OPINIÓN
Se produjeron en -1930, 1943, 1955, 1966, 1976- pronunciamientos militares interrumpiendo una serie de gobiernos democráticos, y en esos períodos se habló mal de “los políticos”. Es lógico. A los políticos que habían estado actuando se
les achacaba errores, vicios, ineptitud y hasta delitos, lo que -según
cada uno de estos pronunciamientos- era el motivo de haber alterado la
norma constitucional.
Después de estas circunstancias se volvía a la democracia, se veía con agrado y como una salvación que los políticos volvieran a hacerse cargo del poder. Pero quedó fijo en muchas mentes, y en el habla cotidiana, que lo político, es lo malo, es lo perverso, lo avieso, lo mal intencionado. Si se dice que algo se hace con ánimo político, se
sobreentiende que ese algo es abusivo, pernicioso, en contra de los
intereses de la gente y, para peor, empleando bienes o elementos del
Estado.
El concepto se ha generalizado tanto que los mismos políticos -los que indudablemente somos políticos, pues desempeñamos o aspiramos a desempeñar cargos políticos- damos a la expresión el mismo sentido.
Los políticos, defendiéndonos, decimos que en tal o cual proyecto que ofrecemos “no nos guía ninguna intención política”. O afirmamos que la acción de otros, una huelga, por ejemplo, “tiene un propósito político”, como si eso la descalificara. (Las
huelgas se hacen con el ánimo de modificar ciertas normas imperantes en
la sociedad, o de corregir su aplicación; son, por eso, eminentemente
políticas al influir en el gobierno de la sociedad; sería un
despropósito hacer huelgas con propósitos artísticos, o con ánimo jocoso
o recreativo; se las hace para influir en la administración de la
sociedad, es decir que por su naturaleza son hechos políticos).
Ante ciertos proyectos, caminos, riego, educación, sanidad, también se dice que contienen un “culto ánimo político”, siendo que, al revés, el
ánimo político que inspira a las obras públicas y a todo lo que redunde
en bien público es evidente. Es natural que se hagan en beneficio de la
comunidad. Entonces son obras políticas por su esencia, por definición; eso es hacer política. Plantear medidas para bien de la comunidad. Que
esas medidas redunden en un verdadero bien, que sea bien de muchos y no
de pocos, y que los beneficios guarden adecuada proporción con los
esfuerzos requeridos, serán los elementos para analizar si es buena o
mala política, pero política es.
Para denigrarlo aún más a un proyecto se dice que tiene un propósito electoral. Es
decir que el político, mediante las acciones que propone, busca ganar
votos. Hemos adoptado como forma de gobierno la república democrática, sistema en el que son indispensables, fundamentales, las elecciones. Los comicios son el corazón de la democracia. ¿Y se espera que los políticos nos desentendamos de los comicios? En la democracia el ciudadano debe elegir los candidatos de su preferencia. Y qué: ¿esperamos
que no se los elija por sus proyectos, por sus propósitos, por sus
iniciativas -todo lo que descalificamos por ser electoralista- por su
trayectoria, por sus antecedentes, y sólo se atiendan otros valores, la
pinta, el tono de voz, la imagen, el perfil ¿Así ha de
funcionar una buena democracia, yendo a los comicios sin ánimo electoral
y eligiendo mandatarios al margen de lo político?
Que lo político sea lo malo, lo aborrecible, quizás sea un problema semántico que nos quede como resabio de los períodos en que lo político se nos presentó así. Pero,
además, es una advertencia que la sociedad nos hace. Un indicio de que
no estamos cumpliendo nuestros deberes como la sociedad espera que lo
hagamos. Cuando los políticos
seamos capaces de corregirnos de tal modo que de nosotros ni se
sospechen los vicios y faltas que otrora impulsaron las revoluciones,
entonces cambiará el sentido de lo que es político: de un proyecto se
dirá que es altruista, que es generoso, que es benéfico para la
comunidad, que es político.
DR. JORGE B. LOBO ARAGON
jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com