Por Lido Iacomini
Cedido gentilmente por la revista Transformarg y Rebanadas de Realidad
Menem: un traidor, para los árabes.
Hace casi 20 años, en el momento del atentado terrorista sobre la
AMIA, que costó la vida de 85 argentinos, la situación internacional
estaba signada por la estrategia norteamericana de hacer centro en el
régimen de los ayatollahs de Irán. Los sucesores de Jomeini eran los
monstruos que necesitaba EEUU para darle continuidad a la intervención
militar en Medio Oriente. E Israel era a ese momento su aliado
sustancial e histórico en toda la región.
Las causas del atentado habría que buscarlas entre las convulsiones
vinculadas al enfrentamiento árabe israelí y posiblemente a la
zigzagueante y turbia relación política de Carlos Menem y aquellos
países. Que es justo reconocer no era fácil. De origen árabe, Menem
recibió duras acusaciones de traición (ya no de intereses argentinos)
sino a sus ancestrales orígenes.
Las sospechas y necesidades de no descartar la llamada “pista siria”
están entrelazadas a estos oscuros vericuetos políticos y al hecho
indubitable de que el esclarecimiento de este horrendo crimen terrorista
no se alcanzará sin precisar cuales fueron sus razones y objetivos.
Es en este punto donde la voltereta de Nisman, primero promoviendo la
investigación sobre la pista siria y su relación con Carlos Menem y
luego, a instancias de la “Embajada”, clausurándola, resulta sospechosa.
No fue la primera y única “cesión de soberanía”, como gustan decir
algunos opositores de mala memoria (¿o de peor conciencia?) que encierra
la causa AMIA. Ya desde el inicio la participación de un estado
extranjero, ya que tal cosa fue la participación del Mossad en la
recolección (o desviación) de pruebas, constituyó una escandalosa cesión
de soberanía.
Hoy, este paso de avance, tembloroso aún, de un gobierno nacional que
se atreve a dar en busca de la verdad y justicia se produce en un marco
internacional de profundos cambios, de incierto futuro, pero en el cual
Argentina deja de ser un oscuro cortesano del imperio y busca junto al
resto de Latinoamérica ser protagonista de su destino. Estamos en una
especie de transición donde Obama no quiere quedar limitado por el
fundamentalismo de la derecha israelí que conduce Netanyahu y busca
abrir el juego con el Egipto post Mubarak e incluso apuesta a
“distender” aunque sea suavemente la situación con el Irán de
Ahmadinejad. Oportunamente es en ese escenario que Timerman (sin dudas
con la conducción de Cristina) busca calzar la cuña que destrabe las
puertas, hasta ayer inaccesibles, hacia una estancia que haga posible el
esclarecimiento de lo ocurrido.
Que la oposición transite un camino oportunista en busca de la pole position
en la sucesión al kirchnerismo no es de extrañar. Pero que
reiteradamente para hacerlo se jueguen con potencias extranjeras los
descalifica: se transforman en marionetas de ajenos poderes. Algunos
dirigentes de organizaciones de la comunidad judía argentina son
sensibles a las presiones extranjeras. La embajada de Israel lo puso en
blanco y negro y sin vacilar protagonizó una descarada intromisión en
asuntos internos, como si aún estuviéramos en el gobierno de Menem.
Bajo este gobierno es difícil imaginar que sea el Mossad quien marque
el rumbo de la causa AMIA. Será el estado soberano de la Argentina, con
plena participación parlamentaria, es decir democrática la que lo hará.
Las condiciones internacionales no están todas a favor, pero son
mejores. Las condiciones internas sufren se ven dificultadas por la
irresponsabilidad de una oposición de cortas miras y una dirigencia que
no ha sido hasta ahora capaz de ponerse los pantalones largos de la
dignidad y la independencia de criterio.
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