En otro momento de inspiración, la diputada ultrakirchnerista Diana
Conti, muy bien podría haber pronunciado esta frase y lanzado al ruedo
de la crisis venezolana que amenaza con desbordarse. El enfrentamiento
entre el heredero formal, Nicolás Maduro, y el presidente electo de la
Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, se mantiene latente en tanto no hay
noticias concretas, partes médicos, fotografías o claras evidencias de
que el teniente coronel inventor del Socialismo del Siglo XXI sigue con
vida en La Habana, bajo el control del castrismo. Cuanto más se prolonga
esta situación, más aumentan las tensiones y comienzan a tejerse las
alianzas y acuerdos secretos cuya exteriorización se contiene a la
espera del desarrollo de los acontecimientos.
Mientras tanto, la ficción resguarda este imperfecto equilibrio y
nadie dice nada. El disimulo se instaló en el centro de esta crisis
latinoamericana que, entre los problemas que generó, sobresale la
vulneración de la ley y su uso en la estructura electoral del país en
favor de sus necesidades políticas y del ideologismo que las alimenta.
En Caracas, la Justicia se torció drásticamente y se la utilizó para
modificar las disposiciones institucionales que claramente surgen de la
Constitución Nacional. Ese sometimiento judicial creció con dos
excepciones, que inmediatamente fueron castigadas -en oportunidades
distintas- por el gobierno bolivariano, en clara demostración de lo que
sostuvimos en diversas oportunidades, incluso ayer, cuando abordamos estas cuestiones.
Podrá sostenerse que no existe una similitud con lo que ocurre en la
Argentina, pero a poco que repasemos nuestra propia realidad, las
intenciones y arbitrariedades que surgen desde el Poder Ejecutivo y a
las palabras del ministro de Justicia o de legisladores como la
mencionada Conti y pese a las diferencias que existen con Venezuela, se
añaden más elementos alarmantes, especialmente por el silencio de
nuestras autoridades, que no se limitaron a callar sino que, por el
contrario, avalaron esta situación. ¿Qué otra cosa es la presencia de
Cristina W. en La Habana? El enfrentamiento de la Presidente de la ex
República con la Suprema Corte de Justicia ya tomó el camino de
presagios oscuros y peligrosos que no se satisfacen con la reflexión de
que la Argentina tiene diferencias de fondo y constitutivas con
Venezuela, pues la crisis que afronta este país hermano está integrada
en un proceso general, más amplio, tremendamente ambicioso, que apunta
al control político de la América Latina extrayéndola del escenario
mundial, su comercio y producción de riqueza. Recordemos que la
Argentina siempre fue el blanco preferido de la subversión y que ésta
actuó en consecuencia.
El proyecto revolucionario, nacido a instancias del Foro de San
Pablo, es de vieja data y comenzó a tomar cuerpo en los años sesenta.
Sus avatares tuvieron una expresión más contundente en la década de los
setenta, hasta la derrota militar de las organizaciones armadas que ya
en esa época defendían los mismos intereses expresados, a veces de ex professo,
de manera confusa pero con claridad en sus objetivos. La propaganda
mezcla la propuesta económica con elementos puntuales como el petróleo,
la capacidad de producir alimentos y asegurar mínimas fuentes de consumo
local para afirmar los beneficios de los saldos exportables, siempre en
favor de una nueva burguesía que surgiría de una forzada pero distinta
realidad política y social. Hoy, esta etapa, salvo algunas excepciones,
está en plena construcción y forma parte esencial de una crisis casi
idéntica que, con claridad, está en gestación en el Cono Sur. Como ya lo
comentamos, el tema mapuche -o indigenista, si se prefiere- afecta
principalmente a un país serio y administrado como Chile, que tomó la
previsión de armarse. Bolivia ya es un foco de cuestionamientos y el
narcotráfico es algo así como la esencia de este futuro buscado y
altamente conflictivo que, decidido, apunta al desorden social y la
ruptura de la seguridad en todas las geografías del continente, incluso
el Brasil, como lo ha demostrado.
A esta altura de los acontecimientos, es innecesario abundar en mayor
detallismo y anticipos, pero sí podemos agregar que en este esquema el
factor militar es tomado en su doble faz: si las estructuras castrenses
son fuertes, se buscará el respaldo de éstas previa modificación de sus
paradigmas, adecuándolas a un ideario estatizante, alejado de los
valores, principios y tradiciones, incluso del componente religioso al
que se ve como un serio peligro para esta planificación. Es el caso de
Venezuela, cuya organización armada muestra severas divisiones que
alimentan serios presagios. Concurrentemente, se dan situaciones como la
Argentina -e incluso el Uruguay- donde los simbolismos expresivos de la
espiritualidad que alimenta a cualquier Fuerza Armada y que hacen a su
íntima y estricta razón de ser, deben ser acallados, subsumidos casi en
el ridículo y adecuados a una nueva visión de la historia que permitiría
avanzar con la flamante doctrina.
Apenas repasemos lo que sucede, con la destrucción moral que se
intenta aplicar a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, con presos
políticos por haber defendido todo lo contrario a lo que se quiso y se
desea imponer, lo menos que podemos decir es que resulta explicable la
alarmante desazón y la inquietud que surge en todos los sectores válidos
de la sociedad. “Chávez eterno” coincide con “Cristina eterna” y ambos
disparates, que suenan a algo insólito en este siglo XXI, integran
reflexiones como ésta, que deberían detenerse en instancias superiores y
más creativas.
Carlos Manuel Acuña