EL ODIO A LA SANTA MISA
El odio visceral de las huestes del infierno a la Santa Misa Tradicional
Por Rama Coomaraswamy
Si Satanás hubiera sido consciente de que Cristo es el Logos Divino (Segunda
Persona de la Santísima Trinidad), nunca habría agitado para la
Crucifixión. Es innecesario decir que cada Misa verdadera le recuerda de
nuevo su terrible error al mismo tiempo que es un vehículo para
conferir gracias infinitas sobre la humanidad. No es extraño que el
diablo tenga un intenso odio a la Misa.
Siempre se ha vaticinado que la verdadera Misa nos sería arrebatada. Escuchemos las palabras de S. Alfonso M. de Ligorio:“El diablo siempre ha intentado, por medio de los herejes, privar al mundo de la Misa, haciéndoles los precursores del Anticristo quien, antes de nada, intentará abolir y abolirá efectivamente el Santo Sacrificio del Altar, como castigo por los pecados de los hombres, según la predicción de Daniel, «Y se hizo fuerza contra el sacrificio perpetuo». (Dan 8, 12). (1)Sobre lo mismo abunda el Padre Denis Fahey:
Siempre se ha vaticinado que la verdadera Misa nos sería arrebatada. Escuchemos las palabras de S. Alfonso M. de Ligorio:“El diablo siempre ha intentado, por medio de los herejes, privar al mundo de la Misa, haciéndoles los precursores del Anticristo quien, antes de nada, intentará abolir y abolirá efectivamente el Santo Sacrificio del Altar, como castigo por los pecados de los hombres, según la predicción de Daniel, «Y se hizo fuerza contra el sacrificio perpetuo». (Dan 8, 12). (1)Sobre lo mismo abunda el Padre Denis Fahey:
“Toda
la espantosa energía del odio de Satanás está especialmente dirigida
contra el Santo Sacrificio de la Misa. En formación con él y animado con
el mismo odio, hay un ejército de satélites invisibles de la misma
naturaleza. Todos sus esfuerzos se dirigen a impedir su celebración
exterminando el sacerdocio, y a restringir sus esfuerzos. Si Satanás no
puede tener éxito anulando completamente el único y solo acto aceptable
de culto, él se esforzará por limitarlo a las mentes y corazones de tan
pocos individuos como sea posible”. (2)
El odio de los «Reformadores» del siglo XVI hacia la Misa Tradicional es bien conocido. Ante todo, aborrecieron cualquier sugerencia de que la Misa fuera un «Sacrificio inmolativo». Lutero lo llamó una «abominación», un «culto blasfemo y falso», e instruyó a los gobernantes bajo su influencia para «atacar a los idolatras» y para suprimir su culto en la medida de lo posible. Negó repetidamente su verdadera naturaleza sacrificial y sobre todo odió el «Canon abominable en el cual la Misa se hace sacrificio». De hecho, llegó a decir, «yo afirmo que todos los burdeles, los asesinatos, los robos, los crímenes, los adulterios son menos inicuos que esta abominación de la Misa Papista». Acerca del Canon o núcleo de la Misa, declaró:
«Ese Canon abominable es una confluencia de albañales de aguas fangosas, que ha hecho de la Misa un sacrificio. La Misa no es un sacrificio. No es el acto de un sacerdote que sacrifica. Junto con el Canon, nosotros desechamos todo lo que implica una oblación.»
En palabras que son casi proféticas hizo notar que «cuando la Misa haya sido destruida, creo que habremos destruido al Papado. Creo que es en la Misa, como sobre una roca, donde el Papado se apoya enteramente todo se colapsará por necesidad cuando se colapse su sacrílega y abominable Misa».
Todo esto nos lleva a los problemas de la Nueva Misa.
Es bien conocido que el contraste de los católicos tradicionales es su negativa a participar en el Nuevo Orden de la Misa —el Novus Ordo Missae— como se estableció el 3 de abril de 1969, tras el Concilio Vaticano II.Tergiversación ConciliarEl nuevo orden de la misa ha sido el sujeto de muchos libros críticos, artículos y folletos desde 1968. Con el interés renovado en la Misa latina tradicional, puede ser conveniente una vez más resumir algunos de los argumentos contra el Nuevo Rito para subrayar el hecho de que las objeciones de los católicos «tradicionales» a la Nueva Misa no están basadas en cuestiones de estética o nostalgia, sino más bien, y eminentemente lo más importante, en cuestiones de doctrina, pedagogía religiosa (instrucción) y validez.
La «Nueva Misa», o Novus Ordo Missae fue ofrecida públicamente por primera vez en la Capilla Sixtina antes de un sínodo de obispos en octubre de 1967. En ese momento fue llamada Missa Normativa, o «Misa normativa». Los obispos presentes fueron consultados acerca de su opinión sobre si debería ponerse en práctica: 71 votaron sí; 62 votaron sí con reservas; y 43 la rechazaron categóricamente. Para adecuarse a los deseos de este último grupo, se hicieron varios cambios menores, incluyendo la restauración de dos de las oraciones tradicionales del Ofertorio.
Pablo VI promulgó la forma final de esta Misa como el Novus Ordo Missae en su Constitución Apostólica Missale Romanum, el 3 de abril de 1969. Unido a su Constitución Apostólica estaba un texto explicativo titulado la Institutio Generalis («Institución General»). Mientras que los obispos liberales estaban encantados, otros estaban lejos de ser complacidos. Los Cardenales Ottaviani y Bacci escribieron a Pablo VI en septiembre de 1967, manifestando que la «Nueva Misa» representaba, «tanto en su conjunto como en sus detalles, una notable desviación de la teología católica de la Misa tal como fue formulada en la Sesión XXII del Concilio de Trento».
Junto con la carta, le presentaron el ahora célebre Estudio Crítico del Novus Ordo Missae, preparado por un grupo de teólogos romanos. En un esfuerzo por desviar las críticas hechas en este documento, el 26 de marzo de 1970 se emitió una Instrucción General revisada —pero no se hizo absolutamente ningún cambio en el texto real del Novus Ordo Missae mismo. Desde entonces, se han hecho algunos cambios menores en la Nueva Misa; la edición actual aparecía en 1975. Permítasenos examinar este Nuevo Rito con mayor detalle.
Si el Novus Ordo Missae (o «Nueva Misa») había de reflejar las creencias de la Iglesia posconciliar, así como las de nuestros «separados» hermanos protestantes, y al mismo tiempo permanecer aceptable a los católicos criados en la Fe Antigua, tenía que conseguir varios objetivos: 1) Tenía que evitar profesar demasiado abiertamente en las nuevas doctrinas, aunque eliminando al mismo tiempo cualquier cosa que las contradijera. Asimismo, no podría negar ninguna doctrina católica directamente — sólo podría diluirla o expurgarla. 2) Tenía que introducir los cambios lentamente y guardar los suficientes adornos externos de un verdadero sacrificio para dar la impresión de que nada significante había cambiado. 3) Tenía que crear un rito que por razones ecuménicas fuera aceptable para los protestantes de todo matiz y convicción, aunque todos ellos nieguen consistentemente que la Misa es verdaderamente el sacrificio incruento del Calvario y que un sacerdote «que sacrifique» es necesario para ofrecerlo. Y 4) Tenía que amortiguar la resistencia católica e introducir en las vidas de los creyentes las ideas modernistas promulgadas en consecuencia con el Vaticano II. La única manera en que la Nueva Misa podría conseguir todo esto estaba en el uso de la ambigüedad, la supresión y la traducción infiel.No hay nada ambiguo en los ritos tradicionales de la Iglesia; y de hecho, la Misa es, como dicen los teólogos, un locus (fuente) primario de sus enseñanzas. A pesar de la laxitud del lenguaje moderno, no debemos olvidarnos de que la declaración ambigua es fundamentalmente deshonesta. Cada padre y cada madre sabe que cuando su hijo recurre al equívoco, está intentando esconder algo. Y cada sacerdote sabe de qué modo usan a veces los penitentes esta estrategia en el confesionario. Es aun más deshonesto, una vez el Magisterium de la Iglesia ha hablado claramente sobre un problema, tener a esos responsables de conservar el «Depósito de la Fe» usando el equívoco o la ambigüedad para encubrir un cambio en la creencia. Como dice el Libro de los Proverbios, «Dios odia una boca perversa». (Prov. 8, 13).
En el siglo XVI, el Obispo Cranmer, reformador protestante, utilizaba la ambigüedad para establecer la secta protestante anglicana (episcopaliana) en Inglaterra. A la vez, el Pastor inglés Dryander escribió a Zurich, declarando que el primer Libro de la Plegaria Común albergaba «todo tipo de decepción por la ambigüedad o el fraude del lenguaje» (3). Según T. M. Parker, teólogo anglicano, el resultado neto era que El Primer Libro de la Plegaria de Eduardo VI no podía ser convicto de herejía manifiesta, porque fue tramado diestramente y no contenía ningún rechazo expreso de la doctrina de la prerreforma. Era, como lo expresó un erudito anglicano, «un ensayo ingenioso en ambigüedad», intencionalmente redactado de tal manera que el más conservador podía poner su propia interpretación en él y reconciliar sus conciencias usándolo, mientras los reformadores lo interpretarían en su propio sentido y lo reconocerían como un instrumento para impulsar la próxima fase de la revolución religiosa. (4)
Aparte de la ambigüedad en el Novus Ordo Missae, uno debe considerar las numerosas supresiones que los innovadores posconciliares hicieron —de un 60 a un 80 por ciento del Rito Tradicional de la Misa fue eliminado, dependiendo de la Plegaria Eucarística que se use. Y estas supresiones precisamente son aquéllas que Lutero y Cranmer habían hecho —aquéllas que tienen que ver con la naturaleza sacrificatoria de la Misa. La ambigüedad, las supresiones y, finalmente, las traducciones infieles eran utilizadas para conseguir los propósitos de los innovadores.
El segundo requisito era la necesidad de que la Nueva Misa mantuviese los adornos externos de un rito católico. Una vez más, había precedentes suficientes (5). Considérese la descripción siguiente del servicio luterano primitivo, como nos es dada por el gran erudito jesuita Hartmann Grisar:“Alguien que entrara en la iglesia parroquial de Wittenberg después de la victoria de Lutero, descubriría que se usaban para el servicio divino las mismas vestiduras de antaño, y oiría los mismos himnos latinos de antaño. La Hostia era elevada en la Consagración. A los ojos de las gentes era la misma Misa de antes, a pesar de que Lutero omitía todas las plegarias que presentaban la sagrada función como un Sacrificio. Las gentes eran mantenidas intencionalmente en la oscuridad sobre este punto”. «Nosotros no podemos apartar a las gentes comunes del sacramento, y probablemente sea así hasta que el evangelio sea bien comprendido», decía Lutero. Explicaba el rito de la celebración de la Misa como «una cosa puramente externa», y dijo, además, que «las palabras condenables pertinentes al Sacrificio podían omitirse todas muy rápidamente, puesto que los cristianos ordinarios no notarían su omisión y de aquí que no hubiera ningún peligro de escándalo».Los innovadores litúrgicos posconciliares siguieron el mismo patrón. Como los autores del Estudio Crítico del Novus Ordo Missae apuntaron, «habiendo quitado la piedra clave, los reformadores tenían que colocar un andamiaje». Uno se acuerda de la sentencia de Lenin: «Guardad la cáscara, pero vaciadla de contenido».
Después del Concilio Vaticano II, y siguiendo el modelo establecido por Lutero y Cranmer, se introdujeron cambios en la liturgia católica, al principio despacio, y después a un ritmo cada vez más rápido. Los que padecieron los primeros días del «Aggiornamento» recordarán los frecuentes cambios asignados. El Cardenal Heenande Inglaterra da testimonio de esto, declarando que habríamos sido «conmocionados»(6) si todos los cambios hubieran sido introducidos de golpe.Los cambios vinieron, sin embargo, uno sobre otro, y si hemos de creer a la Jerarquía de la Iglesia, todavía hay más en perspectiva. Hay mucha palabrería hoy de «violencia institucional ». Yo no puedo imaginar ningún ejemplo mejor de esto que la manera en que la «Nueva Misa» se forzó dentro de las tragaderas del laicado.
Por:Rama P. Coomaraswamy
(1) S. Alfonso M. de Ligorio, The Dignity and Duties of the Priest, o Selva (Londres: Benziger Bros., 1889), pág. 212
(2) Fr. Denis Fahey, The Mystical Body of Christ and the Reorganization of Society (Dublín: Regina Publications).
(3) Bard Thompson, Liturgies of the Western Church (Nueva York: New American Lib., 1974), pág. 236. La cabeza de la Iglesia anglicana es el Rey o la Reina de Inglaterra. Los cambios en su enseñanza o su liturgia tienen que tener la aprobación del Parlamento británico. En consecuencia los anglicanos americanos se encontraron en 1776 en una posición un poco embarazosa. Ellos resolvieron esto declarándose independientes de la realeza y el gobierno británicos y cambiando su nombre a Episcopalianos. Pero ningún cambio doctrinal o ritual de importancia estaba involucrado en esta transición.
(4) Citado en Michael Davies, Liturgical Revolution —Cranmer’s Godly Order (Devon, Inglaterra: Augustine, 1976), pág. 99.
(5) El primer nuevo servicio [de Cranmer] en lugar de la Misa tenía que ser una especie que los hombres pudieran confundir con algo como la persistencia de la Misa en otra forma. Cuando ese simulacro hubiera hecho su trabajo y calibrada la resistencia popular, ellos podrían proceder al segundo paso y producir un Libro de Servicio final en el que no permanecería ningún rastro de las antiguas santidades. Hilaire Belloc, Cranmer (Filadelfia: Lippincott, 1931), pág. 246.
(6) Carta pastoral, 15 de septiembre de 1969.
El odio de los «Reformadores» del siglo XVI hacia la Misa Tradicional es bien conocido. Ante todo, aborrecieron cualquier sugerencia de que la Misa fuera un «Sacrificio inmolativo». Lutero lo llamó una «abominación», un «culto blasfemo y falso», e instruyó a los gobernantes bajo su influencia para «atacar a los idolatras» y para suprimir su culto en la medida de lo posible. Negó repetidamente su verdadera naturaleza sacrificial y sobre todo odió el «Canon abominable en el cual la Misa se hace sacrificio». De hecho, llegó a decir, «yo afirmo que todos los burdeles, los asesinatos, los robos, los crímenes, los adulterios son menos inicuos que esta abominación de la Misa Papista». Acerca del Canon o núcleo de la Misa, declaró:
«Ese Canon abominable es una confluencia de albañales de aguas fangosas, que ha hecho de la Misa un sacrificio. La Misa no es un sacrificio. No es el acto de un sacerdote que sacrifica. Junto con el Canon, nosotros desechamos todo lo que implica una oblación.»
En palabras que son casi proféticas hizo notar que «cuando la Misa haya sido destruida, creo que habremos destruido al Papado. Creo que es en la Misa, como sobre una roca, donde el Papado se apoya enteramente todo se colapsará por necesidad cuando se colapse su sacrílega y abominable Misa».
Todo esto nos lleva a los problemas de la Nueva Misa.
Es bien conocido que el contraste de los católicos tradicionales es su negativa a participar en el Nuevo Orden de la Misa —el Novus Ordo Missae— como se estableció el 3 de abril de 1969, tras el Concilio Vaticano II.Tergiversación ConciliarEl nuevo orden de la misa ha sido el sujeto de muchos libros críticos, artículos y folletos desde 1968. Con el interés renovado en la Misa latina tradicional, puede ser conveniente una vez más resumir algunos de los argumentos contra el Nuevo Rito para subrayar el hecho de que las objeciones de los católicos «tradicionales» a la Nueva Misa no están basadas en cuestiones de estética o nostalgia, sino más bien, y eminentemente lo más importante, en cuestiones de doctrina, pedagogía religiosa (instrucción) y validez.
La «Nueva Misa», o Novus Ordo Missae fue ofrecida públicamente por primera vez en la Capilla Sixtina antes de un sínodo de obispos en octubre de 1967. En ese momento fue llamada Missa Normativa, o «Misa normativa». Los obispos presentes fueron consultados acerca de su opinión sobre si debería ponerse en práctica: 71 votaron sí; 62 votaron sí con reservas; y 43 la rechazaron categóricamente. Para adecuarse a los deseos de este último grupo, se hicieron varios cambios menores, incluyendo la restauración de dos de las oraciones tradicionales del Ofertorio.
Pablo VI promulgó la forma final de esta Misa como el Novus Ordo Missae en su Constitución Apostólica Missale Romanum, el 3 de abril de 1969. Unido a su Constitución Apostólica estaba un texto explicativo titulado la Institutio Generalis («Institución General»). Mientras que los obispos liberales estaban encantados, otros estaban lejos de ser complacidos. Los Cardenales Ottaviani y Bacci escribieron a Pablo VI en septiembre de 1967, manifestando que la «Nueva Misa» representaba, «tanto en su conjunto como en sus detalles, una notable desviación de la teología católica de la Misa tal como fue formulada en la Sesión XXII del Concilio de Trento».
Junto con la carta, le presentaron el ahora célebre Estudio Crítico del Novus Ordo Missae, preparado por un grupo de teólogos romanos. En un esfuerzo por desviar las críticas hechas en este documento, el 26 de marzo de 1970 se emitió una Instrucción General revisada —pero no se hizo absolutamente ningún cambio en el texto real del Novus Ordo Missae mismo. Desde entonces, se han hecho algunos cambios menores en la Nueva Misa; la edición actual aparecía en 1975. Permítasenos examinar este Nuevo Rito con mayor detalle.
Si el Novus Ordo Missae (o «Nueva Misa») había de reflejar las creencias de la Iglesia posconciliar, así como las de nuestros «separados» hermanos protestantes, y al mismo tiempo permanecer aceptable a los católicos criados en la Fe Antigua, tenía que conseguir varios objetivos: 1) Tenía que evitar profesar demasiado abiertamente en las nuevas doctrinas, aunque eliminando al mismo tiempo cualquier cosa que las contradijera. Asimismo, no podría negar ninguna doctrina católica directamente — sólo podría diluirla o expurgarla. 2) Tenía que introducir los cambios lentamente y guardar los suficientes adornos externos de un verdadero sacrificio para dar la impresión de que nada significante había cambiado. 3) Tenía que crear un rito que por razones ecuménicas fuera aceptable para los protestantes de todo matiz y convicción, aunque todos ellos nieguen consistentemente que la Misa es verdaderamente el sacrificio incruento del Calvario y que un sacerdote «que sacrifique» es necesario para ofrecerlo. Y 4) Tenía que amortiguar la resistencia católica e introducir en las vidas de los creyentes las ideas modernistas promulgadas en consecuencia con el Vaticano II. La única manera en que la Nueva Misa podría conseguir todo esto estaba en el uso de la ambigüedad, la supresión y la traducción infiel.No hay nada ambiguo en los ritos tradicionales de la Iglesia; y de hecho, la Misa es, como dicen los teólogos, un locus (fuente) primario de sus enseñanzas. A pesar de la laxitud del lenguaje moderno, no debemos olvidarnos de que la declaración ambigua es fundamentalmente deshonesta. Cada padre y cada madre sabe que cuando su hijo recurre al equívoco, está intentando esconder algo. Y cada sacerdote sabe de qué modo usan a veces los penitentes esta estrategia en el confesionario. Es aun más deshonesto, una vez el Magisterium de la Iglesia ha hablado claramente sobre un problema, tener a esos responsables de conservar el «Depósito de la Fe» usando el equívoco o la ambigüedad para encubrir un cambio en la creencia. Como dice el Libro de los Proverbios, «Dios odia una boca perversa». (Prov. 8, 13).
En el siglo XVI, el Obispo Cranmer, reformador protestante, utilizaba la ambigüedad para establecer la secta protestante anglicana (episcopaliana) en Inglaterra. A la vez, el Pastor inglés Dryander escribió a Zurich, declarando que el primer Libro de la Plegaria Común albergaba «todo tipo de decepción por la ambigüedad o el fraude del lenguaje» (3). Según T. M. Parker, teólogo anglicano, el resultado neto era que El Primer Libro de la Plegaria de Eduardo VI no podía ser convicto de herejía manifiesta, porque fue tramado diestramente y no contenía ningún rechazo expreso de la doctrina de la prerreforma. Era, como lo expresó un erudito anglicano, «un ensayo ingenioso en ambigüedad», intencionalmente redactado de tal manera que el más conservador podía poner su propia interpretación en él y reconciliar sus conciencias usándolo, mientras los reformadores lo interpretarían en su propio sentido y lo reconocerían como un instrumento para impulsar la próxima fase de la revolución religiosa. (4)
Aparte de la ambigüedad en el Novus Ordo Missae, uno debe considerar las numerosas supresiones que los innovadores posconciliares hicieron —de un 60 a un 80 por ciento del Rito Tradicional de la Misa fue eliminado, dependiendo de la Plegaria Eucarística que se use. Y estas supresiones precisamente son aquéllas que Lutero y Cranmer habían hecho —aquéllas que tienen que ver con la naturaleza sacrificatoria de la Misa. La ambigüedad, las supresiones y, finalmente, las traducciones infieles eran utilizadas para conseguir los propósitos de los innovadores.
El segundo requisito era la necesidad de que la Nueva Misa mantuviese los adornos externos de un rito católico. Una vez más, había precedentes suficientes (5). Considérese la descripción siguiente del servicio luterano primitivo, como nos es dada por el gran erudito jesuita Hartmann Grisar:“Alguien que entrara en la iglesia parroquial de Wittenberg después de la victoria de Lutero, descubriría que se usaban para el servicio divino las mismas vestiduras de antaño, y oiría los mismos himnos latinos de antaño. La Hostia era elevada en la Consagración. A los ojos de las gentes era la misma Misa de antes, a pesar de que Lutero omitía todas las plegarias que presentaban la sagrada función como un Sacrificio. Las gentes eran mantenidas intencionalmente en la oscuridad sobre este punto”. «Nosotros no podemos apartar a las gentes comunes del sacramento, y probablemente sea así hasta que el evangelio sea bien comprendido», decía Lutero. Explicaba el rito de la celebración de la Misa como «una cosa puramente externa», y dijo, además, que «las palabras condenables pertinentes al Sacrificio podían omitirse todas muy rápidamente, puesto que los cristianos ordinarios no notarían su omisión y de aquí que no hubiera ningún peligro de escándalo».Los innovadores litúrgicos posconciliares siguieron el mismo patrón. Como los autores del Estudio Crítico del Novus Ordo Missae apuntaron, «habiendo quitado la piedra clave, los reformadores tenían que colocar un andamiaje». Uno se acuerda de la sentencia de Lenin: «Guardad la cáscara, pero vaciadla de contenido».
Después del Concilio Vaticano II, y siguiendo el modelo establecido por Lutero y Cranmer, se introdujeron cambios en la liturgia católica, al principio despacio, y después a un ritmo cada vez más rápido. Los que padecieron los primeros días del «Aggiornamento» recordarán los frecuentes cambios asignados. El Cardenal Heenande Inglaterra da testimonio de esto, declarando que habríamos sido «conmocionados»(6) si todos los cambios hubieran sido introducidos de golpe.Los cambios vinieron, sin embargo, uno sobre otro, y si hemos de creer a la Jerarquía de la Iglesia, todavía hay más en perspectiva. Hay mucha palabrería hoy de «violencia institucional ». Yo no puedo imaginar ningún ejemplo mejor de esto que la manera en que la «Nueva Misa» se forzó dentro de las tragaderas del laicado.
Por:Rama P. Coomaraswamy
(1) S. Alfonso M. de Ligorio, The Dignity and Duties of the Priest, o Selva (Londres: Benziger Bros., 1889), pág. 212
(2) Fr. Denis Fahey, The Mystical Body of Christ and the Reorganization of Society (Dublín: Regina Publications).
(3) Bard Thompson, Liturgies of the Western Church (Nueva York: New American Lib., 1974), pág. 236. La cabeza de la Iglesia anglicana es el Rey o la Reina de Inglaterra. Los cambios en su enseñanza o su liturgia tienen que tener la aprobación del Parlamento británico. En consecuencia los anglicanos americanos se encontraron en 1776 en una posición un poco embarazosa. Ellos resolvieron esto declarándose independientes de la realeza y el gobierno británicos y cambiando su nombre a Episcopalianos. Pero ningún cambio doctrinal o ritual de importancia estaba involucrado en esta transición.
(4) Citado en Michael Davies, Liturgical Revolution —Cranmer’s Godly Order (Devon, Inglaterra: Augustine, 1976), pág. 99.
(5) El primer nuevo servicio [de Cranmer] en lugar de la Misa tenía que ser una especie que los hombres pudieran confundir con algo como la persistencia de la Misa en otra forma. Cuando ese simulacro hubiera hecho su trabajo y calibrada la resistencia popular, ellos podrían proceder al segundo paso y producir un Libro de Servicio final en el que no permanecería ningún rastro de las antiguas santidades. Hilaire Belloc, Cranmer (Filadelfia: Lippincott, 1931), pág. 246.
(6) Carta pastoral, 15 de septiembre de 1969.