Consecuencias de no proclamar la Reyecía de Cristo -
Por Augusto TorchSon
Al principio de
la encíclica Quas Primas, donde se estableció la fiesta de Cristo Rey, el Papa
Pio XI advertía que “un cúmulo de males había invadido la tierra porque la mayoría de los
hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y
costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado…”
y “
también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz entre los pueblos
mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de
nuestro Salvador”.
Si en 1925 S.S.
Pio XI tenía esa preocupación, ¿que podríamos decir de los tiempos que corren?
Abandonada la cristiandad, es decir la impregnación en el orden temporal del
Evangelio, y reducido el culto a la sola práctica privada, que es lo que se
puede denominar simplemente cristianismo; el resultante lógico de estas
claudicaciones es la gran apostasía en la que estamos inmersos. Y buscando
desterrar a Cristo de nuestras
sociedades, se creyó que su ausencia podría ser suplida con la con la técnica y
la ciencia, sin embargo hoy vemos que éstas nos están llevando casi al borde de
la extinción.
El “non serviam” del demonio, hoy se hace
eco en la humanidad toda que clama por sus derechos anteponiéndolos a los de
Nuestro Señor; sin embargo Él mismo aclaró el alcance de su poder al decir: “A
Mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra” (Mt. XXVIII,
18). Pero insistimos en un demoníaco antropocentrismo que busca una fraternidad
sin Dios, y que no puede sino caer en el abismo al pregonar una hermandad
desprovista de filiación Divina. Esa orfandad que se busca con tanta soberbia
al pretender independizarnos de Nuestro Creador, es la que nos llevó a querer
expulsar a Cristo no sólo de nuestras sociedades sino también de nuestros
corazones; y Dios respetando nuestra libertad, nos entregó a nuestros mundanos
deseos y así vemos que en esta inmensa nueva Torre de Babel que es el mundo
moderno, solo reina el caos y la anarquía. Así, el asesinato de los hijos por
sus madres en su mayor estado de indefensión, hoy es algo considerado “liberador”;
el arte mientras más grotesco y blasfemo, es el más requerido por considerar
hoy una “virtud” el ser transgresor; la familia está completamente desintegrada
por el divorcio, el adulterio y la contracepción que destruye el amor conyugal
para poner el sexo al servicio del hedonismo; se trata de redefinir a la
familia para equipararla a las infecundas uniones de parejas con relaciones
contranatura; la economía deja de estar al servicio de la prosperidad de los
pueblos para convertirse en una herramienta de opresión a través de la usura; y
la política deja de buscar el bien común de las naciones para transformarse en
el instrumento de enriquecimiento personal de quienes trabajan para intereses
foráneos a costa del bien común de sus compatriotas.
Y teniendo en
cuenta que siempre que se deja un lugar vacío, éste es ocupado por alguien más,
en este caso, el lugar de Dios en nuestros corazones es ocupado por Satanás,
que como padre de la mentira, se complace en prometernos un paraíso terreno,
que, al estar basado en el más radical de los egoísmos, no puede sino generar
este infierno en la tierra al que asistimos con la mayor de las indiferencias
en la medida en la que no nos afecte personalmente los padecimientos del resto
de la humanidad.
Siguiendo con el
Evangelio antes mencionado, Cristo nos instó diciendo: “Id, pues, e instruid a todas las
naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo, y enseñadles a observar todas las cosas que os he mandado” (Mt.
XXVIII, 19); sin embargo, hoy desde las más alta jerarquías eclesiásticas, se
limita esta actividad por Cristo mandada, por considerar que la Iglesia crece
por atracción y no por proselitismo; y nos preguntarnos ¿cómo funciona la
atracción sin bautizar ni enseñar las cosas que Cristo nos encomendó? Y en esto
consiste precisamente el proselitismo, en ganar personas para la causa de Dios, en
buscar que las naciones sean católicas, que Cristo reine; ya que
como señala también la encíclica “Quas Primas” citando a San Agustín, “Él
es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos
como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta
fuente que la felicidad de los
ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de
ciudadanos”. Sirva esto para contrarrestar falsas propuestas de felicidad
sin Dios del Obispo de Roma (aquí).
Que si se decide renunciar según está anunciando, haciendo propaganda de su
humildad, se puede dedicar a los libros de autoayuda más que a seguir hablando
de nuestra fe ya que más que propagarla, esta diluyéndola en propuestas
sincretistas y humanistas.
Y en ese diluir
la fe para no “molestar” a las otras religiones y hasta a los ateos, Bergoglio
claudica a proclamar la Reyecía de Cristo y pide para que las oraciones del
Ramadán Islámico den muchos frutos y hoy lo vemos en la masacre que estos
dignos seguidores del sanguinario Mahoma están haciendo con los cristianos. Y
dicho sea de paso, para quienes dicen que esto es una observación parcial de
nuestra parte, los invitamos a leer el Corán. Otro tanto hace con los judíos actuales a quienes
considera como fundamento y base del cristianismo, olvidando la claudicación de
este pueblo teológico a su vocación de pueblo de Dios para transformarse en
perseguidores y asesinos del Dios Encarnado y sus seguidores; y en el mismo
sentido hoy vemos como masacran a niños palestinos (musulmanes o no) con saña
demoníaca, y dominan el mundo entero a través de las altas finanzas que condicionan
a las naciones para recibir ayuda económica a que se sometan a legislaciones
subvertidoras del orden natural para destruir las identidades, culturas y
tradiciones de nuestras patrias. Así mismo sucede con los protestantes, a los
que hoy no se los invita a la conversión sino a la “Unidad en la diversidad” y por último y en una de los más terribles
dobleces de la Roma actual, Bergolgio dice a los ateos que no hace falta creer
en Dios para salvarse y se reúne constantemente con marxistas y terroristas que
tanto daño hicieron en Argentina en la década del 70, ayudándolos incluso en la
persecución contra quienes lucharon lícitamente para frenar esta demoníaca
ideología. Y sabemos como decía G.K. Chesterton que: “Cuando se deja de creer en Dios,
enseguida se cree en cualquier cosa” y a lo largo de la historia estos
sin Dios, sometieron y asesinaron a más personas que ninguna otra guerra en la
historia.
San Agustín en “De
Civitate De” describía la lucha constante entre la ciudad de Dios y la
del demonio diciendo: “Dos amores crearon dos ciudades, una creada
por el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo, y la otra creada por el
amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios”, y aunque hoy prevalezca
la última y se diga como lo hicieron los judíos “no queremos que ese reine sobre nosotros”, debemos rezar y
trabajar por que Cristo Reine; primero en nuestros corazones pero después en todo
el orden temporal, tanto social como político; porque por mucho que le pese al
mundo y a los traidores dentro de la Iglesia Católica, como nos prometió
Nuestro Señor en el Evangelio antes referido: “Estad ciertos que Yo estaré con vosotros
todos los días hasta la consumación de los siglos”; por lo que no
tengamos dudas en nuestra lucha que:
¡Cristo Vence! ¡Cristo Reina! ¡Cristo Impera!
Trabajando para que Cristo Reine
Augusto TorchSon
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista