Justificación y defensa del 16 de junio de 1955
por José Luis Milia •
“Maldita
es toda guerra, pero si no quieres tocar a un inocente, pereces. Y si
no quieres perecer, dispara y deja de charlatanear”, Vladimir
Jabotinski.
Examinando las condiciones políticas que se dieron para que tal
suceso ocurriera debemos recordar, antes que nada, que en la Argentina
hay, aún hoy, una guerra civil no resuelta desde el siglo XIX. Como
condición particular del momento, es innegable que bajo el gobierno de
Perón la justicia estaba totalmente avasallada, la disidencia política
estaba en cárcel y aquellos que querían y luchaban por un país libre
estaban en la clandestinidad o en el exilio. El gobierno de Juan Domingo
Perón era una dictadura.
No había ninguna posibilidad que la situación cambiara. Como hoy, la
oposición era un conglomerado de egos incapaces de crear una estructura
política antiperonista que pudiera dar una batalla en las urnas -si es
que esto hubiera sido posible- ya que la organización “squadrista” del
peronismo había generado una estructura de delatores y provocadores que
hacían imposible un trabajo político partidario. Las casas de los
opositores, identificadas y marcadas -no es una leyenda urbana-
existieron en esa época.
Así las cosas, una alternativa democrática a una acción violenta era
algo totalmente inviable y dentro de la posibilidad de una acción de
fuerza eran remotas las posibilidades de contar con tropas en la zona
metropolitana que no estuvieran cooptadas por el peronismo. Por lo
tanto, la eliminación del presidente, en una acción rápida y dura era la
única que se veía como posible. Esta impronta fue la que movió a
marinos y aviadores a bombardear la casa de gobierno. El saber que por
fuentes de inteligencia se conocía la decisión de llevar adelante un
ataque contra Perón con el objetivo de eliminarlo apuró, de manera
negativa, la decisión de atacar la casa de gobierno.
Había algo más, aún flotaba sobre el país el fantasma de Eva Perón.
Se recordaba su intento de comprar armas para la CGT y formar milicias.
Digamos las cosas como son, Eva Perón tenía más ovarios que Juan Perón
testículos. Es probable que de haber vivido ella, quien esto escribe y
muchísimos otros argentinos de igual edad y condición, hijos de
opositores, hubieran crecido huérfanos. Se pensaba con bastante
fundamento que, cualquier acción antigubernamental tendría, de fracasar,
una reacción brutal. Este convencimiento motivó a los marinos a llevar
una acción de una dureza desconocida en el país.
Era- el bombardeo a la casa de gobierno, a la CGT y a la residencia
presidencial- algo que sin duda traería daños colaterales. La
posibilidad de minimizarlos se diluyó cuando las condiciones climáticas
empeoraron. No obstante, del total de víctimas civiles, un alto
porcentaje de éstas se dio cuando obreros y aliancistas- ya como
elementos beligerantes- intentaron asaltar, con el coraje ciego que
siempre tiene el tropel, el Ministerio de Marina.
Fueron -y en esto coinciden los relatos de aquellos que estaban
dentro del ministerio y a los que conocí- tres asaltos seguidos entre
las 18:00 hs., y las 19:30 hrs.; huelga decir que quienes defendían el
ministerio sabían que, de entrar el populacho, su destino era la muerte.
Al caer la tarde tropas del Ejército llegaron a las inmediaciones del
ministerio con tanques y artillería. La explanada frente al Ministerio
-hoy edificio Guardacostas, sede de la Prefectura Naval- mostraba los
cadáveres de aquellos que pretendieron asaltar el ministerio. En este
momento fue cuando, por indicación de Perón ante la matanza que sucedía
frente al ministerio se decidió que quienes lo ocupaban se rendirían
solamente al Ejército, poniendo a los integrantes de la Armada fuera del
alcance de las hordas que buscaban venganza. Los Oficiales y
Suboficiales de Marina que defendían el ministerio quedaron detenidos y
llevados presos a la penitenciaría de avenida Las Heras. Fueron las
iglesias las que soportaron la revancha posterior.
El 16 de junio fue una acción que fracasó pero que dejó una enseñanza
importante: si se quiere derrocar a un gobierno dictatorial la acción a
emprender debe ser cruenta, rápida y en lo posible, de precisión. Si la
Infantería de Marina hubiera podido rodear la casa de gobierno antes
que Perón huyese, la ejecución del presidente hubiera sido un hecho. La
descoordinación entre aviadores navales y tropa terrestre, sumada al
hecho de una situación climática poco favorable, hizo lo demás. Esta
enseñanza fue aprendida; cuando se dio la Revolución Libertadora el
logro de Lonardi no fue contar con más tropas que las fuerzas
gubernamentales, la realidad era que contaba con menguados efectivos,
pero el éxito residió en llevar a cabo algo que Perón no esperó nunca,
un bombardeo cruento a la Escuela de Infantería que no había aceptado
rendirse; su consigna a sus subordinados: “Máxima brutalidad”, como
forma de aplastar al enemigo era un mensaje claro que la gesta que
iniciaba no era un pronunciamiento más sino la decisión de ganar o
morir.
Algún idiota ha dicho que el 16 de junio del ‘55 fue una escuela de
genocidio. La ligereza con que es usada en Argentina la palabra
genocidio indica, en primer lugar, un desconocimiento absoluto de lo que
es un genocidio y luego, una irrespetuosidad flagrante para con
aquellos que sí lo sufrieron. El 16 de junio del ’55 -un episodio más de
una guerra civil no resuelta- no podía escapar a las definiciones
exageradas. Negar que hubo víctimas civiles, muchas, más allá de ser una
mentira, es una estupidez; pero es ridículo pensar que en un evento
bélico estas no ocurren.
Hoy, a sesenta años de este episodio de nuestra historia, con las
Fuerzas Armadas diezmadas, debemos replantearnos el camino a seguir y
pensar como enfrentaremos a un estado que ha decidido resucitar las
condiciones políticas y sociales que se vivían en la Argentina de 1955.