, declarando que tienen el poder de mandar incluso
sobre los príncipes y los creadores de este mundo, y no solamente sobre
ellos, sino también sobre las cosas que hay en él” (Adv. haer. 1,25,3).
Para poder determinar el tiempo en que
floreció Carpócrates conviene tener presente lo que dice Ireneo de
Marcelina, una de sus discípulas, que fue a Roma durante el reinado del
papa Aniceto (154-165) y allí sedujo a muchos. Esto prueba que
Carpócrates fue contemporáneo de Valentín.
Epífanes.
No ha llegado hasta nosotros ninguno de
los escritos de Carpócrates; se conservan, en cambio, algunos fragmentos
del tratado Sobre la justicia, compuesto por su hijo Epífanes. Epífanes
escribió ese libro como un verdadero niño prodigio. Murió a los
diecisiete años y fue adorado como Dios en Cefalonia, la isla natal de
su madre, Alejandra. Los cefalonios le dedicaron un templo en la ciudad
de Same, y sus seguidores celebran su apoteosis con himnos y sacrificios
en los novilunios. Los fragmentos de su tratado Sobre la justicia,
citados por Clemente de Alejandría (Strom. 3,2,5-9), muestran que
Epífanes defendía la comunidad de bienes. Fue tan lejos que incluso
llegó a declarar que las mujeres, como cualquier otro bien, eran comunes
a todos.
Marcion.
Marción nació en Sínope, en el Ponto,
actualmente Sinob, en la costa del mar Negro. Su padre fue obispo, y su
familia pertenecía a la más alta clase social de este importante puerto y
ciudad comercial. El mismo hizo una gran fortuna como armador. Fue a
Roma hacia el año 140, durante el reinado de Antonino Pío, y al
principio se asoció a la comunidad de los fieles. Pero muy pronto sus
doctrinas suscitaron viva oposición, hasta el punto que los jefes de la
Iglesia le exigieron que diera cuenta de su fe. El resultado fue que en
julio del año 144 fue excomulgado. Hay una gran diferencia entre Marción
los demás gnósticos. Estos se limitaron a fundar escuelas. Marción, en
cambio, después de su separación de la Iglesia de Roma, constituyó su
propia Iglesia, con una jerarquía de obispos, presbíteros y diáconos.
Las reuniones litúrgicas eran muy semejantes a las de la Iglesia romana.
Merced a ello, logró más seguidores que las demás sectas gnósticas.
Diez años después de su excomunión, Justino refiere que su Iglesia se
había extendido “por toda la humanidad.” A mediados del siglo y había
aún comunidades marcionitas en Oriente, especialmente en Siria. Algunas
de ellas sobrevivían todavía a principios de la Edad Media.
Como hecho interesante cabe anotar que,
antes de ir a Roma, Marción había sido excomulgado ya por su padre.
Probablemente, en su ciudad natal de Sínope, halló la misma oposición a
sus doctrinas que luego encontró en Roma. Sería, pues, muy interesante
conocer algo sobre sus enseñanzas. Desgraciadamente, la única obra que
escribió, las Antítesis, en la que exponía su doctrina, se ha perdido.
También se ha perdido su carta dirigida a los jefes de la Iglesia
romana, en la que daba cuenta de su fe. Ireneo asocia a Marción con el
gnóstico sirio Cerdón, que vivió en Roma bajo Higinio (136-140) “y
enseño que el Dios proclamado por la Ley y los Profetas no es el Padre
de nuestro Señor Jesucristo, porque aquél es conocido, éste desconocido;
el uno es justo, el otro bueno” (Adv. haer. 1,27,1).
Ireneo afirma que Marción dio nuevo
impulso a la escuela de Cerdón en Roma, blasfemando desvergonzadamente
del Dios que la Ley y los Profetas han anunciado; afirmando que es un
ser maléfico y amigo de guerras, y también inconstante en sus juicios y
en contradicción consigo mismo. En cuanto a Jesús, atestigua que vino
del Padre, que está por encima del Dios que hizo el mundo, a Palestina,
en tiempo del gobernador Poncio Pilalos, procurador de Tiberio César, y
se manifestó en forma humana a los habitantes de Judea, para abolir la
Ley y los Profetas y todas las obras de este Dios que hizo el mundo, a
quien llama también el Cosmocrator (Soberano del mundo). Mutila, además,
el evangelio según San Lucas, eliminando todo lo que estaba escrito
sobre el nacimiento del Señor y gran parte de la doctrina de los
discursos de nuestro Señor, donde está escrito que nuestro Señor
reconocía como Padre al Creador de este mundo. Convence a sus discípulos
que él es mucho más digno de crédito que los Apóstoles que escribieron
el evangelio; siendo así que él pone en sus manos, no el evangelio, sino
tan sólo una pequeña parte de él. Lo mismo hace con las epístolas de
San Pablo, que también mutila, eliminando todos aquellos pasajes en
donde el Apóstol habla claramente del Dios que hizo el mundo, y de cómo
El es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Elimina igualmente todos los
escritos proféticos, que el Apóstol cita en sus enseñanzas como
profecías de la venida del Señor. Y la salvación, añade, está reservada a
las almas iniciadas en su doctrina. Pero el cuerpo, por lo mismo que ha
sido tomado de la tierra, no puede participar de la salvación” (Adv.
haer. 1,27,2-3).
En otro pasaje (Adv. haer. 3,3,4) refiere
Ireneo que una vez el obispo Policarpo de Esmirna se encontró con
Marción, y, al ser preguntado por éste: “¿Me conoces?,” Policarpo
respondió: “Sí, reconozco en ti al primogénito de Satanás.”
Como todos los demás escritores
antiheréticos, Ireneo incluye a Marción entre los gnósticos. A. von
Harnack, sin embargo, opina que Marción no fue gnóstico, sino el primer
reformador y restaurador cristiano del paulinismo. Harnack tiene razón
en el sentido de que Marción no intentó salvar la distancia entre lo
infinito y lo finito con la ayuda de toda una serie de eones, como
hacían los gnósticos. Tampoco se preocupó de especular sobre la causa
del desorden que reina en el mundo visible. También difiere de los
gnósticos en cuanto que repudia la interpretación alegórica de las
Escrituras. Pero, aparte de eso, la teología de Marción revela la misma
mezcla típica de ideas cristianas y paganas que caracteriza el
gnosticismo. Su concepto de la divinidad es gnóstico, porque supone una
distinción real entre el dios bueno, que vive en el tercer cielo, y el
dios justo, que es inferior a él. El mismo carácter gnóstico se
encuentra en su cosmología. El segundo dios que creó el mundo y al
hombre no es sino el demiurgo, que conocemos por otras sectas gnósticas.
Asimismo es gnóstica la opinión de Marción según la cual este segundo
dios no creó el mundo de la nada, sino que lo formó de la materia
eterna, principio de todo mal. Marción identifica este segundo dios con
el Dios los judíos, el Dios de la Ley y de los Profetas. Es justo, tiene
pasiones; es iracundo y vengativo; es el autor de todo mal, tanto
físico como moral. Por eso es el instigador de las guerras.
La cristología de Marción refleja la
misma tendencia gnóstica. Cristo no es el Mesías profetizado en el
Antiguo Testamento; no nació de la Virgen María, por la sencilla razón
de que ni nació ni creció. Ni siquiera en apariencia. En el año
decimoquinto del reinado de Tiberio se manifestó de repente en la
sinagoga de Cafarnaúm. A partir de este momento tuvo una apariencia
humana, que conservó hasta su muerte en la cruz. Derramando su sangre,
redimió a todas las almas del poder del demiurgo, cuyo reino destruyó
con su predicación y con sus milagros. Aparece aquí otra idea gnóstica.
Según Marción, en efecto, la redención afecta sólo al alma. El cuerpo,
por lo tanto, sigue sujeto al poder del demiurgo y está destinado a la
destrucción. La inconsciencia y la falta de toda lógica en estas
doctrinas son evidentes. Marción no cree de su incumbencia el explicar
el origen de su dios de justicia, ni por qué el sacrificio de la cruz
reviste tal importancia a sus ojos, cuando en realidad no es sino el
sacrificio de un fantasma.
También es decididamente gnóstico el
sistema de “depurar” los textos del Nuevo Testamento, eliminando todos
los pasajes que afirman la identidad de Dios, el Padre de Jesucristo,
con el creador del mundo; de Cristo con el Hijo de Dios, que hizo el
cielo y la tierra; del Padre de Jesucristo con el Dios de los judíos.
Todos estos pasajes estaban en manifiesta oposición con las ideas
gnósticas. Además, Marción tiene en común con Valentín que rechaza de
plano todo el Antiguo Testamento. Se diferencia, empero, de la mayoría
de los gnósticos en que no escribió nuevos evangelios o libros sagrados,
aunque pusiera reparos a algunos de los escritos del Nuevo Testamento y
rechazara completamente el Antiguo. Estaba convencido de que los judíos
habían falsificado el evangelio original de Cristo introduciendo en él
elementos judíos. Por esta razón, Cristo llamó al apóstol Pablo a
restablecer el Evangelio en su forma original. Pero los enemigos de San
Pablo llegaron a corromper incluso sus epístolas. Marción eliminó, en
consecuencia, los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, y rechazó lo que
llama interpolaciones judías en el evangelio de Lucas, el cual, a su
juicio, contenía en substancia el Evangelio de Cristo. De la colección
de las cartas de San Pablo excluyó las epístolas pastorales y la
epístola a los Hebreos. De las cartas que conserva omitió algunos
pasajes. Colocó en primer lugar la carta a los Gálatas, y cambió el
nombre de la epístola a los Efesios por el de epístola a los
Laodicenses. Por medio de esta revisión redujo el Nuevo Testamento a dos
documentos de fe, a los que daba los nombres de Evangelio y Apóstol. A
estos documentos agregó su libro Antítesis, en el que justificaba su
repudio del Antiguo Testamento por la acumulación de todos los pasajes
que prueban el carácter malo del Dios de los judíos. Expone igualmente
sus objeciones contra los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
Apeles.
Apeles fue el discípulo más importante de
Marción. Según Tertuliano, vivió primero con Marción en Roma, pero,
después de algunas desavenencias con su maestro, partió para Alejandría
de Egipto. Más tarde volvió a Roma. Rodón, su adversario literario, que
le conoció personalmente, nos da la siguiente valiosa información sobre
los discípulos de Marción, y en particular sobre Apeles:
Por eso, ellos (los seguidores de
Marción, los marcionitas) están en desacuerdo entre ellos mismos,
sosteniendo pareceres incompatibles. Uno de su grey, Apeles, venerado
por el género de vida que lleva y por su edad avanzada, admite un solo
principio, pero dice que las profecías provienen de un espíritu enemigo.
A ello le persuadieron los oráculos de una doncella poseída, llamada
Filomena. Pero otros, entre ellos el propio capitán (Marción),
introducen dos principios. A esta escuela pertenecen Potito y Basílico.
Estos siguieron al Lobo del Ponto (Marción), siendo como él incapaces de
percibir la división de las cosas, y recurrieron a una solución simple,
estableciendo, pura y simplemente, dos principios, sin prueba alguna.
Otros aún, pasando a un error todavía peor, suponen la existencia, no ya
de dos naturalezas, sino de tres. Su jefe y director fue Sinero, como
aseguran los que representan a su escuela (Eusebio, Hist. eccl.
5,13,24).
Reviste particular importancia la
discusión que tuvieron Rodón y Apeles. A. Harnack no ha dudado en
calificarla “la más importante disputa religiosa de la historia.” Rodón
hace la siguiente relación de esta discusión:
Porque el anciano Apeles, cuando vino a
conversar con nosotros, quedó convencido que hacía muchas afirmaciones
falsas. Desde entonces acostumbraba decir que no es necesario investigar
a fondo el asunto, sino que cada cual debe permanecer en su propia
creencia. Afirmaba que todos los que ponen su confianza en el
Crucificado serán salvos, con tal de que perseveren en las buenas obras.
Pero, como dijimos, la parte más obscura de sus doctrinas es lo que
decía sobre Dios. Porque seguía enseñando que hay un solo principio, tal
como lo afirma nuestra doctrina… Y cuando yo le dije: “¿Cómo pruebas tu
aserto, o cómo puedes decir que hay solamente un principio? Dínoslo,”
respondió que las profecías se refutan a sí mismas por no haber dicho de
ninguna manera la verdad, y porque son discordantes, falsas y
contradictorias. En cuanto al punto de por qué hay un solo principio,
dijo que no lo sabía, sino que sencillamente se sentía inclinado a ello
como por instinto. Después, cuando yo le conjuré a que me dijera la
verdad, juró que decía la verdad cuando decía que no sabía cómo el Dios
ingénito es uno, pero que lo creía. Yo me burlé de él y le condené,
porque, aunque se llamaba a sí mismo maestro, no sabía cómo probar lo
que enseñaba (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,5-7).
De este relato se deduce que Apeles
discrepaba de Marción en cuestiones muy importantes. En primer lugar,
rechazaba el dualismo reconocido de su maestro y procuraba volver a un
primer Principio único. Consecuentemente, presentaba al demiurgo como
una criatura de Dios, como un ángel que creó el mundo. En segundo lugar,
Apeles eliminó el docetismo de Marción. Jesucristo no era un fantasma;
tenía un cuerpo real, aunque no lo recibiera de la Virgen María, sino
que lo tomó de los cuatro elementos de las estrellas. En su ascensión
restituyó su cuerpo a los cuatro elementos.
Por lo demás, Apeles fue mucho más lejos
que Marción en su desprecio por el Antiguo Testamento. Marción
consideraba el Antiguo Testamento como un documento de valor puramente
histórico, sin significación religiosa. Para Apeles era un libro
mentiroso, lleno de contradicciones y de fábulas, en el que puede
absolutamente confiar. Para probar el valor nulo del Antiguo Testamento,
Apeles compuso una obra intitulada Silogismos, que comprendía al menos
treinta y ocho libros. Ambrosio nos ha conservado gran número de
párrafos de esta en su tratado De Paradiso. Nada queda del libro de
Apeles Manifestaciones, en el que divulgaba las visiones de la profetisa
Filomena.
Los Encratitas.
Los llamados encratitas están
relacionados por su doctrina con Marción. Su fundador fue Taciano el
Sirio (cf. Supra p.211). Ireneo dice que los encratitas coincidían con
Marción rechazar el matrimonio. El hecho de que en el Diatessaron de
Taciano falten las genealogías de Jesús es otro indicio de que tuvo algo
en común con Marción.
Julio Casiano.
Otra figura representativa de los
encratitas es Julio Casiano. Clemente de Alejandríamenciona dos de sus
escritos en Stromata (3,13,92). El primero se titulaba Exegetica.
Sabemos por Clemente que el primer libro de esta obra trataba de la
época de Moisés. El título de la segunda obra era Sobre abstinencia o El
estado de eunuco, ?e?? e????te?a ? pe?? e??????a?. Dos pasajes de esta
obra, que cita Clemente, condenan toda relación sexual, y un tercero usa
el escrito gnóstico Evangelio de los egipcios (cf. supra p.116s).
Clemente lo asocia a Valentín y a Marción por causa de su docetismo.
Parece que Julio Casiano enseñó en Egipto hacia el año 170.
Otros Escritos Gnósticos.
Además de las obras gnósticas mencionadas
por los autores eclesiásticos, existen otros escritos gnósticos que se
han conservado en traducciones coptas.
I. El Codex Askewianus, manuscrito en
pergamino que antiguamente fue propiedad de A. Askew y ahora está en el
British Museum (Add. 5114), contiene cuatro libros que se designan
generalmente con el nombre de Pistis Sophia. Pero estos cuatro libros no
constituyen una obra única. El cuarto comprende supuestas revelaciones
que hizo Jesús a sus discípulos inmediatamente después de su
resurrección. Es más antiguo que los otros tres libros, los cuales
contienen revelaciones del mismo género, pero fechadas el año 12 después
de la resurrección. El libro cuarto debió de componerse en la primera
mitad del siglo III, y los tres primeros, en la segunda mitad del mismo
siglo. Los cuatro proceden probablemente de los círculos
barbelo-gnósticos de Egipto. A Pistis Sophia se la menciona solamente en
los tres primeros libros, donde Jesucristo da instrucciones sobre el
destino, la caída y la redención de Pistis Sophia. Es ésta un ser
espiritual que pertenece al mundo de los eones y que debe correr la
misma suerte que la humanidad en general. Parece que el original fue
escrito en griego, porque en el texto aparecen muchas palabras griegas.
Según la opinión de Cari Schmidt, el manuscrito es de la segunda mitad
del siglo IV.
II. El Codex Brucianus, antigua propiedad
de James Bruce, ahora en la biblioteca Bodleiana de Oxford, es un
papiro del siglo V ? VI, que abarca dos manuscritos diferentes. El
primero comprende los dos libros del Misterio del gran Logos (?ó?os ?at?
µ?st?????), identificados por Carl Schmidt con los dos Libros de Jeû
citados en la Pistis Sophia. Contienen las revelaciones de Jesús sobre
“los tesoros por los que debe pasar el alma.” Se van indicando los
tesoros con diagramas místicos números y colecciones de letras sin
sentido. La segunda obra del Codex Brucianus está mutilada. Contiene
especulaciones sobre el origen y evolución del mundo trascendental y
parece proceder de la escuela gnóstica de los setianos.
III. Un tercer manuscrito se conserva en
Berlín. Comprende tres tratados. El primero se titula el Evangelio de
María, que contiene revelaciones transmitidas por María. El segundo es
el Apócrifo de Juan, traducción de una obra griega refutada por Ireneo
en el primer libro de su tratado Contra las herejías (1,29). Jesús se
aparece en una visión al apóstol Juan como “el Padre, la Madre y el
Hijo.” El tercer tratado se llama Sophia Iesu Christi. Según C. Schmidt,
esta Sophia seria la que atribuye a Valentín.
IV. Los nuevos escritos gnósticos de
Chenoboskion. En 1946 se descubrió en Egipto una importante colección de
textos gnósticos, consistentes en trece volúmenes, que vienen a
comprender más de mil páginas en lengua copta. Fueron hallados en una
vasija cerca de Nag-Hammadi, en las cercanías del antiguo Chenoboskion, a
48 kilómetros al norte de Luxor, en la orilla oriental del Nilo. Estas
páginas contienen treinta y siete obras completas y cinco fragmentarías.
Todos estos opúsculos se habían perdido. Algunos corresponden a obras
citadas va por Ireneo, Hipólito, Orígenes y Epifanio en sus escritos
polémicos antignósticos. Otras obras son completamente desconocidas;
muchas, probablemente, eran obras secretas que no se podían dar a
conocer a los incrédulos. Así, pues, los escritores eclesiásticos que
escribieron contra los gnósticos no las vieron, probablemente, nunca.
Cinco de estas obras se atribuyen a Hermes Trimégistos (“tres veces
grande”). Otras llevan títulos como éstos: La ascensión de Pablo
Primero, el Segundo Apocalipsis de Santiago, el Evangelio según Tomás,
el Evangelio según Felipe, el Libro secreto de Juan, las Cinco
revelaciones de Set, el Evangelio de los egipcios, las Tradiciones de
Matías, la Sabiduría de Jesús, la Epístola del bienaventurado Eugnosto y
el Diálogo del Salvador. Algunos títulos son iguales a los que llevan
los evangelios apócrifos conocidos, pero parece que el contenido es
distinto. No cabe duda que estos papiros recuperados proyectarán
abundante luz sobre la historia del gnosticismo y de los primeros siglos
de la Iglesia, en que la teología cristiana estaba todavía en su fase
de cristalización.
Hasta ahora ninguno de estos textos había
sido editado. El año 1946, Togo Mina, director del Museo Copto de El
Cairo, adquirió uno de esos trece volúmenes. El anticuario belga Eid
compró otro. En 1949 se ofrecieron los volúmenes restantes al Museo
Copto de El Cairo, donde se conservaron en espera de una valoración.
En forma detallada solamente conocemos los dos primeros volúmenes. El códice comprado por Togo Mina contiene cinco tratados:
1. El Apocryphon Iohannis o Libro secreto
de Juan (p.1-40). Se presenta como un apocalipsis o revelación
concedida al apóstol por un ser divino que se le aparece en forma de
Padre, Madre e Hijo.
2. El Evangelio de los egipcios
(p.40-69), tratado cosmogónico y escatológico, completado con fórmulas
bautismales. La obra atribuye su propia redacción al maestro Eugnosto el
Agapético.
3. La Epístola del bienaventurado
Eugnosto a los suyo (p.70-90), que explica la naturaleza divina y la
generación del universo invisible y visible.
4. La Sabiduría de Jesús (p.90 etc.), diálogo entre el Salvador y sus discípulos.
5. El Diálogo del Salvador, conversación de Cristo con sus discípulos sobre cuestiones escatológicas.
El más antiguo de estos cinco tratados
parece ser el Libro secreto de Juan. Efectivamente, lo utilizó San
Ireneo como fuente para el capítulo 29 del libro I de su Adversus
haereses. Debió, pues, de componerse antes del año 185. El Diálogo del
Salvador parece ser de la segunda mitad del siglo III. En cuanto al
Evangelio de los egipcios, la Epístola de Eugnosto y la Sabiduría de
Jesús, son probablemente posteriores al Libro secreto de Juan, pero
anteriores al Diálogo del Salvador. La Sabiduría de Jesús parece estar
relacionada con el libro gnóstico Pistis Sophia. El Evangelio de los
egipcios contenido en este códice no tiene nada que ver con la obra del
mismo nombre que conocieron Clemente de Alejandría y otros Padres de la
Iglesia (cf. supra, p.116). En cambio, muchas ideas le son comunes con
el Libro secreto de Juan. El códice, en su totalidad, fue redactado a
mediados del siglo IV, lo más tarde.
El códice adquirido por el belga Eid
estuvo perdido algún tiempo, hasta el 5 de mayo de 1952. G. Quispel
consiguió comprarlo en nombre del Instituto Jung de Zurich. En homenaje
al conocido psicólogo suizo, el papiro recibió el nombre de Codex Jung.
Contiene los siguientes escritos:
1. La Carta de Santiago, en la cual el
apóstol cuenta una revelación secreta que ha recibido de Cristo,
juntamente con San Pedro, quinientos cincuenta días después de la
resurrección y poco antes de la ascensión (p.1-16). No sé dice quién sea
el destinatario. La carta trata en primer lugar de la cuestión:
¿conviene o no conviene sufrir la muerte del martirio? La respuesta del
Señor es ésta: “Despreciad, pues, la muerte y preocupaos de la vida.
Acordaos de mi cruz y de mi muerte y viviréis… El reino de Dios
pertenece a los que consienten en la muerte.” El autor aborda
seguidamente la discusión de una profecía que ve cumplida en la
degollación de San Juan Bautista. El resto trata del Logos, de la Gnosis
y de la Ascensión del Señor. La obra revela en su contenido tendencias
valentinianas.
2. El Evangelio de Verdad es,
probablemente, el tratado más importante de toda la colección. H. Ch.
Puech y G. Quispel piensan que se trata de la obra del mismo nombre que,
según Ireneo ” (Adv. haer. 3,11,9), utilizaban los valentinianos.
Sugieren como fecha probable de composición el año 150. El autor conoce
todos los escritos canónicos del Nuevo Testamento, aun la epístola a los
Hebreos. Esto es de gran importancia para la historia del canon
neo-testamentario. G. Quispel se siente tentado a atribuir su
composición al mismo Valentín antes de su separación de la Iglesia, lo
que adelantaría su origen a unos cuantos años antes del 150.
3. La Carta de Reginos sobre la
resurrección demuestra que Cristo “destruyó la muerte con su
resurrección y nos condujo a la inmortalidad.” Habla de una
“resurrección pneumática” que absorberá el lado “psíquico” y “carnal.”
Valentín y su escuela atribuían a Cristo un cuerpo pneumático.
Apoyándose en esto, Puech y Quispel se inclinan a considerar al mismo
Valentín como autor de esta carta.
4. El Tratado sobre las tres naturalezas,
por sus ideas, que provienen claramente de la doctrina de Heracleón,
recuerda a uno de los jefes de la escuela “italiana” de Valentín (cf.
supra p.251).
5. La Oración del apóstol, oración atribuida quizás a San Pedro.
Parecen, pues, de origen valentiniano
tres de los tratados del Codex Jung. El códice fue redactado en el siglo
IV por dos manos distintas. Epifanio atestigua la existencia de
valentinianos en el siglo IV en distintas partes de Egipto (Panarion
30,7,1). Los tratados del Codex Jung están escritos en dialecto
subakmímico, pero los tres primeros son traducciones del griego.