Carta Abierta: prostitutas de academia
Por Agustín Laje (*)
No parece forzado considerar a la prostitución como una actividad que
puede ejercerse, además de genitalmente, en el orden de lo ideológico e
intelectual. No resulta forzado, decimos, si lo que buscamos es una
precisa analogía que describa a quienes trafican su dignidad a cambio de
dinero o poder, tal como ocurre con ese clan de intelectuales
ultrakirchneristas puestos al servicio del gobierno, llamado “Carta
Abierta”.
La importancia de Carta Abierta en la construcción identitaria y
discursiva del kirchnerismo es difícil de concebir para la mayoría de la
gente. En efecto, dentro de la matriz propagandística del gobierno
adquieren mucha mayor visibilidad pública otras instancias mediáticas,
tales como el programa televisivo 678, el diario Página/12, el pasquín Tiempo Argentino, el programa radial del inefable Víctor Hugo Morales, o esa lavadora cerebral conocida como Fútbol para Todos.
Carta Abierta, al contrario, está dirigido exclusivamente para élites
intelectuales. Sus documentos, saturados de largas argumentaciones en
complejo lenguaje para iniciados, repletos de neologismos y enredos
retóricos, llegan a grupos ciertamente reducidos y minoritarios. Las
redes sociales son un buen indicador al respecto: el grupo de Carta
Abierta en Facebook tiene apenas 5.000 miembros (comparativamente 678
tiene más de medio millón) y los videos subidos por su canal en YouTube
tienen escasas centenas de visitas y casi ningún comentario. Una performance virtual de una pobreza total.
Si esta agrupación intelectual, a pesar de tener algún espacio en la
televisión pública y en los medios kirchneristas, no busca incidir
directamente en las masas, ¿Cuál es entonces su finalidad?
Carta Abierta nació en 2008 con el objetivo de llenar de contenido
aquello que entienden como “dimensión simbólica” del kirchnerismo, en el
marco de una batalla que se estaba perdiendo (y que se perdió) a manos
del campo. La idea de estos intelectuales es que sin discurso, hay
simple administración, pero no política. Las diatribas y barrabasadas de
Néstor, lejos de constituir un discurso tal como lo entienden estos
intelectuales, no pasaba la prueba de la risa. La pose de “maestra
Siruela” de Cristina y sus intentos de comedia carentes de humor,
tampoco. Alguien debía, de una vez por todas, elaborar sistemáticamente
el discurso populista que hoy conocemos como “relato”, y esa fue la
tarea que se emprendió desde Carta Abierta.
Guiados por las enseñanzas de Ernesto Laclau, y liderados por Horacio
González, los intelectuales kirchneristas entendían que “el modelo” no
había alcanzado aún el estadio de plenitud populista. El propio Laclau
afirmaba que ello se debía a que “el kirchnersmo todavía no ha logrado
crear una frontera interna en la sociedad argentina que divida al campo
popular del otro campo”. Para que el populismo fuese una realidad plena,
el matrimonio Kirchner debía trazar con claridad meridiana aquella
línea fronteriza que separa el “ellos” del “nosotros” o, en términos de
Carl Schmitt, los “amigos” de los “enemigos”.
Aquí tomó parte entonces el grupo Carta Abierta, con la exitosa
invención y posterior difusión de un vocablo que marcó aquella batalla
política: “destituyente”. Participio activo de “destituir”, destituyente
era todo aquel que no estuviera posicionado dentro de la frontera de
los “amigos” del kirchnerismo. Los “destituyentes” eran determinados
actores sociales y políticos con determinadas actitudes frente al
gobierno; no era una cuestión clasista como ocurre con la palabra
“oligarquía” (preferida por antiintelectuales como Luis D’Elía), que
tiene sus límites a la hora de utilizarla, pues no se puede acusar a
cualquiera de “oligarca” sin perder credibilidad. “Destituyente”, en
cambio, refería a una flexible ubicación política contraria al
oficialismo, que al oído sonaba a antidemocrático, conspirador,
autoritario. Expulsaba un tufillo casi dictatorial y golpista. El
epíteto tuvo éxito, y Carta Abierta fue bendecida (lo cual significa
comprada) por el kirchnerismo.
Desde entonces y hasta nuestros días, este espacio conformado por
intelectuales rentados por el poder político se dedica a elaborar un set
de explicaciones K, donde la épica de una cruzada “nacional y popular”
contra el “antipueblo” es nota característica del relato. Es función de
ese relato, como se dijo, generar una profunda división como condición
necesaria para el populismo. La otra condición es, en términos de
Laclau, desencadenar un “proceso equivalencial” entre distintas demandas
particulares que deben ser unificadas, que deben encontrarse y sentirse
representadas en el mismo relato. El líder populista debe articular una
suma de diferencias transformadas en equivalentes por una operación
política, mientras deja fuera a otras que las constituye en enemigas
irreconciliables. Todo esto que puede sonar algo complejo, es clave para
la comprensión del comportamiento político kirchnerista, que no es sino
una aplicación de lo que sus filósofos políticos (como el citado
Laclau) sugieren.
Es curioso (y poco “popular” a decir verdad) que algo pensado “en
laboratorio” por un puñado de hombres con escasa visibilidad pública,
termine en boca de todos. Esa es la importancia de estar advertidos
sobre estos grupos que mueven, con sus ideas, importantes hilos del
poder. En efecto, si hoy hablamos de un “relato”, eso es porque los
integrantes de Carta Abierta así lo propusieron: “Sin esa perspectiva
que reinscriba los hechos cotidianos en un relato que los excede y
potencia, no hay renovación de las posibilidades gubernamentales pero
tampoco de las políticas populares”, afirmaron por ejemplo en su Carta
Nº 6.
El funcionariado kirchnerista no se ensucia ni desgasta políticamente
diciendo todo lo que le gustaría decir en el marco de sus batallas.
Para eso ha conformado una estructura de tres niveles de voceros que,
dependiendo la circunstancia, tienen la orden de salir a la palestra a
dar pelea mediática: Hebe de Bonafini, 678 y Carta Abierta, en orden
ascendente, conforman esta estructura. La primera es especialista en
protagonizar episodios de mal gusto, repletos de violencia verbal cuyo
único objeto es el desquite y el apriete. Los segundos están dedicados
al picadillo documental, al escrache televisivo y a la formación (y
reafirmación) de opinión pública. Y finalmente, los terceros están para
pensar los asuntos más importantes para el kirchnerismo y,
eventualmente, salir a explicarlos en los medios. En estos momentos, por
ejemplo, estos últimos están dedicados a fundamentar las necesidades de
reformar la Constitución Nacional. El año pasado ya lo expresaron en
algunas ocasiones (como Ricardo Forster), y este año tendrán mayor
protagonismo porque jugarán al “todo o nada” que implica el famoso
“vamos por todo”.
Lo cierto es que Carta Abierta no es más que un grupo de
intelectuales prostituidos al kirchnerismo. La dignidad de un
intelectual está en la distancia prudente que siempre debe tomar del
poder político para ser capaz de criticarlo desde afuera, sin
confundirse con él. Los miembros de Carta Abierta han renunciado a esta
dignidad (que es independiente de toda ideología) a cambio de dinero o
poder, según sea el caso. Si bien explican que sus esfuerzos están
dirigidos a “una recuperación de la palabra crítica en todos los planos”
(Carta Nº 1), lo cierto es que jamás se les ha escuchado elaborar una
crítica creíble al kirchnerismo. ¿Cómo criticar al patrón? ¿Cómo
embestir a quien da de comer o, lo que es lo mismo, quien brinda alguna
cuotita de poder?
El intelectual que se encuentra constreñido por esta situación, más que intelectual, es una prostituta de academia.
(*) Autor del libro “Los mitos setentistas” y co-autor de “Plumas Democráticas”.
www.agustinlaje.com.ar | @agustinlaje | agustin_laje@hotmail.com
La Prensa Popular | Edición 182 | Jueves 14 de Marzo de 2013