Próximo
a cumplir 107 años de su redacción, una de las encíclicas a la que los
cristianos debimos fijar especial atención, además de la significación
que contiene por su autor SAN PIO X, último papa santo que tuvimos, he
decidido colocarla en "elquijotesiglo21.blogspot.com.ar en 5 partes y hacerles llegar sugiriendo su lectura, dado que a mas de una centuria anticipaba la malicie contenida en el PROGRESISMO que hoy nos agobia.
CARTA ENCÍCLICA
PASCENDI
DEL SUMO PONTÍFICE PÍO X
PASCENDI
DEL SUMO PONTÍFICE PÍO X
4ºPARTE
SOBRE LAS DOCTRINAS DE LOS MODERNISTAS
II. CAUSAS Y REMEDIOS
41. Para un conocimiento más profundo del
modernismo, así como para mejor buscar remedios a mal tan grande, conviene
ahora, venerables hermanos, escudriñar algún tanto las causas de donde este
mal recibe su origen y alimento.
La causa próxima e inmediata es, sin duda, la
perversión de la inteligencia. Se le añaden, como remotas, estas dos: la
curiosidad y el orgullo. La curiosidad, si no se modera prudentemente, basta
por sí sola para explicar cualesquier errores.
Con razón escribió Gregorio XVI, predecesor
nuestro(21): «Es muy deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de
la razón humana cuando uno está sediento de novedades y, contra el aviso del
Apóstol, se esfuerza por saber más de lo que conviene saber, imaginando, con
excesiva confianza en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la
Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo sedimento de error».
Pero mucho mayor fuerza tiene para obcecar el
ánimo, e inducirle al error, el orgullo, que, hallándose como en su propia
casa en la doctrina del modernismo, saca de ella toda clase de pábulo y se
reviste de todas las formas. Por orgullo conciben de sí tan atrevida
confianza, que vienen a tenerse y proponerse a sí mismos como norma de todos
los demás. Por orgullo se glorían vanísimamente, como si fueran los únicos
poseedores de la ciencia, y dicen, altaneros e infatuados: "No somos como los
demás hombres"; y para no ser comparados con los demás, abrazan y sueñan
todo género de novedades, por muy absurdas que sean. Por orgullo desechan
toda sujeción y pretenden que la autoridad se acomode con la libertad. Por
orgullo, olvidándose de sí mismos, discurren solamente acerca de la reforma
de los demás, sin tener reverencia alguna a los superiores ni aun a la potestad suprema. En verdad, no hay camino más
corto y expedito para el modernismo que el orgullo. ¡Si algún católico, sea
laico o sacerdote, olvidado del precepto de la vida cristiana, que nos manda
negarnos a nosotros mismos si queremos seguir a Cristo, no destierra de su
corazón el orgullo, ciertamente se hallará dispuesto como el que más a
abrazar los errores de los modernistas!
Por lo cual, venerables hermanos, conviene
tengáis como primera obligación vuestra resistir a hombres tan orgullosos,
ocupándolos en los oficios más oscuros e insignificantes, para que sean
tanto más humillados cuanto más alto pretendan elevarse, y para que,
colocados en lugar inferior, tengan menos facultad para dañar. Además, ya
vosotros mismos personalmente, ya por los rectores de los seminarios, examinad
diligentemente a los alumnos del sagrado clero, y si hallarais alguno de
espíritu soberbio, alejadlo con la mayor energía del sacerdocio: ¡ojalá se
hubiese hecho esto siempre con la vigilancia y constancia que era menester!
42. Y si de las causas morales pasamos a las que proceden de la inteligencia, se nos ofrece primero y principalmente la
ignorancia.
En verdad que todos los modernistas,
sin
excepción, quieren ser y pasar por doctores en la Iglesia, y aunque
con
palabras grandilocuentes subliman la escolástica, no abrazaron la
primera
deslumbrados por sus aparatosos artificios, sino porque su completa
ignorancia
de la segunda les privó del instrumento necesario para suprimir la
confusión
en las ideas y para refutar los sofismas. Y del consorcio de la falsa
filosofía con la fe ha nacido el sistema de ellos, inficionado por
tantos y
tan grandes errores.
Táctica modernista
En cuya propagación, ¡ojalá gastaran memos
empeño y solicitud! Pero es tanta su actividad, tan incansable su trabajo,
que da verdadera tristeza ver cómo se consumen, con intención de arruinar la
Iglesia, tantas fuerzas que, bien empleadas, hubieran podido serle de gran
provecho. De dos artes se valen para engañar los ánimos: procuran primero
allanar los obstáculos que se oponen, y buscan luego con sumo cuidado,
aprovechándolo con tanto trabajo como constancia, cuanto les puede servir.
Tres son principalmente las cosas que tienen
por contrarias a sus conatos: el método escolástico de filosofar, la
autoridad de los Padres y la tradición, el magisterio eclesiástico. Contra
ellas dirigen sus más violentos ataques. Por esto ridiculizan generalmente y desprecian la
filosofía y teología escolástica, y ya hagan esto por
ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa
averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del método
escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno empiece a
inclinarse a la doctrina del modernismo que comenzar a aborrecer el método
escolástico. Recuerden los modernistas y sus partidarios la condenación con
que Pío IX estimó que debía reprobarse la opinión de los que dicen(22): «El
método y los principios con los cuales los antiguos doctores escolásticos
cultivaron la teología no corresponden a las necesidades de nuestro tiempo ni
al progreso de la ciencia. Por lo que toca a la tradición, se esfuerzan
astutamente en pervertir su naturaleza y su importancia, a fin de destruir su
peso y autoridad».
Pero, esto no obstante, los católicos
venerarán siempre la autoridad del concilío II de Nicea, que condenó «a
aquellos que osan..., conformándose con los criminales herejes, despreciar
las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad..., o excogitar
torcida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la
Iglesia católica». Estará en pie la profesión del concilio IV
Constantinopolitano: «Así, pues, profesamos conservar y guardar las reglas que la santa, católica y
apostólica Iglesia ha recibido, así de los santos y celebérrimos apóstoles
como de los concilios ortodoxos, tanto universales como particulares, como
también de cualquier Padre inspirado por Dios y maestro de la Iglesia». Por lo
cual, los Pontífices Romanos Pío IV y Pío IX decretaron que en la
profesión de la fe se añadiera también lo siguiente: «Admito y abrazo
firmísimamente las tradiciones apostólicas y eclesiásticas y las demás
observancias y constituciones de la misma Iglesia».
Ni más respetuosamente que sobre la tradición
sienten los modernistas sobre los santísimos Padres de la Iglesia, a los
cuales, con suma temeridad, proponen públicamente, como muy dignos de toda
veneración, pero como sumamente ignorantes de la crítica y de la historia:
si no fuera por la época en que vivieron, serían inexcusables.
43. Finalmente, ponen su empeño todo en
menoscabar y debilitar la autoridad del mismo ministerio eclesiástico, ya
pervirtiendo sacrílegamente su origen, naturaleza y derechos, ya repitiendo
con libertad las calumnias de los adversarios contra ella. Cuadra, pues, bien
al clan de los modernistas lo que tan apenado escribió nuestro predecesor:
«Para hacer despreciable y odiosa a la mística Esposa de Cristo, que es verdadera luz, los hijos de las tinieblas acostumbraron a atacarla en público con absurdas calumnias, y llamarla, cambiando la fuerza y razón de los nombres y de las cosas, amiga de la oscuridad, fautora de la ignorancia y enemiga de la luz y progreso de las ciencias.»(23)
Por ello, venerables hermanos, no es de
maravillar que los modernistas ataquen con extremada malevolencia y rencor a
los varones católicos que luchan valerosamente por la Iglesia. No hay
ningún género de injuria con que no los hieran; y a cada paso les acusan de
ignorancia y de terquedad. Cuando temen la erudición y fuerza de sus
adversarios, procuran quitarles la eficacia oponiéndoles la conjuración del
silencio. Manera de proceder contra los católicos tanto más odiosa cuanto
que, al propio tiempo, levantan sin ninguna moderación, con perpetuas alabanzas, a todos
cuantos con ellos consienten; los libros de éstos, llenos por todas partes de
novedades, recíbenlos con gran admiración y aplauso; cuanto con mayor
audacia destruye uno lo antiguo, rehúsa la tradición y el magisterio
eclesiástíco, tanto más sabio lo van pregonando. Finalmente, ¡cosa que
pone horror a todos los buenos!, si la Iglesia condena a alguno de ellos, no
sólo se aúnan para alabarle en público y por todos medios, sino que llegan
a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad.
Con todo este estrépito, así de alabanzas
como de vituperios, conmovidos y perturbados los entendimientos de los
jóvenes, por una parte para no ser tenidos por ignorantes, por otra para
pasar por sabios, a la par que estimulados interiormente por la curiosidad y
la soberbia, acontece con frecuencia que se dan por vencidos y se entregan al
modernismo.
44. Pero esto pertenece ya a los artificios con
que los modernistas expenden sus mercancías. Pues ¿qué no maquinan a
trueque de aumentar el número de sus secuaces? En los seminarios y
universídades andan a la caza de las cátedras, que convierten poco a poco en
cátedras de pestilencia. Aunque sea veladamente, inculcan sus doctrinas
predicándolas en los púlpitos de las iglesias; con mayor claridad las
publican en sus reuniones y las introducen y realzan en las instituciones
sociales. Con su nombre o seudónimos publican libros, periódicos, revistas.
Un mismo escritor usa varios nombres para así engañar a los incautos con la
fingida muchedumbre de autores. En una palabra: en la acción, en las
palabras, en la imprenta, no dejan nada por intentar, de suerte que parecen
poseídos de frenesí.
Y todo esto, ¿con qué resultado? ¡Lloramos
que un gran número de jóvenes, que fueron ciertamente de gran esperanza y
hubieran trabajado provechosamente en beneficio de la Iglesia, se hayan
apartado del recto camino! Nos son causa de dolor muchos más que, aun cuando
no hayan llegado a tal extremo, como inficionados por un aire corrompido, se
acostumbraron a pensar, hablar y escribir con mayor laxitud de
lo que a católicos conviene. Están entre los seglares; también entre los
sacerdotes, y no faltan donde menos eran de esperarse: en las mismas órdenes
religiosas. Tratan los estudios bíblicos conforme a las reglas de los
modernistas. Escriben historias donde, so pretexto de aclarar la verdad, sacan
a luz con suma diligencia y con cierta manifiesta fruición todo cuanto parece
arrojar alguna mácula sobre la Iglesia. Movidos por cierto apriorismo, usan
todos los medios para destruir las sagradas tradiciones populares; desprecian
las sagradas reliquias celebradas por su antigüedad. En resumen, arrástralos
el vano deseo de que el mundo hable de ellos, lo cual piensan no lograr si
dicen solamente las cosas que siempre y por todos se dijeron. Y entre tanto,
tal vez estén convencidos de que prestan un servicio a Dios y a la Iglesia;
pero, en realidad, perjudican gravísimamente, no sólo con su labor, sino por
la intención que los guía y porque prestan auxilio utilísimo a las empresas
de los modernistas.