miércoles, 11 de febrero de 2015

BERGOGLIO: CORRUPTO Y PECADOR

BERGOGLIO: CORRUPTO Y PECADOR
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«Nos hará bien volver a decirnos unos a otros: “¡pecador sí, corrupto no!”, y decirlo con miedo, no sea que aceptemos el estado de corrupción como un pecado más» (Jorge M. Bergoglio –  Corrupción y pecado – 8 de diciembre de 2005)
Esta es la mente torcida de un hombre corrupto y pecador.
La corrupción es un pecado, pero es un triple pecado: soberbia, orgullo y lujuria.
La corrupción no es la blasfemia contra el Espíritu Santo, no es un pecado que no tiene perdón.
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La corrupción es un pecado que tiene perdón.
Este hombre habla de la lucha de clases y, por lo tanto, ataca a todos los hombres que se oponen, que fustigan – de una manera o de otra – a las clases más débiles, más pequeñas, minoritarias, bajas, etc…
Su lenguaje es sólo el propio de un hombre comunista. Coge citas de la Sagrada Escritura y las malinterpreta, les cambia el sentido, les da una vuelta, para poner de relieve su mentira.
Bergoglio es corrupto en su mente: es decir, no puede ver la verdad. Se alimenta siempre de la mentira, del error, de la duda, de la oscuridad del lenguaje humano.
Estos hombres, corruptos en la mente, son hábiles para hablar con un lenguaje bello, atractivo, que llega a la mente de la persona, con el fin de poner una idea, la que en el escrito, en la homilía o en el discurso, se quiere reflejar.
Nadie puede decirse a sí mismo: “pecador, sí”.
Todos deben desear ser santos en la Iglesia. Sin este deseo, el alma sólo vive para su pecado. Y sólo para la obra de su pecado.
No; no hace falta ir al Evangelio, como hace este hombre, para resaltar esta idea: «“Pecador, sí”, como lo decía el publicano en el templo (“¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”); como lo sintió y lo dijo Pedro, primero con palabras (“Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Esto es lo que se llama una predicación bonita, con un estilo de frase en bandeja de plata: se pone una cita de la Escritura para expresar una auténtica herejía.
Señor, ten piedad de mí, porque en mi pecado me olvidé de ser santo.
Aléjate, Señor de mí, porque he preferido el pensamiento que me lleva al pecado que al deseo que me lleva a la santidad.
Ni el publicano ni San Pedro usaban la palabra pecado para afirmarse en el pecado, sino para rechazarlo, porque habían comprendido la maldad de la obra de su pecado.
¡Esto es lo que nunca va a enseñar Bergoglio! ¡Nunca! ¡Nunca enseña a no pecar, a fustigar el pecado! ¡Siempre enseña a mantenerse en el pecado, a verlo como un bien para el hombre!
Somos pecadores, sí, pero eso no es la gloria del hombre. Somos pecadores porque hemos nacido en el pecado original. Y eso es lo más triste de la vida. Eso es un sufrimiento para toda la vida. Eso es un desastre para todo hombre que viva en esta tierra de maldad. Por el pecado, Jesús fue a la muerte de Cruz. Eso no es lindo.
El pecado no es lindo: « ‘Pecador, sí”. Qué lindo es poder sentir y decir esto y, en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera».
¡No es lindo sentir que uno es pecador! ¡No es lindo sentir el pecado! ¡No es lindo obrar el pecado. ¡No es lindo!
¡No es lindo crucificar de nuevo a Cristo con nuestros pecados! ¡No es lindo, Bergoglio!
Un hombre corrupto en su mente humana habla así: negando la gran maldición que es todo pecado. Y si se niega esto, se niega la obra de la Redención del hombre, que sólo tiene sentido porque existe el pecado en todo hombre. Existe ese mal espiritual que todos los modernistas niegan.
Bergoglio niega el dogma del pecado y, por tanto, indica su falsa misericordia, que es la falsa redención y liberación que toda la teología de la liberación predica: «en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera». Bergoglio niega el castigo de Dios por el pecado. Niega la Justicia Divina. Sólo queda una inútil compasión, que es lo que vende en el Vaticano: Dios te ama, Dios te espera, no importa que estés en pecado, porque es bonito, es lindo sentirse pecador. ¡Este es su negocio en Roma! Y, por eso, va en la conquista de ese falso ecumenismo, en la que todos están en su identidad, en sus creencias, sin salir de ellas, sin renunciar a ellas, porque es lindo sentirse pecador.
¡No te conviertas del pecado! ¡Eso ya es cosa pasada! Ahora, lo que importa es que te conviertas de la corrupción de la cultura y de la sociedad.
«“¡pecador sí, corrupto no!”». Y no aceptes «el estado de corrupción como un pecado más». No es lindo ser corrupto; pero es lindo ser pecador.
Bergoglio está haciendo lo propio de un líder que mueve las masas: estas frases encantan a la gente que no piensa la vida espiritual, que busca al gobernante de turno por un interés para su vida personal. Interés humano, social, religioso, político, etc.
Si Bergoglio, como “papa”, me dice que el pecado sí, pero la corrupción no, entonces me froto las manos: vivo mal casado, en pecado, pero no quiero corromperme: no quiero vivir en un estado social de angustia, que la gente me mire mal, que no tenga oportunidades en la Iglesia porque vivo en pecado. Vivo como homosexual, en mi pecado, pero la sociedad me pone trabas. No quiero ser corrupto para la sociedad. Hay que buscar la manera de quitar la corrupción.
Por eso, Bergoglio predica: «en la Iglesia hay lugar para pecadores, no para corruptos» (03 de junio 2013). Hay que meter en la Iglesia a los homosexuales, malcasados, etc…para que no se corrompan en la sociedad, para hacer una sociedad, una iglesia de pecadores, pero no de corruptos.
¡Es la lucha de clases, propia del comunismo que profesa Bergoglio en todos sus escritos! Y, por eso, este hombre es un hombre sin ninguna fe: no sabe la doctrina de Cristo y no sabe el Magisterio de la Iglesia. Es un necio de la verdad, porque la niega constantemente.
Para resolver los problemas sociales, ya la Iglesia ha hablado largamente. Bergoglio no hace ni caso porque está en su teología de la liberación, en la cual el pecado es un asunto de la sociedad, no es un acto de la persona. Es una costumbre que se ha hecho doctrina, ley, forma de vida, y que ataca a los más débiles de la sociedad, produce mucha injusticia.
«si bien la corrupción es un estado intrínsecamente unido al pecado, en algo se distingue de él»: éste es el primer absurdo.
Si la corrupción y el pecado están unidos intrínsecamente, es que son lo mismo. Hay unión intrínseca. Pero el problema no está aquí, sino en que separa pecado y corrupción: los une de manera intrínseca. Como el alma y el cuerpo: dos realidades, que se unen de manera intrínseca. No son una misma cosas, sino distintas, pero unidas esencialmente.  De esta manera, Bergoglio construye una nueva norma de moralidad, que es su ley de la gradualidad.
El pecado es un grado; la corrupción es otro grado. Y, en cada uno, hay sus leyes, sus formas de obrar y de comprensión.
Bergoglio habla de dos realidades: pecado y corrupción. Y, además, que forman una unión irrompible: unión intrínseca. No es una unión extrínseca, fuera de la realidad de las cosas. Es una unión que une a amabas cosas: pecado y corrupción. Y la une, tan fuertemente, que no se puede separar.
Por eso, no se puede comprender su dicho: pecador, sí; corrupto, no.  Si el pecado es bonito, también lo es la corrupción, porque hay una unión intrínseca. Y así como el cuerpo refleja el estado del alma, así el pecado refleja la corrupción.
Pero Bergoglio está en su ley de la gradualidad: en los grados. Y, por tanto, el pecado es bonito en todos sus grados; pero no la corrupción. Ésta va por caminos distintos a los grados del pecado.
«No hay que confundir pecado con corrupción. El pecado, sobre todo si es reiterativo, conduce a la corrupción, pero no cuantitativamente (tantos pecados provocan un corrupto) sino cualitativamente, por creación de hábitos que van deteriorando y limitando la capacidad de amar, replegando cada vez más la referencia del corazón hacia horizontes más cercanos a su inmanencia, a su egoísmo».
El pecado reiterativo lleva a la corrupción, pero de manera cuantitativa, sino cualitativamente, por creación de hábitos.
Hay que enseñarle a Bergoglio lo que es el pecado.
  1. Ningún pecado lleva a la corrupción, sino que todo pecado conduce a su perfección. El pecado es más perfecto cuando hay más inteligencia, más conocimiento. Cuando el hombre obra su pecado como un hábito puede llegar a la blasfemia contra el Espíritu Santo, que es la máxima perfección del pecado. Pero llega por inteligencia, por la perfección de su conocimiento de la obra del pecado, no por las reiteradas obras de pecado.
  2. La suma de pecados, ya sean mortales, ya sea veniales, no hacen un pecado.
    Son una serie de pecados, que se cuentan como pecados personales. Se puede mentir mucho y caer en el pecado venial, en cada mentira, y eso no lleva al pecado mortal de la mentira. Se puede fornicar toda la vida y eso no lleva a la perfección del pecado: las prostitutas se pueden salvar aunque se pasen toda su vida prostituyéndose.
  3. La corrupción no está en la reiterada obra de pecados, sino en la perfección del entendimiento humano: cuanto más un hombre conoce su pecado, su obra, más le conduce a la corrupción del pecado. Se corrompe su mente por su inteligencia errada en el mal.
  4. Bergoglio lo que hace es una gran maldad: mete a todos los hombres que pecan, ya con pecados mortales, ya con veniales, en la corrupción. Hay muchas personas que pecan por debilidad o por maldad y, sin embargo, no son corruptas en la obra de sus pecados. Lo hacen sin calcular su pecado, sin entender los detalles, los frutos, de sus pecados. Pasan la vida pecando, pero no son corruptos en sus pecados: sus inteligencias no se han corrompido. Bergoglio pone la corrupción de las culturas, de las doctrinas, de las leyes, de las costumbres, de las modas, como el signo de vivir en el estado de corrupción del pecado. Y eso es una gran mentira.
  5. El hábito de pecar no corrompe la sociedad o el mundo. Desde siempre el hombre ha pecado; y siempre el mundo es como es: pecador. No porque la gente rica haga de su dinero una obra en la sociedad, eso sea corrupción. Hay mucha gente que vive en su pecado, sea el que sea, y la sociedad no es buena o mala porque toda esa gente peque o no peque. El mal social es siempre por el pecado de cada persona. Y no sólo eso. Es porque la persona no quiere quitar su pecado personal. Del pecado personal se derivan para la sociedad muchos males, de todo tipo. La gente vive en su pecado, en la corrupción de su pecado, en la obra de su pecado. Y eso es lo que ofrece a los demás: su pecado. Pero el corrupto en su pecado sigue siendo pecador. Todavía hay salvación en él. Y la corrupción en la obra del pecado sólo se puede quitar si la persona quita su pecado, es decir, se confiesa y hace penitencia de su pecado.
  6. El mal en la sociedad sólo está en aquellas personas que viven en la perfección de inteligencia para el mal: viven maquinando el mal, ya sea en la política en la economía, en la iglesia, en la cultura, en la ciencia, etc… Viven en el pecado de soberbia. A mayor perfección en la soberbia, mayor pecado en la sociedad. Bergoglio es el típico líder soberbio: tiene una inteligencia para el mal. Y, por tanto, lleva a toda la Iglesia, a todo el cuerpo social de la iglesia, hacia la corrupción del pecado. Y, en la corrupción, la blasfemia contra el Espíritu Santo.
  7. El que vive en su pecado sólo llega a la perfección de su pecado, es decir, a la blasfemia contra el Espíritu Santo, si pierde la fe, que es un pecado de infidelidad, de desesperación y de abandono de la Voluntad de Dios. Es un triple pecado. Mientras no llegue a esta blasfemia, está en la corrupción de su pecado y, por tanto, se puede salvar, está dentro de la Iglesia. ¡Gran peligro hay con Bergoglio como cabeza de la Iglesia! Los incautos llegarán, con él, a la blasfemia contra el Espíritu Santo. ¡Muchos todavía no comprenden lo que es Bergoglio!
Bergoglio sólo habla como un político, que va en busca de sus adeptos: está en  su proselitismo. Y, por eso, hace más daño que cualquier político, porque se viste de un falso papa, enseñando una doctrina de demonios.
«Podríamos decir que el pecado se perdona; la corrupción, sin embargo, no puede ser perdonada»: esto es ir en contra de la misma Palabra de Dios, que ha enseñado cuál pecado no puede ser perdonado: el de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Bergoglio está en su ley de la gradualidad, que es la nueva norma de moralidad en su falsa iglesia.
Y da una razón estúpida para un hombre que se llama a si mismo Obispo: «Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de su salud: se cansa de pedir perdón».
Se cansa de pedir perdón: esto es enseñar la corrupción de su mente soberbia. Es la obra de su soberbia, que ha llegado a la perfección en la inteligencia. Es una inteligencia rota, como la del demonio, pero hábil en transmitir la maldad.
Decir que en toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia es tomar por idiotas a todos los teólogos y filósofos.
El ateo tiene un problema de cansancio de trascendencia; el avaro ya se cansó de mirar al cielo; un sacerdote, un obispo corrupto están paralizados con Dios: «el modo de corrupción que podría ser más propio de un religioso… yo llamaría corrupción en tono menor, es decir: la posibilidad de que un religioso tenga corrompido el corazón pero (permítase la palabra) venialmente, es decir, que sus lealtades para con Jesucristo adolezcan de cierta parálisis».
¡Qué poco comprende este hombre lo que es el pecado, porque lo niega! Y tiene que inventarse la corrupción mortal y la corrupción venial. Bergoglio se ha hecho una nueva y falsa norma de moralidad. Y con esta norma está gobernando la Iglesia.
¡El sentimiento del cansancio es la base de toda corrupción!
La base de todo pecado es esto:
«En sus juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder según su personal arbitrio. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer… Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente» (Gaudium et Spes, n.16).
La desobediencia a la ley de Dios, escrita en las entrañas y puesta en el corazón del hombre, eso es el fundamento de todo pecado y de toda corrupción: la DESOBEDIENCIA A DIOS.
El cansancio de la transcendencia es el lenguaje de los modernos que indica su ley de la gradualidad: el hombre camina en el grado de parálisis espiritual, en el cual está corrupto.
Un hombre que no tiene claro lo que es el pecado, es un hombre que produce en el gobierno de la Iglesia un desastre monumental.
¡Qué caos hay en Roma con este hombre! ¡Qué caos!
Para Bergoglio, la corrupción es inconsciente, comienza sin conocimiento de la persona: «En el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y luego es asumida como lo más natural».
Algo que es inconsciente nunca es pecado. El pecado siempre comienza en el conocimiento. Si la persona no conoce, es inconsciente, nunca hay pecado.
Bergoglio habla de la inmanencia: hay algo dentro de la persona, que lo llama suficiencia básica, a la cual la persona está ligada de manera inconsciente. Esto va en contra de la libertad del hombre. Esto no es comprender el pecado original. Por negar el dogma del pecado original, cae en esta gravísima herejía. Está construyendo su ley de la gradualidad para poder explicar lo que dice San Pablo: hago lo que no quiero.
El hombre, por más que viva con las cosas, con las personas, si no ha dado su libertad a todo eso, es libre, no asume nada, no coge de manera inconsciente un pecado, un apego, una inclinación de su naturaleza humana. Bergoglio niega la libertad del hombre, porque entiende mal los apegos de los hombres. Los pone dentro de la persona humana y ésta no puede quitarlos de encima: vive con ellos, de manera inconsciente. Y después los asume de manera natural.  Son los grados de su nueva norma de moralidad.
Para un católico verdadero esta doctrina es demoníaca, imposible de llevarla a la práctica de la vida. Si todos nos apegamos a las cosas de manera natural, entonces nadie tiene pecado. Si el hombre no tiene la fuerza de su voluntad para luchar en contra de esos apegos que viven en él, de manera inconsciente, entonces ¿qué es el hombre?
¡Doctrina demoníaca!
Hay una suficiencia básica. ¿Y qué es eso? ¿Eso está en al alma, en el cuerpo, en el corazón, en la persona? ¿Quiñen ha puesto esa suficiencia básica en el hombre? ¿Ha sido el mismo hombre? ¿Ha sido Dios? ¿Es la sociedad la que lo pone con sus culturas, con sus costumbres? ¿Es el hombre la obra de una costumbre social?
Para la mente de Bergoglio es esto: la evolución de las costumbres en los pueblos, en las sociedades, que han hecho corruptos  a los hombres.
«La suficiencia humana nunca es abstracta. Es una actitud del corazón referida a un tesoro que lo seduce, lo tranquiliza y lo engaña: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida” (Lc 12,19). Y, de manera curiosa, se da un contrasentido: el suficiente siempre es —en el fondo— un esclavo de ese tesoro; y cuanto más esclavo, más insuficiente en la consistencia de esa suficiencia».
¿Qué es esa suficiencia básica, que está dentro del hombre? «Es una actitud del corazón referida a un tesoro que lo seduce… un esclavo de ese tesoro… y cuanto más esclavo más insuficiente en la consistencia de esa suficiencia».
Esa suficiencia – dice Bergoglio- es un apego a algo: y cuanto más apegado, más necesita de esa cosa.
Vean la maldad de este hombre: está llamando corruptos a todos los hombres. ¿Quién no vive apegado a algo en la vida? Nadie.
Los apegos no se hacen pecados si la persona no lo quiere. Siempre hay que salvar la libertad del hombre.
Un hombre puede estar apegado a una criatura, a una cosa determinada, y no pecar. El pecado no está en el apego, sino en la voluntad del hombre. Un hombre con un apego es más fácil que peque, cuando usa su apego en la obra de su pecado. Pero si no lo usa, pecará por otro motivo, pero no por su apego.
El apego es indicio de que el alma está atada en su vida espiritual y no puede volar hacia donde el Señor le llama. Cada hombre tiene que romper sus apegos, para crecer en la vida del Espíritu. Pero ningún apego lleva a la corrupción del pecado. Sólo la perfección del entendimiento, cuando se peca, lleva a esa corrupción. Un pecado es más perfecto cuando se conoce más en el detalle de la obra. Y entonces se hace más daño a los demás, porque se conoció la obra con un daño. Pero muchos hombres pecan si saber, en realidad, el fruto, los daños de sus pecados. Tienen malicia, pero no perfección en la obra del pecado. Están muy apegados a las cosas, pero no son perfectos en la obra de sus pecados. No hay perfección en la inteligencia. Sólo hay atadura a su apego.
Una cosa es la malicia del pecado, otra su perfección. Un hombre puede pecar en la malicia de la lujuria: vive por su apego al sexo. Pero, en su pecado, no construye un pecado perfecto en el sexo. No hace el pecado para una maldad; hace el pecado para un provecho propio, para satisfacer su deseo. No es el apego la clave de la corrupción. Es la perfección del pecado.
Bergoglio sólo se aplica al apego, para dar una doctrina sin pies ni cabeza.
Nunca se da un desequilibrio entre la libertad y el apego. Nunca. Bergoglio no habla de la libertad, sino del convencimiento de auto-bastarse:
«la corrupción no puede quedar escondida: el desequilibrio entre el convencimiento de auto-bastarse y la realidad de ser-esclavo del tesoro no puede contenerse».
Esto es, en el lenguaje de los modernistas, la libertad: un hombre convencido en sí mismo de que puede bastarse a sí mismo. Es el concepto orgulloso de la libertad, que significa una autonomía, una auto-dependencia de toda ley de Dios.
«Sí, la corrupción tiene olor a podrido. Cuando algo empieza a oler mal es porque existe un corazón encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse; hay un corazón podrido por la excesiva adhesión a un tesoro que lo ha copado».
Bergoglio niega la libertad del hombre: «existe un corazón encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse». Esto es destruir la propia naturaleza de hombre. El hombre se halla encerrado a presión en algo inmanente, que no puede quitar. Es un hombre condenado en vida. Todos los corruptos son, para Bergoglio, personas condenadas, malditas:
«El corrupto no percibe su corrupción…. De aquí también que difícilmente el corrupto puede salir de su estado por remordimiento interno»: no hay remordimiento interno. No se puede salir.
Y ahora vean la desfachatez de este hombre:
«Generalmente el Señor lo salva con pruebas que le vienen de situaciones que le toca vivir (enfermedades, pérdidas de fortuna, de seres queridos, etc.) y son éstas las que resquebrajan el armazón corrupto y permiten la entrada de la gracia. Puede ser curado».
Judas, para Bergoglio, se salvó. No podía tener remordimiento interno, porque no era libre, estaba encerrado en su propia suficiencia inmanente, sin capacidad de entender que era libre. Y, entonces, el Señor le pone una prueba, una situación en la que vio el rechazo de los sacerdotes y ancianos a su proyecto de un reino mesiánico, entregó el dinero y se marchó para ahorcarse. Y eso es lo que le curó. Había entregado sangre inocente a una causa que no era la que buscaba. En esa prueba, Judas vio su mal y pudo ser salvado. Antes no podía ver su corrupción: «El corrupto no percibe su corrupción», porque está encerrado a presión entre su propia suficiencia inmanente y la incapacidad real de auto-bastarse. Sale con una prueba del Señor, aunque le lleve a la muerte.
Así es como los modernistas salvan a todo el mundo.
«El corrupto no tiene esperanza. El pecador espera el perdón… el corrupto, en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha triunfado. La esperanza cristiana se ha como inmanentizado en las virtualidades futuras de sus ya logrados triunfos, de sus inmanentes arras».
«El corrupto no se siente en pecado»: todo hombre sabe si vive en pecado o si no está en pecado. Aun los hombres que niegan el pecado, conocen que están en pecado, aunque con sus bocas, con sus inteligencias, lo nieguen.
No por negar al demonio, no existe el demonio. No por negar el pecado, el alma no está en estado de pecado.
Todo hombre sabe cuándo está en gracia y cuando en estado de pecado. Todo ser humano experimenta la gracia de Dios y la obra del pecado. Y las sabe discernir en su vida. Sabe lo que se siente cuando se está en gracia, y sabe lo que su alma experimenta cuando está en pecado. La inteligencia del pecador es distinta a la inteligencia de la persona que está en gracia.
En la gracia, el alma entiende las cosas: conoce, medita, penetra en la verdad.
En el pecado, el alma no entiende la vida: vive sin conocimiento, en la ignorancia, en la superficialidad de los pensamientos, en las filosofías bellas y atractivas, sin capacidad para penetrar la verdad, sólo viviendo en su mentira, que le pone dando vueltas a lo exterior y superficial de la vida, sin llegar al centro de su vida, al sentido de su vida.
El corrupto, como vive para sus inmanentes arras, que son sus triunfos en la vida, no siente su pecado. ¡Y es cuando más lo siente! Esta verdad es la que niega Bergoglio en su nueva ley de la gradualidad.
Todo hombre conoce si camina para salvarse o camina para condenarse. Nadie se salva o se condena a ciegas.
El hombre, aunque viva metido en su pecado, en inmanentes arras, vive sintiendo el vacío de su corazón. Y es un vacío que le pesa hasta la muerte: no puede no sentirlo. Es un vacío que lo ahoga, porque el alma ha sido creada por Dios para la felicidad eterna. Toda alma vive para lo eterno.
Y todo hombre que se inventa una vida feliz en la tierra, no puede no sentir el deseo de su alma, que le empuja a algo más de lo que ve, de lo que tiene, de lo que siente. Siempre se siente el deseo del alma hacia el cielo, hacia Dios. Otra cosa es que el hombre apague ese deseo con su libertad, y siga en su vida de pecado, siga en sus apegos.
«La corrupción no es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir».
Este es el resumen de todo su desvarío.
La corrupción no es un acto: no es una obra. Entonces, si el hombre no actúa, no obra, ¿qué hace el hombre? Vive en una esclavitud:
«un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir»: la costumbre de vivir algo. Eso es la corrupción para este hombre. Una costumbre, personal y social.
¡Mayor blasfemia a la inteligencia del hombre no cabe en esta frase!
El hombre es un animal de costumbres. Luego, todos corruptos.
¡Esto es Bergoglio! Un loco en su inteligencia humana. ¡Un verdadero loco!
Un hombre sin dos dedos de frente.
«Los valores (o desvalores) de la corrupción son integrados en una verdadera cultura, con capacidad doctrinal, lenguaje propio, modo de proceder peculiar. Es una cultura de “pigmeización” por cuanto convoca prosélitos para abajarlos al nivel de la complicidad admitida. Esta cultura tiene un dinamismo dual: de apariencia y de realidad, de inmanencia y de trascendencia».
Bergoglio está en todo el problema de la lucha de clases sociales: todos los políticos, los economistas, todos aquellos que contaminan – de alguna manera-  la cultura y la buena educación, no son pecadores, sino corruptos. No son pecadores porque no obran su pecado, sino que viven en una costumbre. La corrupción no es un acto, es algo que la sociedad impone, la cultura impone, la iglesia impone, etc..
¿Ven la maldad de este hombre que muchos llaman Papa, sin serlo?
Y esa costumbre ha forjado una cultura, una doctrina, un lenguaje propio, que atrae a muchos a vivir esa costumbre, pero no a pecar. Y todos son cómplices de esa costumbre, de esa corrupción. Todos son esclavos de ese lenguaje, de esa forma de vivir. Y no hay manera de salir de esa corrupción, de esa costumbre. Y esa corrupción tiene dos realidades: la apariencia y la realidad.
«La apariencia no es el surgir de la realidad por veracidad, sino la elaboración de esa realidad, para que se vaya imponiendo en una aceptación social lo más general posible. Es una cultura de restar, se resta realidad en pro de la apariencia»: de aquí a Bergoglio le viene la cultura del descarte. La gente vive una apariencia que descarta la realidad, que suprime la realidad, que resta importancia a lo vital, a lo real, que son sus pobres, sus malditos pobres.
«La trascendencia se va haciendo cada vez más acá, es inmanencia casi… o a lo más una trascendencia de salón. El ser ya no es custodiado, sino más bien maltratado por una especie de desfachatez púdica. En la cultura de la corrupción hay mucha desvergüenza, aunque aparentemente lo admitido en el ambiente corrupto esté fijado en normativas severas de tinte Victoriano. Como dije es el culto a los buenos modales que encubren las malas costumbres. Y esta cultura se impone en el laissez faire (“dejar hacer”) del triunfalismo cotidiano».
Bergoglio ataca a todo el mundo, juzga a todo el mundo. Está formando su nueva iglesia, a base una nueva noma de moralidad. Todo está en lograr esa cultura del encuentro en que se viva esto: no hay corruptos. No haya doctrinas impuestas y que obliguen a los hombres a vivir en contra de la sociedad. Es la sociedad la que obra la corrupción: es el estilo de vida, la moda que se sigue, la doctrina que se  imparte.
Por eso, hay que cambiar lo todo en la Iglesia, porque la Iglesia es la que tiene mayor culpa en la corrupción de las sociedades: «Los Jefes de la Iglesia a menudo han sido narcisistas, adulados y malamente excitados por sus cortesanos. La corte es la lepra del papado»: el Papado es la obra de la corrupción de costumbres en muchos Cardenales y Obispos. Hay que cambiar todo eso con su ley de la gradualidad.
Mayor narcisista que Bergoglio, mayores aduladores que tiene a su alrededor, mayor maldad en toda su corte demoníaca, que excita a la obediencia a un hereje, no se puede dar en la historia de la Iglesia.
Nunca ha habido corrupción en el Papado. Ha habido mucho pecado. Sólo desde hace cincuenta años, la maldad de muchos prelados han hecho del gobierno de la Iglesia una cueva de ladrones, por la perfección de su soberbia, con la cual han atacado a todo el Papado con el solo fin de llegar a lo que vemos.
Bergoglio: corrupto en su mente y pecador en su vida.