EL NACIONALISMO EN AUGE (1930-1945)
En
la Argentina de los años treinta militantes nacionalistas y obreros
católicos salieron a las calles a combatir a las ideologías de
izquierda.
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En Buenos Aires esto implicó la disputa por el espacio
público con enfrentamientos violentos en distintos puntos de la ciudad.
En este artículo nos concentramos en el análisis de las manifestaciones
nacionalistas y católicas
del 1º de mayo. La importancia de las mismas radica en que fueron una
estrategia para acercar a los sectores populares a las filas
nacionalistas y católicas. Pero estos grupos no se limitaron a movilizar
a los sectores populares con consignas anticomunistas sino que la
ocupación del espacio público fue acompañada de la voluntad de “inventar
una tradición” capaz de otorgar un significado nuevo a los
acontecimientos de la historia nacional y de la historia obrera.
En los años que transcurrieron entre 1930 y 1945 se produjeron en la
ciudad de Buenos Aires numerosas manifestaciones organizadas por
distintas fuerzas políticas y sociales. Un gran porcentaje de estas
manifestaciones fueron multitudinarias, convocaron a miles de personas y
fueron el escenario de diversas prácticas violentas que reflejaban las
luchas mantenidas en el orden de lo ideológico. La ocupación del espacio
público en sí mismo fue objeto de disputa entre los distintos grupos
políticos en la medida en que reclamaban su derecho a usar tal o cual
lugar físico de la ciudad. Así, podemos coincidir con Anahí Ballent
cuando afirma que las manifestaciones y las protestas de masas en la
calle implicaban la toma simbólica de la ciudad.
La disputa por la ocupación del espacio público y la violencia
desplegada en las calles forzaron la intervención del estado en esta
materia. Bajo la presidencia de Agustín P. Justo, por ejemplo, se
promulgó un edicto policial con el objetivo de reglamentar su uso en el
ámbito porteño. Según se ha señalado, la sanción del edicto en 1932
buscaba “rectificar las prácticas” a través de la autorización de
reuniones en lugares cerrados y la seudo-prohibición de las
movilizaciones callejeras. Esto significaba que toda manifestación debía
ser previamente autorizada por el Jefe de la Policía de la Capital,
quien dictaminaba los permisos, establecía los recorridos y los lugares
para las concentraciones multitudinarias.
Sin lugar a dudas, las manifestaciones podían transformarse rápidamente
en un espacio de conflicto a cielo abierto. En este artículo
analizaremos algunas movilizaciones organizadas por el movimiento
nacionalista y por los Círculos de Obreros Católicos durante la década
del treinta, en particular aquellas que se realizaron el Día del
Trabajador en la ciudad de Buenos Aires. A través de las crónicas
periodísticas, de las órdenes del día de la policía de la Capital y de
los relatos de los propios actores nos proponemos caracterizarlas, en un
contexto de alta conflictividad social y política tanto a nivel local
como a nivel internacional.
Estas manifestaciones católicas y nacionalistas para el primero de mayo
dan cuenta del interés de ambos actores de acercar a los sectores
populares a sus filas. En el caso de los católicos se inscriben en el
objetivo más general de “recristianizar” a las masas, mientras que los
nacionalistas pretendían conformar un movimiento que incorporara a todos
los sectores de la sociedad, es decir que representara a la nación en
su conjunto; de esta manera sería posible, según su propia evaluación,
volver al poder con un proyecto integral y sostenerlo durante décadas,
tal como lo proyectaban en sus programas económicos. Tanto unos como
otros se oponían abiertamente a las ideas de la izquierda; definieron al
comunismo como uno de sus enemigos más peligrosos especialmente a
partir de segunda mitad de los años treinta. El feroz anticomunismo que
expresaban en sus discursos estaba relacionado con el crecimiento de los
sindicatos de esa orientación política, que habían incrementado sus
adherentes, sobre todo entre las trabajadoras.
Pero no se limitaron a movilizar a los sectores populares con consignas
anticomunistas sino que la ocupación del espacio público fue acompañada
de la voluntad de “inventar una tradición”6 capaz de otorgar un
significado nuevo a los acontecimientos de la historia nacional y de la
historia obrera. Es más, creemos que tanto el nacionalismo como el
catolicismo integrista no sólo “reaccionaron” contra el crecimiento del
comunismo entre los trabajadores sino que también intentaron convertirse
en movimientos de masas, reconocieron la legitimidad de las demandas de
los sectores populares, utilizaron con este objetivo los medios masivos
de difusión y movilizaron a sus adherentes en las calles.
El nacionalismo en las calles
Después del golpe de estado de 1930 encabezado por José Félix Uriburu
surgieron diversas agrupaciones nacionalistas, algunas de las cuales
tuvieron una actuación muy importante en toda la década. En la primera
mitad de los años treinta se destacaron la Legión Cívica Argentina
(LCA), Acción Nacionalista Argentina –Afirmación de una Nueva Argentina
(ANA-ADUNA)- y el grupo Restauración, que vinieron a sumarse a otras que
se habían formado previamente, como la Liga Patriótica Argentina
(1919), la Liga Republicana (1929) y la Legión de Mayo (1930). Su
surgimiento marcó la transformación del nacionalismo argentino que, tal
como señaló Navarro Gerassi, devino “de un pequeño grupo de
intelectuales convertidos en conspiradores en un movimiento militante de
protesta.” En efecto, en los años veinte su actividad había estado
vinculada principalmente a proyectos editoriales tales como La Nueva
República y la revista Criterio, donde participaban católicos y
nacionalistas. En la década siguiente el nacionalismo de derecha
transformó su base social al fundar agrupaciones en las cuales
participaron militantes provenientes de distintos sectores de la
sociedad.
En la segunda mitad de los años treinta surgieron organizaciones obreras
y entidades sindicales nacionalistas que tenían como objetivo reunir a
trabajadores de los sectores medios y bajos propensos –según su
perspectiva- a adherir a las ideologías de izquierda. Promovieron la
movilización de los militantes con el objetivo de construir una
identidad alternativa, antiliberal, patriótica y antiizquierdista.
Algunas de ellas alcanzaron un desarrollo considerable mientras que
otras apenas funcionaron durante un corto tiempo. Las que tuvieron una
actuación destacada fueron la Federación Obrera Nacionalista Argentina
(creada en 1932), la Agrupación Obrera Adunista, la Unión Sindicalista
Argentina y la más conocida Alianza de la Juventud Nacionalista (todas
fundadas en 1937).
A pesar de las insuperables diferencias que mantuvieron estos grupos
como parte de un movimiento heterogéneo que nunca logró su unificación,
existieron importantes coincidencias entre ellos. Algunas de las más
destacables son la oposición a las ideologías de izquierda y al
liberalismo, la defensa del corporativismo y la promoción del sistema
que denominaban “democracia funcional”. La inmensa mayoría de los
militantes nacionalistas se identificaron como católicos, expresaron
posturas antisemitas de manera frontal y agredieron de forma verbal y
física a los miembros de la comunidad judía. Asimismo, tenían la
convicción de que las mujeres debían permanecer en sus hogares para
cumplir con su misión “natural”, que consistía básicamente en la
reproducción biológica y en la transmisión de los principios
nacionalistas a su familia. La mayoría de estos grupos, si no
practicaron directamente la violencia en las calles –que era lo
habitual- adhirieron sin embargo a una concepción política que incluía
una consideración positiva tanto de la violencia como del autoritarismo.
Los nacionalistas ocuparon Buenos Aires en distintas fechas
representativas. En los actos conmemorativos del movimiento -los
aniversarios del golpe de estado del 6 de setiembre de 1930 y el de la
muerte de José Félix Uriburu, acaecida el 29 de abril de 1932-
aprovechaban para reforzar los lazos entre los “compañeros de ruta”. En
estas ocasiones, tal como ya lo hemos señalado en otro lugar, no
tuvieron la necesidad de disputar espacios urbanos con otros grupos
políticos.12 Muy distinto fue el caso de las manifestaciones
nacionalistas realizadas los 1º de mayo, que persiguieron el objetivo de
disputarle a los grupos de izquierda la representación de los
trabajadores. En aquellas que organizaba la Alianza de la Juventud
Nacionalista y en las cuales participaban distintos grupos nacionalistas
los manifestantes recorrieron lugares de la ciudad que usualmente eran
transitados por sus oponentes políticos en esta misma fecha.
Asimismo, los nacionalistas también realizaron concentraciones con el
objetivo específico de reclamar medidas anticomunistas. Una movilización
especialmente importante fue la realizada el 20 de agosto de 1932. Ese
día la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo (C-PACC),
organización liderada por Carlos Silveyra, realizó un acto público en la
Plaza Congreso para elevar al Poder Ejecutivo un petitorio para que
exterminara todo tipo de expresión comunista en el país. La difusión y
las actividades organizativas previas a dicha concentración requirieron
la participación activa de los militantes nacionalistas, que recorrieron
el radio céntrico de la ciudad solicitando a los comerciantes de la
zona cerrar sus negocios y concurrir a la plaza junto a sus empleados y
obreros. Al mismo tiempo, un aeroplano sobrevoló los pueblos cercanos
dejando caer 200.000 volantes que invitaban a asistir a la concentración
mientras por las calles de Buenos Aires transitaban automóviles con
pancartas publicitarias.
Los oradores del acto reclamaron al presidente Agustín P. Justo la
aplicación de medidas anticomunistas, porque de lo contrario se
produciría “un estado de efervescencia que obligará a los patriotas a
salir a las calles para lograrla por sus cabales.”
En las fotografías del acto, publicadas en distintos periódicos, se
advierten policías uniformados participando del mitin.16 Mientras que el
periódico nacionalista Crisol estimó que el público osciló entre 12 y
15 mil personas, el diario socialista La Vanguardia aseguró que la
asistencia no superaba las 3 mil, todos “reaccionarios” provenientes de
la ciudad de Buenos Aires y de sus alrededores, entre los cuales
predominaban los militantes de los círculos obreros y los jovenzuelos
nacionalistas “que asistieron con sus padres”.
Si bien las manifestaciones nacionalistas de los años treinta incluyeron
en su totalidad consignas anticomunistas, los dirigentes aliancistas
-como puede verse en el discurso de Mario Rosso- advirtieron que
conflicto social no podría ser desactivado únicamente con medidas
represivas:
"Combatir al comunismo sin justicia social y sin proteger al trabajo, es
aumentar las esperanzas de los que usufructúan la situación de este
nefasto régimen liberal, para sumir más en la miseria a la clase
trabajadora argentina, facilitando así el camino a las maniobras
obscuras de los miserables a sueldo de Moscú. La inicua explotación del
obrero argentino, de todos los obreros argentinos tendrá en nosotros
ahora y siempre el triste concepto de una traición a la patria".
Las movilizaciones nacionalistas más numerosas fueron las del Día del
Trabajador, que intentaron desplazar a la izquierda en una fecha
históricamente asociada al calendario obrero internacional.19 Las
primeras concentraciones en espacios abiertos se realizaron en la plaza
Alsina, localidad de Avellaneda, donde a partir de 1935 se reunieron las
entidades obreras nacionalistas de Buenos Aires. Las crónicas de los
periódicos de esa tendencia exageraban la repercusión de los actos
diciendo que “millares de obreros auténticos” desbordaban la plaza para
conmemorar el Día del Trabajador.
En la ciudad de Buenos Aires la primera manifestación nacionalista para
el 1º de mayo se realizó en 1938. Con anterioridad a esta fecha se
vieron otros tipos de actos nacionalistas que tuvieron el objetivo de
proclamar un nuevo significado para dicha conmemoración. En efecto, en
algunas oportunidades se organizaron reuniones en locales y desfiles con
automóviles por las calles de la ciudad. En estas ocasiones la idea de
movilizar a las masas estuvo muy lejos de los objetivos planteados por
las entidades organizadoras; sin embargo, fueron los primeros intentos
de “acercamiento” a los sectores trabajadores en una fecha por demás
significativa en el calendario obrero. Según sus organizadores dichos
actos tuvieron como objetivo atraer “al pueblo en general y [a] muchos
núcleos de obreros a quienes ya no seducen más el programa político del
socialismo internacional y la prédica interesada de sus falsos
apóstoles”.
Finalmente, a partir del 1º de mayo de 1938 los nacionalistas
transitaron por las calles céntricas de Buenos Aires y ocuparon la plaza
San Martín. La manifestación organizada por la Alianza de la Juventud
Nacionalista fue muy concurrida. Según las estimaciones de sus
organizadores, la multitud sobrepasó las 30.000 personas; sin embargo,
las fotografías disponibles de la concentración muestran un centro
abigarrado rodeado de calles relativamente vacías, por lo que parecen
excesivos dichos cálculos. No obstante, las cifras disponibles de las
manifestaciones realizadas entre 1938 y 1943 –las que provienen de
fuentes nacionalistas y las procedentes de otras fuentes utilizadas por
los historiadores- rondan en las decenas de miles de personas. Asimismo
hemos constatado que los servicios policiales organizados para contener
las marchas nacionalistas del Día del Trabajador fueron similares a los
utilizados para las marchas socialistas. De manera que basándonos en
estos datos podemos presuponer que ambas manifestaciones podrían haber
tenido una concurrencia semejante. Más allá del aspecto cuantitativo,
muy difícil de precisar con las fuentes disponibles, nos interesa
enfatizar la rápida evolución experimentada por un movimiento que tuvo
su origen en reducidos sectores de la intelectualidad porteña y del
ejército. En efecto, en los años treinta el movimiento nacionalista se
había expandido notablemente, incorporando a distintos sectores de la
sociedad y abriendo filiales en varias ciudades del país.
Como señalamos anteriormente, en Buenos Aires los aliancistas escogieron
la Plaza San Martín para realizar sus concentraciones al pie del
monumento del Libertador, elección carente de originalidad ya que
distintos grupos políticos -incluidos los militantes comunistas- habían
ocupado esta plaza con anterioridad para manifestarse en el Día del
Trabajador. Desde las páginas del diario nacionalista Crisol se
argumentaba que el monumento al General José de San Martín y la plaza
que llevaba su nombre “debe estar reservada para actos jubilosos y de
argentinos porque San Martín luchó, peleó y nos hizo esta patria grande
para que seamos dignos de su figura extraordinaria.” Además de elegir
para la concentración final la plaza que había sido sede de las
manifestaciones comunistas, los nacionalistas transitaron las mismas
calles y avenidas que sus oponentes políticos. El objetivo de
transformar el movimiento nacionalista en un verdadero fenómeno de masas
requería eliminar la influencia de la izquierda sobre los trabajadores,
por lo tanto no debe extrañar la apropiación de los recorridos y los
espacios públicos que tradicionalmente habían sido usados por las
ideologías revolucionarias de izquierda.
La trayectoria de las columnas nacionalistas comprendió principalmente
dos ámbitos contrastantes de la sociabilidad porteña: el barrio de Once y
el barrio Norte. El primero, cuya arteria principal era la Avenida
Corrientes, albergaba sobre todo a inmigrantes -muchos de ellos de
origen judío- que se dedicaban al comercio y otras actividades
económicas. El perfil de este sector de la ciudad, caracterizado por el
diario Crisol como un “barrio infecto”, difería de la fachada y del
ritmo aristocrático de barrio Norte a pesar de encontrarse muy cerca uno
del otro. Según los nacionalistas era tan importante captar a los
obreros como expresar el odio a la burguesía, por ello, según
explicaban, sus columnas transitaban por “la arteria en su mayoría
burguesa de Santa Fe”. No obstante, lejos de generar en esta avenida un
espacio de confrontación con los vecinos “burgueses”, intentaron
incorporarlos al despliegue escenográfico de sus manifestaciones. En
diferentes ocasiones, por ejemplo, solicitaron a los vecinos la
colocación de banderas argentinas en sus balcones para acompañar su
marcha del Día del Trabajador. La respuesta de aquellos que residían
sobre la Avenida Santa Fe fue la mayoría de las veces positiva. El
diario antifascista Crítica aseguraba que el éxito de la convocatoria
nacionalista debía interpretarse más como un acto de patriotismo
ciudadano que como una muestra de adhesión ideológica de los vecinos al
nacionalismo antidemocrático. Otros periódicos comerciales como La
Prensa destacaron su participación resaltando la “adhesión” que los
vecinos manifestaron a los nacionalistas: “En el trayecto hacia la plaza
San Martín el público estacionado en las aceras y balcones de los
edificios saludó con aplausos el paso de la cabeza de la manifestación,
cuyos componentes entonaban canciones patrias y exteriorizaban en alta
voz frases en consonancia con su orientación ideológica.”
Para difundir y convocar a los vecinos a las manifestaciones, los
nacionalistas recurrieron al reparto de folletos y volantes, la
realización de charlas, conferencias y festivales barriales. Entre estos
recursos, la prensa fue muy importante porque a través de ella podían
dar a conocer las tareas de organización y logística previas a su
realización.
Los militantes nacionalistas -vestidos con camisas pardas, brazaletes y
correas- actuaron como soldados acatando las instrucciones difundidas en
los diarios. Los comisarios de las columnas fueron los garantes del
orden interno con el mandato de asegurar el cumplimiento de las
disposiciones emanadas desde los altavoces. Los centenares de
abanderados que encabezaban las manifestaciones del 1º de mayo
nacionalista eran particularmente atractivos para los observadores
aunque no constituían un rasgo novedoso en las calles porteñas. También
contaron con otros recursos, como en 1941, cuando dispusieron de
tranvías y ómnibus en distintos puntos de la ciudad para transportar
manifestantes a la marcha denominada ese año Liberación Nacional.
Los nacionalistas utilizaron todo tipo de recursos para lograr que sus
manifestaciones fueran exitosas: camiones con altoparlantes para guiar
la marcha de las columnas de militantes; bandas de música para acompañar
la entonación del himno nacional o del aliancista; carteles y pancartas
que propagaban consignas nacionalistas, anticomunistas y antisemitas.
En las manifestaciones nacionalistas predominaron los varones jóvenes,
muchos de ellos con vestimentas al estilo fascista. Sin embargo Juan
Queraltó, jefe de la Alianza de la Juventud Nacionalista, relacionó el
color del uniforme con “la blusa de nuestros trabajadores” y “las
bombachas de nuestros hombres de campo”, explicando que era esa la razón
por la que “la hemos adoptado como prenda de nuestro movimiento, porque
ella significa trabajo, sudor y lucha.” Estos jóvenes proporcionaron
los mártires para el panteón nacionalista. Jacinto Lacebrón Guzmán fue
consagrado el primer joven caído, según la narrativa nacionalista,
“víctima del plomo soviético” en Plaza Italia en 1933. En todos los
actos se tributaba a la memoria de los caídos un toque de clarín y un
minuto de silencio.
El carácter sagrado del ritual se advierte en la siguiente descripción
de los pilares que portaban los nombres de estos mártires durante la
celebración de los 1° de mayo: “En los pilares, sobre dos pequeños
relieves, que daban la sensación de altares votivos, se leían los
nombres de Jacinto Lacebrón Guzmán, Benito de Santiago, y Francisco
García de Montaño.”
El primero de mayo católico
Algunos trabajos historiográficos han abordado el análisis de las
manifestaciones católicas en el siglo XX, sobre todo las producidas
durante los Congresos Eucarísticos que adquirieron grandes dimensiones.
Por nuestra parte, vamos a profundizar el análisis de aquellas
organizadas por los Círculos de Obreros Católicos en el Día del
Trabajador que, al igual que las del nacionalismo, propusieron un
significado opuesto al 1º de mayo internacionalista de las izquierdas y
se realizaron en distintos lugares del país.
En Buenos Aires, los Círculos de Obreros Católicos creados en 1892 por
Federico Grote realizaron peregrinaciones por la ciudad con columnas
exclusivamente masculinas. Se ha sugerido recientemente que tal
exclusión de género puede explicarse debido a que se dirigían
normalmente a lugares alejados del centro de la ciudad que se
consideraban arrabales “peligrosos” para las mujeres “decentes”. En los
albores del siglo se proponían un doble objetivo: por un lado, demostrar
la fuerza de la fe católica de los feligreses y por el otro expresar
pedidos de tratamiento y sanción de leyes sociales. Hacia 1910 los
católicos transitaron habitualmente dos circuitos urbanos: el camino
hacia la Basílica de Luján y el trayecto hacia la Plaza de Mayo, que
incluía la avenida de Mayo, la Plaza San Martín, la del Congreso y la
Miserere.
Según las memorias de la institución, se realizaron varias importantes
manifestaciones públicas con el objetivo de solicitar la sanción de
leyes sociales. El 12 de octubre de 1913 se solicitó al Congreso
Nacional la sanción de leyes de protección al salario, accidentes de
trabajo, represión del alcoholismo, jubilación de obreros ferroviarios,
casas baratas, reglamentación de trabajo a domicilio, protección del
ahorro, protección del inmigrante y del agricultor, higiene en las
fábricas. En la manifestación del 21 de mayo de 1916 se volvió a
insistir sobre algunos de estos pedidos y se agregaron otros proyectos
como las leyes de Bien de Familia, agencia de colocaciones, estabilidad
de empleados públicos, entre otros menos relevantes. “La agitación del
Centenario inspiró no sólo la idea de hacer de la ciudad un escenario
para un Congreso Eucarístico Internacional, sino que además fue testigo
de unas multitudes católicas en las calles que comenzaron a llamar la
atención por su singular modo de manifestarse.” En efecto, las
manifestaciones católicas representaban una demostración de fuerza
acorde con la política de masas que se consolidó en la entreguerra.
Hacia 1921 el presidente de los Círculos de Obreros, Carlos Conci, tuvo
la idea de “festejar” el 1º de mayo como el día del “trabajo cristiano”.
Según recordaba su sucesor, Norberto Repetto, la propuesta “pareció
temeraria” y no faltaron “los escépticos, los timoratos y los agoreros
que predijeron el fracaso de la iniciativa.” Finalmente en 1929 se
decidió dar otras dimensiones a los actos conmemorativos para el Día del
Trabajador, que habitualmente se hacían en recintos cerrados. Ese año
se preparó una manifestación y un desfile por la vía pública precedidos
de conferencias y concentraciones en distintos puntos de la ciudad.
Norberto Repetto lo rememoraba de la siguiente manera: “Era la primera
vez en la Argentina y seguramente en América, que en el día 1º de mayo
masas obreras desfilaban por las calles, precedidas por la bandera
nacional y que, una vez concentradas, dejaron oír con voces marciales y
viriles las notas majestuosas de la canción patria.”
Los Círculos convocaron en esa ocasión a todos los trabajadores
católicos de la Capital, adheridos o simpatizantes de la entidad, a
concentrarse en los distintos puntos de la ciudad designados previamente
para confluir luego en la Plaza Once, desde donde partieron las
columnas hacia la Plaza del Congreso. El objetivo de la manifestación
era proclamar las convicciones y los “anhelos de Justicia Social” de los
obreros católicos y elevar un pedido al Poder Ejecutivo, en el que se
solicitaba el cumplimiento de las leyes de descanso dominical, supresión
del trabajo nocturno en panaderías y la sanción de una ley para
encuadrar la actividad sindical.
El trayecto realizado por la Avenida Rivadavia con las banderas y los
carteles preparados para la ocasión buscaba destacar las diferencias con
la “manifestación roja” realizada previamente por el mismo circuito
urbano. En efecto, el recorrido no era producto de una coincidencia o
descuido. Carlos Conci argumentó que el festejo del Día del Trabajo
católico se hacía porque ya no era una jornada de sangre sino de paz y
porque los gremios católicos festejaron esta fecha “durante siglos”.
El periódico católico El Pueblo llamaba a sus lectores a sumarse a las
columnas que se concentraban en distintas intersecciones céntricas y que
luego pasaban por delante de la sede del periódico. El lenguaje
utilizado por el diario fue directo y poco amistoso: “¡No le aceptaremos
excusas. Si Ud. no concurre hoy a la manifestación de los Círculos de
Obreros, merecerá un solo calificativo:¡DESERTOR!”
En los Boletines de la entidad católica se retribuyó la colaboración del
periódico advirtiendo que “no es tolerable” que los miembros de los
Círculos no sean suscriptores de El Pueblo ya que su “lectura es
indispensable para estar claramente orientado en los problemas que
diariamente se suscitan y que desde las columnas del diario católico son
tratados en forma que da las normas verdaderas y seguras dentro de
nuestras doctrinas y convicciones.”
Las manifestaciones del Día del Trabajador organizadas por los Círculos
en Buenos Aires fueron discontinuas. En 1930 iniciaron la concentración
en la Plaza 1º de Mayo, desfilaron hasta la Plaza Montserrat, donde se
erigieron las tribunas para los oradores, y finalizaron en la sede del
diario El Pueblo. Una vez llegados a este último punto “La concurrencia
entonó luego el Himno Nacional, y entre vítores a la religión, a la
patria y a la prensa católica, se disolvió con el mayor orden.” En 1932
se realizaron conferencias y concentraciones parciales en distintos
puntos de la ciudad, mientras que el desfile principal fue esta vez por
la Avenida Rivadavia hasta ocupar la Plaza Congreso. La ocupación de las
arterias céntricas mencionadas y la utilización de recursos como
banderas argentinas, bandas de música, altoparlantes, la entonación del
himno nacional, demuestran el ánimo de la disputa que se desarrollaba en
las calles de Buenos Aires.
Los católicos compartieron con las nacionalistas las consignas
anticomunistas y patrióticas, la jerarquía de las encíclicas papales
para ordenar la sociedad y mitigar el conflicto social, la valoración
del sistema corporativo de organización social –basado en el modelo
medieval o el fascista, según los casos- y la defensa de un orden
jerárquico. Sin embargo, estas coincidencias ideológicas no implicaban
necesariamente la adhesión de “todos” los obreros pertenecientes a la
Federación de los Círculos de Obreros Católicos a un sistema político
totalitario. En cierta ocasión incluso buscaron diferenciarse: “No somos
ni reaccionarios ni derechistas. Somos cristianos y católicos. […]
Estamos con Jesucristo, maestro y Dios. Con sus mismas palabras
condenamos las demasías y la avaricia de los potentados, su sed
desordenada de riqueza, su orgullo, su ceguera y su injusticia.”
En suma, la iniciativa católica de disputar la preeminencia de la
cultura de izquierda en las jornadas del Día del Trabajador tuvo corta
vida. En este sentido es notable el repliegue de los Círculos de Obreros
hacia ámbitos privados, el abandono del espacio público y la
realización de misas y almuerzos cerrados a la comunidad católica. Vale
destacar que esta evolución no fue idéntica en todo el país; el caso de
Rosario demuestra que los Círculos estaban allí más dispuestos a
movilizar a sus adherentes que en otros lugares. En 1941 las calles
céntricas y las plazas más estratégicamente dispuestas de la ciudad
litoraleña se vieron ocupadas por los obreros católicos, que incluyeron
en la manifestación carrozas artísticas, cuadros alegóricos y leyendas
alusivas a la “festividad”.
Conclusiones
Como hemos observado, las movilizaciones nacionalistas y católicas
fueron un recurso fundamental para incorporar a las masas a sus
respectivos movimientos y a la vez para oponerse a la influencia de la
izquierda entre los trabajadores. El objetivo de dichas manifestaciones
anticomunistas del Día del Trabajador fue llegar a los sectores
populares legitimando sus demandas de “justicia social” y presentándose
como una opción frente a las izquierdas y a la democracia liberal.
Asimismo, nacionalistas y católicos procuraron mediante estas
demostraciones públicas construir una identidad obrera opuesta a la
identidad internacionalista que provenía del marxismo. Ellos creían que
las fuerzas productivas podrían resolver sus desavenencias en forma
pacífica dentro de las corporaciones y lograr una efectiva armonía
social, al tiempo que perdería vigencia la lucha de clases. Las marchas
nacionalistas y católicas por la ciudad recibieron muestras de adhesión
de los vecinos, algunos de los cuales adherían a la idea de que la
nación efectivamente debía “defenderse” ante la expansión del comunismo
entre los trabajadores.
Fuente : Nacionalismo Argentino