Decapitaciones, ajustes y selfies
Reclutados occidentales del Estado Islámico como consecuencia de la crisis europea.
escribe Osiris Alonso D’Amomio
especial para JorgeAsísDigital
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Madrid
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‘Nací, crecí y estudié en Francia, pero soy argelino. Francia no
quiere que yo sea francés, me rechaza”. Lo confesó Almir, seis meses
atrás, en París. A punto para enrolarse con algún eficiente reclutador,
de los que suelen proliferar en determinadas mezquitas.
Los reclutadores suelen estudiar los movimientos de los jóvenes que se acercan para participar de la oración de los viernes. Por vocación religiosa, por mero interés social, o por consolidación de la pertenencia. Los imanes los conocen y si pueden espantan a los reclutadores. Sobre todo porque tienen poco que ver con el Islam que los imanes pregonan, y que pasa más por la sumisión a Dios que por la rebeldía activa contra los infieles.
Los especialistas que tienen la misión de captar a los convencidos para dar la batalla u ofrendar su vida tienen que hurgar en lo más profundo del fracaso. Que es lo que en Europa, precisamente, abunda.
Los reclutadores suelen estudiar los movimientos de los jóvenes que se acercan para participar de la oración de los viernes. Por vocación religiosa, por mero interés social, o por consolidación de la pertenencia. Los imanes los conocen y si pueden espantan a los reclutadores. Sobre todo porque tienen poco que ver con el Islam que los imanes pregonan, y que pasa más por la sumisión a Dios que por la rebeldía activa contra los infieles.
Los especialistas que tienen la misión de captar a los convencidos para dar la batalla u ofrendar su vida tienen que hurgar en lo más profundo del fracaso. Que es lo que en Europa, precisamente, abunda.
Se
dedican a estudiar las reacciones instintivas del creyente señalado.
Indagan en sus situaciones laborales o familiares. Hurgan entre el
desencanto de Bruselas, entre las distintas urbanizaciones plagadas de
ocio en Madrid, en Londres o en Cardiff. O en los suburbios nutrientes
de Marsella o de París, donde la gloria ligera del turismo no tiene
lugar. Aunque pueda divisarse, a lo lejos, la torre Eiffel.
Unificar las crisis
Separar la crisis paulatina del occidente europeo, en su costado
central o periférico, y la crisis traumática del Medio Oriente, es un
error apenas perdonable en las redacciones apuradas. En la práctica, una
crisis puede explicarse también a través de la interpretación de la
otra.
El panorama se ensombrece en los hogares sensibles de Europa con el espectáculo de las decapitaciones que aterran a la hora de los telediarios. Sobre todo con las informaciones detalladas, relativas a los “terroristas” que distan de proceder de los desiertos. Al contrario, son combatientes que se educaron entre los márgenes de las capitales de occidente, o en cualquiera de sus costados, tanto del norte como del sur. Países que tienen cuentas pendientes con sus historias y que admitieron una inmigración inexorable, y que aplicaron sistemas fallidos de integración social que estallaron, a lo sumo, en la segunda generación. Y que acaso ya en la tercera se encuadra la densa confesión de Almir:
“Francia no quiere que sea francés, mi patria es el Corán”.
El panorama se ensombrece en los hogares sensibles de Europa con el espectáculo de las decapitaciones que aterran a la hora de los telediarios. Sobre todo con las informaciones detalladas, relativas a los “terroristas” que distan de proceder de los desiertos. Al contrario, son combatientes que se educaron entre los márgenes de las capitales de occidente, o en cualquiera de sus costados, tanto del norte como del sur. Países que tienen cuentas pendientes con sus historias y que admitieron una inmigración inexorable, y que aplicaron sistemas fallidos de integración social que estallaron, a lo sumo, en la segunda generación. Y que acaso ya en la tercera se encuadra la densa confesión de Almir:
“Francia no quiere que sea francés, mi patria es el Corán”.
Lo
que sorprende, entonces, es que la situación sorprenda. Que cueste
tanto aceptar que el probable degollador del periodista americano fue un
marginal de los tantos de Cardiff. Al que le gustaba rapear, y que
proclamaba, acaso como Almir, que no era aceptado en el país que le
facilitaba el acceso al conocimiento. Y que le permitía conocer su
cultura, y lo adiestraba en el manejo sabio de las redes sociales.
Incluso, hasta le facilitaba el acceso a la inteligencia comunicacional.
Y lo recluía en el gheto, para resignarse a ni siquiera tener
esperanzas de encontrar un trabajo. Ni tenga el menor sentido buscarlo.
La estética del ajuste
Correspondería tratar las crisis juntas. La historia es compartida.
Obediente y oportuno, Mariano Rajoy, el Popular de España, cierra con Ángela Merkel y sonríe con satisfacción hacia la posteridad. La señora Merkel lo aprueba. Rajoy hizo bien los deberes, cortó donde debía. Sirvió compartir con ella un utilitario trecho del camino hacia Santiago de Compostela, su tierra, y la de don Fraga Iribarne. En adelante, con Merkel contenta, Rajoy podrá dejar a la oposición socialista con la impotencia de sus quejas mediáticas. Ya ni constan en actas.
Obediente y oportuno, Mariano Rajoy, el Popular de España, cierra con Ángela Merkel y sonríe con satisfacción hacia la posteridad. La señora Merkel lo aprueba. Rajoy hizo bien los deberes, cortó donde debía. Sirvió compartir con ella un utilitario trecho del camino hacia Santiago de Compostela, su tierra, y la de don Fraga Iribarne. En adelante, con Merkel contenta, Rajoy podrá dejar a la oposición socialista con la impotencia de sus quejas mediáticas. Ya ni constan en actas.
En cambio François Hollande, un socialista voluntarioso, no tiene
otra alternativa que disciplinar la tropa que se resiste a cerrar con
Merkel y obedecerla. Justamente cuando se cumplen setenta años de la
liberación de París, unos izquierdistas tontos se entrometen para
impugnarle su dependencia de la nueva Alemania, que le exhibe su
invariable superioridad, a la Francia que debe conformarse con ser
segunda. Entonces Hollande debe consolidar a su primer ministro Valls, y
avalarlo de nuevo, pese a la oposición de los propios camaradas que se
muestran reticentes a aceptar la obligada moda liberal. Y pretenden
abandonar la estética del ajuste perpetuo.
Después
de todo, era más conveniente que en Francia el verdadero ajuste lo
hiciera Nicolás Sarkozy, que representaba más bien a la derecha. Así la
izquierda socialista podía oponerse con banderas rojas y sus
manifestaciones emotivas. Pero el baño frío de la realidad le tocó al
pobre Hollande. Encargarse de la utopía de reducir el gasto público en
50 mil millones de euros. Una cifra ofensiva, por ejemplo, hasta para
una Argentina que se fue al descenso del default, por un asiento
contable de 1.500 millones de dólares.
Pero la izquierda nunca tuvo vocación para recortar. Está exclusivamente para distribuir la torta, sin hacerla. Se los recordaba siempre Montebourg al catalán Valls y a Hollande. Para colmo Montebourg era el ministro de Economía que nunca se convenció que la economía es siempre, inalterablemente, de derecha. Pero no: Montebourg enviaba demagógicos mensajes hacia los militantes panzones del partido, que se avergonzaban de recortar desde el gobierno en aquellos sitios del presupuesto donde Sarkozy ni se había atrevido.
Para atroz desencanto de madame Filipetti, la ministra de Cultura que renunció como Montebourg, en nombre de sus ideales que confrontaban, pesadamente, con el paredón opaco de la realidad. Para algarabía, y lo peor, para beneficio ideológico de Marine Le Pen, que culpa a la inmigración de la desgracia de Europa y crece gracias a los desastres personales que padecieron, sucesivamente, Sarkozy y Hollande.
Pero la izquierda nunca tuvo vocación para recortar. Está exclusivamente para distribuir la torta, sin hacerla. Se los recordaba siempre Montebourg al catalán Valls y a Hollande. Para colmo Montebourg era el ministro de Economía que nunca se convenció que la economía es siempre, inalterablemente, de derecha. Pero no: Montebourg enviaba demagógicos mensajes hacia los militantes panzones del partido, que se avergonzaban de recortar desde el gobierno en aquellos sitios del presupuesto donde Sarkozy ni se había atrevido.
Para atroz desencanto de madame Filipetti, la ministra de Cultura que renunció como Montebourg, en nombre de sus ideales que confrontaban, pesadamente, con el paredón opaco de la realidad. Para algarabía, y lo peor, para beneficio ideológico de Marine Le Pen, que culpa a la inmigración de la desgracia de Europa y crece gracias a los desastres personales que padecieron, sucesivamente, Sarkozy y Hollande.
La selfie
Lo sorprendente es que hoy los occidentales se sorprendan de los
cientos de reclutados que fueron formados en sus países y hoy los
quieren decapitar. Los rechazados que no vacilaron en irse hacia la
Jihad. A luchar por cualquiera de las causas pendientes que se
multiplican en la región que mantiene consternado al mundo dependiente
de su energía. Sea la causa eterna palestina, o sea en Siria, a favor o
en contra de Bashar Al Assad, o en el Irak, donde se incineraron juntos
los ingleses y americanos. O que engrosen las listas clandestinas de los
combatientes que nada tenían para perder y que hoy persiguen la
demencial utopía del califato en un Estado Islámico, a través de la
impactante metodología sanguinaria, aunque explotada con la habilidad de
quienes saben manejar los medios de comunicación, las tecnologías de
avanzada, el universo interno de las redes sociales que nutren los
objetivos paradójicos de remontarse hacia el ilusorio Medioevo.
A los efectos de aplicar, después de la indispensable matanza, las
claves manipuladas de El Corán, la patria de Almir, que se siente tan
rechazado por los recortadores que culpan a la inmigración como el hijo
de la buena señora marroquí que reside en Majadahonda, en las afueras de
Madrid. El chico, Brahim, se le fue de vacaciones a Tetuán pero no
volvió más. Aunque le envió a su madre una selfie, desde el desierto
indescifrable, situado entre los estados artificiales de Siria y de
Irak, donde se lo podía ver al Brahim barbado y feliz.
Sorprende que se sorprendan de aquellos jóvenes que sentían que nada podían esperar en Madrid, en Cardiff o en París. Educados en las culturas que no los contenían, y originarios de pasados que podían, por lo menos, idealizar.
Sorprende que se sorprendan de aquellos jóvenes que sentían que nada podían esperar en Madrid, en Cardiff o en París. Educados en las culturas que no los contenían, y originarios de pasados que podían, por lo menos, idealizar.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsisDigital.com
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