jueves, 28 de agosto de 2014

Francisco: el Obama de la Iglesia


 Francisco: el Obama de la Iglesia
siuncardenal
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La popularidad de Francisco ha crecido como la espuma desde que usurpó la Silla de Pedro, que es comparable a la forma como Barack Obama fue recibido por el mundo en el año 2008. Es decir, esa popularidad es un montaje llevado a cabo por el Vaticano, gobernado por masones, como lo fue el de Obama.
Esa popularidad no es un don del Espíritu, no es algo que nace entre los miembros de la Iglesia, sino una ayuda que el Espíritu del demonio hace en ese hombre, algo fabricado por la Jerarquía infiltrada, para poder atraer toda la atención del mundo y de la Iglesia hacia una persona sin letras, vulgar, del pueblo, sin ninguna inteligencia espiritual, que sólo vive su vida de acuerdo a sus medidas racionales, pero que es incapaz de ser imitador de Cristo en su sacerdocio, porque no tiene la vocación divina para ello.
Esa popularidad es siempre en contra de la Voluntad de Dios, un mal que Dios ni quiere ni permite en Su Iglesia, porque no se está en la Iglesia para ser popular, para mendigar un aplauso del mundo, para ser reconocido por los gobernantes o personas influyentes del mundo. Dios no necesita los medios de publicidad del mundo para hacer llegar su Evangelio, que es la Palabra llena de Verdad, que ningún hombre en el mundo quiere escuchar ni seguir.
Dios no necesita un Francisco para llenar Su Iglesia de almas, de gente inculta, pervertida en sus mentes humanas, que sólo viven para sus lujurias, sus deseos en la vida, sus soberbias, sus orgullos como hombres.
Dios no quiere a hombres soberbios en Su Iglesia: quiere personas humildes, que pisen su orgullo y lo mantengan en el suelo, para que puedan ser instrumentos de la Voluntad Divina.
Pero cuando el demonio se sienta en el Trono de Pedro, el mal sólo es querido por el demonio, no por Dios. Dios se cruza de brazos en todo cuanto sucede en el Vaticano y en las demás diócesis que pertenecen a Roma. Y deja que el demonio obre sin más, porque es su tiempo: el tiempo del Anticristo. Tiempo para condenar almas al infierno.
Al igual que Obama ha sido una decepción para el pueblo americano, así este hombre, al que llaman Papa sin serlo, y al que le han puesto un nombre de blasfemia, -queriendo recordar a San Francisco de Asís, pero sin seguir su Espíritu, sino en contra de la misma espiritualidad que vivió este Santo-, se ha convertido en un desastre, en un fracaso para toda la Iglesia Católica y para el mundo.
Los católicos verdaderos no han sabido ver el engaño de este hombre, cuando los bastiones del anti-catolicismo, como son los masones, los ateos, los de la teología de la liberación, toda la jerarquía tibia y pervertida que inunda la Iglesia, han salido a luchar por esta persona y a declararle su amor incondicional.
Los católicos verdaderos se han olvidado bien pronto de las palabras del Señor: «Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo y el mundo los oye» (1 Jn 4, 5). Y aquello de: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en el la caridad del Padre» (1 Jn 2, 15).
Este olvido señala sólo una cosa: dentro de la misma Iglesia Católica hay muchas almas que aman al mundo y lo que hay en el mundo. Hay mucha Jerarquía que habla del mundo, habla de los hombres, habla para ellos y como ellos, y ellos los escuchan, porque se les dice lo que ellos quieren oír. Llena de fábulas ha estado- este año y medio- la Iglesia. De entre los católicos verdaderos, hay mucha gente que sólo es católica de nombre, de etiqueta (= va a misa, comulga, se confiesa, reza, etc.), pero que sólo vive para el mundo, no para Cristo. Se dicen “católicos verdaderos” y son sólo eso: una figura vacía de la fe católica. Almas sin fe católica, llenas de otra fe, que obran en la Iglesia de acuerdo a esa fe inventada por ellos mismos, incapaces de rechazar las fábulas, las doctrinas del demonio que Francisco y los suyos han ofrecido a toda la Iglesia.
Toda la pantalla de Francisco es su lenguaje humano. Francisco es experto en oratoria humana. Es una pantalla, una maqueta, una invención, una pintura, que al exterior se ve bonita, hermosa, agradable, pero que esconde una gran maldad, que sólo se nota cuando se acepta ese lenguaje. Francisco ora una palabra barata, que llega a todo el mundo, que gusta por su extravagancia, pero que es una blasfemia, porque carece de verdad.
Francisco ha seducido con su palabra humana: ha hecho la obra del demonio, la que siempre hace la serpiente para entrar en el alma de los hombres. Satanás sedujo a Eva con la palabra humana; Eva sedujo a Adán con la palabra humana. Seducir la mente de las personas, sus sentimientos, sus vidas, con algo que les atraiga, que les guste, que se sientan bien con ellos mismos y con quien les habla. Francisco seduce con su palabra vulgar, engañosa, ignorante, oscura, llena de maldad y de regocijo en el mal. Y muchos han dado –y siguen dando- oídos a esa palabra de un hombre sin sentido común, sin dos dedos de frente.
Cristo nunca seduce con Su Palabra, sino que es siempre Luz: expone Su Verdad, su doctrina, la muestra, la vive, la obra sin más; pero deja en libertad al alma para seguirla o despreciarla. Cristo señala el camino, pero no lo impone a la mente del hombre.
Pero la obra del demonio y, por tanto, la de Francisco es seducir; es decir, es llevar, no es exponer una doctrina, no es dar luz, sino que es tapar la luz; es conducir hacia la tiniebla, mostrar una oscuridad como una luz, es maniatar al alma, en un sentimiento, en una idea, con una obra, -aparentemente buena en lo exterior de las formas-, para que el alma acepte esa doctrina, aun cuando en su interior vea que no puede ser aceptada. Es la seducción del mal, más potente que el don de la Verdad. La Verdad arrastra sin coartar la libertad; pero el mal seduce, se impone, se obsesiona con algo, y produce la obsesión en la misma mente de la persona, imprimiendo en el alma una necesidad engañosa, una exigencia que no es tal.
Esto es el marketing que se hace con Francisco. Es necesario obedecer a un “Papa”, seguirlo, aunque su doctrina, su enseñanza esté errada. Aunque hable barbaridades, como las ha dicho, o declare cosas vergonzantes y heréticas, que supondrían la inmediata renuncia de quien las dice; pero, sin embargo, es necesario seducir, entrar en ese juego del demonio si se quiere seguir en la Iglesia con un plato de comida. Esta es la seducción más refinada llevada a cabo por todos los medios de comunicación, que asisten a Francisco, por toda la Jerarquía, que lo obedece, aunque vean con sus entendimientos humanos, que ese hombre miente descaradamente a toda la Iglesia y a todo el mundo.
Todos ven los errores de este hombre cuando habla; pero otros se encargan de taparlos, de interpretarlos, de darles la vuelta y presentarlos como un bien para toda la Iglesia, como un valor, como “doctrina católica”. Esta es la etiqueta favorita que se pone al magisterio demoniaco y satánico de un hombre sin fe católica, de un pordiosero de la riqueza del mundo, de un piernas-largas, que recorre el mundo, para estar en todas las portadas importantes de la vida social de la gente. Esta es la maldad que todos pueden ver en el Vaticano, en sus webs, en autores que se dicen expertos en política vaticanista, como un Sandro Magister, y que son sólo expertos en seguir la seducción del Vaticano, en ampliarla, en darle mayor publicidad y cobertura. Esto es una blasfemia contra el Espíritu Santo.
Un hombre que besa a los niños y abraza a los enfermos no es nunca noticia. Todos los Papas han hecho lo mismo, pero ninguno de ellos ha dado publicidad a esos actos. Con Francisco, hay un fotógrafo preparado para cualquier ocasión, que convenga tomar la foto a un hombre, que ama el mundo y a los hombres.
Se fotografían sus pecados, cuando besa los pies de las mujeres o ancianos en su taimado ministerio sacerdotal; o cuando se reúne con hombres de pecado para una oración de blasfemia; o cuando bendice unas hojas de coca. Esas fotos revelan su gran pecado. Y nadie, dentro de la Iglesia, lo denuncia, le exige la renuncia. Nadie se atreve a levantarse ante ese hombre, porque todos están bajo el engaño de la seducción del demonio. Todos atrapados. Si viendo sus pecados, nadie hace nada, sino que todos se conforman y aplauden esos pecados, tan manifiestos, tan claros, tan convincentes; entonces, ¿para qué sirve tanta teología, tanta filosofía, si tampoco razonando las cosas, la gente va a discernir el pecado de este hombre? ¿A qué se dedica la Jerarquía de la Iglesia que no es capaz de levantarse contra un Obispo hereje y cismático en la Iglesia?
Es necesario acercar a este hombre, que no tiene ninguna inteligencia, con gente que tampoco tiene inteligencia espiritual, gente del mundo y para el mundo, y que sólo están en la Iglesia por un sentimentalismo, por una cercanía, por un afecto humano, natural, que es también el trabajo del demonio en ellos. Es necesario acercarlo en su pecado –y para mostrar su pecado- y ponerlo a otros como ejemplo de lo que tienen que hacer, si quieren seguir en la Iglesia. Francisco, en los medios de comunicación, es ejemplo de cómo vivir pecando y en el pecado habitual. Y, por eso, gusta a todos los pecadores, ya del mundo, ya de la Iglesia. Les habla en su lenguaje de pecado y en su vida pecaminosa. Los invita a seguir en su pecado y sólo a luchar por las cosas propias de los hombres.
Francisco no es inteligente: luego no sabe llegar a las mentes inteligentes de los hombres. Pero Francisco es un vividor: vive y deja vivir. Luego, el demonio trabaja en él vía afecto, cariño, abrazo, beso, cercanía con los hombres, con los selfies, con el abajamiento a todo lo natural, a todo lo humano. Y, por eso, este hombre se pone una nariz de payaso, pone una pelotita al lado del sagrario, hace muchas cosas que ningún Papa se atrevería a hacer, porque ellos sabían bien lo que es Cristo y lo que exige Cristo a un Papa legítimo en Su Iglesia. Francisco, para llegar a los hombres, lo hace seduciendo los sentimientos de ellos: sus gustos, sus caprichos, sus deseos, sus apegos, sus miserias, sus pecados. Y, en esa seducción, los invita seguir en sus sentimientos pecaminosos, como algo bueno para sus vidas.
Francisco ha abierto un camino de maldad, golpeando la doctrina católica, con su magisterio masónico, marxista y protestante.
Al igual que el presidente Obama le encantaba disculparse por América, Francisco le gusta pedir disculpas por la Iglesia Católica, resaltando que son los errores de Ésta los culpables de que el mundo esté mal. Es el juego político de presentar al mundo una Iglesia pasiva, callada, tolerante, que no combate el mal de otros, sino que reconoce su propio mal, con el solo fin de no ofender la sensibilidad de nadie, de acomodarse a las distintas necesidades que los hombres tienen hoy en sus vidas sociales y culturales.
En sus entrevistas con los medios de comunicación de izquierda, Francisco busca impresionar, llamar la atención, decir una palabra clave para el hombre, para la masa, pero nunca convertir, nunca dar ejemplo de la verdad, nunca testimoniar -con la propia vida- la verdad, que es Cristo. Francisco no habla en nombre de Cristo, sino en su propio nombre, en su propio lenguaje, en su propia estructura mental de la vida de la Iglesia. Todo, en esas entrevistas, es para que se vea que la Iglesia deja de estar –con Francisco- ‘obsesionada’ con el aborto, con el matrimonio gay, con las verdades absolutas, dogmáticas; y así abrir el camino al diálogo, al conocimiento del otro, a la escucha del hombre, a experimentar el mundo que nos rodea. Francisco es el innovador del mundo en la Iglesia. Es el que mete la vida del mundo, de la profanidad, de la vulgaridad, del paganismo, dentro de la Iglesia. Es la puerta al Anticristo, a su aparición.
Al tratar de complacer a los medios de comunicación y al mundo moderno, Francisco quiere ganarse su respeto, mostrándose pasivo, neutro y débil. Francisco piensa que al hablar continuamente y sin sentido de los pobres, de una manera vana, vacía, sin verdad, será respetado y escuchado por todos. Un hombre que pregunta: por qué es noticia la caída del mercado de valores, pero no la muerte de un anciano; es un hombre que desea que en los medios de comunicación haya una lista de muertes, en la que se juzgue a todo el mundo -y se le condene- por no haber hecho algo contra esos ancianos que mueren. Un hombre así es un hombre que no sirve para gobernar nada, un error de la masonería en el gobierno. Un error impuesto por muchos, pero necesario para el plan en la Iglesia. Un hombre que declara que no es quién para juzgar, pero que en la práctica de su lenguaje humano, juzga y condena a todo el mundo, es un fracaso para todos, incluso para la masonería, que lo ha impuesto en la Iglesia.
Francisco es un hombre que complace a sus enemigos y que, al mismo tiempo, ataca a sus “amigos”: da un manotazo a los católicos practicantes, fieles a la Gracia, a la Verdad Revelada, a la Cruz de Cristo. Francisco ha insultado y ha dañado severamente el trabajo de grupos pro-vida y pro-matrimonio con todas sus declaraciones; y ha pasado al ataque con grupos en la Iglesia, que viven lo de siempre, la liturgia tradicional, que es –para este hombre- una ideología maldita, una explotación de las clases altas de la Iglesia, que hay que erradicar. Todos tienen que hacer una liturgia para el pobre, porque “la Iglesia es pobre y para los pobres”. Esta necedad es la que se impone en todas las diócesis en el mundo.
En su lumen fidei, todos pueden constatar su racionalismo puro, que le lleva a predicar una fe masónica. Es la anulación del magisterio de la Iglesia en lo referente a la Revelación y a la Inspiración Divina
En su evangelium gaudium, se ve al hombre marxista, comunista, que hace de la Iglesia un pueblo, un conjunto de hombres con un solo ideal: el bien común humano. Con un solo fin: el temporal, el humano, el profano. Anula toda la obra de la Redención y, por tanto, la obra de la Elevación del hombre por la Gracia.
Golpea al capitalismo, llamándolo “una nueva tiranía”, rechazando el mercado libre, y haciendo un llamamiento inútil y absurdo para que los gobiernos reacondicionen sus sistemas financieros para atacar la desigualdad. Un hombre que no es capaz de ver su error, sino que lo exalta, diciendo: «Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política». Es precisamente este su afecto, su sentimentalismo herético, su gran error como gobernante. Con el sentimiento quiere gobernar unas almas que han decidido en sus vida luchar contra todo error en el mundo y en la Iglesia. Y este hombre sólo les propone el error -que combaten-, como un bien que ya no deben combatir, sino aceptar. Habla como un enemigo de la fe católica, pero sin embargo, no es capaz de reconocerlo:
«Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor». Sólo le interesa poner de manifiestos su mente, como el culmen de la verdad que todos tienen que seguir, en el mundo y en la Iglesia: «Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra» (EG – n 208). Este hombre, que no está esclavizado a esa mentalidad individualista, sino que vive una mentalidad global, socializante, comunista, humanista, salvadora del hombre y del mundo, no ha comprendido que son precisamente los mercados libres los que han levantado -constantemente- a los pobres y han ayudado a salir de la pobreza, mientras que el socialismo, el comunismo, su mentalidad globalizante, sólo ha trabajado por afianzar al pobre a su pobreza, matando e impidiendo de mil formas la riqueza y todo bien para el hombre.
Él se pone como modelo a seguir para quitar las cadenas indignas que atan a los hombres a un estilo de vida humana, que nace de un pensamiento errado sobre el hombre. Este endiosamiento de Francisco es su gran fracaso como líder de la Iglesia. Un hombre que sólo vive para su mente humana, para su vida humana, para sus conquistas como hombre. Que no es capaz de mover un dedo para salvar un alma del pecado, porque ya no cree en el pecado como ofensa a Dios.
Francisco comunista al cien por cien. Olor nauseabundo. Olor a tiranía en su gobierno horizontal. Orgullo en un hombre que se ha creído con la solución a los problemas del mundo. Y la Jerarquía que lo está obedeciendo, ¿también se ha hecho comunista como este hombre? ¿También se ha endiosado, como este hombre?
Al igual que Obama, Francisco es incapaz de ver los problemas que están realmente en peligro en el mundo y en la Iglesia. Al igual que Obama confunde a los fieles con el enemigo, al enemigo con su amigo. Al igual que Obama ha caído en picado en su popularidad. Francisco es un negocio barato en la Iglesia. No es a largo plazo. No se puede sustentar por más tiempo un fraude que todos ven, pero que todos deben callar, por el falso respeto a un hombre que no es Papa. Por el falso nombre que le han colocado.
Y, así como Obama siguió jugando al golf en sus vacaciones, mientras los hombres no paraban de cortar cabezas de otros, así Francisco ha seguido ultimando su último escrito sobre la ecología, que será su gran abominación en la Iglesia: ama a la creación; ama a esos hombres que cortan cabezas porque son tus hermanos, son una parte de la creación; son algo sagrado, divino; ama a los homosexuales, a las lesbianas, a los ateos, a los masones, a los que abortan, a los grandes pecadores, a los herejes… Ámalos porque todos somos hermanos, hijos de Dios. Todos somos uno en la mente necia, estúpida e idiota de este hombre, que sólo mira su ombligo en la vida. Todo es hacer silencio cuando se comprueba que se ha errado el camino, pero nunca hablar para arrepentirse y declararse culpable de las propias acciones. Así actúan todos los líderes impuestos por la masonería: cumplen su cometido y, cuando fallan, se encarga la misma élite masónica de reparar el daño. Ellos siguen en lo suyo, en sus vidas, en sus conquistas, en sus orgullos.
Francisco es un desparpajo, una marioneta de muchos, un juego de la masonería, una decadencia en la Jerarquía de la Iglesia, un exabrupto que era necesario amplificar y remover, para dar a la Iglesia otra cara que nadie se ha atrevido a ponerla porque no era tiempo.
Salir de Roma: es lo único que hay que hacer. Renunciar a una Iglesia que ya no es la Católica, sino sólo un montaje de la masonería en Roma.