MISERICORDIA QUIERO, QUE NO MISERICORDIADOS!
Esta reflexión nos la envía un lector, y versa sobre uno de los más
inadvertidos prodigios de este pontificado: el parir con fórceps unos
malsonantes neologismos que pronto serán usados -casi como haciéndole
justicia a los vocablos- en su acepción más decididamente antifrástica.
Nunca mejor aplicable que al Obispo de Roma y su vandálica corte aquella
sentencia de Tácito: solitudinem fecerunt, pacem appelunt («hicieron un desierto y lo llamaron paz», en referencia a la pax romana).
El cuño ahora es bergogliano; la ironía revesadora, forzada por ciertas
constataciones ineludibles, correrá a cuenta de los avinagrados
"profesionales del Logos".
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Cuando las palabras se retuercen, se vuelven como un boomerang contra aquel que las ha lanzado.
Siendo la misericordia un atributo divino, un sentimiento de compasión
que mueve a ayudar y perdonar, capaz de contemplar la fragilidad y
debilidad de los hombres -su verdadera indigencia, con la mirada de Dios
que todo lo perdona, porque comprende y espera, porque cree y ama-, en
definitiva su cualidad más excelsa en relación con sus criaturas
-sacados de la nada-, molesta ver como hemos llegado, no pocos católicos
y por ende cristianos, a emplear o traducir el verbo “misericordiar” de
forma peyorativa, para advertir o significar todo lo contrario…
Las palabras, en un mundo virtual y casi de vértigo, no sólo fluyen,
vuelan o se mutan, sino que gracias a la información y a las redes, se
instalan en la sociedad sin respeto al diccionario, de manera que
aquello que nos empeñamos en usar una y otra vez, con una connotación
concreta, supera no ya a su propia definición, sino incluso a quien
comenzó a utilizarla sin medir el alcance poderoso de los actuales
medios.
Así, a la llegada a la cátedra de San Pedro del papa Francisco, pasado
algo más de un año de su primado, la palabra “misericordia” ha logrado
una popularidad antes desconocida, y aún más la variante del verbo, de
forma que “misericordiar” no sólo aparece como una cualidad divina, como
hemos apuntado, sino como un sello del pontificado de Francisco,
verdadero artífice del concepto “misericordiando en las periferias”, gerundio del citado verbo, y que hace alusión a la capacidad de extender esta acción a aquellos que están en las afueras.
Ahora bien, la paradoja ocurre cuando el concepto inicial se usa para
contraponerlo a su verdadero significado, como consecuencia de ciertas
actuaciones, repetidas y conocidas, en la Iglesia Católica desde la
llegada de Francisco.
Así, cuando leemos o decimos que alguien ha sido “misericordiado”, no
pensamos en lo que literalmente significa, sino más bien en que ha sido
censurado, apartado o castigado, lo cual supone hablar, con no poca
ironía, de lo que lo que está sucediendo mediante el empleo de su
contrario: donde expreso perdón significo condena.
por Jose
Cuando las palabras se retuercen, se vuelven como un boomerang contra aquel que las ha lanzado.
Franciscanos de la Inmaculada, misericordiados con la fusta |
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