“Por más graves que sean
las injusticias temporales-¡también lo eran en tiempo del rey
Herodes!-lo esencial para el cristiano es ante todo buscar el reino de
Dios y su justicia. No es, ni puede ser, buscar ante todo el reino del hombre y su justicia.
Jesús vino para que su gracia permitiera al hombre mortificar sus
pasiones, crucificar en él las concupiscencias. Cuando el hombre,
radicado en Cristo, acepta vivir así.se hace capaz-pero esto es una
consecuencia- de obrar de manera más humana y más cristiana, es decir,
más conforme a la justicia y a la caridad.
Así, pues, se invierte
el Evangelio cuando se le presenta como una exigencia directa de la
justicia social, exterior, y se la convierte como en una condición de
autenticidad o de credibilidad de la justicia interior, espiritual.
Lo cierto es lo contrario. El Evangelio lleva consigo una exigencia
directa e inmediata de justicia interior, espiritual: filial con el
Padre, fraterna con los hermanos. La justicia exterior debe ser una consecuencia de la justicia interior y no a la inversa”.
(Marcel Clément, Cristo y la revolución, Unión Editorial, Madrid, 1971, P.95.La imagen corresponde a la edición argentina de Cruz y Fierro).