OPINION
A principios de
este siglo, un periodista escribió una
nota que ahora nos llama la atención. Decía que había observado algo
insólito, inexplicable, increíble por lo irrazonable: resulta que a las canchas
en las que grupos de muchachos se divertían jugando a la pelota, iba bastante
público a pesar de que cobraran entrada para verlos; mucho más público del que
acudía a las bibliotecas, a pesar de que en las bibliotecas, además de no
cobrarse nada por entrar, se podía realizar una tarea -estudio, aprendizaje,
pasatiempo, instrucción, investigación- de alto valor para el propio
interesado. El periodista mostraba el
hecho como inexplicable por lo absurdo que resultaba.
Ahora lo encontramos perfectamente
natural y comprensible. Este
siglo -cambalache problemático y febril- nos ha acostumbrado a ver que el hombre no se guía por su raciocinio,
por la lógica, sino por las pasiones. Y
a pesar de que las pasiones sean apetitos desordenados del ánimo, el hombre de
este siglo se las echa encima muy campante, sin siquiera ruborizarse. Una
tremenda distancia espiritual nos separa de aquel faraón egipcio que en la
puerta de su biblioteca escribiera: “tesoro de los remedios del alma”. Hasta
las alocadas y atolondradas pasiones tendrían su remedio entre el tesoro de los
libros, fuentes de serena sabiduría.
Llama la atención, sí, la escasa afluencia de lectores a
las bibliotecas, cada día menor. Pero es un público valioso y persistente. A
pesar de que sean muchísimos más los que se junten a ver los juegos de pelotas
-como en otros tiempos las cuadrigas, el circo, las fieras- las bibliotecas se mantienen a través de
los milenios.
Debemos
congratularnos y festejar cuando los Gobernantes se acuerden de abrir.
Construir, modificar y remodelar las bibliotecas; sobre todo puede ser un lugar
en donde nuestros hijos, jóvenes, adultos y ancianos puedan protegerse mejor del flagelo de la inseguridad y
prepararse para un futuro mejor. Excelente además para los que sin tener
vacaciones pueden deleitarse con la tranquilidad que encierra las
instituciones que deben ser trascendentes.
Que este regocijo y propuesta sea motivo propicio para que recordemos su
existencia, para que nos hagamos cargo de nuestra obligación de conservarla,
ampararla, mejorarla; para que tomemos
conciencia de los aportes de saber que ella puede brindarnos. Convite que hago
en nombre de la cultura, como también plasmo votos porque en las bibliotecas
hallen apropiados lugares de trabajo quienes por alguna falencia física no
puedan tenerlo en puestos en los que se precisa de todas las aptitudes del cuerpo.
DR. JORGE B. LOBO ARAGON