El marino español que no había podido dar alcance a Drake en el Pacífico
se llamaba Pedro Sarmiento de Gamboa, y tenía firme la voluntad y
ardiente la imaginación.
Como el Dragón se le ha escapado, resuelve cerrar el estrecho con algo más material que la noticia de un peñasco que lo había taponado. Alzará una ciudad y una fortaleza para vigilar el cruce de piratas. Por pronta providencia irá a España para armar la empresa colonizadora: sale en octubre de 1579 del Callao con dos naves, cruza el estrecho con dificultades por las tormentas y falta de provisiones, que hacen desertar una de las naves. Sigue en la capitana – San Francisco – con los tripulantes casi sin comer ni beber; llega con ellos a las islas del Cabo Verde tan macilentos "que todo el pueblo fue a verlos y no acababan de hacerse espantos y milagros", escribe.
En agosto (de 1580) está en España. Felipe II lo recibe en Badajoz y aprueba su proyecto de fortificar el estrecho. Solamente que mandará la expedición otro - Diego Flores de Valdés -, aunque Gamboa irá de "Gobernador del estrecho de Magallanes”.
Es una empresa formidable a la vez colonizadora militar: veintitrés naves con soldados, artesanos, agricultores, mujeres y niños para fundar dos ciudades perfectamente artilladas.
Salen de San Lúcar de Barrameda el 25 de setiembre de 1581, con mala suerte, pues un destino fatal señala el periplo: una tempestad las toma a la salida del puerto, tan violenta que naufragan cinco naves mueren ochocientas personas. Deben volver a Cádiz.
Salen nuevamente el 9 de diciembre en el cruce más deplorable hecho hasta entonces del Atlántico: la peste se declara mueren ciento cincuenta y uno; otros doscientos morirán en Río de Janeiro donde arriban el 24 de marzo. Sólo la energía de Sarmiento de Gamboa los hace seguir adelante.
El 1º de noviembre las maltrechas naves ponen proa al sur. A la altura del río de la Plata una de ellas hace agua y se hunde por la noche con sus trescientos cincuenta tripulantes que no pueden ser auxiliados. Impresionado, Flores Valdés ordena la vuelta a Brasil: otra nave se pierde a la altura del puerto Don Rodrigo, otra más es cañoneada por el pirata inglés Fenton y se hunde cerca de Río de Janeiro.
Como el Dragón se le ha escapado, resuelve cerrar el estrecho con algo más material que la noticia de un peñasco que lo había taponado. Alzará una ciudad y una fortaleza para vigilar el cruce de piratas. Por pronta providencia irá a España para armar la empresa colonizadora: sale en octubre de 1579 del Callao con dos naves, cruza el estrecho con dificultades por las tormentas y falta de provisiones, que hacen desertar una de las naves. Sigue en la capitana – San Francisco – con los tripulantes casi sin comer ni beber; llega con ellos a las islas del Cabo Verde tan macilentos "que todo el pueblo fue a verlos y no acababan de hacerse espantos y milagros", escribe.
En agosto (de 1580) está en España. Felipe II lo recibe en Badajoz y aprueba su proyecto de fortificar el estrecho. Solamente que mandará la expedición otro - Diego Flores de Valdés -, aunque Gamboa irá de "Gobernador del estrecho de Magallanes”.
Es una empresa formidable a la vez colonizadora militar: veintitrés naves con soldados, artesanos, agricultores, mujeres y niños para fundar dos ciudades perfectamente artilladas.
Salen de San Lúcar de Barrameda el 25 de setiembre de 1581, con mala suerte, pues un destino fatal señala el periplo: una tempestad las toma a la salida del puerto, tan violenta que naufragan cinco naves mueren ochocientas personas. Deben volver a Cádiz.
Salen nuevamente el 9 de diciembre en el cruce más deplorable hecho hasta entonces del Atlántico: la peste se declara mueren ciento cincuenta y uno; otros doscientos morirán en Río de Janeiro donde arriban el 24 de marzo. Sólo la energía de Sarmiento de Gamboa los hace seguir adelante.
El 1º de noviembre las maltrechas naves ponen proa al sur. A la altura del río de la Plata una de ellas hace agua y se hunde por la noche con sus trescientos cincuenta tripulantes que no pueden ser auxiliados. Impresionado, Flores Valdés ordena la vuelta a Brasil: otra nave se pierde a la altura del puerto Don Rodrigo, otra más es cañoneada por el pirata inglés Fenton y se hunde cerca de Río de Janeiro.
Quedan todavía nueve buques, y con ellos Gamboa arrastra a Valdés. Salen
nuevamente el 7 de enero (de 1583) de Santa Catalina: apenas en alta
mar se pierde otra nave, y al llegar al río de la Plata, tres carabelas -
con Alonso de Sotomayor, que será gobernador de Chile - resuelven
cambiar rumbo y se van a Buenos Aires, que Garay acaba de fundar. Quedan
cinco buques que llegan al estrecho el 1º de febrero de 1583 a los dos
años de haber salido de España veintitrés navíos.
Flores Valdés no acierta a embocar la entrada pues la estación no es propicia, y cansado y desmoralizado, ordena el regreso definitivo. Vuelven a Río de Janeiro. Allí se les unen cuatro carabelas mandadas de España con socorros para las colonias que se creen ya fundadas; ante ese refuerzo, Gamboa va a seguir solo la aventura, Valdés ya no tiene ánimos. Se separan: Valdés volverá a España con tres naves, y Gamboa irá al estrecho con seis y quinientas treinta y ocho personas, entre ellas las mujeres y los niños. Va esta gente ", postrada de ánimo y espantada" comenta él mismo, pero el jefe tiene "determinación de morir o hacer a lo que vino, a no volver a España ni adonde lo viesen, jamás".
El 1 de febrero de 1584 está nuevamente frente al estrecho cuyas angosturas cruza pese a la fuerza del viento y la corriente en una hazaña difícil: "era tanto el arfar y barlear de las naos sobre las amarras que no había quien se pudiese tener en pie, y cierto creyeron ser anegados haciéndose las naos pedazos sobre el ferro; y tanto trabajaron que una fragata rompió el segundo clave y fue llevada por las corrientes y vientos a árbol seco a desembocar otra vez por las angosturas", dice Gamboa.
Aunque el viento no amaina, el jefe ordena desembarcar: es el 4 de febrero de 1584. Gamboa lo hace llevando una gran cruz, detrás ocho arcabuceros y los soldados, agricultores y artesanos: en total 116 soldados, 48 marineros, 58 colonos, 13 mujeres y 10 niños. Gamboa toma posesión solemnemente de la tierra en nombre del rey Felipe, y deja fundada la fortaleza o real de La Purificación de Nuestra Señora, mientras en la mayoría de las naves, con espanto de los bajados a tierra, se rompen las amarras y son arrastradas por el viento mar afuera. Inútilmente trata el capitán, Diego Ribera de volver a embocar las angosturas en diez días de lucha contra el oleaje y la tormenta. Finalmente, como todos sus esfuerzos son inútiles, abandona la empresa y vuelve a España.
Pero una nave, la Santa María de Castro, ha resistido el embate y mantiene sus amarras; también queda otra, La Trinidad, aunque deshecha en la playa; bastan a Gamboa, a quien sólo preocupan las dos ciudades que debe fundar. Como el emplazamiento de La Purificación le parece abierto al viento, lo cambia y traza un poco más allá el 11 de febrero una nueva planta: Nombre de Jesús. Afortunadamente ha salvado la mayor parte de los cañones y los coloca en una altura apuntando a la entrada del estrecho. Ya no pasará por allí ningún Dragón.
Ahora a fundar la otra. A pie con noventa y cuatro hombres va al lugar apropiado. La gente se queja Gamboa los proclama: "¿Diríase que el rey de España no tiene a hombres como los solía tener antiguamente?”.
Lo siguen; llegan extenuados ateridos a un sitio próximo al actual Magallanes, y levantan con las solemnidades debidas - árbol de la "justicia", acta, corte de yerbas la Ciudad del Rey Don Felipe. Gamboa tiene la paciencia de dibujar la plaza "muy agraciada con la salida al mar". También hace la iglesia de madera y la Casa Real de cien pasos de largo. Por supuesto distribuye solares y no encomienda indios porque no los encuentra.
La férrea voluntad del gobernador mantiene ambas colonias. Hay tentativas de sublevación, concluidas con degüellos; después llegarán días mejores, en que el mar parece apacible. Pero tras el benigno otoño sobreviene el invierno austral duro cruel: nieva quince días seguidos, hay enfermos y muertos, pero nada quiebra a Gamboa.
Con la Santa María va y viene entre ambas poblaciones acarreando armas, cañones y alimentos. El 26 de mayo está embarcado junto a Nombre de Jesús cuando estalla la tormenta en la forma repentina que ocurre en esa latitud; es "la mayor de mar y viento que en esta Jornada se ha visto”, el huracán y la corriente arrastran al buque al cabo Vírgenes y después lo arrojan al Atlántico. Son inútiles los esfuerzos de Gamboa para detenerlo.
Ya no podrá entrar al estrecho, porque ha acabado la época propicia: queda un mes intentándolo; los hombres "van comiéndose los gatos hasta los cueros de las bombas”.
Derrotado, debe finalmente tomar rumbo al norte y recala en Santos el 29 de junio; el 7 de julio está en Río de Janeiro a buscar provisiones para volver al sur. De allí despacha un buque al estrecho, que naufragará; luego va a Pernambuco en busca de socorros pues Río de Janeiro no los ofrece; otra tempestad destroza la Santa María contra las rocas de la costa, pero el gobernador consigue hacerse de un batel de cincuenta toneles con el que trata de navegar hasta su gobernación. Otra "espantable tormenta" arroja a los tripulantes a Río de Janeiro "desnudos, descalzos el navío hecho en piezas"; los marineros se amotinan por que no quieren volver al sur, y Gamboa debe imponerse espada en mano matando a uno e hiriendo a varios. No tiene barco, pero algo proveerá Dios.
A todo esto han pasado el invierno, la primavera y el verano, y no posible volver en otoño a las regiones australes. Manda pedir refuerzos a España, pero nada llega de allí; irá él mismo a la Corte a ocuparse personalmente de salvar a los colonos, de los que nada sabe. Parte de Brasil en junio, para caer en manos de Walter Raleigh que anda pirateando por las islas Terceras: es llevado a Inglaterra y a Felipe II le cuesta gestionar su rescate.
Finalmente lo consigue y Gamboa va hacia España atravesando Francia; cae en poder de los, hugonotes - son los tiempos de las guerras de religión que lo juzgan por papista y a duras penas se salva de la hoguera, pero pasa tres años y ocho meses en un calabozo húmedo. Tras muchas gestiones el rey consigue rescatarlo por seis mil ducados y cuatro buenos caballos, y lo hace llegar a España: Gamboa llega en parihuelas porque el calabozo lo ha dejado paralítico.
Flores Valdés no acierta a embocar la entrada pues la estación no es propicia, y cansado y desmoralizado, ordena el regreso definitivo. Vuelven a Río de Janeiro. Allí se les unen cuatro carabelas mandadas de España con socorros para las colonias que se creen ya fundadas; ante ese refuerzo, Gamboa va a seguir solo la aventura, Valdés ya no tiene ánimos. Se separan: Valdés volverá a España con tres naves, y Gamboa irá al estrecho con seis y quinientas treinta y ocho personas, entre ellas las mujeres y los niños. Va esta gente ", postrada de ánimo y espantada" comenta él mismo, pero el jefe tiene "determinación de morir o hacer a lo que vino, a no volver a España ni adonde lo viesen, jamás".
El 1 de febrero de 1584 está nuevamente frente al estrecho cuyas angosturas cruza pese a la fuerza del viento y la corriente en una hazaña difícil: "era tanto el arfar y barlear de las naos sobre las amarras que no había quien se pudiese tener en pie, y cierto creyeron ser anegados haciéndose las naos pedazos sobre el ferro; y tanto trabajaron que una fragata rompió el segundo clave y fue llevada por las corrientes y vientos a árbol seco a desembocar otra vez por las angosturas", dice Gamboa.
Aunque el viento no amaina, el jefe ordena desembarcar: es el 4 de febrero de 1584. Gamboa lo hace llevando una gran cruz, detrás ocho arcabuceros y los soldados, agricultores y artesanos: en total 116 soldados, 48 marineros, 58 colonos, 13 mujeres y 10 niños. Gamboa toma posesión solemnemente de la tierra en nombre del rey Felipe, y deja fundada la fortaleza o real de La Purificación de Nuestra Señora, mientras en la mayoría de las naves, con espanto de los bajados a tierra, se rompen las amarras y son arrastradas por el viento mar afuera. Inútilmente trata el capitán, Diego Ribera de volver a embocar las angosturas en diez días de lucha contra el oleaje y la tormenta. Finalmente, como todos sus esfuerzos son inútiles, abandona la empresa y vuelve a España.
Pero una nave, la Santa María de Castro, ha resistido el embate y mantiene sus amarras; también queda otra, La Trinidad, aunque deshecha en la playa; bastan a Gamboa, a quien sólo preocupan las dos ciudades que debe fundar. Como el emplazamiento de La Purificación le parece abierto al viento, lo cambia y traza un poco más allá el 11 de febrero una nueva planta: Nombre de Jesús. Afortunadamente ha salvado la mayor parte de los cañones y los coloca en una altura apuntando a la entrada del estrecho. Ya no pasará por allí ningún Dragón.
Ahora a fundar la otra. A pie con noventa y cuatro hombres va al lugar apropiado. La gente se queja Gamboa los proclama: "¿Diríase que el rey de España no tiene a hombres como los solía tener antiguamente?”.
Lo siguen; llegan extenuados ateridos a un sitio próximo al actual Magallanes, y levantan con las solemnidades debidas - árbol de la "justicia", acta, corte de yerbas la Ciudad del Rey Don Felipe. Gamboa tiene la paciencia de dibujar la plaza "muy agraciada con la salida al mar". También hace la iglesia de madera y la Casa Real de cien pasos de largo. Por supuesto distribuye solares y no encomienda indios porque no los encuentra.
La férrea voluntad del gobernador mantiene ambas colonias. Hay tentativas de sublevación, concluidas con degüellos; después llegarán días mejores, en que el mar parece apacible. Pero tras el benigno otoño sobreviene el invierno austral duro cruel: nieva quince días seguidos, hay enfermos y muertos, pero nada quiebra a Gamboa.
Con la Santa María va y viene entre ambas poblaciones acarreando armas, cañones y alimentos. El 26 de mayo está embarcado junto a Nombre de Jesús cuando estalla la tormenta en la forma repentina que ocurre en esa latitud; es "la mayor de mar y viento que en esta Jornada se ha visto”, el huracán y la corriente arrastran al buque al cabo Vírgenes y después lo arrojan al Atlántico. Son inútiles los esfuerzos de Gamboa para detenerlo.
Ya no podrá entrar al estrecho, porque ha acabado la época propicia: queda un mes intentándolo; los hombres "van comiéndose los gatos hasta los cueros de las bombas”.
Derrotado, debe finalmente tomar rumbo al norte y recala en Santos el 29 de junio; el 7 de julio está en Río de Janeiro a buscar provisiones para volver al sur. De allí despacha un buque al estrecho, que naufragará; luego va a Pernambuco en busca de socorros pues Río de Janeiro no los ofrece; otra tempestad destroza la Santa María contra las rocas de la costa, pero el gobernador consigue hacerse de un batel de cincuenta toneles con el que trata de navegar hasta su gobernación. Otra "espantable tormenta" arroja a los tripulantes a Río de Janeiro "desnudos, descalzos el navío hecho en piezas"; los marineros se amotinan por que no quieren volver al sur, y Gamboa debe imponerse espada en mano matando a uno e hiriendo a varios. No tiene barco, pero algo proveerá Dios.
A todo esto han pasado el invierno, la primavera y el verano, y no posible volver en otoño a las regiones australes. Manda pedir refuerzos a España, pero nada llega de allí; irá él mismo a la Corte a ocuparse personalmente de salvar a los colonos, de los que nada sabe. Parte de Brasil en junio, para caer en manos de Walter Raleigh que anda pirateando por las islas Terceras: es llevado a Inglaterra y a Felipe II le cuesta gestionar su rescate.
Finalmente lo consigue y Gamboa va hacia España atravesando Francia; cae en poder de los, hugonotes - son los tiempos de las guerras de religión que lo juzgan por papista y a duras penas se salva de la hoguera, pero pasa tres años y ocho meses en un calabozo húmedo. Tras muchas gestiones el rey consigue rescatarlo por seis mil ducados y cuatro buenos caballos, y lo hace llegar a España: Gamboa llega en parihuelas porque el calabozo lo ha dejado paralítico.
No importa. En parihuelas ambula por la Corte en procura de una ayuda a
sus colonos. Nada consigue: ¿quién se va a acordar de la "gobernación del estrecho" ante las apremiantes necesidades de la guerra en Europa....? Después de 1591 (fecha de su último Memorial para que "Su
Majestad se acuerde de sus tan leales y constantes vasallos que por
servir a V.M. se han quedado en regiones tan remotas y espantables") se pierden sus rastros. Había muerto, no se sabe cómo ni dónde.
Fuente:
- José María Rosa, Historia Argentina, Tomo I.
- www.lagazeta.com.ar