RUPTURA CON LA TRADICION DE LA IGLESIA
«¿Por
qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha
realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de
la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su
correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los
problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han
confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha
entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero
cada vez más visible, ha dado y da frutos» (S.S. Benedicto XVI a la curia romana, el 22 de diciembre del 2005).
El
Concilio Vaticano II ha de ser leído a la luz de la Tradición. Y, por
eso, no puede ser interpretado desde una ruptura de la Tradición, con
una visión moderna de los dogmas. Es necesario ir a la Verdad Revelada,
que la Tradición nos da. La Verdad, que nunca cambia, que siempre
permanece, pero que se revela a los hombres según su Fe en la Palabra.
La Verdad se esconde a aquellas almas soberbias, que no la buscan, sino que sólo se buscan a sí mismas en la Palabra de Dios.
La
Verdad sólo se revela al corazón humilde, sencillo, abierto a la
enseñanza del Espíritu de la Verdad. Es el Espíritu el que obra la
Verdad en el alma humilde. Es el Espíritu el que muestra el camino para
obrar esa Verdad. Es el Espíritu el que manifiesta al alma la plenitud
de la Verdad.
Se
trata de descubrir la intención del autor del Concilio, es decir, no
sólo lo que está en los textos sino, sobre todo, aquello que está en su
contexto que no es otro que el depósito de la Fe, que Cristo ha confiado
a la Iglesia. No se puede tomar un texto y sacarlo del contexto; no se
puede instrumentalizar el Concilio; hacer política, ideología con él.
El
Concilio Vaticano II es pastoral, no es dogmático. Y, por tanto, es
necesario conocer el fin del ordenamiento jurídico y pastoral de la
Iglesia: «tener en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la suprema ley en la Iglesia» (CIC – canon 1752).
Un
escrito es pastoral cuando atiende a la salvación de las almas. Un
escrito es dogmático cuando quiere enseñar una Verdad, que hay que creer
para salvarse y, por lo tanto, cuando declara los errores y herejías
que van en contra de esa Verdad.
El
Concilio Vaticano II habla para la vida espiritual del alma; no habla
para enseñar una verdad. La Verdad ya ha sido enseñada en otros
Concilios. En este Concilio se expone la verdad, pero no se enseña un
dogma: «La Iglesia anuncia el mensaje de la salvación a quienes
todavía no creen, a fin de que todos los hombres conozcan al único
verdadero Dios y a su enviado, Jesucristo, y cambien su conducta
haciendo penitencia (cf. Jn 17, 3; Lc 24, 27). Y tiene el deber de
predicar siempre la fe y la penitencia a los creyentes disponiéndolos,
además a recibir los sacramentos, enseñándoles a observar todo cuanto
Cristo ha mandado (cf. Mt 28, 20) e incitándoles a realizar todas las
obras de caridad, de piedad y de apostolado a fin de manifestar, por
medio de esas obras, que los seguidores de Cristo, aunque no son de este
mundo, son sin embargo la luz del mundo y rinden gloria al Padre
delante de los hombres» (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, o.c., n.9).
Siete notas da el Concilio para la teoría y praxis pastoral:
1.
El deber de anunciar el Evangelio a todos los no creyentes: el
Concilio enseña que no puede darse un cristianismo anónimo, es decir,
que no hay vías de salvación distintas al Camino, que es Cristo.
2.
El deber de predicar a los fieles la fe: enseña a combatir contra el
humanismo ateo, que niega a Dios y lo ignora, como exigencia de un
progreso científico, filosófico, artístico, histórico, legislativo que
oculta la Verdad, la Fe en Cristo.
3.
El deber de predicar a los fieles la penitencia: enseña que la
renovación de la Iglesia sólo se produce en el espíritu de penitencia y
de expiación.
4.
El deber de disponer a los fieles a los sacramentos: enseña que la
única manera para alcanzar la santidad es usando los medios de los
Sacramentos. No hay otros medios en la Iglesia para la perfección del
alma y de la misma Iglesia.
5.
El deber de enseñar a los fieles todos los mandamientos: enseña la
disociación en muchas almas entre la fe que profesan y su vida
cotidiana. Y esto es el grave error en nuestro tiempo. Eso supone la
anulación de los mandamientos, sin los cuales no es posible la
salvación.
6.
El deber de promover el apostolado de los laicos: el Concilio
condena el laicismo, es decir, la idolatría de las cosas temporales que
hace que el alma religiosa se dedique sólo a hacer sus obras humanas,
creyendo que eso es camino para servir a Dios en la Iglesia.
7.
El deber de promover la vocación de todos a la santidad: enseña a
los seguidores de Cristo a imitarlo, para ser luz del mundo sin ser del
mundo.
Existen,
dentro de la Iglesia católica, grupos que hacen un enorme abuso del
carácter pastoral del Concilio y de sus textos escritos. No han
comprendido que el Concilio no quería presentar enseñanzas propias
definitivas e irreformables. El Concilio habla un lenguaje espiritual
para el alma; habla para enseñar la vida espiritual. Y, por tanto, esos
textos están abiertos para precisiones doctrinales, que deben ser dadas
por quienes enseñan el Concilio y la vida espiritual.
El
Concilio no es un tratado de teología, sino una exposición de la
teología para que las almas comprendan la vida espiritual. Y, por tanto,
quedan muchas cosas que no se dicen, porque, tampoco hace falta. El
Concilio no dogmatiza, sino que enseña qué hay que hacer para vivir la
Verdad en la Iglesia.
Por eso, existen dos grupos dentro de la Iglesia, que sostienen una teoría de la ruptura:
1.
grupos que protestantizan la vida de la Iglesia, que llevan la
doctrina, la liturgia y la pastoral al campo protestante y comunista,
queriendo también meter los errores de los griegos ortodoxos (los
sacerdotes se pueden casar, y los divorciados, casados nuevamente,
pueden comulgar). La Teología de la liberación es ejemplo de este grupo.
2.
Grupos tradicionales que, en nombre de la Tradición, rechazan el
Concilio y se substraen a la sumisión al supremo y viviente Magisterio
de la Iglesia, que es el Papa, sometiéndose sólo a la Cabeza invisible
de la Iglesia, en espera de tiempos mejores.
Entre
estos dos grupos, se haya todo en la Iglesia. Todo el desbarajuste que
se contempla es por esta división interna en la Iglesia.
Francisco pertenece al primer grupo. Él no ha comprendido el Concilio Vaticano II y, por eso, da su ideología sobre el Concilio.
El Concilio ha sido claro con la Teología de la Liberación: «La
misión propia que Cristo confió a Su Iglesia no es de orden político,
económico o social: en efecto, el fin que le asignó es de orden
religioso» (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo, n. 42).
Francisco
ha puesto su orden político, económico y social en la Iglesia. Ha
anulado el orden espiritual. Está en la Iglesia para resolver la
hambruna del mundo. Para dedicarse a los asuntos temporales de los
hombres, a la vida social, cultural. Eso es todo su evangelium gaudium y su gobierno de ocho cabezas.
Francisco se opone al espíritu del Concilio Vaticano II y lo ha anulado completamente.
La Constitución Gaudium et Spes cita las siguiente palabras de Pío XII: «Su
Divino Fundador, Jesucristo, no ha conferido a la Iglesia ningún
mandato ni fijado ningún fin de orden cultural. La tarea que Cristo le
asigna es estrictamente religiosa. La Iglesia debe conducir a los
hombres a Dios para que se donen a Él sin reservas. La Iglesia no puede
jamás perder de vista este fin estrictamente religioso, sobrenatural. El
sentido de toda acción suya, hasta el último canon de su Código, no
puede sino referirse a ello directa o indirectamente» (S.S. Pío XII, Discurso a los cultores de historia y arte, 9 de marzo de 1956. AAS 48 (1956), p. 2).
Francisco
rompe con la Tradición. Francisco ha perdido el fin de la Iglesia:
salvar almas. Y ha fijado un fin cultural, político, social en la
Iglesia. Él interpreta el Evangelio según la cultura de los tiempos,
según la ciencia de los hombres, según la vida de cada hombre. Esto está
recogido en sus declaraciones a Scalfarri y en su evangelium gaudium.
En esto dos documentos se puede ver su plan pastoral en la Iglesia, que
es el propio de la teología de la liberación o, como él la llama,
teología de los pobres. Anula la Iglesia, la obra de la Iglesia, que es
la salvación de las almas.
En su documento, Lumen Fidei,
se recoge su herejía sobre la fe en Cristo. En este documento anula a
Cristo, la fe en Cristo, presentando una fe totalmente herética y
cismática.
El
único interprete auténtico de los textos conciliares no es otro que el
Concilio mismo conjuntamente con el Papa. Nadie puede interpretar el
Concilio a su caprichosa manera humana.
Pablo VI se expresa así: «Nos
pensamos que sobre este línea debe desarrollarse la nueva psicología de
la Iglesia: clero y fieles encontrarán un magnífico trabajo espiritual a
realizar para la renovación de la vida y de la acción según Cristo el
Señor; y a este trabajo Nos invitamos a Nuestros Hermanos y a Nuestros
Hijos: aquellos que aman a Cristo y a la Iglesia están con nosotros en
el profesar más claramente el sentido de la verdad, propio de la
tradición doctrinal que Cristo y los Apóstoles inauguraron: y con ellos
el sentido de la disciplina y de la unión profunda y cordial que nos
hace a todos confidentes y solidarios, como miembros de un mismo cuerpo» (S.S. Paulo VI, Discurso en la octava pública del Concilio Vaticano II, 18 de noviembre de 1965, p. 1054).
Han
sido dos los impedimentos para que la verdadera intención del Concilio y
su magisterio pudieran dar frutos abundantes y duraderos.
1.
La revolución cultural y social de los años 60: el cambio en el
mundo, fuera de la Iglesia, que contamina a la misma Iglesia, la
contagia, al penetrar en la Iglesia un espíritu de ruptura con toda la
Verdad Revelada.
2.
La falta de fe de la Jerarquía de la Iglesia, que no ha sabido vivir
su fe en Cristo en medio de un mundo totalmente apostático, herético,
cismático. En un mundo sin Dios, han sido escasos los Pastores
intrépidos en su fe, valientes en dar la Verdad, luchadores del Bien
Divino, sabios para Dios. Muchos han sido lo contrario. Muchos se han
dejado contagiar del espíritu de la época y han apagado su fe y la de
muchas almas a su cargo.
No
existe ya una Jerarquía enraizada en la tradición de la Iglesia. Este
es el punto más trágico. Y es lo que observamos en todas partes. ¿Qué
hace la Jerarquía en la Iglesia? Hace su negocio. Cada uno el suyo. Pero
son pocos los que viven de fe auténtica. Son pocos los que de verdad
dan la cara y dicen las cosas como son. Todos se callan porque les
conviene callarse.
Hay muchos sacerdotes que rompen con lo doctrinal, con lo litúrgico, y que enseñan nuevas cosas en la Iglesia. Enseñan lo que les da la gana. Y a eso lo llaman dogma. Por eso, tenemos en todas partes una confusión en la doctrina, en la liturgia, en lo pastoral. Nadie enseña las verdades que enseña el Concilio. Todo el mundo a criticar el Concilio. Todo el mundo haciendo su política del Concilio.
Hay muchos sacerdotes que rompen con lo doctrinal, con lo litúrgico, y que enseñan nuevas cosas en la Iglesia. Enseñan lo que les da la gana. Y a eso lo llaman dogma. Por eso, tenemos en todas partes una confusión en la doctrina, en la liturgia, en lo pastoral. Nadie enseña las verdades que enseña el Concilio. Todo el mundo a criticar el Concilio. Todo el mundo haciendo su política del Concilio.
Es
necesario estar en la Verdad para no ser destruido por las corrientes
que actualmente circulan por la Iglesia. Son corrientes de maldad, de
mentira, de engaño. Ya nadie da la Verdad, dice la verdad como es, sino
que todos hablan sus verdades, que son sus mentiras. Ahora, todo el
mundo quiere opinar sobre los Papas, sobre los dogmas, sobre la
Tradición, sobre el Magisterio de la Iglesia. Y nadie se pone con el
Papa, nadie acude a los Vicarios de Cristo que son los que dan la Verdad
en la Iglesia. Por eso, todos siguen a un falso Papa, a uno que se las
da de persona inteligente, cuando es menos que vulgar, plebeyo, inculto,
ignorante, un tarado en la vida espiritual.
Francisco
es signo de destrucción, de ruptura con toda la Verdad. Francisco rompe
con Cristo y con la Iglesia. Y se inventa su cristo y su iglesia. Y
todos contentísimos con ese palurdo del demonio. Y sólo sabe enseñar
esto a los jóvenes: «Que hagáis lío, ya os los dije. Que no tengáis miedo a nada, ya os lo dije. Que seáis libres, ya os los dije»
(vídeo mensaje del 26 de abril un a los jóvenes de Buenos Aires en
ocasión de la Pascua de la Juventud). Esto no es enseñar la vida
espiritual. Francisco no enseña la fe, ni la penitencia, ni a cumplir
con los mandamiento, ni la santidad de vida. Esto no es un Papa. Esto es
propio de un hombre que se burla de la verdad en la Iglesia, que se ríe
a carcajadas de todas las almas, que pregona su injustica por todas
partes.
Francisco
condena a todas las almas al infierno. Y esto merece una justicia
divina. Nadie que se ha elevado por sí mismo a un trono que no le
pertenece puede perseverar en ese trono mucho tiempo. Los días están
contados para Francisco.