OPINIÓN
Si un individuo dijera que se siente muy conforme de pertenecer al pueblo que se vincula; que no le molesta el color de su piel, que está muy satisfecho de sus antepasados y de descender de ellos, que pertenece a una raza por decisión de Dios, no por elección propia, pero que se siente feliz de esa decisión, ese tal individuo, si es negro, indio, judío, chino o esquimal, será bien visto y se valorará su actitud. Si fuera blanco no, se lo acusaría de racista.
Y sin embargo todos tienen derecho a valorar lo que les viene de sus raíces, de su pueblo, de su raza. No está claro el origen de la palabra “raza”. Se pensó que vendría del latín “radix, radicis” con el sentido de raíz. O del antiguo alto Alemán “reiza” que significa serie, línea, linaje. O del Latín “ratio” que sería calculo, cuenta, y pasando por el sentido de índole, modalidad, vino a significar naturaleza y calidad de la gente. Cualquiera fuera su origen, la palabra “Raza” trae idea de todo eso, de raíces, de linajes, de naturaleza y calidades.
Un pueblo, para proponerse una empresa, debe estimar su naturaleza, sus calidades, su forma de ser. Debe tener satisfacción de su raza, no sentirse disminuido ni aspirar a ser otro distinto del que es. Por eso es lógico que el Estado nos estimule a exaltar nuestras raíces. El presidente Don Hipólito Irigoyen lo hizo por medio de un decreto que firmo el 4 de octubre de 1917, estableciendo que el 12 sería “Día de la Raza”, fiesta nacional.
¿Qué consideró Don Hipólito para tomar esta determinación?
El mismo lo dice en su decreto:
“1º. Que el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues las renovaciones posteriores se derivan de este asombroso suceso que, al par que amplió los lindes de la tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu.
“2º. Que se debió al genio hispano – al identificarse con la visión sublime del genio de Colon – efemérides tan portentosa cuya obra no queda circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos.
“3º. Que la España, descubridora y conquistadora, volcó sobre el continente enigmático y magnifico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y, con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con júbilo y reconocimiento.
JORGE B. LOBO ARAGÓN
jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com
Y sin embargo todos tienen derecho a valorar lo que les viene de sus raíces, de su pueblo, de su raza. No está claro el origen de la palabra “raza”. Se pensó que vendría del latín “radix, radicis” con el sentido de raíz. O del antiguo alto Alemán “reiza” que significa serie, línea, linaje. O del Latín “ratio” que sería calculo, cuenta, y pasando por el sentido de índole, modalidad, vino a significar naturaleza y calidad de la gente. Cualquiera fuera su origen, la palabra “Raza” trae idea de todo eso, de raíces, de linajes, de naturaleza y calidades.
Un pueblo, para proponerse una empresa, debe estimar su naturaleza, sus calidades, su forma de ser. Debe tener satisfacción de su raza, no sentirse disminuido ni aspirar a ser otro distinto del que es. Por eso es lógico que el Estado nos estimule a exaltar nuestras raíces. El presidente Don Hipólito Irigoyen lo hizo por medio de un decreto que firmo el 4 de octubre de 1917, estableciendo que el 12 sería “Día de la Raza”, fiesta nacional.
¿Qué consideró Don Hipólito para tomar esta determinación?
El mismo lo dice en su decreto:
“1º. Que el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues las renovaciones posteriores se derivan de este asombroso suceso que, al par que amplió los lindes de la tierra, abrió insospechados horizontes al espíritu.
“2º. Que se debió al genio hispano – al identificarse con la visión sublime del genio de Colon – efemérides tan portentosa cuya obra no queda circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos.
“3º. Que la España, descubridora y conquistadora, volcó sobre el continente enigmático y magnifico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y, con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con júbilo y reconocimiento.
JORGE B. LOBO ARAGÓN
jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com