sábado, 3 de mayo de 2014

RUPTURA CON LA TRADICION DE LA IGLESIA

RUPTURA CON LA TRADICION DE LA IGLESIA

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«¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos» (S.S. Benedicto XVI a la curia romana, el 22 de diciembre del 2005).

El Concilio Vaticano II ha de ser leído a la luz de la Tradición. Y, por eso, no puede ser interpretado desde una ruptura de la Tradición, con una visión moderna de los dogmas. Es necesario ir a la Verdad Revelada, que la Tradición nos da. La Verdad, que nunca cambia, que siempre permanece, pero que se revela a los hombres según su Fe en la Palabra.

La Verdad se esconde a aquellas almas soberbias, que no la buscan, sino que sólo se buscan a sí mismas en la Palabra de Dios.

La Verdad sólo se revela al corazón humilde, sencillo, abierto a la enseñanza del Espíritu de la Verdad. Es el Espíritu el que obra la Verdad en el alma humilde. Es el Espíritu el que muestra el camino para obrar esa Verdad. Es el Espíritu el que manifiesta al alma la plenitud de la Verdad.

Se trata de descubrir la intención del autor del Concilio, es decir, no sólo lo que está en los textos sino, sobre todo, aquello que está en su contexto que no es otro que el depósito de la Fe, que Cristo ha confiado a la Iglesia. No se puede tomar un texto y sacarlo del contexto; no se puede instrumentalizar el Concilio; hacer política, ideología con él.

El Concilio Vaticano II es pastoral, no es dogmático. Y, por tanto, es necesario conocer el fin del ordenamiento jurídico y pastoral de la Iglesia: «tener en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la suprema ley en la Iglesia» (CIC – canon 1752).

Un escrito es pastoral cuando atiende a la salvación de las almas. Un escrito es dogmático cuando quiere enseñar una Verdad, que hay que creer para salvarse y, por lo tanto, cuando declara los errores y herejías que van en contra de esa Verdad.

El Concilio Vaticano II habla para la vida espiritual del alma; no habla para enseñar una verdad. La Verdad ya ha sido enseñada en otros Concilios. En este Concilio se expone la verdad, pero no se enseña un dogma: «La Iglesia anuncia el mensaje de la salvación a quienes todavía no creen, a fin de que todos los hombres conozcan al único verdadero Dios y a su enviado, Jesucristo, y cambien su conducta haciendo penitencia (cf. Jn 17, 3; Lc 24, 27). Y tiene el deber de predicar siempre la fe y la penitencia a los creyentes disponiéndolos, además a recibir los sacramentos, enseñándoles a observar todo cuanto Cristo ha mandado (cf. Mt 28, 20) e incitándoles a realizar todas las obras de caridad, de piedad y de apostolado a fin de manifestar, por medio de esas obras, que los seguidores de Cristo, aunque no son de este mundo, son sin embargo la luz del mundo y rinden gloria al Padre delante de los hombres» (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, o.c., n.9).

Siete notas da el Concilio para la teoría y praxis pastoral:

1. El deber de anunciar el Evangelio a todos los no creyentes: el Concilio enseña que no puede darse un cristianismo anónimo, es decir, que no hay vías de salvación distintas al Camino, que es Cristo.

2. El deber de predicar a los fieles la fe: enseña a combatir contra el humanismo ateo, que niega a Dios y lo ignora, como exigencia de un progreso científico, filosófico, artístico, histórico, legislativo que oculta la Verdad, la Fe en Cristo.

3. El deber de predicar a los fieles la penitencia: enseña que la renovación de la Iglesia sólo se produce en el espíritu de penitencia y de expiación.

4. El deber de disponer a los fieles a los sacramentos: enseña que la única manera para alcanzar la santidad es usando los medios de los Sacramentos. No hay otros medios en la Iglesia para la perfección del alma y de la misma Iglesia.

5. El deber de enseñar a los fieles todos los mandamientos: enseña la disociación en muchas almas entre la fe que profesan y su vida cotidiana. Y esto es el grave error en nuestro tiempo. Eso supone la anulación de los mandamientos, sin los cuales no es posible la salvación.

6. El deber de promover el apostolado de los laicos: el Concilio condena el laicismo, es decir, la idolatría de las cosas temporales que hace que el alma religiosa se dedique sólo a hacer sus obras humanas, creyendo que eso es camino para servir a Dios en la Iglesia.

7. El deber de promover la vocación de todos a la santidad: enseña a los seguidores de Cristo a imitarlo, para ser luz del mundo sin ser del mundo.

Existen, dentro de la Iglesia católica, grupos que hacen un enorme abuso del carácter pastoral del Concilio y de sus textos escritos. No han comprendido que el Concilio no quería presentar enseñanzas propias definitivas e irreformables. El Concilio habla un lenguaje espiritual para el alma; habla para enseñar la vida espiritual. Y, por tanto, esos textos están abiertos para precisiones doctrinales, que deben ser dadas por quienes enseñan el Concilio y la vida espiritual.

El Concilio no es un tratado de teología, sino una exposición de la teología para que las almas comprendan la vida espiritual. Y, por tanto, quedan muchas cosas que no se dicen, porque, tampoco hace falta. El Concilio no dogmatiza, sino que enseña qué hay que hacer para vivir la Verdad en la Iglesia.

Por eso, existen dos grupos dentro de la Iglesia, que sostienen una teoría de la ruptura:

1. grupos que protestantizan la vida de la Iglesia, que llevan la doctrina, la liturgia y la pastoral al campo protestante y comunista, queriendo también meter los errores de los griegos ortodoxos (los sacerdotes se pueden casar, y los divorciados, casados nuevamente, pueden comulgar). La Teología de la liberación es ejemplo de este grupo.

2. Grupos tradicionales que, en nombre de la Tradición, rechazan el Concilio y se substraen a la sumisión al supremo y viviente Magisterio de la Iglesia, que es el Papa, sometiéndose sólo a la Cabeza invisible de la Iglesia, en espera de tiempos mejores.

Entre estos dos grupos, se haya todo en la Iglesia. Todo el desbarajuste que se contempla es por esta división interna en la Iglesia.

Francisco pertenece al primer grupo. Él no ha comprendido el Concilio Vaticano II y, por eso, da su ideología sobre el Concilio.

El Concilio ha sido claro con la Teología de la Liberación: «La misión propia que Cristo confió a Su Iglesia no es de orden político, económico o social: en efecto, el fin que le asignó es de orden religioso» (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo, n. 42).

Francisco ha puesto su orden político, económico y social en la Iglesia. Ha anulado el orden espiritual. Está en la Iglesia para resolver la hambruna del mundo. Para dedicarse a los asuntos temporales de los hombres, a la vida social, cultural. Eso es todo su evangelium gaudium y su gobierno de ocho cabezas.

Francisco se opone al espíritu del Concilio Vaticano II y lo ha anulado completamente.

La Constitución Gaudium et Spes cita las siguiente palabras de Pío XII: «Su Divino Fundador, Jesucristo, no ha conferido a la Iglesia ningún mandato ni fijado ningún fin de orden cultural. La tarea que Cristo le asigna es estrictamente religiosa. La Iglesia debe conducir a los hombres a Dios para que se donen a Él sin reservas. La Iglesia no puede jamás perder de vista este fin estrictamente religioso, sobrenatural. El sentido de toda acción suya, hasta el último canon de su Código, no puede sino referirse a ello directa o indirectamente» (S.S. Pío XII, Discurso a los cultores de historia y arte, 9 de marzo de 1956. AAS 48 (1956), p. 2).

Francisco rompe con la Tradición. Francisco ha perdido el fin de la Iglesia: salvar almas. Y ha fijado un fin cultural, político, social en la Iglesia. Él interpreta el Evangelio según la cultura de los tiempos, según la ciencia de los hombres, según la vida de cada hombre. Esto está recogido en sus declaraciones a Scalfarri y en su evangelium gaudium. En esto dos documentos se puede ver su plan pastoral en la Iglesia, que es el propio de la teología de la liberación o, como él la llama, teología de los pobres. Anula la Iglesia, la obra de la Iglesia, que es la salvación de las almas.

En su documento, Lumen Fidei, se recoge su herejía sobre la fe en Cristo. En este documento anula a Cristo, la fe en Cristo, presentando una fe totalmente herética y cismática.

El único interprete auténtico de los textos conciliares no es otro que el Concilio mismo conjuntamente con el Papa. Nadie puede interpretar el Concilio a su caprichosa manera humana.

Pablo VI se expresa así: «Nos pensamos que sobre este línea debe desarrollarse la nueva psicología de la Iglesia: clero y fieles encontrarán un magnífico trabajo espiritual a realizar para la renovación de la vida y de la acción según Cristo el Señor; y a este trabajo Nos invitamos a Nuestros Hermanos y a Nuestros Hijos: aquellos que aman a Cristo y a la Iglesia están con nosotros en el profesar más claramente el sentido de la verdad, propio de la tradición doctrinal que Cristo y los Apóstoles inauguraron: y con ellos el sentido de la disciplina y de la unión profunda y cordial que nos hace a todos confidentes y solidarios, como miembros de un mismo cuerpo» (S.S. Paulo VI, Discurso en la octava pública del Concilio Vaticano II, 18 de noviembre de 1965, p. 1054).

Han sido dos los impedimentos para que la verdadera intención del Concilio y su magisterio pudieran dar frutos abundantes y duraderos.

1. La revolución cultural y social de los años 60: el cambio en el mundo, fuera de la Iglesia, que contamina a la misma Iglesia, la contagia, al penetrar en la Iglesia un espíritu de ruptura con toda la Verdad Revelada.

2. La falta de fe de la Jerarquía de la Iglesia, que no ha sabido vivir su fe en Cristo en medio de un mundo totalmente apostático, herético, cismático. En un mundo sin Dios, han sido escasos los Pastores intrépidos en su fe, valientes en dar la Verdad, luchadores del Bien Divino, sabios para Dios. Muchos han sido lo contrario. Muchos se han dejado contagiar del espíritu de la época y han apagado su fe y la de muchas almas a su cargo.

No existe ya una Jerarquía enraizada en la tradición de la Iglesia. Este es el punto más trágico. Y es lo que observamos en todas partes. ¿Qué hace la Jerarquía en la Iglesia? Hace su negocio. Cada uno el suyo. Pero son pocos los que viven de fe auténtica. Son pocos los que de verdad dan la cara y dicen las cosas como son. Todos se callan porque les conviene callarse.
Hay muchos sacerdotes que rompen con lo doctrinal, con lo litúrgico, y que enseñan nuevas cosas en la Iglesia. Enseñan lo que les da la gana. Y a eso lo llaman dogma. Por eso, tenemos en todas partes una confusión en la doctrina, en la liturgia, en lo pastoral. Nadie enseña las verdades que enseña el Concilio. Todo el mundo a criticar el Concilio. Todo el mundo haciendo su política del Concilio.

Es necesario estar en la Verdad para no ser destruido por las corrientes que actualmente circulan por la Iglesia. Son corrientes de maldad, de mentira, de engaño. Ya nadie da la Verdad, dice la verdad como es, sino que todos hablan sus verdades, que son sus mentiras. Ahora, todo el mundo quiere opinar sobre los Papas, sobre los dogmas, sobre la Tradición, sobre el Magisterio de la Iglesia. Y nadie se pone con el Papa, nadie acude a los Vicarios de Cristo que son los que dan la Verdad en la Iglesia. Por eso, todos siguen a un falso Papa, a uno que se las da de persona inteligente, cuando es menos que vulgar, plebeyo, inculto, ignorante, un tarado en la vida espiritual.

Francisco es signo de destrucción, de ruptura con toda la Verdad. Francisco rompe con Cristo y con la Iglesia. Y se inventa su cristo y su iglesia. Y todos contentísimos con ese palurdo del demonio. Y sólo sabe enseñar esto a los jóvenes: «Que hagáis lío, ya os los dije. Que no tengáis miedo a nada, ya os lo dije. Que seáis libres, ya os los dije» (vídeo mensaje del 26 de abril un a los jóvenes de Buenos Aires en ocasión de la Pascua de la Juventud). Esto no es enseñar la vida espiritual. Francisco no enseña la fe, ni la penitencia, ni a cumplir con los mandamiento, ni la santidad de vida. Esto no es un Papa. Esto es propio de un hombre que se burla de la verdad en la Iglesia, que se ríe a carcajadas de todas las almas, que pregona su injustica por todas partes.

Francisco condena a todas las almas al infierno. Y esto merece una justicia divina. Nadie que se ha elevado por sí mismo a un trono que no le pertenece puede perseverar en ese trono mucho tiempo. Los días están contados para Francisco.