Fernando Mires
La historia se repite. Una vez como tragedia, otra vez como
telenovela. Así pensaba cuando veía en la televisión esa masa roja de
chavistas sollozando por la muerte del presidente. Ocurrió lo mismo
cuando murieron Stalin, Mao Tse Tung, Ho Chi Min, Kim il Sung, y otros
faraones. Así pasó también con Evita, la bella Evita. O con Elvis
Presley; o con Michael Jackson, y así seguirá sucediendo.
Mas, cuando muera Maradona, todos los difuntos famosos habidos y por
haber, palidecerán de envidia. Porque los funerales de Maradona serán
grandiosos. Si usted está vivo señor, cuando muera Maradona no se pierda
la función. No habrá nunca nada igual.
Los sollozantes y tumultuosos funerales de Chávez serán sólo uno más en la ya larga lista de las ceremonias fúnebres paganas. Una gran parte del pueblo venezolano lo llora; y en cierto modo es legítimo. Pero una cosa es llorar a un mandatario y otra muy diferente a un ídolo. Pues, por razones que no atino a descifrar, los pueblos en su orfandad crean ídolos de cristal en los que se reflejan.
En cierto modo, pienso, cuando lloran lo hacen por sí mismos. O para
decirlo con Santos Discépolo, lloran “la vergüenza de haber sido y el
dolor de ya no ser”. Esa es también la función que juega El Otro (en
este caso Chávez) en la psicología analítica. El Otro es el objeto
sustitutivo de Dios que te devuelve el reflejo borroso de tu propia
imagen, imagen que sin ese Otro, desaparece ante tus ojos
Don’t cry for me Argentina. No Evita, no lloran por ti los
argentinos. Los argentinos, como buenos argentinos, cuando lloran,
lloran por los argentinos. Tú sólo eras el espejo del llanto de tantos
seres que lloran en la muerte del “prójimo-lejano” la propia mortalidad,
el miedo innato de no ser más de lo que somos, aunque eso no sea mucho.
Don’t cry for me Venezuela. No, los venezolanos que lloran, lloran
porque se sienten solos sin el espejo de Chávez, el padre nuestro que
estás en la tierra, el hombre-poder, el Estado convertido en persona, el
deseo que trasciende a la multitud, el reflejo del ser fundido en el
magma de la muchedumbre. Lloran, en fin, por la nostalgia de Dios que
cada uno trae consigo desde que venimos al mundo y que ningún mortal
podrá satisfacer.
¿Por qué llorar tanto a Chávez? ¿Fundó acaso una nación? No, la nación ya estaba fundada.
¿Liberó a los esclavos? No, no había esclavos.
¿Dio de comer a los pobres? A algunos, tal vez; pero los programas
sociales de Chávez lograron menos que los realizados en Argentina,
Brasil, Chile, Ecuador y Uruguay.
¿Amplió las libertades? Todo lo contrario, subordinó a todos los
poderes públicos al Estado y llevó a los militares al poder de un modo
aún más radical que todos los generales golpistas del sur.
¿Terminó con la corrupción? Ni por nada, Venezuela está en la cima de la corrupción mundial.
¿Acabó con la delincuencia? No, la delincuencia aumentó bajo su mandato.
¿Liberó a Venezuela de los EE UU? Mentira, nunca la economía de Venezuela ha sido más dependiente del “imperio” que bajo Chávez.
¿Detuvo la inflación? Mejor no hablemos de eso.
El pueblo chavista no llora a un buen gobierno. Llora al propio pueblo chavista convertido en el espejo del Otro en pueblo, un pueblo que se vio a sí mismo reflejado en todas sus virtudes y defectos en el rostro de Chávez. Luego, cuando tantos desfilan alrededor del presidente muerto, no pocos asisten a sus propios funerales. Esa es la razón por la cual la mortalidad de Chávez no puede ser aceptada.
Para que Chávez siga viviendo en el pueblo, Chávez no debe morir del
todo. Por eso será convertido en un objeto inmortal. O lo que es igual:
si no puede ser Dios, será al menos un endiosado. Chávez es El
Endiosado. Un subrogado venezolano: un ídolo con pies de arepa. De este
modo Chávez, como muchos otros mitos, pasará a llenar el vacío de Dios
que a tantos atormenta.
En lugar de buscar a Dios, al verdadero, el pueblo chavista se conformará con un mito, esto es, con ese vacío que sólo sustituye al vacío.
En Venezuela están construyendo un mito, dicen algunas voces
críticas. En parte es cierto, pero sólo en parte. Porque el mito ya
existía durante Chávez. El mismo Chávez en sus delirios de omnipotencia
ya se había encargado de “inocularlo” en el pueblo. Chávez era, sin
duda, un mito viviente.
Lo que hoy realiza el Estado en Venezuela es sólo la infructuosa
conversión del mito viviente en uno inmortal. Por supuesto, no lo
logrará. Ni siquiera Maradona es inmortal. La inmortalidad es atributo
de Dios. Tarde o temprano la historia realiza sus correcciones. A
Stalin, por ejemplo, lo enterraron junto a Lenin. Después lo llevaron a
una tumba chiquitica. Una fotografía genial mostró una vez a un perro
meando sobre ella.
Ningún endiosado resiste el paso del tiempo.
El huracán del pasado avanza hacia el futuro convirtiendo a todo lo
habido en ruinas, como vemos en el Angelus Novus de Paul Klee: el Ángel
de la Historia según Walter Benjamin. Esa es la razón por la cual allí
donde no está la vida de Dios “vive” la muerte. Ese es también el Dios
(la vida) que, como en tantas otras partes, falta en Venezuela: Dios al
que nadie ni nada podrá sustituir.
Porque allí donde está Dios (la vida) no hay ningún lugar para endiosados. O dicho a la inversa: porque allí donde hay endiosados no hay ningún lugar para Dios.
Ni siquiera Jesús, quien según la lectura cristiana es Dios, aceptó,
en tanto ser mortal, ocupar el lugar de Dios sobre la tierra. Cuando uno
de sus seguidores se inclinó frente a él, llamándolo “bueno”, Jesús
respondió: “¿Por qué me dices bueno?; ninguno hay bueno sino sólo uno,
Dios” (Marcos 10:18).
Quiere decir: sólo Dios es suficiente; el humano será siempre insuficiente. Luego, adorar a un insuficiente delata la ausencia de Dios.
La adoración a Chávez delata, a su vez, que a Venezuela le falta Dios. Nada más.