El Enemigo a Batir
Bajo este título caben multitud
de propuestas, seguro que la mayoría podríamos hacer una lista más o
menos larga en función de creencias o teorías que hemos ido
desarrollando con el tiempo. Sin embargo, este texto quiere centrarse en
unos enemigos menos aparentes y, por tanto, mucho más difíciles de
identificar y combatir. Se trata de atacar aspectos que están muy
relacionados con la incapacidad de cambio del sujeto actual.
Concretamente quiero referirme a dos
conceptos muy relacionados entre sí y que forman parte del eje troncal
de la construcción del ser humano actual, sobre todo el amamantado por
la llamada cultura occidental: la inmediatez y la nula tolerancia a la
frustración.
Durante las últimas décadas la
inmediatez (el aquí y el ahora) se ha ido adueñando de nuestras vidas
sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Por supuesto, esto no ha
ocurrido de forma casual si no que forma parte de una concepción mucho
más amplia diseñada para convertir a las personas en meros autómatas que
se dedican a pasar por la vida sin más aspiración que la de sufrir lo
menos posible.
Poco a poco todos los ámbitos de la vida
se han ido transformando y donde antes había solidez y los tiempos eran
de larga duración, ahora todo debe ser instantáneo, inmediato. De lo
contrario, pierde rápidamente su “valor” y no es deseable ya;
convirtiéndolo en desechable (así, de este modo, aceptamos de pleno el
pensamiento dominante que convierte todo en “productos de usar y tirar”,
hasta la vida).
Desde bien pequeños lo inmediato se ha
convertido en la medida del tiempo en que se basa nuestra vida. Esto ha
sido imprescindible para consolidar el modelo social instaurado que nos
ha transformado en mano de obra semiesclava y/o consumidores. La llamada
sociedad de consumo precisa de la inmediatez en la producción para
poder vender más y más independientemente de las necesidades reales que
tengamos.
Para ello no sólo requiere de la
creación de necesidades ficticias (en las que pone todo su empeño a
través de la publicidad y la industria del ocio) también necesita que no
podamos esperar a la hora de satisfacer esas necesidades creadas para
poder mantener ese ritmo infernal que tanto beneficio económico da a
unos pocos a cambio de la destrucción absoluta de todo lo que nos rodea.
Pero el poder sabe que esto no es suficiente, la sociedad de consumo es
tan sólo un argumento más dentro de la dinámica de dominación. Ese
modelo terminará tarde o temprano por eso necesita más y para variar lo
está consiguiendo.
Nos han introducido la inmediatez en el
centro de nuestra forma de vida, todo, absolutamente todo debe ser
realizado sin demora y también todo resultado debe ser obtenido de forma
automática al completar la misión encomendada. Esto es más importante
de lo que pueda parecer a primera vista, han conseguido mecanizar
absolutamente nuestras vidas de tal forma que apenas quedan rastros
perceptibles de la esencia humana. Donde deberían existir capacidades y
esfuerzo para gozar y construir la vida sólo hay ansiedad y
desesperación por conseguir y poseer supuestos bienes que tan sólo
sirven para enmascarar una falta absoluta de interés por el desarrollo
de un proyecto vital coherente y realmente ilusionante.
Vivimos bajo el prisma de una lógica que
considera como argumentaciones válidas e imprescindibles la
priorización de lo material sobre lo intangible, poniendo en primer
plano la satisfacción del cuerpo frente a la del espíritu (sin necesidad
de que este término tenga ninguna connotación religiosa). De esta
cuestión parece lógico extraer una conclusión bastante simple pero
demoledora para todos aquellos que de una forma u otra aspiramos a
formar parte del cambio, de la revolución o como queramos llamar a la
imprescindible nueva forma de habitar y relacionarnos con el planeta del
que formamos parte.
Un ser humano construido bajo la ley de
lo inmediato y con una mínima capacidad de resistencia frente a la
adversidad, está condenado a no formar parte de una verdadera revolución
(a lo sumo, pequeñas revueltas que puedan acabar en ligeras reformas y
lavados de cara pero sin nada de sustancial en ellas). El sacrificio y
el esfuerzo que supondría un verdadero cambio está fuera del alcance de
este sujeto.
Dirigido por la satisfacción inmediata
de sus deseos que confunde con sus necesidades no tiene la fuerza moral
suficiente para postergar la obtención de aquello que desea más allá de
lo que dura un suspiro y mucho menos está dispuesto a arriesgar aquello
que cree poseer y que le hace tan aparentemente feliz (aparentemente
porque en realidad una vez obtenido lo deseado, esto pasa a convertirse
en una fuente de insatisfacción permanente hasta que se consigue
sustituirlo por algo que se valora como mejor) para obtener ese otro
mundo posible y necesario sin explotación ni dominación. Pero esto no es
posible en nuestra sociedad actual, donde para soportar esta inmediatez
y huir de la frustración que lleva asociada vivimos totalmente
alucinados con la esperanza de alcanzar unos referentes sociales que los
medios de comunicación nos inyectan a cada momento sin compasión, donde
necesitamos vivir drogados (perdón, quise decir medicados) para no ser
plenamente conscientes del dolor que causamos y nos causa una vida
basada en el vacío, en la ausencia total y absoluta de ideales
universales en los que de verdad basar una existencia cada vez más
cercana a la felicidad.
La rotura de lo apremiante de este
modelo vital es necesaria para establecer una base sólida desde donde
crear una existencia nueva. Soy consciente de que las circunstancias
actuales apremian, sin embargo no más que a lo largo de siglos de
dominación y esclavitud sufrida por millones de seres humanos. No hay
que caer en su trampa, la revolución no puede ni debe ser inmediata, el
que venda eso miente (y lo que es peor, seguramente sabe que miente)
Esto no quiere decir que no hay nada que hacer, más bien al contrario el
trabajo es inmenso y de largo recorrido. Por eso es imprescindible
aprender a tratar con la frustración que provoca lo inmediato. Si
tenemos clara esta premisa nada podrá detenernos.